" Te esperare con mis amigos en el infierno Ben, mientras tanto te deseo suerte con esos Pinkerton, que la necesitarás mucho! "
Dijo Steve Clanton antes de caer inconsciente y ensangrentado al suelo mientras que los buitres comenzaba a dar vueltas en el cielo sobre el cuerpo inerte del predicador Dewey
La mano temblorosa de Ben aún sostiene el revólver humeante en la misma posición de disparo. Dudó. Algo había retenido su mano antes de disparar, algo que le decía que no valía la pena seguir viviendo, disparar contra aquel hombre... Pero, en cuanto oyó el estallido del arma de Clanton, tuvo que apretar el gatillo... Y su bala fue la que perforó la carne del contrario.
Mientras Steve Clanton se desangra arrodillado, Ben se acerca hasta quedar a menos de un metro de él, y se arrodilla para quedar a su altura. Tiene algo que demostrar. Quiere demostrarle que él es capaz de mirar a los ojos a aquel que debe ajusticiar, y hacerlo. Que él no es el asesino sanguinario que atacó, de manera proditoria, a sus compañeros en la celda, que los rumores se equivocaban...
Pero también quiere escuchar lo que tiene que decirle.
—Gracias, Clanton. Si Dios tiene un ápice de bondad, después de todo lo que ha pasado, quizás le perdone— Dice, de corazón.
Aún piensa que ha sido un error, y, aun así, bajo los buitres y el sol poniente, no puede por menos que sentir como sus hombros se relajan... Como si hubiera perdido una carga que lleva tiempo transportando, y que por fin ha podido abandonar a un lado del camino para avanzar más suavemente. Quizás este último acto de justicia ha sido lo único que necesita para seguir adelante.
No lo sabe, pero lo pensará después de fumarse un buen cigarro.
Naturalmente, Ben se ocupa de cargar el cadáver de Steve hasta el camposanto y enterrarlo él mismo. Incluso, al día siguiente, se ocuparía de contratar a alguien para que tallase su lápida... A nombre de Allan Dewey. Supone que quizás él lo quisiera así.
Por lo demás, el antiguo sheriff se toma un par de días para descansar en un pueblo cercano. Principalmente para ordenar sus ideas, pero también para cicatrizar ciertas heridas del pasado. Allí sueña con su antigua vida. Con su mujer, y con su ayudante. Pobre borracho. No sabe qué ha sido de él. No obstante, en adelante, no volvería aparecer en sus sueños, sosteniendo una botella de whisky en una mano y un revólver en la otra.Aún le tomará un tiempo para reconciliarse del todo con esa parte, pero ya tenía las herramientas para ello, aunque hubieran sido arrancadas con sangre del cuerpo del difunto reverendo.
Ahora debe centrarse en Pinkerton. Un ataque frontal sería estúpido. Son demasiados, muy bien organizados y mejor armados y... Quién sabe cuántos Jackson más se contarían entre sus filas. Prácticamente son un ejército, una organización paramilitar, un monstruo...
¿Qué fue lo que pensó cuando lanzó a Duvall contra la masa informe de los Jackson?
"Sólo un monstruo puede matar a otro monstruo"
Ben no es muy religioso. No para alguien de su época. Pero, en este momento, se encuentra en una pequeña capilla, frente a un crucifijo, buscando en su interior, en lo más profundo...
Carcosa...
El Coyote...
La obsidiana negra...
R´Lyeh...
Términos sin sentido alguno que se han estado agolpando en su cabeza desde que conoció la locura en aquella mina infernal. Y que ahora se presentan como su única esperanza para cumplir el único objetivo que puede mantenerle cuerdo el tiempo suficiente como para morir como tal.
Quizás las pesquisas de Ben le llevarán de vuelta con los Pieles Rojas, para aprender secretos olvidados.
Quizás descubrirá la universidad de Miskatonic, en Boston, en la que se custodia un ejemplar del inenarrable Necronomicón.
Quizás se adentrará en las oscuras marismas de Luisiana, en busca del conocimiento del continente más antiguo de todos.
Quizás los Pinkerton no estén preparados para que los enfrenten con sus propias armas.
Pero esa no es una historia que deba narrarse aquí. Pues el ocaso ha terminado, y con él, ha venido la noche redentora, lavando los pecados de los tres hombres que han salido del infierno. Y no es materia de la misma seguir los últimos pedazos de la destrozada mente que haya podido quedar tras caminar por el Cocito helado y volver al árido desierto.
Es ahora cuando comienza el largo camino a casa.
Bruce se despertó sudoroso. No sabía como però se encontraba en su establo, con sus cabras. La cabeza le dolía horrores y todo le daba vueltas. Se sentó como pudo e intento aclarar las ideas
Hacía unos días que Allan Dewey se había escapado de la prisión y que Ben Rumson había partido del pueblo. Ambas noticias no le sorprendieron del todo. Seguramente el predicador seguía teniendo el instinto de supervivencia del forajido y por eso había huído y Dewey era un trotamundos, así que seguramente no iba a estar mucho por ahí.
Lentamente se levantó y pudo contemplar una botella de whisky vacía en el suelo, la recogió y la observó fijamente
Tu eres mi medicina, la que me cura el tormento del alma, al menos por un tiempo
Desde que tuvo la primera pesadilla, estas habían crecido en intensidad. Sólo el whisky parecía calmarlo lo suficiente, o al menos le permitía dormir sin recordar nada de lo soñado.
Olía muy mal, salió al exterior y metió la cabeza en el abrevadero para refrescarse. Luego observó su cabaña. Desde que comenzaron las pesadillas y cuando conseguía dominar su impulso a darse a la bebida, Coulon trabajaba en lo que era su hogar, reforzando puertas y ventanas, por si «algo» apareciese por allí. En mente tenía a los Pinckerton, a Duvall, a los horrores que había visto.
De nuevo llegó la noche. Entró en el saloon del pueblo, ante las atentas miradas de los parroquianos. Coulon observaba que le miraban con pena y tristeza. Era normal, su aspecto había desmejorado bastante, olía mal por el sudor y la poca higiene y tenía unas ojeras muy grandes
-Whisky, una botella
Coulon observó a su alrededor, mirando a sus parroquianos
-Aquí tiene -le contestó el camarero
Coulon iba coger la botella cuando observó un tentáculo, lo siguió con la vista aterrorizado y pudo ver que acababa en una cosa amorfa de un sólo ojo, un gran ojo, que lo observaba con un destello de malignidad. Multitud de serpientes, o tentáculos, Coulon no lo supo decir salieron del ojo y se digieron hacia él, arrancándole la piel mientras gritaba dolorosamente. Coulon despertó sudoroso
Al día siguiente, Coulon sacó su rebaño a pastar. Lo estaba vigilando mientras mascaba tabaco y meditaba en un futuro incierto, lleno de horribles pesadillas, cuando observó a lo lejos unas figuras oscuras que se acercaban rápidamente. Coulon las observó detenidamente. Lobos.
Preparó su fúsil y corrió hacia su ganado. Los lobos se acercaban corriendo, a una velocidad endiablada
¡Esa velocidad no es normal en un lobo!
Disparó y aunque alcanzó a un lobo, éste se levantó y siguió como si nada. Siguió disparando pero parecía que no les afectaba. Al final los lobos alcanzaron al rebaño y comenzaron a atacarlo, mordieron, aullaron, desgarraron...pero lo que más inquietaba a Coulon eran sus mandíbulas, que se abrían más de lo normal. De pronto, notó un dolor insufrible en su pierna izquierda, y observó horrorizado a un lobo que lo acababa de atrapar, antes de que lo derribase y con gran fuerza lo zarandease. Rápidamente el lobo comenzó a devorarlo vivo mientras Coulon gritaba y unas risas malignas se escuchaban a su alrededor.
De pronto escuchó unos tambores, primero débilmente, a lo lejos, luego más cerca y unas voces que entonaban una letanía...ea ea ea ea ea eeeeaaa. Los lobos comenzaron a desaparecer, el dolor se amortiguó y Coulon entró en un sueño intranquilo mientras escuchaba la letanía alejándose.
Las siguientes noches siguieron igual. Cuando no era Duvall eran los Pinckerton o su monstruoso hermano quienes se aparecían en sueños, o algún otro horror innombrable, però los tambores y la letanía volvían a aparecer ahuyentado a las pesadillas.
Una noche Coulon se despertó tras sufrir una de sus pesadillas. Se levantó directo a la botella de whisky, la cogió, la abrió pero se detuvo. Lleno de rabia la estampó contra la pared.
Salió al exterior de su cabaña, mientras contemplaba el cielo estrellado y oía a lo lejos un sonido, que fue creciendo, tambores..... Entró rápidamente en su casa, había tomado una decisión. Cogió papel y lápiz y estuvo escribiendo hasta que el sol salió por el horizonte.
Al día siguiente preparó su caballo, cogió todo aquello que podía llevar consigo que fuese de valor, però poca cosa, su mochila, sus armas y cerró la casa. Cabalgó hacia el pueblo y se dirigió hacia la consulta del doctor Sandy Stafford. El doctor le abrió la puerta y le miró extrañado, Coulon entró saludándole y sin dejarle hablar le pidió que le escuchase
-Perdone doctor que venga así y de esta forma, pero necesito a alguien como usted para pedirle un favor
Sacó un paquete
-Aquí explico lo que nos pasó en nuestra cuando salimos a buscar a Duvall. Puede leerlo si quiere doctor, pero aunque piense que es obra de un loco, por favor, no lo destruya, guárdelo o entréguelo a alguien que pueda interesarle o servile. Incluso puede donarlo al archivo de Tombstone para que los hechos que aquí cuento no se pierdan en el olvido. La gente tiene que saber que ahí afuera hay algo más que indios, forajidos o coyotes, hay un mal innombrable y temible.
Luego sacó una carpeta con varios documentos
-Aquí está la escritura de mis tierras, cedo todo lo que tengo a la madre del joven Willis. Prometí que cuidaría de ellos pero no lo he conseguido, y el pobre chico murió a manos del horror del averno que perseguíamos. Espero que esto le sirva de ayuda para salir adelante. Aquí tiene algo de dinero por las molestias y por si ha de pagar algo por las gestiones que tenga que hacer ante el juzgado y el resto es para la viuda.
-Me voy de Tombstone, pero si necesitan algo, búsqueme donde los indios. Son salvajes, tal vez paganos, pero son buena gente y saben cosas que nosotros hemos olvidado. Confíe en ellos doctor y tráteles bien. Hasta luego buen doctor.
Coulon salió al exterior y montó en su caballo, alejándose hacia el horizonte, en dirección hacia dónde se encontraban los indios la última vez que los vió. El doctor Sandy Stafford lo observó mientras se alejaba. Luego entró en su consulta y observó los legajos que Coulon le había dejado.
Por la tarde fue a visitar a la madre del joven Willis, la mujer se quedó llorando al observar el extraño regalo que había recibido de alguien a quien había despreciado tras la muerte de su marido. Luego fue al juzgado y arregló todo el papeleo.
Al llegar a casa se quedó mirando el paquete de hojas que Coulon había redactado. Lleno de curiosidad lo abrió y comenzó a leer. La letra de Coulon era temblorosa, con algunas faltas, però aún así se podía leer bien
«Mi nombre es Bruce Coulon, fuí coronel del gran ejército de la Confederación y luché junto al general Lee. Lo que aquí cuento, aunque pueda parecer obra de una locura, es de una malvada y horrorosa realidad...»
CAPÍTULO I. EN LAS RUINAS DE LAS COLINAS BLANCAS, ARIZONA.
Hansock III bajó del carruaje sin prisas. Le había costado varios días llegar hasta allí y tenía la espalda un poco adolorida.
Sus zapatos relucientes y su traje enteramente blanco contrastaban fuertemente con el paisaje. Un paisaje de tierra árida, viento seco y calor sofocante que no daba la bienvenida a ningún forastero. Pero eso él ya lo sabía. Durante la Guerra Civil se había recorrido todo el sur de costa a costa.
El hombre dio unos cuantos pasos hacia adelante con una evidente cojera. “Así que aquí es donde sucedió” -pensó mientras observaba con indiferencia las Colinas Blancas.
Se suponía que hasta hacía poco esas colinas eran un punto de referencia en la zona y que su pináculo se veía a una buena distancia, pero ahora eran tan solo un montón de rocas que apenas se elevaban del suelo un centenar de metros.
"Tenéis lo que os merecéis, una tumba en medio de la nada, un sitio donde nadie os recordará. ¡Hasta mis perros están mejor enterrados!" –pensó antes de soltar una carcajada seca.
Detrás de él, los dos conductores del carromato se habían puesto rápidamente en el lado sombreado del mismo y ya estaban fumando y bebiendo. El carruaje era alto, y además tenía montada encima una ametralladora Gatling, donde aún se podía leer a qué regimiento del ejército confederado había pertenecido. A pesar de todas esas precauciones, no se veía a nadie más en la zona.
Según había podido averiguar, aquí era donde supuestamente habían muerto los tres hermanos Jackson, aunque de momento era solo una sospecha. En teoría los Jackson eran aliados suyos, y lo cierto es que habían trabajado juntos varias veces, pero cuando le comunicaron la noticia de su desaparición, el rico terrateniente tuvo que hacer un esfuerzo para contener la sonrisa. En verdad Hansock III no estaba aquí para averiguar nada sobre la muerte de Elroy, Llewellyn y Dwayne. Estaba aquí porqué el Anciano le había ordenado que recuperara un objeto de gran valor que los Jackson custodiaban: la Medalla de San Benito.
Parecía que el amuleto era indispensable para realizar esa complicada secuencia de rituales que los sirvientes del Anciano –con Hansock incluido- tenían que acometer próximamente para recuperar el poder y la influencia que su amo había ostentado anteriormente.
Hansock III sabía que el Anciano se había establecido como colón en los EE.UU. siglos atrás, después de escapar de la persecución religiosa en el Imperio Británico. Desde entonces, y sobre todo a partir de la Declaración de Independencia, el Anciano se había gastado ingentes cantidades de dinero y de recursos para acercar el gobierno de los EE.UU. hacia el Culto Verdadero.
Había levantado el Obelisco detrás de la Casa Blanca, había maniobrado para lograr la libertad total de culto en muchos estados, había implantado el Ojo de Horus en la simbología nacional y había tejido una pequeña red de templos consagrados a la Sombra de la Abominación, el Dios Oculto al que ellos adoraban. Su mayor triunfo fue la disposición de los principales edificios de Washington en forma de pentagrama invertido, un hecho que se suponía les sería de gran utilidad para controlar al Gobierno.
Pero de todo eso hacía ya más de un siglo. Con el paso de los años el Anciano se había ido ganando numerosos enemigos, tanto políticos como religiosos y algunos de ellos estaban tan despiertos a la Verdad Mágica como él mismo. El cristianismo y el puritanismo habían terminado por dominar las élites de Washington y poco a poco el Anciano vio como sus agentes iban siendo detenidos y sus templos cerrados bajo mandato del Capitolio. Cuando ya no pudo sostener más esa guerra decidió retirarse hacia Texas, dónde estaba más protegido de los tentáculos de la capital.
Allí alimentó la sublevación contra el norte y participó todo lo que pudo en la Guerra Civil. Sus métodos sirvieron, por ejemplo, para desvelar las tácticas del General Burnside y lograr una gran victoria sureña en Fredericksburg. En el norte consiguió articular otra vez su red de agentes a través del falso Partido de la Paz, y también logró infiltrarse con éxito en la poderosa agencia de seguridad Pinkerton, que entre otras cosas se ocupaba de la seguridad personal del presidente de la Unión, Abraham Lincoln.
Pero cuando el Anciano creía que iba a recuperar su poder, algún estúpido decidió jugarse toda la guerra en la Batalla de Gettysburg. El desastre fue de tal magnitud que ya nada se pudo hacer para evitar la derrota confederada, y por ende, las ambiciones personales del antiguo brujo terminaron por fracasar de nuevo.
Al final de la guerra y ante el despliegue de agentes que hizo el Gobierno Federal por todo el país, el Anciano tuvo que exiliarse en Francia. Allí aún conservaba algunos aliados con los que había colaborado durante la derrota del Imperio Británico en la Guerra de la Independencia americana.
Hansock dio un respingo cuando un par de buitres levantaron el vuelo graznando. El hombre sacó de su chaqueta un enorme cigarro y una cerilla, se puso el tabaco en los labios y raspó la cerilla contra el parche que cubría su ojo izquierdo. El fósforo se encendió al instante. Le dio unas cuantas caladas al cigarro mientras recordaba el motivo de su viaje hasta las Colinas Blancas. Todo había empezado en la reunión que él mismo acogió en su finca de Alabama. La había convocado el Anciano y a ella acudieron los sirvientes más poderosos que le quedaban en los EE.UU.
Era principios de primavera y los campos de algodón que rodeaban su mansión empezaban a florecer. La reunión se hizo en el piso subterráneo, en una especie de salón secreto que Hansock utilizaba como laboratorio. Una enorme mesa de nogal presidía la estancia que estaba iluminada por varias lámparas de petróleo y cuya luz era insuficiente para vislumbrar la ornamentación que llenaba las paredes.
A un lado de la mesa se sentaban Elroy y Llewellyn Jackson. A Hansock se le retorcía el estómago solo de recordar a esos perros de caza sentados en su precioso taller, con sus sucias botas de viaje pisando la alfombra y bebiéndose el exclusivo bourbon que ellos mismos se habían servido.
Hansock III hizo un gesto de negativa con la cabeza. Todos sabían que Elroy y Llewellyn eran unos brujos mediocres, pero aun así el Anciano los había protegido toda la vida porque su hermano Dwayne era de un gran valor estratégico. Dwayne había recibido la bendición de la Sombra de la Abominación y estaba en permanente contacto con Él, pero para tener controlado a ese engendro hacía falta la colaboración de sus hermanos. Por eso habían estado en la secta durante todo ese tiempo, o al menos esto era lo que le gustaba creer a Hansock.
En el otro lateral de la mesa se sentaban Yu Zhangsun y monsieur Yannick Moreau. El francés era el último discípulo que había entrado en la organización y había desembarcado en los EE.UU hacía tan solo unos días.
Uno de los dos cabezales de la mesa lo ocupaba Hansock y el otro cabezal lo presidía un enorme espejo dorado: el Espejo de Set. Su hermano gemelo, el Espejo de Sebek, estaba situado en Paris y era a través de él que el Anciano les había estado explicando durante toda la reunión los grandes descubrimientos que había realizado los últimos meses.
Según el Anciano, en Paris había logrado encontrar las Tablas de Toth. No era el libro original, tan solo una copia que Napoleón hizo durante el breve dominio francés de El Cairo y que finalmente depositó en la Sorbonne, pero el viejo hechicero estaba convencido que toda la información que contenía era precisa y exacta.
Yu Zhangsun, en su habitual impaciencia, lo interrumpió.
-¿Pero cómo nos va ayudar todo esto para recuperar el poder perdido? –dijo- ¿acaso podremos con esos conocimientos romper los salmos protectores que protegen el Capitolio? Todos sabemos que a cada año que pasa, ellos están más seguros y nosotros más aislados.
El Anciano, oculto tras la capucha de su túnica dorada, contuvo la ira. Zhangsun era su sirviente más poderoso y era el único al que le permitía esta actitud.
-¿Acaso dudas de mis cálculos? –contestó el amo con rabia contenida- Según las Tablas, la noche del 3 de julio de 1863 hubo una ventana irrepetible para poder contactar directamente con la Sombra de la Abominación. ¡No puede ser ninguna casualidad!
La noche del 2 de julio de 1863 ese campesino de Lincoln vendió arrodillado su alma a su Falso Dios y dos días después, el 4 de julio, se libró la Batalla de Gettysburg. Como todos sabéis allí se enterraron definitivamente nuestras posibilidades de recuperar el control del Gobierno, de aniquilar a mis viejos enemigos y de acercar a toda la Nación hacia una nueva y verdadera Revelación.
Bien, –dijo un poco más calmado- ahora se nos vuelve a presentar la oportunidad de enseñarles a Lincoln y a todos los americanos quién es el auténtico poder que guía a esta nación. Borraremos de la noche a la mañana los falsos credos que enturbian este país.
El silencio en el subterráneo era total. Todos callaban esperando a que el Anciano continuara hablando.
-¡Vuestros cerebros están más marchitos de lo que creía si es que aún no os habéis dado cuenta de nada! ¡Tenemos una segunda oportunidad! –gritó con rabia- Retrocederemos hasta el 3 de julio de 1863 y allí, cerca de Gettysburg, convocaremos a la Sombra de la Abominación para ganar, esta vez sí, la Guerra Civil americana.
Cuando nuestro Dios esté sobre la tierra, –dijo alzando la voz- en cualquiera de las formas en la que decida materializarse, su sola visión bastará para que el ejército de la Unión claudique al instante. ¡De nada servirán las protecciones que envuelven la capital ante la mera presencia del Único Amo! Los EE.UU abrirán los ojos a la Realidad.
En el sótano todas las caras eran de incredulidad. El único que no parecía sorprendido era Moreau, quién seguramente ya estaba al corriente del plan antes de salir de Paris.
Nuevamente fue Zhangsun quien habló.
-Mi Señor, no pongo en duda sus cálculos, pero… ¿Cómo vamos a conseguirlo? –el oriental hablaba tranquilamente, con las manos entrelazadas bajo las anchas mangas de su túnica- Abrir una brecha en el tiempo para retroceder hasta 1863 ya es un hechizo costoso y peligroso, pero si además tenemos que convocar a nuestro Venerado una vez allí…
No temo a la muerte, -dijo el chamán oriental- pero de nada servirá nuestro sacrificio si fracasamos en el intento. Si perecemos, nuestro culto quedará prácticamente vacío en este país.
-Eso ya lo sé, Zhangsun –dijo despacio el anciano desde el otro lado del espejo- Ni con todo el poder que vosotros podáis sumar juntos sería suficiente para salir victoriosos de este empeño. Así que ahora escuchad atentos a mis órdenes.
Alrededor de la mesa todos se removieron en sus sillas.
-Zhangsun y Moreau iréis hasta el altar de Hali –dijo- y haréis todos los preparativos necesarios para acondicionar el templo.
Hansock III, tú te mantendrás junto al Espejo de Set hasta que sea la hora del ritual y me mantendrás informado. Entonces cogerás algunos de tus hombres y os reuniréis con Zhangsun y Moreau. Id bien armados. Si lográis cruzar las Nieblas del Tiempo y volver hasta 1863, os dirigiréis hacia Gettysburg y el trayecto será peligroso.
Hoy mismo los Jackson marcharéis hacia la Isla de Santa Catalina, en California. Allí saqueareis la tumba del explorador Cabrillo y os llevaréis la Medalla de San Benito. Traedla junto a los demás. La Medalla os protegerá a todos durante el paso por las Nieblas del Tiempo y podréis enfrentaros entonces a la convocación con todo vuestro poder intacto.
Esto es todo lo que debéis saber por ahora. Bendita sea la Sombra de la Abominación, porqué suyo será el mundo.
Y así había terminado la reunión, recordó Hansock. Todos tenían órdenes claras y concisas que obedecer. Todo debería de haber salido sin problemas si no fuera porqué… porqué los Jackson eran difíciles de controlar.
Pocas semanas después de la reunión, los hermanos enviaron un telegrama desde Phoenix asegurando que ya estaban en posesión del Medallón. Pero allí avisaban también de que habían notado la presencia cercana de una extraña criatura. A ellos les parecía que era un sirviente de Tíndalos, que era a su vez uno de los poderes ocultos que su Dios detestaba con más fuerza. “Antes de volver a reunirnos con los demás, capturaremos a esa criatura para sacrificarla –se justificaban en el mensaje- Esto alegrará a nuestro Dios y facilitará la convocación”.
"¡Sucios perros!" –los maldijo Hansock una vez más- "Cualquier excusa les servía para salir de caza. Eran como bestias hambrientas, no sabían hacer ninguna otra cosa."
Pero algo les debió de salir mal esta vez porque nunca más se supo de ellos. Al cabo de un tiempo sin tener noticias de los Jackson tuvieron que darles por muertos, y lo que era peor, asumir que el Medallón había desaparecido. De eso hacía ya varios meses y desde entonces el plan del Anciano había quedado paralizado.
Hasta ahora. Porque unos días atrás Hansock se había enterado de las extrañas circunstancias en las que habían muerto dos detectives de la Agencia Pinkerton. La Agencia –recordaba el terrateniente- estaba fuertemente infiltrada por el Anciano y era la tapadera habitual que usaban los Jackson para moverse libremente, así que Hansock decidió investigar un poco más.
Ahora sus pasos lo habían conducido hasta ese secarral de Arizona dónde quizás el valioso Medallón estaba enterrado bajo toneladas de piedras.
Hansock III se levantó el parche del ojo izquierdo e introdujo dos dedos en la cuenca ocular con un gesto rutinario. Se sacó el falso ojo y lo envolvió con cuidado en un trapo de seda para guardarlo luego en el bolsillo. Luego sacó otra esfera de vidrio completamente negra, sin iris y sin pupila.
Cuando introdujo el artefacto en su cuenca vacía y levantó la mirada, quedó sorprendido.
El cielo era negro y el suelo tenía tonalidades que iban desde el rojo sangre hasta el púrpura. Las Colinas Blancas se presentaban deformes y su silueta cambiaba constantemente en un movimiento mareante.
Pero lo que a Hansock le sorprendió no era nada de esto. Sabia de sobras que el Ojo de Horus era difícil de utilizar y que debía llevarlo puesto solo durante los segundos que fueran imprescindibles.
Lo que sorprendió al sureño fue la enorme presencia de ese rastro característico que siempre dejaban los poderes de Tíndalos en sus revelaciones. Sin duda esas Colinas habían sido un templo de adoración muy antiguo a ese detestado poder. Había claras cicatrices de que las fronteras del Tiempo y del Espacio se habían roto con frecuencia allí y de hecho no se podía descartar que aun quedaran restos líquidos de alguna de esas criaturas. El mero contacto de ese pus azul podía infectar a cualquier desafortunado que estuviera husmeando donde no debiera.
Hansock no quiso perder más tiempo: el Ojo de Horus empezaba a resecarle la cuenca ocular. En seguida notó otro poder que conocía a la perfección. El suyo propio, el de la Sombra de la Abominación. Sin duda los Jackson habían estado allí y seguramente habían realizado algún conjuro antes de morir, o quizás lo que sentía era el cadáver de Dwayne. A él le daba igual. En todo caso quedaba confirmado que los tres hermanos habían muerto allí.
Por último Hansock rastreó lo que realmente había venido a buscar: el Medallón de San Benito. No había señales de ningún artefacto poderoso, así que en seguida se quitó el falso ojo. Cuando lo consiguió la piel que rodeaba su cuenca ocular izquierda ya estaba totalmente ennegrecida.
El rico terrateniente se dirigió rápidamente hacia el carromato y se echó un poco de bourbon sobre la herida.
Parece ser que esa extraña historia que me llegó desde Tombstone era cierta -murmuró sin inmutarse por el escozor- pero aquí no hay rastro del Medallón. Habrá que seguir tirando del hilo.
CAPÍTULO II. EN ALGÚN LUGAR CERCA DEL RIO GRANDE, TEXAS
Eran altas horas de la noche y un manto de estrellas cubría por completo la cúpula celeste. Abajo en la tierra un gran cráter acogía desde hacía meses un pequeño campamento situado en lo alto de su reborde, a más de 200 metros del fondo.
El campamento estaba formado por tan solo cinco tiendas y permanecía en silencio y a oscuras. De una de las tiendas salió Yu Zhangsun, cargando en sus manos un paquete envuelto con mucho cuidado.
El chino llevaba el pelo recogido en un apretado moño y vestía un tradicional hanfu, compuesto por una túnica negra que le llegaba hasta la rodilla y una falda gris que caía hasta los tobillos. La túnica estaba cerrada por una faja dorada que cruzaba el pecho, rodeaba la cintura y se descolgaba por delante de las piernas.
Miró hacia la tienda más alejada, la que ocupaba Yannick Moreau y asintió satisfecho al ver que permanecía en silencio. De las demás tiendas no se preocupó porqué allí dormían sus criados, una familia china que viajaba con él y que abría su negocio de lavandería allá donde Zhangsun ordenara ir. De esta forma el chamán podía pasar inadvertido y viajar tranquilo.
El oriental se acercó poco a poco hasta el reborde interior del cráter, dónde empezaba una escalera labrada en la tierra que bajaba hasta el fondo. O al menos se podía llegar hasta el fondo durante la corta temporada del año en la que el agujero estaba seco, porque ahora contenía un pequeño lago. Zhangsun disfrutó unos segundos del magnífico espectáculo que ofrecía el reflejo de las estrellas sobre el agua y luego emprendió el descenso.
Los indios atakapa habían ocupado ese lugar durante siglos –reflexionó mientras bajaba las escaleras-, antes de que la llegada de los europeos los expulsara de allí. Habían llamado a ese cráter Carcossa, y al lago interior Hali. Creían que se trataba de dos espíritus, uno masculino y otro femenino, que maldecían la fertilidad y la salud de su tribu si no eran aplacados. Por eso frecuentemente habían realizado rituales de canibalismo en el fondo del lugar.
Zhangsun sabía que en realidad el lago de Hali se llenaba de las aguas subterráneas del cercano Rio Grande y que la dinámica del rio era la que hacía variar a su vez la altura del lago. En cambio no tenía muy claro el origen del meteorito que provocó, millones de años atrás, ese cráter. Zhangsun sospechaba que ese meteorito estuvo formado por algún tipo de material o ser muy especial.
Fue el Anciano quién redescubrió el lugar unos cuantos años atrás, y quién se dio cuenta del potencial que tenía para acoger un templo de adoración y convocación: el cráter era como un caldero donde la canalización de su poder rebotaba y se multiplicaba de la misma forma que lo hacía el sonido en las catacumbas, así que el brujo pronto erigió un altar en su interior. Para ello aprovechó la misma losa de piedra donde los atakapa habían realizado sus sacrificios caníbales.
Zhangsun bajaba las escaleras con cuidado, ya que los mantos de protección que había estado tejiendo a su alrededor durante las últimas horas deformaban la realidad conforme él iba avanzando y un ligero traspiés podía arrojarle al fondo de las aguas.
Antes de llegar a la altura del lago, un balanceante puente de madera cruzaba el cráter hasta el centro, donde se levantaba una gran columna de piedra que acogía en su cima el altar. Zhangsun cruzó el puente lentamente y depositó el paquete que llevaba encima de la losa india.
Ahora sí, ya no había marcha atrás. Trató de imaginar qué cara pondría el Anciano cuando le informaran de su traición, aunque en realidad eso poco le importaba porque ya hacía mucho tiempo que despreciaba a su mentor.
Cuando Hansock III le informó a él y a Moreau de que había encontrado de nuevo el rastro del Medallón, Zhangsun supo que no podía demorarse más. Tenía todos los ingredientes del ritual allí mismo salvo el Medallón, pero él confiaba en sus propias fuerzas para poder realizar el viaje temporal sin la ayuda del artefacto religioso. Al fin y al cabo el Anciano siempre lo había infravalorado y ahora se lo iba a demostrar.
Si todo salía según él tenía planeado, jamás volvería a ver a su mentor. Y si llegado el caso volvía a encontrarse con él, Zhangsun confiaba en haber conseguido ya el suficiente poder como para derrotarle.
El chamán jamás había compartido los objetivos políticos del viejo, que le parecían banales, así que cuando su señor se exilió a Paris él terminó de perder cualquier interés que le quedara para seguir obedeciéndole. Sus últimas órdenes confirmaban la locura en la que había caído, ya que estaba dispuesto a destruir su nación antes de admitir su derrota. Eso, la destrucción total, era lo que iba a ocurrir si finalmente convocaban a la Sombra de la Abominación en la Tierra.
Zhangsun en cambio tenía otros planes. Si lograba ponerse en contacto con su Dios podría viajar a través del espacio y conocer otros planos y dimensiones donde por fin su sabiduría se vería completada. Eso sería solo el principio. En los Registros Akashicos se hablaba de todo esto y de mucho más. Sabía de mundos lejanos donde las librerías del saber no terminaban nunca y en donde se hablaba de las otras Fuerzas y Deidades que existían en la Realidad.
Quién sabe, quizás al final de todo Zhangsun se podría convertir en una de ellas.
El chamán se concentró de nuevo en el paquete que había delante de él. Ahora no podía distraerse con ensoñaciones futuras. De momento tenía que abrir las Puertas del Tiempo y viajar a través de la niebla hasta 1863.
Desenvolvió el paquete con sumo cuidado y luego extrajo de él varios objetos: el Libro de Toth que Moreau había traído desde Paris, una daga molecular de la cual solo se veía el mango y un cuenco que contenía su propia sangre extraída años atrás. Nada más empezar el ritual un gran manto de nubes cubrió el cielo y un trueno resonó por todo el desierto.
Pasados varios minutos, la daga que Zhangsun sostenía en el aire empezaba a ser visible al ojo humano. El oriental iba recitando los salmos adecuados mientras mantenía su otra mano sumergida en el cuenco de sangre. Flotando encima del lago de Hali había aparecido cortando el aire en vertical una delgada línea disruptiva.
La línea flotaba unos metros por delante del hechicero y se definía a través de una luz brillante que dañaba los ojos. Era como una cicatriz de átomos rotos que se iban quemando conforme entraban en contacto con el aire y que descargaba su extrema energía lanzando escupitajos ardientes hacia todas partes. De dentro de la cicatriz temporal emanaba una densa niebla blanca que se desplazaba suavemente hasta los pies del hechicero.
Zhangsun continuaba engrandeciendo la línea disruptiva con la daga cuando un fuerte impacto le golpeó su espalda.
-¡Maldito connard! –gritó alguien detrás suyo- ¡Traidor!
Cuando el chino se giró vio como Yannick Moreau bajaba apresuradamente las escaleras del cráter. El joven francés se había vestido a toda prisa y llevaba el pelo alborotado.
Moreau había desenfundado de debajo de su casaca negra dos pistolones de pólvora y uno de ellos aún humeaba. El disparo había acertado su objetivo, pero las protecciones mágicas de Zhangsun habían detenido el proyectil.
-¡Eres un bastardo traidor! –dijo el francés mientras entraba en el puente balanceante apuntando con el otro pistolón- ¡Llevaré tu cadáver personalmente hasta el Anciano!
Esta vez el impacto de la bala fue más fuerte y aunque el proyectil tampoco llegó a herirlo, Zhangsun tuvo que dar un paso hacia atrás con la mala suerte de golpear con el codo la vasija de sangre. El rojo líquido se derramó sobre el Libro de Toth y de pronto las páginas empezaron a oscurecerse y quemarse.
-¡No! –maldijo el chino mientras miraba impotente como el ritual se rompía.
Al instante otro trueno aún mayor resonó en el cielo y el portal temporal que flotaba en el aire se estremeció. La niebla dejo de emanar y el brillante corte disruptivo se transformó en una gigante elipse negra.
- ¡Moreau, estúpido! –gritó Zhangsun mientras miraba aterrorizado la negra forma que ahora se alzaba encima de sus cabezas– ¡Eres un ignorante!
El chino se giró hacia su contrincante y abrió rápidamente un pequeño bolsillo de su túnica. De allí salió aleteando un insecto que trazó una vuelta circular hacia el francés.
-¡No!- gritó Moreau mientras movía frenéticamente los brazos para tratar de ahuyentar la langosta.
De nada le sirvió su gesto, ya que el insecto se posó con facilidad sobre su espalda. Al instante Moreau quedó totalmente paralizado, sin poder mover ni un centímetro de su cuerpo.
Un rugido fuerte y grave salió del interior de la elipse negra que flotaba encima de ellos. Zhangsun recogió apresuradamente el Libro de Toth y la daga y salió corriendo de allí. Al pasar al lado del francés se detuvo un instante.
-Disfruta del espectáculo –le dijo antes de subir a toda prisa las escaleras hacia el campamento.
Minutos después, el agujero negro que sobrevolaba el cráter se había expandido aún más y se había situado en plano horizontal. De dentro salía un gruñido sordo, como si algo gigantesco se estuviera acercando poco a poco y con gran esfuerzo.
Cuando el descomunal gusano emergió de la elipse, Zhangsun y los suyos ya estaban lejos, conduciendo sus carros a gran velocidad. Yannick Moreau en cambio tan solo podía mover sus aterrorizadas pupilas para ver lo que estaba sucediendo encima de su cabeza.
La criatura era igual de grande que el propio cráter y no tenía ninguna extremidad ni órgano que destacara en su segmentado cuerpo. La lombriz se alzó en toda su longitud hasta que su babeante cabeza quedó suspendida a centenares de metros del suelo, a la vista de cualquiera que estuviera mirando en esa dirección desde muchas millas a la redonda. Luego se doblegó sobre su flanco y cayó a pique hacia el fondo de Carcossa. Yannick Moreau y el lago de Hali desaparecieron al instante. El desierto tembló y todo lo que quedó en el interior del cráter fue un enorme túnel que penetraba en las entrañas de la Tierra hasta más allá de donde el ojo humano alcanzaba a ver.
CAPÍTULO III- EN LA MANSIÓN COLONIAL DE JOSEPH HANSOCK III, ALABAMA
Joseph Hansock III cubrió el Espejo de Set con alivio. Hablar con el Anciano siempre le producía tensión pero desde que la semana pasada le comunicara a su señor la traición de Yu Zhangsun, éste crujía de odio. De hecho, en el momento de saber la noticia el viejo llegó a perder momentáneamente el control sobre los hechizos que mantenían su cuerpo en vida. Hansock se estremeció al recordar como la mandíbula del viejo se había descolgado en medio de las maldiciones que iba profiriendo, y como sus ojos y su nariz se iban deshaciendo como mantequilla a la vez que la piel se le desprendía goteando.
Por suerte al final el Anciano había recuperado el control sobre sí mismo y había terminado con esa horrenda descomposición. La decisión estaba tomada: volvía de inmediato a los EE.UU. para perseguir y atormentar a Zhangsun con la más cruel de las muertes y para convocar él personalmente a la Sombra de la Abominación. De hecho, ahora mismo habían hablado por última vez antes de que embarcara en su viejo navío inglés en dirección a las costas americanas.
Terminada la reunión, Hansock salió de su laboratorio y subió a paso renqueante las escaleras que conducían hacia la primera planta. En las paredes de las escaleras abundaban los panfletos propagandísticos que sus “soldados” repartían de vez en cuando. “Únete al Auténtico Klan del Kúklu” decía uno, o “De la Violencia a la Supremacía. De la Supremacía a un Nuevo Caos Mundial” decía otro.
Cuando por fin llegó a la primera planta cerró la puerta con llave y salió a un gran comedor repleto de ventanales. Un par de negros acababan de disponer una mesa digna de un banquete y nada más ver a su señor entrar se marcharon por la puerta del servicio. El salón estaba presidido por un gran cuadro donde aparecía el propio Hansock cubierto con las clásicas vestiduras blancas del Klan. El hombre sostenía en sus manos un cojín sobre el cual descansaba una espada, pero el auténtico centro de atención del óleo era el fondo, dónde una gran estructura de madera en forma de hélice ardía en llamas.
Humphrey, su mayordomo personal, hizo aparición.
-Hay un joven en la entrada, dice que acaba de llegar de Tombstone y que usted le estaba esperando.
Sin mediar palabra el terrateniente se dirigió hacia la entrada de la mansión donde efectivamente estaba sentado un joven de pelo panocha y de aspecto cansado.
-¡Hola!-dijo Hansock con su mejor sonrisa falsa- Eh… ¿James te llamabas, no? ¿Cómo estás? ¿Cómo ha ido el viaje?
El joven se levantó rápidamente e hizo intención de darle la mano pero Hansock se adelantó y en vez de eso le dio unas fuertes palmadas en la espalda.
-Bien, muy bien señor –dijo el tal James un tanto abrumado por la cálida bienvenida- Al principio el trayecto se me hizo un poco largo pero cuando llegué a…
-¡Me alegro mucho! Pero dime, ¿has conseguido lo que te pedí?
-Eh… sí. Aquí está todo.
El joven sacó un pequeño papel de su bolsillo y se lo entregó. Hansock le hecho una ojeada fugaz y se quedó sorprendido al reconocer uno de los nombres. En seguida se guardó el papel en su bolsillo, y con fingida confianza descansó su mano sobre el hombro de James.
-Muy bien–asintió Hansock satisfecho- ¿Estás seguro de que estos son todos los nombres?
-Sí, no hay duda. Son todos los que están en la lista –respondió.
-Perfecto. Dime, ¿levantaste alguna sospecha? ¿Crees que alguien intuyó tu engaño?
-No, no lo creo señor. Me presenté como periodista de la capital, así que todos estaban ansiosos para hablar conmigo y contarme su versión de la historia.
-¡Estupendo! Has hecho un buen trabajo chico. Ahora ven conmigo, te voy a presentar al resto de los muchachos. Están tomando unas cervezas en el campo de atrás y estoy seguro de que se alegrarán de conocerte.
Hansock condujo al joven por toda la mansión hasta que por fin salieron al patio trasero cruzando dos enormes puertas de estilo francés. El patio no era más que una parcela yerma y cercada que hacía las veces de campo de tiro. A su alrededor habían otras grandes fincas algodoneras en las que estaban trabajando numerosas cuadrillas de hombres y mujeres negros.
En medio del campo de tiro había varios espantapájaros que servían como diana y que estaban caricaturizados de alguna u otra forma. Un par de esos espantapájaros eran burdas parodias de hombres negros. Otro simulaba ser el presidente Lincoln y un último tenía una ligera semblanza con el presidente Ulysses Grant. Grant había prohibido hacía pocos años el Ku Klux Klan y su maniquí estaba especialmente agujereado.
Al descanso de la sombra que daba el porche, una decena de sujetos hablaban y reían a carcajadas. Todos eran hombres blancos, bastante veteranos y muy corpulentos. Muchos empuñaban rifles y todos llevaban en la mano su botellín de cerveza.
-Mirad chicos, –dijo Hansock nada más llegar- este es el chaval del que os había hablado.
Los demás interrumpieron sus charlas y se quedaron mirando al joven sin decir nada.
-Ha hecho un largo viaje desde Tombstone –prosiguió- y ha conseguido para nosotros una información muy importante. Luego os daré los detalles de lo que tenemos que hacer ahora.
El joven de pelo panocha no cabía en sí de alegría. Parecía que su entrada en la organización, en el Auténtico Klan del Kúklu, sería más rápida de lo que jamás se había atrevido a soñar.
-Jefe –dijo un tipo que estaba recostado sobre una enorme caja de municiones- este chaval está “esmirriao”, ¡lo va usted a matar con tanto viaje!
Todos, incluido el tal James, se echaron a reír.
-Sí, -contestó Hansock- será mejor que ponga el chico a descansar un rato.
Dicho esto el terrateniente sacó su revólver de oro y disparó a James un tiro en la nuca. El joven de pelo panocha aún se estaba riendo cuando su cuerpo cayó al suelo. “Joder”, soltaron sorprendidos algunos de los hombres.
-Enterradlo- ordenó Hansock.
Luego sacó el papelito que le había entregado el muerto y se lo pasó a uno de sus hombres.
-Toma. Hay que buscar a los tipos que aparecen en esta lista. Uno de ellos, no sé cuál, tiene un medallón religioso muy importante.
El hombre que había recibido la lista se levantó y tras echar un trago largo de cerveza la leyó en voz alta.
-Bruce Coulon, Allan Dewey también conocido como Steve Clanton y por último Ben Rumson.
-¿Bruce Coulon? –preguntó extrañado otro de los hombres- ¿Este no fue coronel de nuestro ejército?
-Sí, –respondió Hansock- de este me encargaré yo personalmente, tengo una cuenta pendiente que saldar con él. Los otros dos los dejo para vosotros. Quiero que los cacéis lo más pronto posible y no quiero excusas. Emitiré también una orden de captura para la Agencia Pinkerton.
Joseph Hansock III entró de nuevo en su mansión. Su único ojo visible brillaba con determinación mientras recapacitaba en todo lo que le venía por delante.
“Zhangsun está escondido en algún lugar por ahí fuera con la daga molecular y el Libro de Toth. Esa descomunal criatura que apareció en el Templo de Hali sigue por el momento escondida, pero no creo que por mucho tiempo más. Cuando tenga hambre saldrá a la superficie y será un jodido caos.
Además el Anciano está a punto de volver por fin a los EE.UU. Esto lo cambiará todo. Cuando él esté aquí, recuperaremos los objetos que ha robado Zhangsun y viajaremos hasta 1863 para cambiar el rumbo de la historia. Pero antes de todo esto yo tengo que dar caza a esos tipos que se hicieron el héroe en Tombstone y recuperar el Medallón.”
Todo esto va a ser divertido, -se dijo a sí mismo en voz baja- muy divertido.
THE END