El corazón del joven mago acabó por quebrarse del todo. La desesperación se arraigó profundamente en su pecho, y estalló en un terrible grito que se dejó oír por los alrededores. Las lagrimas corrían ahora libremente por sus mejillas. Lágrimas de dolor por la pérdida de su querido maestro, y de rabia hacia los que habían echo aquello.
Judas no sabría precisar cuanto tiempo permaneció arrodillado junto a su maestro. Abrazado a su frio cuerpo.
Cuando las lágrimas al fin se secaron, y su desesperación menguó, el joven mago buscó una pala con la que enterrar a Lucius. No quería dejar el cuerpo de su maestro a la intemperie para que los animales lo mancillara.
No podía calcular si había tardado mucho o poco, pues su cuerpo parecía actuar por instinto, mientras su mente estaba en blanco, intentando enterrar la pena y el dolor.
Cuando el desagradable trabajo estuvo echo, volvió a llorar amargamente.
Casi como si estuviera en un sueño, recogió todo lo que aun tenía alguna utilidad, y se dispuso a ir a Lunil. Tenía que explicar lo que había ocurrido a sus compañeros y amigos, tenía que averiguar que había pasado.
Con la alma partida, Judas vivió las siguientes horas de su vida como si no fuera él quien lo hiciera, como si tuviera los sentido embotados, como si quisiera escuchar o ver desde el interior de un lago al exterior. Lo único que realmente sentía era dolor y odio.
Enterró con la ayuda de una azada el cuerpo de su maestro, del que se despidió con un sentido silencio roto tan solo por la respiración afligida del llanto contenido. Tras dar un último vistazo al interior de la la desvencijada torre, Judas recordó el pequeño alijo que tenía su maestro tras un piedra disimulada de su dormitorio. Allí estaba el tesoro más grande para la mayoría de los magos, allí permanecía el grimorio de Lucius. . Sin ánimo de estudiarlo, el joven se puso ya en marcha hacia Lunil, pues lo acontecido tenía que saberse. También había un pequeño saquito con unos componentes mágico especialmente caros y difíciles de enontrar.
El mago tomo el camino a Lunil, con el alma encogida y las mejillas aun sucias por las lágrimas. Apoyado en su bastón, caminaba penosa y lentamente, mientras con el brazo que le quedaba libre abrazaba el grimorio de su maestro, como si de esta forma pudiera sentir aun la presencia de Lucius.
Con los ojos clavados en el polvo del camino, casi no reparaba en el paisaje que antaño había disfrutado de camino al pueblo, todo parecía estar rodeado de una espesa niebla.