Al mirar los gruesos nubarrones grisáceos en el cielo, Rocío supo que iba a llover. Aquello, más que un ejercicio de profecía, era una constante en Edimburgo, ya que la mayor parte de los habitantes de la capital escocesa vivían todos los días del año con las seguridad de que llovería.
Era un viernes frío, Rocío miraba por la ventana hacia la calle en frente de su apartamento, ubicado en el casco antiguo. Había tenido bastante suerte al dar con un sitio así, un sitio espacioso para sus hijos y por el que pagaba bastante menos de lo que valía un piso en aquella zona. Ella lo sabía y estaba satisfecha, era una especie de trofeo que alimentaba su orgullo. Y el lugar era casi perfecto, a pesar de los pequeños inconvenientes que se habían revelado a sí mismos con el paso del tiempo: una ventana testaruda que se negaba a abrir si no se le prestaba la debida atención, una tubería caprichosa que a veces emitía silbidos en la mitad de la noche y una puerta que se azotaba fuertemente ante la mínima señal de viento, poco podía quejarse de su hogar.
Además, como un aliciente, el edificio en el que vivía era una antigua construcción que databa de la época de la ilustración y que ostentaba signos de una riqueza arquitectónica propia del viejo Edimburgo. Un inmueble de respetable porte y paredes rocosas exteriores que se alzaba imponente en medio de sus vecinos y hermanos frente a una calle amplia que tenía la curiosa cualidad de ser escasamente transitada. Y, como no es extraño, aquel edificio tenía su propia historia de fantasmas, una característica nada inusual en la capital de Escocia.
Rocío había escuchado de sus vecinos alguna vez con curiosidad la historia de una aparición blanquecina, una especie de fantasma de un hombre de avanzada edad que deambulaba por todo el edificio como si estuviese condenado a buscar el descanso eterno en las paredes del que fuese su hogar y que tenía la buena decencia de sólo dejar como testigos de su existencia a borrachos y niños. El fantasma del edificio, según se había enterado luego Rocío, era la perpetuación del misticismo alrededor del anciano que en algún momento había habitado en el apartamento del piso de arriba del suyo, un hombre misterioso y callado, fallecido varios años atrás y que había dejado tras de sí su hogar: un apartamento vacío que no había podido ser arrebatado por el banco, y que tampoco había sido reclamado por los legítimos herederos, así que éste permanecía clausurado todo el tiempo, alimentando las historias de su espíritu perturbado e intranquilo. Curiosamente, sólo una vez Rocío, recién llegada, se había topado con un anciano en el edificio, un encuentro fugaz en medio de la noche del que poco recuerda: mientras ella subía las escaleras, el viejo descendía rápidamente y se perdió silenciosamente en la planta baja sin que la argentina lograse escucharle salir. Y aunque aquella historia rayaba en una comicidad paranoica, en la mente de Rocío no era más que eso: una historia.
Sus pensamientos se ven interrumpidos cuando Patrick sale disparado de la habitación gritando eufóricamente -¡Está aquí! ¡Está aquí!- cargando una pesada maleta. Su hermano le seguía como una sombra, sin ocultar su enorme sonrisa, con un morral de comparable tamaño.
Ese fin de semana, William había prometido llevar a los pequeños a una excursión a las Highlands, sería un fin de semana ellos y... la novia de William. Rocío lanzó una mirada y reconoció el auto de su ex-esposo aparcado frente al edificio. No puede ni siquiera contestar el intercomunicador, ya que el mayor de sus hijos se dedica a presionar frenéticamente el botón para permitirle la entrada a su padre.
Los dos pequeños esperan ansiosos hasta que la figura de su padre aparece en el umbral de la puerta...
William Blaine es un hombre de aspecto imponente, con un aire de madurez que se adelanta a su edad, pero que sin duda alguna constituye parte inherente de su encanto, encanto que Rocío Felton recuerda bastante más de lo que le gustaría.
Su cabellera castaña muestra las señales de la edad como parches de prematuras y brillantes canas blancas que sólo refuerzan cierto je-ne-sais-quoi que le rodea, un atractivo indescifrable pero presente. Sus ojos azules son brillantes, cargados de vida aún cuando se encuentra serio y sus movimientos portan cierta rapidez heredada de su oficio diario.
En cuanto ingresa por la puerta, los pequeños le abrazan y el les responde cariñosamente. Desacomoda el cabello de Patrick.
Los chicos, impacientes, corren y hacia su madre, apresuran una despedida. William hesita y se gira, su rostro es una mezcla de condescedencia y amabilidad, que ella puede leer bien.
-Hola Rocío- la saluda entonces. Su voz es tranquila, conciliadora, con un marcado acento escocés -¿Cómo van tus cosas?- pregunta con amabilidad.
Viernes. La semana casi ha acabado. Casi. Rocío, perdida en sus pensamientos, mira por la ventana al horizonte. Su vista sigue las intrincadas y bellas formas que tienen los nubarrones que se ciernen sobre Edimburgo. A pesar de ser algo totalmente familiar -la lluvia es parte del día a día- la visión la relaja, la tranquiliza. Hay algo hipnótico en el devenir de sus volutas y los movimientos que acompañan las corrientes invisibles de aire. Algo que la reconforta.
Mientras contempla el cielo, su mente divaga. Un extraño hilo de pensamiento la ha llevado a recordar aquella extraña noche, una de las primeras que ella y los niños pasaron en ese piso. Recuerda estar volviendo de la cafetería, envuelta en abrigos hasta las cejas, huyendo del frío que envuelve la calle. Sube la escalera a toda prisa, tiene mucho deseo de ver a sus niños, así que apenas repara en el anciano que, a esa hora, encamina sus pasos en la dirección contraria hacia el exterior. Ella saluda por cortesía y educación pero él no le responde. Otro decrépito avinagrado, piensa divertida; y no le da mayor importancia. Sin embargo, al alcanzar el rellano del último tramo de la escalera, cae en la cuenta de que no ha oído la puerta de salida. Eso sí que ha sido curioso. Curioso y extraño.
La argentina se pregunta nuevamente, luego de casi dos años, que fue lo que ocurrió aquella noche, pero no llega a darse una respuesta. El timbre primero y el barullo después, la sacan de sus cavilaciones y la traen de regreso a la realidad. Su cruda realidad.
-Hola William- su espalda se pone en tensión al tenerlo frente a frente otra vez. Ya debería estar acostumbrada a esos encuentros, pero aunque ha corrido mucha agua bajo el puente, ella no puede dejar de sentirse intimidada y a la defensiva cuando su ex aparece en escena.
-Todo bien, como siempre- responde con más sequedad de la que hubiera deseado. -Ya sabes, la escuela y la cafetería no me dejan espacio para mucho más. ¿Y tú? ¿Como andan tu y... Adrianne?- le cuesta lograr que su voz suene serena, casi casual. Delante de los niños no puede liberar su frustración. Delante de los niños no debe mostrar lo que siente. Delante de si misma... no es capaz de admitir que aún a pesar del daño que le ha hecho, sus entrañas se revuelven por él, que en el fondo de su alma, un pedazo sigue siendo suya.
Con amargura arropa a Patrick. Romper el contacto visual la ayuda a recobrar la compostura y sentirse un poco más segura de sí misma. Necesita mantenerse ocupada lo suficiente para no explotar.
Con cariño, besa a los chicos y los abraza y luego aguarda. Aguarda que termine aquella conversación fingida, aguarda el final de la farsa. Tan solo unos minutos más, se repite. Aguantá un poco, lo hacés por los niños. En un ratito estarás sola. En unos minutos serás libre.
He comenzado a escribir en 3º persona del presente porque así lo has hecho vos, pero si preferís otro tiempo verbal o el observador en primera persona, avisame que adapto el estilo :)
William sonríe afablemente. -Estamos bien, Adrianne está muy emocionada también con este viaje- dice con afabilidad. Rocío imagina cierto cinismo en sus palabras que parece envenenarlas en cuanto llegan a sus oídos. -Ha leído algunas historias de castillos encantados que seguro nos narrará todo el camino- quizás la argentina esté imaginándose tonos que no existen en las palabras de William. Él parece continuar de forma natural.
-Chicos...- dice ahora con su tono de padre. A pesar de ser un hombre de muchas ocupaciones, a William se le da de manera natural la paternidad, como si siempre hubiese estado allí. Incluso cuando ha tenido que poner su trabajo frente a sus hijos, su tono y sus palabras suelen lograr más con Patrick y Marc, de lo que Rocío a veces imagina que ella sería capaz. -Su madre y yo tenemos que hablar. Despídanse de ella y bajen a saludar a Adrianne- dice mirándoles.
-No tardaremos- la mirada inquisitiva de Marc revela que su padre se ha adelantado a su pregunta. Patrick parece algo preocupado, pero no dice nada tampoco -Lo prometo-
Los muchachos abrazan a su madre, y con promesas juveniles de ser cuidadosos y obedientes, parten atronadoramente escaleras abajo. En un instante sus rostros serios se transforman en alegría mientras desaparecen, emocionados por la aventura frente a ellos. Sus voces se apagan en ecos lejanos en cuanto salen del inmueble.
William toma aire.
Rocío sabe lo que viene, lo ha visto en otras ocasiones ya. No es la primera vez que William toma su postura benévola, ella ha vivido con él lo suficiente para leer sus intenciones, para predecir lo que dirá. Le conoce lo bastante como para poder reconstruir sus palabras lentamente antes de que él llegase a decírselas siquiera.
-Rocío...- dice mirándola seriamente, sin moverse de su puesto. -... sabes lo que te voy a decir...- comienza diciendo.
La partida es de los jugadores también. Interpreta a tu personaje en el tiempo que te parezca más cómodo y práctico, que de cualquier modo, creo que lo vas a hacer genial ;D
He modificado un poco el post anterior, ya que asumiste que los chicos se quedaban, así que he decidido que partieran en este post :)
-Entonces no lo digas- Rocío lo mira fijamente, dura, impasible. Su rostro es una muestra de la más absoluta neutralidad, al igual que su tono. Sin embargo es todo una fachada.
Por dentro se siente bullir, presa de la rabia y el resentimiento. Aunque nunca está, aunque nunca ha estado como es debido, los chicos lo adoran. Ella se rompe el lomo para darles lo que necesitan, para que no les falte nada material ni espiritual, pero no la obedecen ciegamente, no la miran con esa adoración que se refleja en sus ojos de niños cuando ven llegar a William para llevarlos con él. Y encima tiene el tupé de refregarle por la cara su relación perfecta con su nueva pareja. Adrianne esto, Adrianne aquello... Para Adrianne sí que tiene tiempo, ese tiempo que a ella le negó cuando su proyección laboral se disparó.
Con un gran esfuerzo, aparta la mirada unos momentos, para romper el hechizo negativo que ejerce su presencia y luego vuelve a mirarlo sosegadamente. -No necesito tu ayuda William, tampoco tu compasión. Ya ves, vivimos bien, los niños tienen todo lo que necesitan. Ve y malcríalos un poco, es tu derecho... pero no intentes insinuar que no puedo hacerme cargo. Eso no te lo permito.
Mientras habla, vuelve a la ventana para mirar hacia la calle. Allí ve como Marc aparece corriendo por la puerta principal seguido de Patrick que viene un poco más retrasado, protestando contra su hermano por dejarlo atrás por ser más pequeño. Una mujer rubia, un poco mayor que ella pero bastante más atractiva desciende del asiento del acompañante para abrir la puerta trasera del coche y dejar que los niños suban al vehículo. Ambos la saludan con un cariñoso beso, gesto que en Rocío provoca una profunda punzada de celos.
-Si era eso de lo que querías hablar, ya ves, no hay nada que decir. Si es alguna otra cosa, te escucho. Pero no nos demoremos demasiado. Ya viste que nuestros hijos están muy ansiosos, no quisiera que los hagas esperar.
Bueno, hubiera querido postear durante el día pero no encontré hueco en el trabajo :-/
William guarda silencio. Se mantiene al margen mientras Rocío interviene. Ha aprendido a no enfrentarse cuando ella intenta desahogarse, cuando le reprocha sus intentos de ofrecerle a ayuda. Rocío lo sabe y aquello solo aumenta la sensación de desagrado que le produce cuando intenta compadecerse de su ex-esposa.
Le desprecia a pesar de todo lo que siente. Él le confunde. Ella le aborrece por momentos.
Ambos hacen una pausa. Rocío se entretiene. Los sonidos de sus dos chicos saliendo a la calle, el saludo, sus voces agudas, todo le llega como ecos apagados a la altura a través del cristal de las ventanas.
La última frase parece hacerlo reaccionar. Suspira y frunce el ceño. -Rocío, por favor...- parece una súplica. Menciona su nombre sin poder evitar que ese encantador toque del acento escocés lo haga sonar diferente, exótico. A Rocío siempre le gustó eso. -... Sé que la situación se te hace cada vez más difícil. Deja de lado tu orgullo de una vez...- dice con una mezcla entre desencanto y ruego, tratando de sonar mediados, diplomático. Quizás sentía algo de culpa después de todo. Quizás muy dentro de sí se estuviese arrepentiendo de haberla dejado y quisiera arrastrarse. Quizás Rocío sólo imaginaba lo que estaba deseando.
William guarda silencio. Respira profundo. Toma aire. Reflexiona. De nuevo vuelve a hablar, su tono es suave y delicado, cargado con notas amistosas que intentan llegarle a la argentina. -No será una caridad. Será un préstamo. Sé que necesitas el dinero. Te lo presto ahora y me lo pagarás cuando puedas.-
No le extrañaría a la mujer que William aún se hablase con amigos en común. Que hubiese preguntado por ella y que al final, él se terminase enterando. Aunque se las había apañado, una crisis sosegada empezaba a golpearla. Debía hacer rendir el dinero más a cada mes y los chicos siempre estaban necesitando libros, materiales, uniformes. era un temor constante que el delicado equilibrio por el que ella había luchado los últimos meses se viera roto un día de estos sin previo aviso.
William la observaba, con sus ojos azules y tranquilos, sinceramente preocupados. Esperaba a que dijera algo.
Qué fácil sería rendirse... que simple dejarse llevar, aceptar todo, dejar que el destino me lleve en su corriente, me vapulee, me trate como a una marioneta. Él está aquí... sé que con tan sólo decir "sí", mis preocupaciones habrán acabado. Incluso hasta podría dejar el trabajo en la cafetería si además, agrego un "por favor" pero... es eso lo que realmente quiero para mí? Ser una sombra toda mi vida?
Rocío deja de lado sus cavilaciones. William está allí aguardando su respuesta. Los niños están ansiosos por partir, no debe hacerlos esperar más.
-No William, no. No lo necesito. No sé que habrás oído por ahí, pero la verdad es que los dos empleos me rinden bien. No quiero tu dinero- su voz se oye fría, orgullosa. Una punzada de culpa la invade. ¿Acaso está equivocada en su postura? ¿Es que con su tozudez compromete el futuro de sus hijos? No, se dice, no lo necesito, ya no necesito depender de ningún hombre nunca más y menos de él. Yo puedo, yo voy a lograrlo.
Sin embargo, a pesar de su enojo por el descaro de su ex en ofrecerle dinero, la argentina siente que no lo hace de mala fe y que ella está siendo injusta. -Yo... gracias de todas maneras. Sé que tus intenciones son buenas, pero ahora no debes preocuparte más por mí. Eso lo dejamos atrás hace tiempo, recuerda que ya no me debes nada. Ve y disfruta de tu tiempo con los niños. Ellos te adoran, no los hagas esperar más.
A pesar de su férrea determinación, la mujer se siente abrumada. El esfuerzo emocional por mantenerse entera frente a él, por quién aún siente algo que no puede definir, la ha agotado. Sólo desea que él se vaya, que desaparezca su encantador acento escocés y el azul de sus ojos para poder fumar un cigarrillo en soledad y dejar, como cada vez que lo ve, que las lágrimas corran sin contención hasta que la opresión que siente en el pecho amaine.
De nuevo él guarda silencio. Una brisa fuerte sopla con fuerza haciendo que las ventanas se estremezcan con un vibrato vidrioso. Afuera, la primera gota de cientos más cae con sorprendente velocidad, atravesando y rasgando el aire como si se tratara de una cuchilla fría y húmeda, gira sacudida por el viento, desviándose de su trayectoria, solamente para explotar en cientos de diminutas partículas al hallarse frente a una película de cristal transparente que la separa del rostro de Rocío.
Su sacrificio es mudo, inexistente, insignificante. Tras de sí, un ejército se abre paso hacia la tierra, y la gota solitaria que ve Rocío, la gota que se desliza errante y agonizantemenet dejando un rastro transparente, es acompañada de muchas más que se inmolan contra la ventana a destiempos rítmicos, en un ritual suicida que el hombre conoce e ignora desde el origen de los tiempos.
Le recuerda a su nombre.
La gente, allá abajo, apresura el paso, los paseantes buscan refugio temporal de la llovizna y los dos pequeños de Rocío entran en el auto, seguramente llamados por Adrianne.
Por un instante, ella olvida que William está ahí, que existe. Por un fugaz momento siente que se ha liberado de aquella carga. Pero aún esa sensación es efímera y su voz pasiva, calmada, resignada esta vez, le recuerda que no se ha ido.
-Rocío...- dice apenas, dubitativo, ausente, preocupado. Decidiendo ignorar completamente la lluvia que se ha liberado sobre Edimburgo, posa sus ojos azules sobre las pupilas marrones de su ex-esposa. -Aún hay algo que nos une: nuestros hijos- es lo único que atina a decir. Baja la mirada, concentrándose en algún punto aleatorio del suelo, como si hubiese algo que valiese la pena ver allí.
-Está bien- continúa, entre suspiro y palabra. -Será como quieras.- y levanta lentamente la cabeza para volverla a observar.
-Pero si te ves en dificultades...- dice él, y la frase se eleva con un tono de expectación que hace flotar la última palabra durante varios segundos en la habitación -...por favor, dímelo. No dudaré en ayudarte- se filtra algo de ternura y resignación en su voz.
-Debo irme- concluye mientras se gira hacia la puerta -Ten... ten un buen fin de semana. Traeré a los chicos el Domingo en la noche-
Llueve. Por un instante fugaz, Rocío se pierde en aquel mar de gotas que, con furia despiadada, se ha desatado sobre la ciudad.
La lluvia no es novedad en Edimburgo. Pero esa lluvia en particular transporta a Rocío a otro tiempo, otro lugar. Por un momento deja de ser quién es y se funde con la lluvia, recorriendo la distancia que separa las nubes del suelo, sintiendo el roce del aire en cada uno de sus átomos, soportando el dolor de terminar estrellada contra una superficie dura allá abajo. Por un momento siente la paz de ser nada y todo a la vez, de dejar atrás sus preocupaciones y el abrazo protector y agobiante que su ex pretende extender hacia ella. Pero la calma dura apenas un instante.
William permanece allí, esperando que ella cambie de opinión a último momento, que ceda una vez más a sus ruegos y se deje ayudar. El la mira y ella, con frialdad soporta su mirada hasta que él se ve obligado a desviar la vista. Ha ganado una pequeña batalla pero eso no la hace sentir mejor. Una fuerte sensación de opresión invade su pecho. Vete William... vete por favor... O terminaremos haciéndonos más daño...
Como si escuchara sus pensamientos, Blaine claudica en su intento por convencerla de aceptar su dinero y decide irse. Rocío se siente quebrada por dentro, triste, vacía.
-Gracias William... No... Olvidate del tema por favor. No dejaré que nuestros hijos sufran... si veo que no puedo, te lo haré saber- a último momento Rocío decide conciliar un poco. William es un buen hombre. La vida ha querido que su relación no llegara a buen puerto, él no tiene la culpa. Al menos no toda.
-Pásenlo bien. Cuida que Patrick no tome demasiado frío. Ha tenido unos cuantos catarros ya, no quisiera que pierda más clases- y yo no puedo darme el lujo de pedir licencia nuevamente sin tener que aceptar tu dinero, se dice a sí misma mientras se despide. -Nos vemos el domingo. Que tengan un buen viaje.
Con amabilidad pero sin sonreír, acompaña a su ex-esposo hasta la puerta y luego cierra con llave. Por fin ha quedado sola; totalmente sola.
Ahora que los niños no están en casa, va en busca de un cenicero y de los cigarrillos. Mientras fuma pausadamente, se sienta en un sofá a ver la lluvia caer, sin darse cuenta que de sus ojos brotan lágrimas también.
Los últimos ecos de William Blaine antes de desaparecer cerrando tras de sí la puerta, son sus asentimientos lentos, de comprensión y quizás de compasión. Murmulla una despedida inaudible y sin añadir más, sin querer prolongar más aquella corta conversación, se va. Su presencia tarda algo más en desvanecerse de la memoria de Rocío, y sus pasos bajando las escaleras le son imposible de ignorar. Se obliga a concentrarse en la ventana.
El sonido de la lluvia, las dulces vibraciones contra la ventana repican una y otra vez, indiferentes a los ahogados sollozos de Rocío. El mundo se mueve allá afuera, en la tarde gris de Edimburgo y de repente sus lágrimas pierden valor, devaluadas a su manera entre el diluvio de la capital escocesa. El llanto del cielo celta.
Con el cigarro en la mano, sigue el auto de William Blaine y de Adrianne, con sus dos niños adentro mientras comienza a desplazarse, el verde apagado del vehículo se pierde calle abajo antes de doblar una esquina y desvanecerse de la escena, al tiempo que la soledad -y la libertad- caen estrepitosamente sobre la Argentina. Sus pensamientos giran y flotan al ritmo de las bocanadas amorfas e indefinidas de humo que salen de la boca de Rocío Felton. El familiar olor de la nicotina empieza a inundar sus sentidos, relajándola, calmándola.
Siluetas antropomorfas empiezan a danzar en las espirales ascendentes del oscuro vaho, como danzando y moviéndose en una lenta y etérea obra teatral cuya existencia tiene lugar tan sólo en la mente de la mujer sola en su casa. Pasos y movimientos cobran sentido solo para ella, y su mirada se deleita perdida en otros tiempos y en otros lugares, ausente de aquel momento triste, tan enajenada en sus propias ideas, no se percata en primera instancia del leve murmullo, el ruido casi imperceptible de pasos que viene del apartamento de arriba.
Ruido que sería normal... de habitar alguien en el piso de arriba.
William se ha ido y la soledad es ama y señora del lugar. Mientras la presencia de aquel hombre que Rocío ha amado con locura termina de desvanecerse junto con el recuerdo de aquel sentimiento, Rocío vuelve a perder su mirada en la ventana, su pequeña puerta de escape de aquella oscura realidad que la envuelve.
Sus lágrimas acompañan el suave repiquetear de las gotas contra la ventana. Una voluta de humo se enreda entre las luces de las farolas de la calle que poco a poco se cuelan en la habitación, poblándola de largas y deprimentes sombras, pero la argentina apenas se percata de ello. Su mente ha vuelto a volar.
Llueve. Un auto pasa a toda velocidad por una calle céntrica y levanta el agua acumulada en las cunetas salpicándolo todo a su alrededor.
-¡Hijo de puta!- Rocío no puede reprimir su enojo. No es que haga diferencia en su estado la mojadura que el conductor le ha provocado. Ella no esperaba semejante chaparrón aquella mañana cuando ha salido de casa. -Vos y los boludos del pronóstico del tiempo... Ja! despejado... ¿donde despejado? Si serán conchudos esos tipos... si no me pesco una pulmonía hoy no la engancho nunca más en la vida. Brrr, estúpido clima escocés... ¿es que llueve los trescientos sesenta y cinco días del año?
Envuelta en su saquito de lana totalmente empapado, la chica avanza a toda velocidad por las calles de Edimbrugo, intentando resguardarse un poco de las gotas heladas que, con furia, caen desde el cielo. Mientras camina, porque no le ve sentido a correr cuando ya está hecha sopa, va murmurando y refunfuñando, tal vez, para ganar algo de calor interior ya que el frío la ha calado hasta los huesos.
-También yo... dejarme toda la guita en el otro pantalón! en qué estaría pensando!!! Bah, como si fuera a conseguir un puto taxi con esta lluvia... y eso sin contar con que tendría que pagar un ojo de la cara!!! no lo entiendo... estos ingleses que se creen? ni que fueran limusinas...
Tan concentrada va en su diatriba que no ve al hombre que sale del café por donde pasa en ese momento y lo choca de lleno.
-Yo... Lo siento! Discúlpame, no te vi salir... Perdón- avergonzada, da un paso atrás y lo mira a la cara. Es mayor que ella, pero su mirada tiene algo que la atrae.
-No te preocupes... pero oye! Estás empapada! Ven, permíteme ayudarte- el hombre, galante, abre su paraguas y lo coloca entre ambos, resguardando a la argentina de la incesante lluvia que azota la ciudad.
-Gracias... pero no tiene mucho sentido... no lo crees?- responde ella entre irónica y divertida -Jajaja, es cierto... pero al menos las gotas no golpearán tu bonito rostro. Soy William y ya que no puedo evitar que te mojes, al menos déjame invitarte un café.
-Rocío, mucho gusto... no debería aceptar, eres un desconocido- Rocío responde con picardía descarada -Pero en este día de perros no sería muy amable de mi parte declinar lo único bueno que me ha ocurrido. ¿Crees que me dejarán entrar estando así, empapada?
-No te preocupes, soy amigo del dueño... ven, adelante, yo te escolto...
Unos tenues ruidos provenientes de la planta superior la sacan de su ensueño. Felton no sabe por qué sus recuerdos la han llevado hacia aquel primer encuentro con el padre de sus hijos y tampoco desea averiguarlo. El cigarrillo que estaba fumando se ha consumido un rato antes en su mano sin que ella lo notara. Con diligencia, seca lo que queda de sus lágrimas en sus mejillas y enciende las luces del estar.
Ruidos... ¿ruidos en la planta superior? Extrañada, mira al techo con su mano aún apoyada en el interruptor. ¿Qué pasa allí? ¿Acaso... acaso tenemos nuevos vecinos?
La perspectiva de conocer gente nueva no le atrae demasiado. Pero la soledad es muy palpable en aquel cuarto. Palpable y opresiva. Bah, que más da, se dice Rocío; no me hará mal ver a otra gente...
La mujer se decide. Pasa por el baño y se lava rápidamente la cara y acomoda un poco su cabello. No sabe que clase de gente será la que encuentre arriba, pero sin duda, desea causarles una buena impresión. Sin demorarse más, toma sus llaves y sale del departamento rumbo a la planta superior.
Nota: cuando escribo en "argentino", es que Rocío está expresándose en su idioma natal (ya sea en pensamiento o verbalmente). Cuando escribo en español neutro, es que está hablando en inglés ^^
Rocío sale al pasillo. El edificio es una colección de puertas verduzcas con pequeñas placas metálicas que revelan el apellido del propietario actual de cada apartamento. Dos puertas cada piso, el espacio que separa una entrada de la otra sólo está atravesado por las escaleras del piso anterior que se aferran fuertamente al descanso y aquellas que nacen a su lado y continúan hasta el piso siguiente. Rocío cierra tras de sí la puerta de su hogar, los tonos aceitunados de la madera le son familiares y cada vez que se fija en el pequeño rectángulo que enmarca en letras mayúsculos "Felton" siente una punzada de orgullo, de tranquilidad.
El olor a caverna y a humedad del edificio le llega de improvisto, un recuerdo familiar que es redescubierto cada vez que sale, todos los días. Se trata de aquella esencia histórica que le daba el aire de vetusta antigüedad a la construcción: no es un olor incómodo, sino más bien misterioso y antediluviano, una suerte de perfume cargado de relatos y épocas de las que ella sólo ha leído y escuchado un poco. Esa era la magia de aquella ciudad. La magia de aquella construcción.
Se encamina escaleras arriba, casi sin hacer ruido con cada paso. Los sonidos de la lluvia, lejanos, no llegan ya a través de los muros y el techo, como si de estar en su hogar, hubiese pasado a una catacumba. Llega al cuarto piso*. Reconocía el apartamento, no sólo porque era aquel que quedaba sobre el suyo, sino también porque era el único que no poseía una placa de su propietario, no la había tenido desde que ella se había mudado, en su lugar, la piel cetrina y carcomida del portón tenía una cicatriz oscurecida y perfectamente rectangular que revelaba el sitio en donde alguna vez había existido la dichosa lámina que revelaba el apellido del antiguo habitante.
La argentina no nota nada inusual, nada nuevo. Y aquello ya era de por sí extraño. Recuerda haber visto un camión aparcado cerca al edificio hace unos minutos, mientras se distraía con la partida del auto de , pero no recordaba movimiento o gente cargando muebles hacia el interior. Los habría visto o escuchado al pasar frente a su puerto. Se deja de reflexiones sin sentido, y se dispone a tocar el timbre.
Y entonces nota que la puerta está levemente abierta, mal cerrada.
Sería de mala educación simplemente entrar así, no obstante podría ofrecerles ayuda a los nuevos vecinos con un encantador acento argentino. Empujó levemente la puerta más movida por el deseo de echar una ojeada y ver si había alguien allí en la sala, que por transgredir el lugar entrando sin ser invitada. La puerta se mueve un poco con un quejido ahogado casi inaudble, dejando que Rocio otease apenas el interior. Jamás había visto ese apartamento por dentro. El color oscuro y mortecino de una iluminación pobre, contagiada de los tonos de una cortina oscura reclama rápidamente su percepción, al tiempo que huele las débiles emanaciones de esencias polvorientas y húmedas que provienen del interior.
Poco puede detallar, pues escucha unos pasos que se dirigen hacia el fondo del mismo apartamento, una voz entrecortada y suave que menciona algo que no comprende, pero que luego se interrumpe a ella misma elevando su propio tono hasta la alarma, sorpresa y... el terror, al tiempo que un golpe sordo y metálico sobre el suelo acompaña las últimas palabras que Rocío alcanza a entender en un inglés perfecto.
-...Pero qué... ¡CONNOR!-
* Quinto piso en todo el continente Americano, si no me equivoco.
Rocío alcanza la puerta de entrada un tanto intrigada. No ha visto la mudanza, pero también es cierto que ha estado muy metida en sus pensamientos el último rato y tal vez, se le ha pasado por alto la llegada de los nuevos inquilinos.
Con curiosidad, se para en el marco y apoya su mano contra él, sintiendo la calidez de la madera y las imperfecciones de la pintura un tanto resquebrajada, falta de mantenimiento. Está a punto de golpear cuando nota que la puerta no está bien cerrada. ¿Entro o no entro? Un momento de duda, de indecisión. No quiere parecer grosera, pero a sus nuevos vecinos tampoco parece molestarles demasiado el mantener a los intrusos puertas afuera. Por fin, toma una decisión, ensaya una sonrisa y cruza el umbral.
El lugar está tenuemente iluminado. Apenas distingue nada pero lo que ve le basta para saber que la distribución de los ambientes es similar a su propio apartamento. Grandes espacios, ventanales que dejan vagar la vista por el exterior y todo un halo de antigüedad y distinción que dotan a aquel edifico de una particular magia que a la argentina le resulta reconfortante.
-Hel...- el saludo muere en su boca antes de llegar a tomar forma. Una voz* tenue pronuncia palabras que no alcanza a comprender y luego, de improviso, se eleva como reacción a un golpe duro, algo que hace que Rocío pegue un salto y retroceda lo poco que ha avanzado.
No debería entrar. Mejor vengo más tarde. Tal vez... tal vez no sea un buen momento. Pero... y si les ha ocurrido algo? Esa voz sonó alarmada. No. No puedo irme ahora.
Carraspea y esta vez, hace lo que debería haber hecho en un principio. Da dos fuertes golpes a la puerta de entrada con los nudillos y saluda cantarinamente -¡Helloooooo!- vuelve a cruzar el umbral aparentando serenidad. -Soy Rocío Felton, su vecina del tercer piso- anuncia a medida que va atravesando la habitación, buscando a los habitantes del piso, mientras intenta adivinar en qué parte de la casa están. -Quería darles la bienvenida- sin atreverse a más, se queda en medio del salón, aguardando a que los dueños de casa, hagan su aparición.
*Femenina o masculina?
La curiosidad parece empujar a Rocío. Poco se detiene a ver el lugar alrededor, las gruesas cortinas, los muebles cubiertos con sábanas blancas, el hedor a polvo, humedad y calidez del hermetismo que tendría una secreta cámara egipcia que ha sido abierta nuevamente. La luz se filtra ambarina, mientras que los cristales se estremecen con la tormenta. Una corriente helada se filtra y un escalofrío recorre a Rocío. Algo no se sentía bien.
Pero no se detuvo a pensar, no se detuvo a reflexionar sobre lo que sentía, sobre lo que experimentaban. Una sensación de urgencia la recorrió.
-¡A... A... Ayuda!-
La voz salió entrecortada, suplicante. De la puerta del fondo, a la derecha. La puerta en donde estaba la habitación de Marc en su propio apartamento. De nuevo aquel estremecimiento incómodo, ese miedo inherente. Rocío se veía lanzada a una situación inesperada, aquello no era la mudanza de unos vecinos, aquello no era una visita casual, aquello... aquello no estaba sucediendo como ella creía que sucedería.
Duda unos momentos, pero ya está en el medio de la sala. Da pasos largos, apresurados, pero nada de lo que pudiese imaginar podría haberla preparada para la escena que estaba a punto de presenciar.
La habitación, nota apenas colateralmente, es una especie de biblioteca a medio vaciar, cuyas gruesas cortinas hacen mal trabajo oscureciendo el sitio, que emite sus propios brillos lúgubres y siniestros. En el centro, dos jóvenes, uno arrodillado, el otro extendiéndose mientras se agita con convulsiones lentas y pausadas. ¡La sangre! Un raudal de carmesí nace a grandes borbotones de una horrible y profunda herida en la garganta del último que éste intenta cubrir torpemente con sus manos. Su rostro líbido se deforma en contorsiones de una asfixia lenta, mientras su mirada desorbitada parece guardar en frío el terror y la confusión de quien ha sido sorprendido por la muerte. El otro chico, trata de hacer algo, pero el pánico se ha apoderado de él, y parece una víctima impotente que intenta sostener como puede a su agonizante compañero.
Entonces, los ojos del moribundo joven se encuentran con los de la horrorizada argentina. Un paso hacia atrás. El joven, en un último gesto extiende su brazo derecho, como si quisiera acercarse hacia Rocío. Una punzada en su corazón, una nota de tristeza, de terror...
Pero poco puede pensar. Un gruñido y se siente embestida de repente, el mundo da vueltas rápidamente y está contra la pared. No ha visto venir a su atacante, quien ahora tiene sus gruesas manos sobre su cuello. Un sujeto robusto de rubios cabellos y brutas facciones, su mirada es la conjunción de un negro abismal que transmite una sensación de vacío y de horror primordial que la desarma, mientras su respiración fuerte se confunde con los palidecientes gemidos de Rocío. Intenta resistirse, intenta defenderse, mientras la fuerza la abandona. Piensa en sus hijos, piensa en su vida, piensa en William...
Un movimiento, un golpe y se libera de la presa, tambalea hacia la sala, buscando escapar. Los sonidos de las gotas de lluvia parecen reventar contra su tímpano, las percusiones satánicas de su miedo profundo se confunden con los intrincados esfuerzos por dar paso tras paso para escapar. Tose tratando de tomar aire, de recuperar la vitalidad que se le escapa.
No es suficiente.
Con la fuerza de un toro, siente como aquel delicuente la embiste. La inercia la lanza hacia algún lado, se desorienta, las manos de su atacante de nuevo se enroscan sobre ella, como una serpiente que ha capturado su presa. Y de repente, la expresión de aquel criminal se deforma en una desagradable mueca de diversión, ella lo puede ver, tan cerca, siente su respiración. Rocío siente como es halada y luego empujada con gran fuerza...
El tiempo parece detenerse.
Siente que flota. Hay un sonido cristalino, una explosión quizás. Una corriente helada, miles de punzadas gélidas sobre su rostro, sus ojos se abren levemente. El cielo gris e indiferente de Edimburgo. El aire silbando velozmente a su alrededor. La humedad en su rostro. El vidrio que levita con ella. Entonces lo entiende.
Está cayendo
Cierra los ojos, temerosa, esperando el preciso instante en que sentirá el impacto. Sus párpados se esfuerzan en mantenerse cerrados, la lluvia y la brisa aullan con violencia, el tiempo transcurre lentamente hasta que siente un golpe seco, un golpe indoloro.
Y en la oscuridad, ya no oye nada más.
Masculina. Pero creo que no importará mucho :P
Rocío se encuentra insegura, paralizada al ver el lugar apenas perturbado por el paso del tiempo luego de que los últimos inquilinos, vaya a saberse cuanto tiempo atrás, han dejado lo que queda tal como está. El polvo se acumula en las superficies, sus pisadas van dejando huellas donde sus pies rompen aquella perfecta superficie gris, trazando un camino delator. Algo no va bien.
Da media vuelta para regresar a su apartamento pero un grito desesperado, respuesta a su anuncio de haber entrado la detiene. Alguien está en peligro. Definitivamente algo no va bien.
-Ya voy... ¿señor? No he traído mi móvil, pero puedo buscarlo en un momento...-mientras habla con inseguridad, sus pasos la conducen a la habitación de donde ha provenido el pedido de auxilio. ¿Qué está ocurriendo aquí? Aunque sus pensamientos no dejan de hacer relaciones inconexas que poco tienen que ver con la situación (esa sería la habitación de Marc... rayos, este lugar apesta a encierro... Puse llave en casa antes de subir?... como llueve...) su sentido de autopreservación le grita que corra, que huya de allí cuanto antes. Sin embargo, ella es un ser racional. No se detiene a pesar de sus miedos.
Recorre la distancia que la separa de la habitación en cuestión de segundos, aunque a ella se le antoja una eternidad. Llega a la puerta, esperando encontrarse a un par de adolescentes que se han colado como travesura y se les ha quedado atrapado un pie al ceder parte de la madera del piso añejo o algo similar, pero la escena que presencia es totalmente inesperada y terrorífica.
Uno de los dos chicos -Connor- se dice, yace en el suelo, con la garganta abierta de lado a lado. El otro -¿el que pidió ayuda?- se encuentra a su lado en estado de shock, intentando devolver la sangre a su lugar con sus manos, de manera torpe y nerviosa.
Oh Dios...¿qué ocurrió aquí?
El miedo la paraliza. Es curioso como en situaciones de estrés, el cerebro se fija en nimiedades, en un intento de aferrarse a una realidad conocida que le impida quebrarse. La razón de la argentina no pierde detalle de la habitación donde se encuentra a pesar de la escasa iluminación. Sus sentidos se magnifican. Mientras sus ojos desorbitados no pueden apartarse de la cara del chico, cada vez más lívida, angustiada en un gesto de súplica muda, sus nariz huele la humedad del encierro, su visión periférica le detalla los estantes de las bibliotecas semi vacíos e incluso apuntan algún título que ella conoce; su piel siente el frío de la habitación cuando el aire seca el sudor que se ha formado producto del pánico, sus oídos captan el inútil intento del joven por respirar una última vez, su lengua siente la sequedad de su boca y el deseo de beber agua helada se vuelve imperioso.
Un segundo, dos, tres... Debo correr, debo llamar a la policía! La mano del joven se eleva hacia ella, buscando consuelo o tal vez... advirtiendo algo. Ella no comprende el gesto, solo quiere salir de allí. Pero cuando su cuerpo decide obedecerla, ya es demasiado tarde.
-Qu...- salido de la nada, como un monstruo que acecha en el armario, un tipo que le parece gigante, la ataca y la toma por el cuello, y con total brutalidad, empuja sus pulgares sobre su tráquea cortando el flujo de aire a sus pulmones.
No! No quiero morir! No puedo morir! Con furia, se debate para librarse de la presa de su captor. Patea, rasguña, se retuerce. La adrenalina se eleva y el pavor la provee de fuerzas desconocidas. Su forcejeo alcanza el éxito por el momento y logra zafar. Como puede, tambaleante, retrocede sobre sus pasos y busca la salida. Tiene que huir, tiene que correr para salvarse.
Como en un sueño, su cuerpo se esfuerza al máximo pero ello no es suficiente. El aire parece haberse vuelto viscoso, resistente a su avance. Por más que lo intenta, la salida no está más cerca. El tiempo, maldito tirano, parece ir en cámara lenta, impidiéndole alcanzar su salvación.
El monstruo la alcanza y la levanta en vilo. Otra vez, ella comienza a arañar y patalear, pero esta vez no le alcanza. Su captor es fuerte y sabe lo que hace. Y lo disfruta. Rocío lucha por su vida, pero el destino le tiene reservada una fea sorpresa.
El tío parece cansarse del juego y con una sonrisa cínica le indica que el juego ha terminado. Game over baby, see you on the other side!
El tiempo, que venía desgranándose lentamente, se detiene. Su cuerpo atraviesa la ventana pero apenas siente el impacto. El cristal se rompe y sus filos arañan su piel pero ella no escucha el ruido ni precibe las esquirlas. El tiempo vuelve a su curso normal.
Vértigo. Lluvia. Frío. ¡No! Marc y su primer año. Nooooo! Nooooo! El primer diente de Patrick. No.No. No!!! La escuela. El café. La sonrisa de William. William... cuídalos.
Sus ojos se cierran con fuerza, ella sabe que todo está acabado. Sólo queda esperar el impacto.
Espera sentir dolor, miedo, angustia. Espera sentir algo. Pero nada de eso ocurre. Su cuerpo se estrella contra el piso pero Rocío apenas tiene tiempo de enterarse. La oscuridad la invade.
La nada.