Muy, muy buena, Horus. No es necesario ningún cambio. Ve ahora a la escena "[TERAPIA] - AUTÓLISIS"
Gracias! :D
Ok, por allí me pasaré.
Las nubes se cerraron de nuevo ocultando la fugaz lucidez que había hecho su aparición por primera vez desde hacía meses. La espiral de horror, remordimientos y rechazo le hundió poco a poco en las desgarradoras garras del sueño narcotizado, en la densa atmósfera de la química barata. Su castigada mente volvía una y otra vez a la grotesca escena de la que había sido partícipe. La sombra de un pasado que le perseguía... ¿Recuedas Jason?, ambos estuvimos allí...
-Esta muerta y el otro tipo casi lo ha logrado- La voz le llegó a sus oídos desde un extraño ángulo. Casi no recordaba nada desde el último pico, apenas un par de traspiés en la calle, tal vez contra algún transeúnte, puede que contra algún contenedor.
-Si, lo ha encontrado la policía tirado sobre el cadáver desnudo- aquella voz sonaba acusadora, perturbadoramente acusadora, el pastoso sonido hizo estremecerse algo en la memoria de Jason. El grupo de niñatos le había rodeado justo cuando llegaba lo mejor del viaje de caballo. Solía ir a buscar algo de su pequeño vicio a los suburbios próximos a la estación de ferrocarril. Siempre que caminaba por aquella calle recordaba su niñez y las advertencias de su madre acerca de los peligrosos individuos que solían pulular por allí. Hoy su madre no habría temido por él, ya no se diferenciaba de las grises máscaras que daban tumbos en dirección al abismo de la droga.
-¡Dios!, malditos drogatas. ¿Has visto como tiene las ingles?. Este esta casi en las últimas, ya no tenía apenas un lugar donde inyectarse. No tengo acceso a una sola arteria para colocarle la vía- desde el otro lado del habitáculo de la ambulancia le llegó una sugerencia -Si, probaré con la vía nasal, aunque es algo doloroso- El pinchazo de dolor hizo emerger otra de sus lagunas ocultas de la memoria. Recordó cómo le habían rodeado al menos tres jóvenes, golpeándole sin para e insultándole continuamente. Al principio apenas notaba las lesiones pero la droga tenía extrañas cualidades potenciando las sensaciones y decidió que aquella mañana el fuego de un mechero se convirtiera para él en la peor de las torturas. No pararon hasta quemarle todas las yemas de los dedos de manos y pies. El gritaba, el coro de risas le acompañaba en su tortura. Fue en aquel momento cuando uno de ellos habló del dulce pastelito que se acababan de comer.
-Bien, ya es todo vuestro. Es el que encontramos tirado encima del cadáver- El frió metal de la pistola se había incrustado con fuerza al recibir el primero de los golpes con el cañón de la misma. Con el miedo habitando todo su ser Jason había entrado en el callejón a donde le habían empujado mientras trataba de enfocar la escena que se presenta ante sus ojos. El callejón se encontraba repleto de restos de basura y humeantes alcantarillas de intenso olor, los grafitis daban la decoración, la escasa luz iluminaba la protagonista de la escena. Las blancas nalgas de la chica casi parecían refulgir en el centro de la oscura escena ante la anaranjada luz que desprendían las farolas de las calles vecinas. La mujer era menuda, con una larga melena rubia que se desparramaba entre los restos del callejón, enmarcando el rasgado y sucio vestido blanco que debía de haber llevado puesto momentos antes y que ahora apenas se mantenía remangado sobre sus hombros. Bajo el cuerpo de la mujer, entre sus piernas, un gran charco oscuro y viscosos delataba su reciente pasado. Los jóvenes empujaron a Jason una vez mas y le obligaron a desnudarse entre espeluznantes carcajadas. La pistola volvió a convencerle de que debía hacer lo que ellos querían.
-Bien, por fortuna llevaba su dirección en la cartera. Llama a la policía y que miren a ver si pueden ponerse en contacto con algún familiar- Recordó cómo se había arrodillado frente a la chica mientras trataba de aguantar la primera de las arcadas. Una brutal patada le lanzó sobre el cuerpo aun tibio mientras dos fuertes manos le sujetaban encima del cadáver. Jason vomitó entre los omóplatos de la víctima. Los chicos abrieron las piernas del cadáver mientras le instaban a violarlo, él no tuvo ninguna posibilidad de rechazar la macabra oferta. Siempre recordaría el sonido del nefando acto, el olor de la chica, la tibieza del cuerpo que poco a poco se enfriaba sobre el asfalto. Nunca olvidaría sus voces para buscar venganza por lo que le hicieron.
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Las baldosas blancas cubrían completamente el espacio que delimitaba la habitación. Jason había pasado allí los últimos cinco meses tratando de superar la adicción que le había levado a arruinar su vida. El tratamiento había sido un camino largo y complicado pero parecía que por fin había ganado la guerra a la demanda de sus arterias. Durante todo el tiempo que había pasado en el hospital apenas había salido de su habitación, tan solo en algún pequeño paseo que los enfermeros le habían permitido dar por el jardín. Su hermana había utilizado todos los recursos que estaban a su disposición para ayudarle a salir de su adicción, y eso era algo que él tenía muy presente. Sus planes en este momento consistían en salir pronto del hospital y reinsertarse en la sociedad para devolver a su hermana el enorme favor que le había hecho. Sus padres no querrían saber nada de su hijo descarriado, aunque también les devolvería el dinero que les había costado el juicio.
Jason estaba consumido. Las buenas intencionesformaban su corteza exterior pero él sabía que un terrible monstruo habitaba bajo aquella capa. Su interior solo conocía una cosa, el odio y la necesidad de venganza. ¿Cómo sería su vida tras lograr saciar aquel terrible pozo en su alma?
Bueno creoq ue con esto esta terminada. Si necesitas más dímelos y trataré de ampliar el aspecto que quieras. Ya me dirás que te parece.
Gracias por esperarme y no desesperar!
El padre Roberts nació en un barrio pobre alejado del ideal de vida americano. De pequeño vivió rodeado de miseria, delincuencia y tristeza. Su padre empleado de una fábrica sin mucho futuro era un alcohólico que pegaba a su madre de manera regular, y su madre malvivía como podía, realizando las tareas domésticas con pena día sí día también.
Un día, cuando él tenía 9 años, un atracador les hirió gravemente ambos, su padre murió en el acto y su madre quedo en coma para morir meses después. Ya con su vida truncada y con la moral aplastada fue ingresado en un internado católico, donde los curas, le dieron unas cuantas respuestas para la vida, debido a su débil estado, se aferró a ello como un clavo ardiendo, hasta el punto de ser el más devoto de todos. Estudió cada día, y empezó a rezar todos los días y tuvo claro cual era su futuro, cual era su misión en la vida, él debía encauzar a la gente esta sociedad cada día más perdida.
Creció y se convirtió en todo un hombre, parece que había heredado la fuerza y vigor de su padre, así como parte de su genio, temperamento y agresividad. El ya Padre Roberts ponía especial atención en que nadie quebrantara los mandamientos ni la palabra de Dios. Siempre dejando bien claro lo que está correcto y lo que no. Poco a poco, empezó a involucrarse de manera directa, prohibiendo a sus fieles de manera directa e intimidatoria, hasta el punto de llegar a agredir a alguno de ellos cuando reincidían, especialmente con los ex-alcohólicos que volvían a beber, pues le recordaban a su padre.
Las cosas empeoraron cuando un día noto cierta atracción física por un hombre, y temió ser un enfermo homosexual, aquello contra lo que él había luchado tanto, para él eso era inconcebible, y lo oculto en lo más hondo de su ser, y cada día que lo recuerda, o vuelve a sentir algo así se castiga. De ahí en adelante y como proceso de defensa, fue especialmente duro con los gays. Pero desde estonces sufre verdaderos trastornos mentales que le atormentan y obligan a desahogar de manera dura, con varias palizas y duros tormentos psicológicos a algunas personas.
La cosa siguió hasta tal punto que después de muchas quejas y problemas, y después de que sus superiores hicieran oídos sordos, fue detenido y examinado psicológicamente, y resulto ser una bomba de relojería, todavía la gente cercana a él recuerda, la maldición que soltó cuando fueron a detenerle, pues él era un elegido de Dios y no podía tolerar que nadie estropeará su obra, pues él debía volver a la gente del vale de la oscuridad a los buenos senderos, y su tarea no estaba concluida ni mucho menos.
Hija única de un matrimonio establecido en México. Su padre era un adinerado empresario industrial que colocaba a su familia en una de las zonas más adineradas del país, y su madre una mujer sencilla procedente de Estados Unidos que se transladó a Santa Fé, ciudad de México, por cuestiones de trabajo de su marido.
Viendo las dificultados económicas en las que se estaba volcando la empresa de los Del Monte, el propio abuelo de Melissa, situado en la cumbre de la empresa que en un futuro heredaría su hijo, llevó en la oscuridad negocios para un secuestro controlado de su nieta, generando con esto dinero negro libre de impuestos con tal de cubrir las deudas, con la idea de volver a recuperarla a los pocos meses en perfectas condiciones. Pero mientras el resto de la familia se dejaba el pellejo negociando con los secuestradores el rescate de la pequeña, que en aquel momento contaba con 7 años, los negocios no llegaron a buen puerto y a la niña se la acabó dando por desaparecida y muerta pocos meses después, cuando en realidad pasó a formar parte del tráfico de niños.
Lo último que supieron de su hija fue una última foto que enviaron a la familia antes de cerrarse el caso, el cual se concluyó por falta de pruebas y pistas a seguir.
Cerrado el caso, dejándose llevar por los hilos de una red de tráfico de menores, acabó tras diversas negociaciones formando parte de un denso grupo de menores secuestrados por una secta religiosa poligámica, liderada por Warren Jeffs, en ElDorado, una población de Texas situada en Estados Unidos que desconocía por completo la existencia de este grupo, pero que seguía también la pista de algunos desaparecidos.
Allí pasó seis años que para la criatura resultaban interminables, hasta que finalmente lograron enviar una llamada de auxilio a las autoridades por medio de uno de los pequeños que logró consiguió escapar del edificio y alertó a unos viajeros en carretera.
Tras el aviso a las autoridades pertinentes, los Servicios de Protección al Menor junto a cuerpos de policía irrumpieron en el rancho en el que se producían los hechos, el cual ocupaba una extensión de 800 hectáreas y al que se llegaba por un angosto camino pavimentado, alejado sobradamentede lo que sería la zona urbana. Dentro de lo que parecía ser una admirable iglesia blanca encontraron evidencias de lo que habían sido siniestros rituales de manos de al menos 150 miembros de una reservada iglesia procedentes de la frontera Arizona-Utah, los cuales (cómo no) mantenían contacto con diversas redes de prostitución y tráfico de menores procedentes tanto del sur como del norte de América.
Asimismo, dieron con los cuerpos tanto de los niños liquidados como de los supervivientes de dicha congregación. De allí, aún vivos, lograron liberar a 32 menores de ambos sexos, con edades comprendidas entre los 6 meses y los 17 años, que habían sido obligados a vejaciones de todo tipo. Sacaron a los menores en autobuses, los cuales vestían de la forma más conservadora, las niñas con vestidos recatados de mangas largas. La gran mayoría habían sufrido maltrato físico y abusos sexuales, siendo víctimas de diversos rituales, otros tenían la mente lavada por completo o habían sido forzados a contraer matrimonio con adultos, e incluso dos menores estaban en cinta. Melissa, que en aquel momento contaba con trece años, era una de las menores embarazadas, apenas de tres meses cuando la policía puso orden en el recinto.
Pero a pesar de poner fin a aquella pesadilla, la joven de 13 años se mostraba completamente inestable. Había pasado los últimos seis años en el recinto y afirmaba que le habían metido dentro a las víctimas de la grotesca comisión y que sus voces no la dejaban dormir desde hacía meses. Y como era de esperar con las víctimas de aquella macabra escena, les proporcionaron asistencia médica y psicológica y devolvieron los hijos desaparecidos a sus respectivas familias (si podía darse la oportunidad, ya que algunos se daban por muertos hace mucho y se desconocía su procedencia e identidad), cuando no buscando familias adoptivas. Por su parte, Mel fue una de los varios que ingresaron en el hospital psiquiátrico por tiempo indefinido hasta la fecha de hoy, después de haber decidido abortar años atrás. Esto dañó aún más su sensibilidad y empeoró su estado...
Apenas recordaba nada de su anterior vida ni de ella misma tras el lavado de cerebro, ya que también se dedicaron a cambiarles la identidad a los niños para provocar confusión. Se mostraba asustadiza y desconfiada. Sufría numerosos ataques de pánico y claustrofobia y le gritaba a las voces que la dejaran en paz. Pero de nada servía la asistencia médica ni el tiempo que pasara rehabilitándose... Las voces, el infierno pasado, se habían quedado agarrados a sus huesos y eran parte fundamental de ella.
Pero en todo el tiempo que estuvo hospitalizada logró mantener relación con unos pocos. Vió en Christina Reed cierta figura maternal, la misma que no había sentido en los últimos años de su vida, y acabó sincerándose notablemente con la homicida... Pero también con uno de los investigadores que en su día se hizo a cargo del caso de la menor y que desarrolló cierta simpatía simpatía con la joven.
-¡Bien, Alex! ¡Ahora voltea, bloqueo, finta, flecha… Muy bien! –animó el instructor, asombrado con los progresos que el actor estaba haciendo en tan poco tiempo. La esgrima antigua no era una disciplina sencilla de dominar, pero Alex Schultz parecía tener una afinidad natural con el acero. A decir verdad, aquél polaco tenía afinidad con cualquier cosa por la que se inclinara uno de sus personajes. Era increíble ver cómo ese hombre de apenas treinta años era capaz de mimetizarse en Romeo, Otelo, Mcbeth con tal maestría que nadie de aquél tiempo hubiera notado la diferencia.
Pero no sólo Shakespeare… Don Juan Tenorio en una ocasión, Erik el Fantasma de la Ópera en otra, e incluso en el papel femenino de Blanche Duboise en “Un tranvía llamado deseo”. No cabía duda de que Alex había nacido para ser actor. Y ahora se preparaba para encarnar al último personaje que su compañía le entregó: Sir Alec DeRoos, un devoto caballero templario que siente en un momento concreto de su vida una terrible crisis de fe. Se había encerrado un mes en su piso de Las Ramblas, estudiando libros de historia, leyendo poesías de la época sin traducir al castellano común, textos en los que se describían a la perfección los modales, formas e indumentaria de la época…
Y ahora parecía un caballero templario casi la mitad de su tiempo. Por supuesto, nadie se preocupo por ello. Estaban acostumbrados a ver a Alex así. A las 19.30 de la tarde volvería a ser él, pero hasta entonces, sus compañeros, instructores y amigos debían conformarse con pasar el día desde las 8.30 de la mañana hasta aquella hora junto a Alec. El mismo que, precisamente, combatía contra Fernando Villar. Fernando era un gran amigo de Alex desde que llegara a Boston, casi una década atrás. Era profesor de literatura en la universidad de Harvard y, además, instructor de esgrima antigua española. Por eso su ayuda era inestimable para el papel que encarnaba ahora el polaco.
-¿Agora decimes ca estos movimentos son buenos? –preguntó extrañado Alex… o más bien Alec, retirándose con la mano el largo cabello rubio hacia atrás-. Non, Fernando… ¡Non! ¡Habemos de coidar, toma por entendedera, fasta l’óltimo detalle!
-¡Me cago en la puta, Alex, que es que no entiendo una mierda de lo que me dices! –exclamó Fernando, algo airado. Aquella enfermiza expresión del actor del método Stanislavsky resultaba, en ocasiones, enervante y desesperante-. ¿Por qué no dejas de hablar así por un rato hasta que me entere de lo que quieres decirme?
-¡Cuidad la vosa lengua, o vereisla cercenada en el suelo! –gritó, envalentonado y gallardo el actor. Justo en ese momento su reloj comenzó sonar. La alarma. Eran las 19.30. Su pose se relajó, dejó la espada en el suelo y, por un momento, pasó de ser una persona a otra muy distinta-. Mis movimientos no me convencen, Fer. Los veo torpes e imprecisos…
Demasiado perfeccionista. Demasiado ambicioso. Aquellos eran los mayores defectos de Alex, a ojos de Fernando y de cualquiera que le conociera lo suficiente. A veces su novia se planteaba la posibilidad de que sufriera algún tipo de trastorno que le obligase a “fugarse” de su vida y personalidad, para vivir en una realidad alternativa. Pero siempre que le preguntaban al respecto, Alex respondía con negativas y risas, sugiriendo que la que estaba loca era ella.
-A ver, Alex, se supone que yo soy el que sabe de esto, ¿no? Tus movimientos son buenos, ¡sólo llevas dos meses practicando y como sigas así podrías convertirte en instructor en menos de medio año! Joder, no había visto nada igual, te lo prometo –aseguró Fernando, verdaderamente molesto con la falta de confianza de su amigo.
Él, por su parte, negó con la cabeza, se secó el sudor de la frente con una toalla y dio un trago de agua antes de responder:
-Falla algo. En serio, falla algo. No puedo imaginarme a un caballero templario ejecutando un mandoble con tanto estilo… Esos hombres se jugaban la vida por sus ideales y, aunque eran expertos espadachines, muchas veces durante el combate no podían permitirse el lujo de pensar sus ataques. Aquí está todo controlado, todos los movimientos calculados. No debe ser así, porque en el combate no tienes tiempo para pensar.
-¿Y qué quieres, hombre, un combate a vida o muerte entre tú y yo? En la obra sólo hay dos escenas de combate. Con lo que ya sabes el público va a enloquecer… Pero tú no quieres quedarte con eso, ¿eh? Tú tienes que ser el mejor espadachín del siglo XXI.
-No, coño, Fernando, yo lo que quiero es estar satisfecho conmigo mismo. Tengo que dar lo mejor, no para contentar a los espectadores, sino para contentarme a mí… En fin, vamos a ducharnos y a cambiarnos o Cristina se cabreará si llegamos tarde.
Sir Alec DeRoos estaba de rodillas en su celda, con los codos apoyados sobre el jergón y las manos juntas. Los ojos cerrados y la boca entreabierta, susurrando plegarias y súplicas al dios de los cristianos. Había cumplido con su misión incontables veces. Había protegido con total seguridad a casi un centenar de peregrinos que, tras la Primera Cruzada, se dirigían a Jerusalén. Era mayor. Casi treinta años cargaba a sus espaldas. Las cicatrices dolían, la armadura y la espada pesaban más y, aunque su salud siempre fue buena, tenía la extraña sensación de que cada día enfermaba con más rapidez. Había visto, con todo, demasiadas cosas. Sus ojos estaban también cansados.
Alec era uno de los pocos veteranos que sobrevivieron a la batalla de los Cuernos de Hattin, en la que Saladino, el sultán de Egipto, a la cabeza de los ejércitos sarracenos, derrotó estrepitosamente a los caballeros templarios y hospitalarios. Muchos de sus camaradas y amigos murieron, entre ellos el Gran Maestre de la Orden, mientras que el número de bajas hospitalarias fue mucho menor. Se preguntaba una y otra vez si acaso aquellos caballeros no les manipularon con algún oscuro y secreto fin para precipitar, algún día no muy lejano, su definitiva caída. Era bien sabido que los de la Orden del Hospital codiciaban las arcas del Temple.
Cada vez sus dudas eran mayores. Sentía aquella enfermedad como una mancha negra que, en su interior, crecía con una rapidez cada vez mayor. Dios. Ese era el nombre de la mancha. Toda su vida había sido consagrada a Dios. Él era un rico y notable hombre de bien en París, su tierra natal, pero dejó muy joven aquella vida y entregó la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo su completo patrimonio con la intención de comenzar una nueva vida. Ganó, sin embargo, en un gran sentido de la espiritualidad. Sus creencias eran férreas e inamovibles, sus valores legendarios. Pero cuando la práctica totalidad de sus mejores amigos murieron en batalla, comenzaron a surgir las dudas.
Si Dios era un dios de amor, sacrificio, bondad… y su hijo había venido a la Tierra para salvarnos, ¿entonces por qué permitía que tales cosas como las guerras, las masacres indiscriminadas y, en general, todo el mal del mundo acontecieran? Era ilógico. No tenía sentido alguno. Una idea terrible empezaba poco a poco a formarse en su mente y en su corazón: la idea de que, lo único claro en el mundo era que el Mal existía. Y si el Mal existía, por fuerza también Lucifer, su máximo representante, aquél que lo trajo a la humanidad. Pero, si el Diablo existía, también aquello sería la prueba de que el mismo Dios lo hacía, pues él creó a Satán, el Enemigo. Por tanto, comenzaba a pensar, sólo hallaría un modo de poner fin a su crisis de fe: encontrar a Satán para confirmar la existencia de Dios…
La cena había sido deliciosa. Era habitual que Christine, Fernando y Alex fueran a cenar los viernes por la noche a aquél restaurante de comida italiana. Al actor, en concreto, no le entusiasmaba demasiado, pero la toleraba. Siempre había preferido la carne roja. A su manera, adoraba a su novia. Tenía comprado un anillo y pensaba pedirle matrimonio el mismo día del estreno de su obra, titulada “El caballero sin fe”, delante de todo el público. Sin embargo, desde hacía unos días, tenía una molesta sensación y un constante mal sabor de boca que no sabía identificar correctamente… Y sólo le ocurría en presencia de Christine. E, inevitablemente, aquella sensación la relacionaba con la infidelidad… Sin saber cómo ni por qué, empezaba a pensar que ella podría estar siéndole infiel. No lo comentó con nadie, ni siquiera con Fernando, su mejor amigo, pero el sentimiento no desaparecía.
-¡Por favor, Alex, no seas pesado! –espetó la chica al polaco, en mitad de una conversación, con gesto agrio-. ¡Sí, ¿vale?! ¡Ya te he dicho que no estoy enfadada, joder! Es tu trabajo y lo respeto. Además esto no deberíamos estar hablándolo delante de Fer… -desvió la vista hacia el otro, disculpándose silenciosamente.
Alex se ruborizó al instante. La verdad era que, como el increíble actor que era, actuaba la mayor parte del tiempo. Era mucho más sensible y tímido de lo que aparentaba, pues todos los que le conocían le sabían con iniciativa y mucho ímpetu en todo lo que hacía.
Pero en realidad Alex siempre había tenido numerosas carencias. Carencias afectivas de su niñez combinadas con problemas serios en su país natal. Dichos problemas y carencias le llevaron a convertirse en un hombre algo posesivo, retraído y muy sesudo. Antes de llegar a Inglaterra con sus padres y encontrar su verdadera vocación en el teatro gracias a sus estudios en la Universidad de Bristol, pasaba la mayor parte de su tiempo encerrado en sus pensamientos, observando cuanto le rodeaba como un ratoncillo asustado y con graves problemas de autoestima.
Pero cuando las puertas de la interpretación y el arte dramático se abrieron ante él, todo cambió. Inventó sus propios personajes y de cada uno tomó algo de lo que conformaría su nueva personalidad, hasta crear una artificial. Todo el mundo estaba encantado con ella, a diferencia de la otra. Y, gracias a ello y a su talento, consiguió fama y buena reputación en el mundo del teatro. No sólo eso. También hizo numerosos amigos y tuvo algunas relaciones amorosas que, por desgracia, nunca llegaron a buen puerto.
Esta vez, en cambio, tenía la impresión de que Christine era Ella. Y, por eso, sólo se mostraba como realmente era con ella, porque no consideraba que nadie más, ni siquiera Fernando, debiera conocer su verdadero ser.
Por eso, aunque ruborizado, se colocó su máscara una vez más, como hacía siempre, y continuó hablando:
-Comprende que me preocupe, joder –tenía un fuerte acento del este de Europa-. Eres mi novia y no paso contigo todo el tiempo que me gustaría. ¿Está mal preguntar? –miró a Fernando, buscando su apoyo (sabía que se lo daría)-. ¿Está mal que uno se preocupe por su novia?
-No, tío, yo pienso que no… Perdona, Chris, pero tiene razón –secundó el otro, taladrado por la mirada de su interlocutora.
-A ver, yo no digo que esté mal, yo digo que lo preguntas demasiado. ¡A veces consigues cargarme, Alex, lo siento de verdad, cariño! Tú relájate y céntrate en tu papel… -sonrío entonces, comprensiva, a sabiendas de que sería la única forma de relajar a su novio-. Céntrate y así será un verdadero éxito, como siempre.
-Gracias, cariño –respondió el actor, más tranquilo y contento, con una sonrisa. Entonces cambió de tema, aprovechando el que estaban tocando-. Deberías habernos visto, amor, los dos con las espadas bastardas (¿se llamaban así, verdad?). Parecíamos dos caballeros templarios realmente. Es impresionante cómo podían manejar semejantes armas… Me cuesta mucho aprender.
-No le hagas ni caso, Chris, Alex progresa a toda leche –intervino su amigo-. De aquí a un par de meses podría darme una paliza, en serio. Es con mucho mi mejor alumno… Y he tenido muchos.
No eran palabras vacías, Alex Schultz era un gran observador e imitador. Asimilaba bien cualquier enseñanza que se le impartiera, y su cuerpo poseía una capacidad mímica excelente. Además, se trataba de un gran observador. Demasiado obsesivo, tal vez… Pero tenía muchas virtudes, de eso no había duda.
Alec DeRoos buscaba al Diablo, porque a través de él descubriría a Dios. Se había obsesionado con aquella presencia, aquella sombra acechante que rondaba el corazón de los hombres, que les incitaba al pecado y que era capaz de convertirles en monstruos. Veía el mal. Era capaz de observarlo en cada lugar que pisaba, pero no era capaz de encontrar a Satán. Lucifer era artero, sibilino, utilizaba tácticas ocultas y magia oscura para llevar a cabo sus propósitos, nublando el juicio y los sentidos del Pobre Caballero de Cristo, cuyo ánimo decaía cada día más. Incluso en aquél tiempo de guerra, cuando el espíritu humano se emponzoñaba más, era invisible a sus ojos. La mayor parte de Tracia había sido tomada por el imperio búlgaro, dirigido por el emperador Kaloyan, y los cruzados habían conseguido poner freno a sus ambiciones en Serres, donde resistían con uñas y dientes. Sus hermanos y él mismo habían sufrido una aplastante derrota que les había obligado a retirarse al interior de la ciudad.
Muchos de sus Hermanos habían resultado muertos o heridos durante la batalla, y Sir Alec tenía la certeza de que su vida no se alargaría por mucho más tiempo. Había consagrado su vida a un propósito que, ahora, parecía vacío, sobre todo si sus días estaban contados. ¿Qué podía hacer contra los designios de un Dios que no parecía hallarse en ningún lugar al que mirara? ¿Resignarse? ¿Confiar en la liberación y el conocimiento que vienen con la muerte? ¿Y si entonces el buen Dios decidía castigarle no aceptándole en el Paraíso por su crisis de fe? Por primera vez en mucho tiempo, Alec sentía miedo. Se había acostumbrado al sufrimiento tras una vida de penurias, batallas y heridas que no habían terminado de sanar adecuadamente, sobre todo aquellas que habían sido lanzadas contra el alma.
De cualquier forma, si su espíritu estaba inquieto, su rostro y su cuerpo no daban muestras de tal cosa. El templario, demasiado vivido para su edad, mucho más maduro de lo que se esperaría, ocultaba sus emociones y verdaderos pensamientos tras una máscara de imperturbabilidad y un auto-impuesto voto de silencio.
Aquella mañana había estado visitando a los heridos, dándoles consuelo con silenciosas oraciones que no sentía, sanando sus heridas con sus precarios conocimientos de medicina de campaña, acompañándoles a medida que sus almas dejaban sus maltrechos cuerpos para irse a descansar a un lugar mejor.
Ahora afilaba su espada con una piedra de afilar. Se deleitaba con el chirrido metálico y las chispas que se desprendían del filo, antes mellado.
Pero su pasatiempo temporal se vio interrumpido con el tañido de la campana de alarma… Los ejércitos de Kaloyan se habían puesto en marcha…
Aquella tarde habían tomado el círculo interior de Serres. Los días de Alec DeRoos estaban contados…
Alex se había recogido en su buhardilla. Era una habitación amplia, extensa, con dos armarios llenos de disfraces que había utilizado en sus actuaciones. Había libros por todas partes y de muchas temáticas diferentes: historia, arte, interpretación… Todo un pequeño mundo consagrado al arte de la interpretación. Se encontraba sentado de rodillas en el centro de la estancia, vistiendo una cota de mallas a cuerpo completo, debajo de un blasón templario. Se había dejado crecer la barba y hecho algunos cortes, incluso, para hacer más creíble el disfraz, e incluso había comprado una espada de mano y media real, que descansaba frente a él.
Mantenía los ojos cerrados. Había asimilado cada una de las convicciones morales y aspectos de la personalidad de su personaje y, poco a poco, se esforzaba por convertirse en él. Un caballero templario que había perdido la fe… De ideales férreos, convicción en su misión… Un superviviente nato, un hombre verdaderamente singular… Alec DeRoos, el caballero sin fe.
Se puso en pie súbitamente, alzando la espada con una nueva mirada. Estaba dejando de ser Alex y se estaba convirtiendo en Alec. Alzó la voz, entonces, sabedor de que estaba solo en su casa y no molestaría a nadie…
-¡Aparesce, Satán, e proba el mío ferro! ¡Sólo sy aparesces en aquestas tierras que nos morades, seré capaz de l’alcanzar la entendad del Poderoso Dio! –exclamó a los cuatro vientos con convicción. Lo estaba consiguiendo… El lenguaje, los movimientos… Estaba dejando de ser un actor y estaba convirtiéndose en un templario…
Pero un ruido le sacó de su interpretación. Había pasado tanto tiempo concentrado que no había sido consciente de que nadie hubiera entrado en casa. Seguramente sería Christine. Era cierto que últimamente no pasaba demasiado tiempo con ella… Quizá esperar al día del estreno era esperar demasiado tiempo. Veía en su novia cómo su carácter cambiaba poco a poco debido a sus constantes aislamientos y a su enfermiza técnica de interpretación. No quería perderla. La amaba demasiado. Ella era la única que había conseguido darle lo que tanto había ansiado desde que era un niño: amor. Rebuscó en su baúl la pequeña cajita forrada en cuero. Contenía un anillo de compromiso precioso que le había costado un ojo de la cara… Pero era dinero bien gastado. Sí, le daría una sorpresa tal y como lo había imaginado: vestido como un templario, como un caballero andante al rescate de su doncella. Era muy teatral y romántico. Era perfecto, tal y como lo había imaginado.
Abrió la puerta y bajó las escaleras. Las anillas de la cota de malla resonaban al entrechocar entre ellas. Vio la puerta del dormitorio entreabierta y supo que su novia estaba dentro, probablemente cambiándose de ropa. Su sonrisa se hizo más amplia. Tomó aire, pues estaba a punto de dar uno de los pasos más importantes de su vida. Avanzó y abrió la puerta.
El anillo se cayó al suelo…
Kaloyan había tomado la ciudad y había negociado con los templarios una tregua. Acordó liberar a los latinos tomados prisioneros en la frontera búlgaro-húngara. Alec iba con ellos. Había sobrevivido al ataque, y aún no sabía cómo… Su fe, sin encontrar a Satán, estaba volviendo, pues siendo la muerte tan cierta en incontables ocasiones, había salvado la vida en todas ellas. Sólo podía tratarse de la Mano de Dios, que le acariciaba con ternura. Los prisioneros, en efecto, fueron liberados, mas cuando el caballero y sus hermanos templarios iban a cruzar la frontera junto a ellos, la voz cruel y despiadada del emperador búlgaro resonó a sus espaldas:
-Matad a los templarios… Que no quede uno con vida...
En apenas un instante se encontraba encarando, espada en mano, a los bastardos enemigos junto a sus hermanos de armas. Detuvo una flecha malhadada que iba directa hacia su corazón de una estocada, y alzó su espada de mano y media sobre su cabeza, elevando un solemne grito de guerra:
-¡Que’l mío honor non desfallezca!
Y se lanzó a la batalla sin dudarlo. Era imbatible. Su corazón, sus convicciones, su espíritu eran férreos… No había enemigo capaz de acabar con él si su voluntad no flaqueaba, y Alec DeRoos, pese a ser un caballero sin fe, tenía una voluntad sin límites. Abatió a muchos enemigos. Su espada cortaba carne como si fuera mantequilla. Nadie podía abatirle, pues había consagrado su vida a unos ideales elevados y al entrenamiento con la espada. Pero no contó con los poderes oscuros que dominaban sus enemigos…
Un hechicero. Un brujo. Un mago negro. La peor criatura que la naturaleza es capaz de crear, se colocó frente a él, entonando sus arcanos cánticos al viento. Y aquellas palabras tenían poder… Cargó contra el mago. No moriría, no podía hacerlo. Debía seguir adelante, debía retomar Jerusalén, para eso había nacido…
Las manos del hechicero surcaron el aire rodeadas de una negrura sobrenatural. Y, finalmente, se encararon hacia él en mitad de la carga. Casi le tenía. No necesitaba más que una estocada… Y la lanzó. Puso su corazón y su alma en aquél golpe devastador… Sólo restaba ver quién sería más rápido: él o su enemigo…
La espada silbó y cortó el viento. Salpicó la sangre el suelo cuando se hundió en la carne ya no de una, sino de dos personas. Lo último que Alec había visto era un estallido de luz cegador. Sabía que sería su muerte, pero continuó avanzando. No se rindió ni al notar todo aquél calor que pareció quemar su alma.
Y al abrir de nuevo los ojos no se encontraba en el campo de batalla… Sus ropas estaban limpias y su armadura intacta, sin ningún motivo aparente. Frente a él, acostados en una cama, desnudos y atravesados por su espada, dos personas: un hombre y una mujer que no había visto en toda su vida. ¿Dónde estaba? ¿Qué era ese extraño lugar? Una alcoba, eso parecía… Pero todo era tan diferente… Tan… Inapropiado…
El rostro de la mujer, que era el único que veía, estaba deformado por el terror. Sus últimos segundos de vida los había pasado aterrorizada. No le deseaba eso a nadie… Vio también un anillo. Un precioso y dorado anillo.
Sir Alec DeRoos había viajado en el tiempo… No sabía si el hechizo había salido mal o si era la intención de aquél mago negro desde el principio… Pero lo que era un hecho, reparó el templario horas más tarde, era que ya no estaba en su época…
El cuerpo se sentía pesado, los brazos no se movían ni un milímetro, reacios a obedecer aquellos impulsos cerebrales que ahora solo hacían palpable aquella sensación de la sangre caliente corriendo por las muñecas, aquella sensación húmeda, espesa que se deslizaba ágilmente despojando el cuerpo lenta e indoloramente de aquel vital liquido. Mis ojos… mis ojos permanecían fijos en esa mugrienta pared que por años había visto deteriorase, que por años había sido la forma de medir que tan mugrienta estaba mi vida. Ahora aquella pared alguna vez blanca se encontraba manchada de suciedad, descolorida, agrietada…. Asquerosa. Tal como yo, quebrada mugrienta…. Manchada. Sentí un roce calido que se deslizo desde mi ojo por mi mejilla, era como aquella caricia que había buscado en cada uno de los hombres con los que había estado en aquella asquerosa e inmunda habitación. Una caricia, tan solo una real que calmara mi corazón sangrante y que pedía a gritos ayuda. Nunca sucedió. El dolor se iba así como sentía la sangre salir apresuradamente por mis muñecas, desaparecía la sensación de mis piernas la sensación de mis manos y del frío metal que una de ellas sujetaba con desesperada fuerza.
No saboreaba, no escuchaba, no olía, la vista se nubla baba, dejaba de ver… dejaba… de sentir. La más absoluta oscuridad me acobijo, me tranquilizo, me di paz. O eso pensé.
Beep…beep...beep…beep… era continuo, aquel sonido chillón penetraba con fuerza en mi cerebro… despierta…despierta….despierta… parecía que me incitase a despertar de mi idilio, a sacarme de mi paz… no quería, no quería… no quería… lentamente y como si los parpados pesaran toneladas, mis ojos se abrieron… estaba oscuro, pero no lo suficiente para no ver, una lámpara se posaba directamente sobre mi. Rodeada de un techo limpio, sumamente blanco, todos mis sentidos volvían con suma lentitud, mi cuerpo dolía terriblemente, un dolor agudo en la cien, una sensación quemante en las muñecas, un agotamiento indescriptible en las piernas. Con suma dificultad y muy lentamente alze uno de mis brazos de forma tal que quedase frente a mi rostro. Mi muñeca se encontraba cocida con un hilo quirúrgico y un tubo delgado se encontraba inyectado a mi mano. Mi mente trabajaba de forma rápida como siempre había sido. Deje que mi brazo aterrizara fuertemente en la camilla, mientras una silenciosa lágrima era el único testigo de mi agónico dolor…. No había muerto, aun seguía sufriendo, aun… seguía viva…. Aún seguía esperando…
Pero… ¿por que? ¿Cómo? ¿Quien?... intente retroceder, intente recordar… me había asegurado de estar sola, no tendría cliente alguno aquella noche, mi apartamento era lo suficientemente aislado como para que alguien me escuchase siquiera sollozar… y sin contar… que solo ciertos clientes lo conocían, solo me había atrevido a llevar a ciertas personas a lo que triste y amargamente podía considerar mi hogar.
Una sensación punzante y terriblemente dolorosa se hizo presente en mi corazón… la conocía aquella sensación me había llevado a tomar la cuchilla y a perforar sin piedad mis venas… El beep… del monitor se comenzó a acelerar mi corazón latía fuertemente… debía hacerlo… no quería estar allí… La desesperación tomo completo control…. Haciendo notar con un espantoso grito que resonó rompiendo completamente el fúnebre silencio matinal de aquel hospital.
Edita aquí para concluir la historia, Angelsoul ;)
Jessica estaba delante del ordenador, tecleando tranquilamente y clickando de vez en cuando el ratón sin mucho ímpetu. Las persianas estaban poco elevadas en la habitación, atestada de papeles, lo que aliviaba el dolor de cabeza de la mujer. A su lado, una taza de café hacia de agradable compañía en la quietud de la sala. A pesar de estar arreglada y bien aseada, el maquillaje no llegaba a disimular completamente las ojeras que tenía, a causa de llevar varias noches sin a penas dormir. A pesar de sus muchos años en la profesión, aquel caso le estaba dando más problemas de los que ella hubiera imaginado...
De repente la puerta se abrió lentamente. Al reconocer la forma de abrirse y los pasos que acompañaron a la apertura de la puerta, Jessica reconoció perfectamente a quien correspondían. Se giró, para ver a la persona que había entrado y hablar con ella. Scott, el joven que habían trasladado a su gabinete hacía pocos meses, recién salido de la facultad, hacía acto de presencia. Su aspecto desaliñado era peor que el de Jessica. No obstante, antes de que este pudiera decir algo, la madura doctora interrumpió el silencio de la sala:
-Bueno ya he terminado de recoger por escrito las transcripciones de los testimonios de los familiares y amigos de Winchester. Me ha llevado toda la maldita noche ordenar toda esa pila de documentos. La verdad es que en algunos momentos son algo escalofriantes. Toma, ve echándole un vistazo a esto.
Scott alargó el brazo para coger lo que Jessica le ofrecía: unos documentos.
-¿Qué es exactamente...? Jessica, todavía no me he tomado el café y no estoy muy despierto, como puedes percibir.
- Es una pequeña línea cronológica que hice sobre el sujeto. Sus análisis y biografía contrastada están en algún lugar de este montón de papeles. Tú ve leyendo eso, mientras los busco. Digamos que todo eso es la versión “oficial” de su vida... - comentó sin darle mucha importancia a sus palabras, mientras se giraba y seguía con el ordenador.
-Ok...- respondió el joven, sin mucho entusiasmo. Acto seguido, centró su vista en los documentos que Jessica le había entregado y comenzó a leerlos.
Cita :
-Espera Jessica, acabo de leer algo aquí...Collin Winchester, el padre de nuestro paciente. Creo que h visto su expediente antes; a lo mejor son imaginaciones mías pero, estoy seguro de haberlo visto por aquí, en los archivos.
-Y es que los has visto Scott, Colin Winchester pasó por aquí hace muchos años. Cuando tú no habías nacido y yo todavía no había terminado la escuela primaria. Digamos que me he adelantado a tí, jeje, y cogí su historial antes de ayer. Collin Winchester ingresó aquí, a su vuelta de Vietnam, en 1960, a causa de un grave trastorno mental, sufrido en la guerra... - hablaba por fin con un entusiasmo mayor al normal; un entusiasmo, extrañamente escalofriante.
-Joder, ¿es que esto les viene de familia?- apuntó algo sarcástico Scott.
-Al parecer, el padre de Winchester cayó junto con todo su pelotón en una emboscada enemiga y fueron apresados. Los torturaron y déjame leer...o Dios, según los testimonios de Colin Winchester, los Vietcom fueron matando a miembros de su grupo y les obligaron a comérselos al resto. Buaf...creo que no hace falta que sigamos leyendo, ¿no? Al parecer..
-¿Qué pasa Jessica, por qué paras?- preguntó su compañero, intrigado.
-Según dice aquí...el trastorno mental del padre de nuestro amigo empeoró con los años. De hecho murió 5 años más tarde, en 1965. Antes de que me preguntes...el tipo murió de...se suicidó. Según los datos que recogieron los psiquiatras y el hospital, Collin Winchester se voló la cabeza cuando estaba jugando en la mesa de su cocina a la ruleta rusa con “los compañeros de su pelotón”.
-¿Fantasmas imaginarios?- apreció Scott sin estar muy seguro.
-Si, el informe no deja lugar a dudas. Bueno, dejemos este informe que no nos concierne directamente con el caso. Luego lo revisamos si quieres, pero por favor, sigue leyendo la pequeña biografía.
-A sus órdenes...- finalizó algo resignado.
Cita :
A la edad de 10 años, y tras haber recibido una formación básica de manos de su madre, profesora de Ética, en una selecta escuela en Andalusia, Charles es enviado a una residencia estudiantil, en la vecina ciudad de Opp, donde recibiría una formación estudiantil plena. En esta escuela, de índole religiosa y llevada por sacerdotes y monjas baptistas, desarrolla su fe protestante y termina sus estudios básicos con Matriculas de Honor.
Estudia unos años en la Universidad de Greenville, al Norte de su natal Andalusia, pero no llega a acabar la carrera de Teología. Ese mismo año, a la edad de 20 años ingresa en el Ejército, poco después del estallido de la Guerra de Vietnam. Un año más tarde, en 1961 termina la instrucción básica. Estara otra temporada en el ejército, siguiendo con entrenamiento avanzado y maniobras.
Poco antes de partir a la guerra, la familia Winchester recibe la noticia de que su padre, Colin ha vuelto de la misma, al darlo de baja las autoridades médicas por problemas mentales. Charles, al ser hijo único, es retirado del servicio militar para tener que cuidar de su madre y su padre. No llega a participar en Vietnam.
-Ja, me apuesto lo que quieras, Jessica, a que esto hasta le vino bien, ¿no crees?- comentó divertido Scott.
-Deja de decir idioteces Scott...si analizaras más a fondo su perfil psíquico, entenderías que eso le sentó como una patada en los cojones. Supongo, que fue otro de los muchos factores que se han ido sumando para que Charles Winchester esté a punto de ser internado y nosotros estemos trabajando ahora mismo en su caso. Sigue con el informe, y por favor, termina rápido, no tenemos todo el día, para que leas un mísero folio- le recrimo ella, ya algo enojada.
-Emh...a sí, si, tranquila, sigo con esto...
Cita :
En los lapsos de tiempo que no está en la base, realiza distintas tareas en la Iglesia Baptista, cerca de su hogar de residencia, en la granja de sus padres. Así mismo, colabora en varios talleres eclesiásticos, dando clases a niños y niñas sobre la palabra de Dios...
-Vaya, he aquí al ciudadano modélico...- murmuraba Scott, más para si mismo que para Jessica.
Cita :
En 1990 estalla la Guerra del Golfo. Winchester es movilizado a Kuwait, a una zona especialmente conflictiva en el norte, en la frontera con Iraq. Junto con la 1º División de Infantería lucha primero en Madina y después en Umm Qasr, cerca de la costa. Como Capitán tiene a su mando una pequeña escuadra de soldados. A finales de la guerra, a principios de Febrero de 1991, Charles Winchester abre fuego contra uno de sus hombres, alegando desacato e insurreción. Regresa a los Estados Unidos, al final de la contienda y es juzgado por un tribunal militar. En un principio, es encarcelado y condenado a la horca, por negligencia en el mando. Pasa 8 años en la cárcel. Se pide una revisión de su caso, alegando posibles problemas mentales.
-Y aquí es donde termina la bonita historia y entramos nosotros en juego, ¿no?- pregunta Scott, nada más terminar de leer el expediente.
-Así es, tenemos que corroborar ese posible trastorno racista y xenofóbico - repondió, concisa, Jessica-, y ahora que has leido eso, ¿que te parece nuestro amigo?
-Mmm...eso de que se cargó al soldado por insubordinación me suena cogido por los pelos, además de que no es por lo que estamos trabajando en su caso. ¿Tienes la ficha del soldado que mató?
-Claro, te la leo...ya la tenía preparada- dice algo divertida, de adelantarse a las suposiciones de su colega. Saca un folio, de los muchos que tenía, en el montón cerca del ordenador y lo lee con voz tranquila y algo monótona.
Nombre: Jacob Zimmerman.
Nacimiento: 23 de Junio de 1968, New York (Estados Unidos).
Defunción: 2 de Febrero de 1991, Umm Qasr (Iraq).
Nacionalidad : estadounidense.
Educación: Superior.
Religión: judía.
Jessica iba leyendo los puntos, haciendo breves pausas entre ellos, hasta llegar al último, donde instintivamente hizo un énfasis interpretativo, mayor de lo normal. Cuando terminó, miró a los ojos azules de Scott, esperando que el joven psicólogo, llegara a la misma conclusión que ella. Al parecer, la mirada de sus ojos oscuros habían sido la chispa que habían encendido el intelecto del hombre, puesto que al instante comentó.
-Judío, ¿eh? Quizás nuestro amigo, amante de la sociedad cristiana y blanca no era un gran amante de los judios.
-Y temo que tampoco de lo sea de una raza que no sea la tuya o la mía- agregó la mujer algo apesadumbrada-. Mira, he encontrado un par de videos, a los que he tenido acceso gracias a la autorización especial del ejército. Forman parte de una serie de interrogatorios grabados, a los que fueron sometidos algunos integrantes de la compañía tras su regreso a los Estados Unidos. Creo que este valdrá como una prueba más en el caso.
Antes de que Scott pudiera decir nada, Jessica ya estaba enfrascada en su tarea con el ordenador. Tras unos segundos, clickando aquí y allá, navegando a través de carpetas repletas de información, por fin dio con el archivo que andaba buscando. Pinchó en él, y al instante el reproductor de video se inició mostrando un video algo borroso. Aunque la calidad no era muy buena, se podían apreciar los detalles perfectamente.
El video mostraba una sala de unos 12 metros cuadrados, 3 de ancho por 4 de largo, con una mesa en centro y un par de sillas, una cada extremo. Solo un foco, justo encima de la mesa metálica, alumbraba la habitación, dándole un toque lúgubre y funesto a la misma, a la par que un tanto tétrico e imponente. La cámara que grababa el video, debía contrarse en una de las esquinas de la sala, pues su ángulo permitía ver casi toda la extensión de la misma.
En una de las sillas, hay un hombre blanco sentado, vestido con un uniforme militar. Su pelo rapado al uno, y semblante serio denotan que era un soldado de la base. A los pocos segundos de grabación, un hombre negro entraba en la sala. Su uniforme e insignias, rebelan un alto rango en la escala militar, e incluso la cámara parecía captar su aura de mando. Llevaba un dossier en la mano derecha. Nada más cerrar la puerta, camina a paso firme hasta sentarse en la silla libre en frente del soldado rubio de ojos azules.
-Soldado William Suthers, ha sido convocado a este interrogatorio a causa de las acusaciones de negligencia y asesinado de su superior, Charles Winchester, contra un miembro de su propia compañía. Queremos su testimonio de los hechos sucedidos en el día 2 de Febrero de 1991, en Umm Qasr, donde su compañero Jacob Zimmerman murió a causa de una herida de bala en la cabeza. Así mismo, queremos un informe del comportamiento de su superior en las horas previas al asesinato del que es acusado.- la voz del hombre suena potente, marcial e implacable.
- Mayor- la voz de aquel tipo, sonaba con miedo. Parecía la de un hombre joven, qie todavía no había aprendido a dormir con los ecos de las balas y los gritos de los civiles en su cabeza-, el día 2 de Febrero de 1991 estábamos realizando una incursión en un edificio, donde al parecer había indicios de presencia enemiga. Junto con el resto del pelotón, guiados por el Capitán Winchester, atravesamos la ciudad, la cual era un campo de batalla más y llegamos al edificio en cuestión. Como la Inteligencia había informado, el edificio estaba atestado de enemigos y lo más importante: servía como enclave y puesto de mando improvisado para las tropas iraquíes.
El soldado que habla con tono apesadumbrado, hace un pausa. Se nota fácilmente, que le cuesta hablar sobre el tema.
-En el asalto exitoso al edificio, el soldado Rosh Stadfort fue herido en la pierna izquierda, por un soldado del enemigo. Tras tomar el edificio totalmente, el Capitán culpó a Jacob de ser el causante indirecto de la herida de Rosh a causa de su mala actuación. Tras una discusión...el Capitán sacó su pistola y disparó a la cabeza a Jacob. En ese momento, detuvimos al Capitán y lo incapacitamos, a la vez que el Teniente Ralf Carter tomó el mando. Intentamos hacer algo por Jacob, pero la herida era mortal.
-¿Cree que la actuación de Winchester estaba de algún modo justificada?- le interrumpe el Mayor.
-Señor, yo estaba al lado de Jacob cuando sucedió todo. Aquel soldado estaba oculto, y nos cogió por sorpresa tanto a Jacob como a mí. A pesar de que lo neutralizamos con minución letal, ya había conseguido disparar al soldado raso Stadfort. Jacob no era la persona con la que mejor me llevaba dentro de la unidad, pero puedo asegurar que era un soldado tan capaz como cualquier otro y que su actuación fue la más correcto que pudiera darse en una situación como aquella.
-Así que opina entonces que la actuación de Winchester no estuvo justificada- concluyó el militar de ojos oscuro y cabeza afeitada.
-Totalmente injustificada, señor- se apresuró a responder Willia-. El Capitán Winchester estaba fuera de si en aquel momento. No llego a comprender todavía el por que exacto de su actuación. Aunque es cierto que había tenido algunos problemas antes con algunos soldados de la compañía como Jacob y otros hombres.
-Entiendo...hábleme del comportamiento de Winchester en la campaña y sobre esos momentos de tensión con algunos de sus hombres- ordenó impasivo, el Mayor.
-Bueno...desde un primer momento el Capitán se mostró un hombre muy amable y recto en su deber, al menos conmigo y otros soldados. Siempre estaba atento a nuestras necesidades y se preocupaba por nuestro estado. De hecho, en más de una ocasión me ayudó con algunos problemas y me ofreció consejo cristiano. Sin embargo...creo que algunos hombres de la tropa no estaban tan conformes con él, y aunque al principio me parecía que exageraban, yo mismo empecé a darme cuenta de ello.
Se para unos segundos y bajó la cabeza, como si meditase. Parece que el soldado Wiliam está buscando las palabras más acertadas. En ese momento, un par de interferencias aparencen en pantalla, pero nada que afecte a la grabación en si.
-Señor, no se como explicarlo exactamente, pero...parecía que el Capitán Winchester tenía predilección con los hombres de raza blanca. Es decir, mientras que a los blancos nos trataba con la mayor de las atenciones y cuidados, con los otros hombres era todo lo contrario. No era raro que le cargara las guardias más peligrosas o desagradables a hombre afroamericanos o que tuviera poco trato con los judíos. De hecho, el soldado raso Jacob le echó eso en cara más de una vez. El Capitán Winchester no dudaba en reprimir este tipo de comentarios de Jacob y otros hombres, hispanos, judios, negros o asiáticos con flexiones o horas de guardia extra. Además...en más de una ocasión el Capitán soltaba comentarios algo...racistas, señor.
De repente, el vídeo se cortó. Jessica acababa de pulsar el botón de pausa y la grabación se había detenido. Retiró la mano del ratón y miró a Scott, el cual había cogido un taburete que había en la sala y se había sentado junto a ella, para ver las imágenes más cómodo.
-¿Que te ha parecido? El vídeo sigue un poco más, pero creo que con esto será suficiente...- comentó Jessica.
-Creo sin duda que este sujeto sufre de un extramo racismo y una aguda xenofobia. Aunque por las declaraciones del tal soldado William, podríamos alegar que también padece un trastorno bipolar o algún tipo de problema de control del ira...o todos a la vez, vaya- expuso Scott sagazmente.
-Estoy de acuerdo, aunque necesitaremos más versiones que la de unos cuantos soldados. Piensa que en este tipo de casos, y más si se dan en zonas de guerra, podrían desacreditar el veredictor médico, alegando la propia enagenación de los hombres.
-¿Ahora, además de psicóloga era abogada?- preguntó divertido Scott, ante la muestra de conocimientos de Derecho de Jessica.
-Se llama experiencia Scott...quizás cuando tengas 20 años más, sepas de que hablo- cortó Jessica tajante-. Ahora tengo que enviarte a hacer un recado. Mientras yo muevo un poco los hilos entre mis contactos y consigo el informe psicológico de Winchester, que realizara el psicólogo de turno en su escuela superior, tú te encargarás de lo siguiente: ya que te interesaba el tema de su padre...vas a buscar toda la información disponible sobre su padre y su abuelo, relacionadas con la pertenencia a cualquier tipo de asociación racista, o que tenga que ver con la supremacía blanca, ya sabes...
-Jessica...este tipo y su familia se criaron en Alabama; tienen el nombre Ku Klux Klan tatuado en la frente- comentó el hombre, en un tono algo sarcástico.
-Pues ya sabes por donde empezar; así que ahora ponte a trabajar, y por Dios bendito, tómate un café bien cargado- le recomendó ella.
Dicho esto, el joven psicólogo salió por la puerta en dirección a los archivos del edificio. Con la autorización militar que tenía, podría conseguir casi cualquier información sin muchas dificultades. Aunque, claro está, primero se pasaría por la máquina de café que había al final del pasillo.
Mientras tanto, en el intererior de aquella habitación de poca luz, Jessica se encontraba realizando una serie de llamadas telefónicas, para aveeriguar el paradero del hombre que había hecho el primer informe sobre el psique del Charles Winchester, aquel asesino que se escondía bajo la máscara de un ser amable y benigno. A pesar de estar en la Era de la Información, y de que lo que estaba buscando podría estar al alcance de 3 o 4 clicks, quería encontrarse con aquel psicólogo si aún seguía vivo en persona. Prefería el trato personal a la frialdad de las máquinas.
Cogió el teléfono, que se allaba encima en aquel abarrotado escritorio y empezó a marcar un número. Tras una serie de pulsaciones, se llevó el teléfono a la oreja y esperó a que Sara lo cogiese. Tras un par de tonos, pareció que Sara había descolgado el fijo de su oficina.
-¿Si?- pregunto la voz delicada de una mujer, al otro lado del teléfono.
-Hola Sara, soy yo, Jessica O'Donell. Verás, te quería pedir un favor...necesito saber quien era el psícologo que trabajaba como psicológico en la residencia estudiantil de Opp, en la década de los 50. Si pudieras conseguirme su número y su lugar de residencia, te lo agradecería mucho.
-Mmm- la voz, al otro lado del teléfono se mostraba dubitativa- ¡claro! No hay problema; en menos de media hora te llamo y te cuento todo lo que he conseguido.
-Gracias Sara, a ver si quedamos un día de estos y nos tomamos un café en esa nueva cafetería y me cuentas como te va con Joe y los niños- dijo Jessica con un tono agradecido y jovial, aunque su rostro se mostraba frío e indiferente. Sin duda, aquellas notas de cortesía siempre servían para influenciar positivamente a la gente. Sara tardaría poco.
Jessica continuó sus labores, buscando datos y más datos que pudieran servir para demostrar los problemas psicológicos de Winchester, aunque sin mucho interés. Esperaba esa llamada y eso era algo que llenaba su mente y le impedía concentrarse.
Tras unos veinte minutos, en los que Jessica había salido de la habitación para servirse un café bien cargado y reorganizar un poco el desorganizado escritorio, el teléfono por fin sonó. Giró la cabeza, hasta que dio con el teléfono, pues lo había cambiado de sitio. Antes de que volviera a sonar de nuevo, se abalanzó sobre el aparato con una sorprendente agilidad y descolgó el teléfono, esperando que fuera Sara.
-¿Jessica?- vociferó orgullosa de si misma, Sara, en cuanto la psicóloga descolgó el teléfono fijo- lo he encontrado. No ha sido fácil, claro...pero he encontrado a tu hombre: se llama Alfred Bowell. Tiene 73 años y vive actualmente Jefferson, Calle Funtondale Nº 13. El número de su casa es 256-389-6711.
-Impresionante Sara, me has alegrado el día- comentaba Jessica con un claro matiz de impresión en su monótona voz, una vez hubo anotado todo.
-De nada Jess, y recuerda que me debes un café- agregó ella antes de cortar.
Casi al mismo instante en el que Jessica acababa la conversación telefónica, la puerta se abrió de repente y Scott hizo acto de presencia. Llevaba en la mano libre una carpeta, con múltiples expedientes, llenos de datos y fechas.
La psicóloga miró al tipo algo sorprendida. Su ceja izquierda se alzó levemente, a la par que preguntaba al hombre, en tono inquisidor:
-Scott, ¿has encontrado algo?
El tipo miró a Jessica y siguió caminando hasta el escritorio, poco antes ordenado por la mujer. Ignoró su pregunta hasta que llegó al mueble. Una vez allí, soltó todos los folios que traía en la mesa, trayendo el caos de nuevo. Antes de que ella le recriminara nada, Scott empezó a hablar entusiasmado.
-Ni te lo imaginas Jessica, los Winchester son un polvorín. He encontrado información y más información sobre ellos, en diversos archivos y me da que solo he empezado a arañar todo el meollo que estos tipos ocultan.
Jessica toma asiento en su silla giratoria, expectante, mientras Scott empieza a organizar los papeles sobre la mesa a la par que habla sin parar; sin duda se había tomado varios cafés en el intervalo de tiempo en el que había estado trabajando en los archivos.
-Verás...he estado buscando en los registros del Ku Klux Klan, y mira tú por donde...el abuelo de Winchester formó parte de la 2º generación de esta asociación, que se volvió a poner de moda en los años 20. Y lo que es mejor aún. Parece que esto es algo que pasa de generación en generación, puesto que Collin Winchester, el padre de Charles también perteneció a dicho grupo. Al parecer, Charles no llegó a formar parte de él, o al menos no figura en los registros oficiales. A partir de los 60, la organización se fue a pique totalmente, lo que podría explicar que Winchester no pertenezca a ella. Actualmente solo son miembros unas 5000 personas, apuesto que todos ellos Red Necks.
-Mmm...me extraña que Winchester no pertenezca a ninguna asociación- interrumpió Jessica.
-Tranquila, tranquila...nuestro amigo, claro que pertenece a una asociación. Aunque desde hace unos 10 años, no está muy activo, por razones obvias, Charles pertenecía a un grupo llamado Asociación de Caballeros Cristianos. Estuve informándome sobre ellos, y básicamente son un lavado de cara de los Caballeros del Ku Klux Klan, una rama moderna del 3º Ku Klux Klan. La verdad es que es complicado seguirle la estela estos grupos, puesto que sus ramificaciones no parecen terminar nunca.
-¿Y que hacía este grupo?- volvió a interrumpir Jessica.
-Pues al parecer no mucho...de vez en cuando, algunas charlas a puertas abiertas, sobre el orgullo de la raza blanca, los ideales cristianos y demás. Aunque tenemos que tener en cuenta, que Winchester se metió a esta asociación cuando tenía ya unos añitos...lo más interesante, era lo que hacía cuando era más joven.
Viendo la mirada curiosa que se formaba en los ojos de la psicóloga, Scott se apresuró a continuar rápidamente.
-No me he quedado en eso, y me he puesto a investigar en las posibles actividades de Charles cuando era más joven. He descubierto que en la zona en la que nuestro sujeto se crió y los pueblos de alrededor, hablo principamente de Opp y Andalusia, hubo durante los años en los que él era un adolescente y un veinteañero, multitud de atentados contra la comunidad no blanca de la zona, casi todos negros.
El psicólogo, tomó un poco de aire para continuar hablando. Su voz se tornaba misteriosa a cada palabra que decía, como si sus frases escondieran el mayor de los misterios guardados por el ser humano.
-En un principio, podría haber sido casualidad, sobretodo en la etapa en la que era un adolescente, pero no. Las agresiones al parecer, eran causadas por pandillas de chavales, según los testigos, todos ellos eran blancos. Es más...en aquella época, tanto en su etapa estudiantil como militar, solo tenía días libres los domingos y algunos festivos. Curiosamente, las denuncias que se daban correspondían a esos días. Estoy seguro que eso nos bastaría para incriminar a Winchester; es decir, los delitos esos ya habrán prescrito, pero nos servirían de enlace para relacionarlo con su trastorno mental.
-Oh...muy impresionante Scott- comentaba Jessica sorprendida-, ¿y has encontrado todo esto, en tan solo ventitantos minutos?- preguntaba extrañada.
-Ah, la culpa la tiene el café de este edificio; hace milagros, jejeje. Si me dieras más tiempo, estoy seguro de que podría encontrar bastantes más cosas. Como te dije antes, creo que solo he encontrado la punta del iceberg.
-No lo dudo Scott; de hecho, creo que tendrás tiempo de sobra. Mañana pienso coger un vuelo para Jefferson. Voy a concertar una cita, con nuestro amigo el Profesor Alfred Bowell. Con suerte, nos cederá amablemente sus archivos sobre Winchester. Supongo que en un par de días estaré de vuelta. Iré ahora a hablar con el supervisor, para certificar el papeleo pertinente.
-Jessica, a veces me pregunto por que nos tomamos tantas molestias con el caso de Winchester- confesaba Scott-, quiero decir: ¿no sería más fácil traerlo a él y hacerle un estudio? Nos ahorraría muchos problemas.
-Ya te lo dije Scott- le respondió ella-, Charles Winchester está encerrado en un cárcel militar de máxima seguridad, donde no puede recibir siquiera las visitar de su mujer. Está en un régimen de aislamiento. Por ello, tenemos que recurrir a todo tipo de información de la que podamos disponer para elaborar el diagnóstico definitivo.
-Ais...entiendo...bueno, no pasa nada- afirmaba con talante orgulloso, el joven psicólogo-, tú ve a realizar esas gestiones y yo volveré a los archivos. Me tiraré allí todo el día. Ya te acompañaré mañana al aeropuerto. Supongo que cuando vuelvas ya tendré todo.
Dicho esto, y sin darle mucha más importancia, Scott dejó los ficheros que había encontrado en la mesa, para que Jessica les echara un vistazo cuando tuviera tiempo. Acto seguido, salió de la sala y volvió a los archivos, para intentar encontrar algo más.
-Toc-toc- Jessica estaba en frente de la puerta de la acogedora casa del Profesor Bowell, golpeándola suave pero firmemente con sus nudillos. No había habido ningún problema en los trámites, y aquella misma mañana había cogido el vuelo rumbo a la ciudad de Jefferson. Tras un corto viaje en taxi, desde la estación de la ciudad, había llegado a la dirección en cuestión. Nunca había estado antes en Jefferson, aunque no tenía ni ganas ni tiempo de hacer turismo. Iría a conseguir aquello por lo que había ido y volvería a su adorada rutina tras ello.
Pasados unos instantes, la puerta se abrió lentamente, produciendo un chirrido propio de bisagras algo oxidadas. Un hombre anciano ya, sujetaba aun el pomo. Miraba a Jessica con cara extrañada, hasta que en una especie de gesto involuntario, se acordó de ponerse las gafas. Una vez hizo esto, examinó a la mujer, tratando de recordar si era alguien conocido. Viendo la aparente confusión del viejo, Jessica se adelantó. Le tendió la mano, en señal de saludo, al tiempo que arrancaba diciendo:
-Encantada de conocerle, Sr. Bowell. Soy Jessica Douglas. Le llamé ayer, para concertar un cita con usted. Verá, como le comenté por teléfono, estoy trabajando para el Ejército de los Estados Unidos en un caso relativo a un sujeto...
-A siii...- el hombre, pareció reaccionar al cabo de los segundos-, la Sra. Douglas...
-Señorita Douglas- corrigió rápidamente la madura mujer, que rondaba el medio siglo de vida.
-Si, si, me acuerdo de su llamada. Pase, pase...- decía mientras se apartaba del umbral de la puerta-, no tengo muchas visitas últimamente, así que disculpe si la casa está un poco desordenada.
-No se preocupe- comentó la psicólogo, a la par que entraba en la casa y cerraba la puerta al pasar por ella-. Verá, como le estaba diciendo, había venido aquí para tratar un asunto con usted y conseguir una información determinada. Usted estuvo trabajando en la década de los 50 en la residencia estudiantil de Opp, cerca de la ciudad de Andalusia. Querría conocer el expediente de Charles Winchester y todo lo que pudiera decirme sobre él.
-Mmm...Winchester...me suena el nombre- el viejo caminaba por su casa, en dirección a una habitación que había habilitado hacía muchos años como estudio y sala de trabajo-; es una suerte que siempre haya conservado los expedientes, en mi casa. Aunque es una pena que no los haya metido en el ordenador...siempre he sido un desastre con esas máquinas infernales.
Tras caminar unos segundos por la casa, seguida de Jessica, el anciano Bowell llegó hasta una habitación algo más desordenada que las demás, con un escritorio en el centro, con un viejo ordenador sobre él, armarios, archivadores y un par de sillas de buena calidad. El anciano, le rogó a Jessica, que se sentara, mientras iba a la cocina y traía un poco de café recién hecho. Pasado un minuto, en el que Jessica ya se había acomodado plácidamente en el asiento de cuero, el viejo psicológico apareció con una bandeja de metal, que sostenía un par de tazas de café humeante bien cargado. La dejó en la mesa, y tras una cálida sonrisa, en la que invitaba a Jessica a beber la taza de café, se puso a buscar en los archivadores.
-Esto me llevara unos minutos- comentaba algo apesadumbrado, mientras sus dedos iban recorriendo los expedientes a una velocidad mayor a la esperada, para alguien de su edad- llevo varios años sin tocar ninguno de los expediente de la época que me dice. Cuando yo estaba en aquella residencia, había salido hacía pocos años de la Universidad, ¿sabe? Era un bonito sitio, algo estricto, pero bueno...era de lo mejorcito de la zona. ¡Oh! Aquí está- proclamó orgulloso, mientras cogía el expediente.
Mientras Jessica bebía, el hombre se sentó en una silla en frente de ella, al otro lado del escritorio y empezó a leer por encima el expediente. El papel estaba algo amarillento, aunque se podía leer perfectamente, pues había sido conservado con sumo cuidado. Para sorpresa de la mujer, los ojos del viejo se iban enciendo a cada palabra que leía del expediente.
-Oh vaya...empiezo a recordar a este muchacho, Charles Winchester, si...es uno de esos casos que siempre llaman la atención. Charles Winchester, como la mayoría de estos casos, era un chico bastante inteligente, como bien reflejaban sus notas- comentaba, mientras iba refrescando su memoria a cada renglón que leía. Llegado a un punto, dejó el expediente encima de la mesa, para que ambos pudieran leer los datos. El anciano, iba comentando las páginas, ahorrando así parte de trabajo a Jessica.
-Una parte muy curiosa fue cuando lo sometí al Test de Rorschach. Créame, si le he digo que he usado multitud de veces ese test, y a pesar de que en varias ocasiones me han dado respuestas de lo más extrañas, alejándose severamente de los cánones asociativos de esas imágenes, las respuestas del señorito Winchester eran de lo más interesantes. El muchacho, al ver aquellas manchas negras reacionaba con palabras de asco y repugnancia. Verdaderamente, sus ojos reflejaban aquello. No era tanto por las formas, como deduje rápidamente, sino por el color de las imágenes.
Hizo una pausa, para permitir a Jessica asimilar el significado de sus palabras. Y como si pudiera leer en los labios, las palabras que la mujer iba a pronunciar, el anciano se adelantó a ella.
-Así es, Winchester presentaba una especie de desorden racista extremo o fobia xenofóbica. Me inclino a pensar más en lo segundo, aunque ya le digo: era un caso curioso. Aunque este trastorno, me parece que estaba influido por la figura paternal, como reflejaba en algunos comentarios que hacía al contestar a mis preguntas. En sus palabras, se notaba una gran influencia de un figura paternal, de esa parte de nuestra conciencia inmadura, ya sabe...aunque era muy educado y formal a la par que coherente en sus respuesta, no podía dejar de percibir que todo aquello era un máscara. Quizás sufría algo tipo de neurosis o sociopatía, pero claro, a unas edades tan tempranas es difícil verificar todos estos transtornos, como ya sabrá.
Se dio cuenta entonces que la mujer estaba revisando los documentos con especial interés, a lo que el anciano presto se apresuró a decir:
-Aunque claro, entiendo que le gustaría ver el perfil más detalladamente. No se preocupe; por suerte, siempre tengo una copia de todos los expedientes. Normalmente, como comprenderá no voy rebelando este tipo de información médica, pero si es por un investigación militar...
Bowell se levantó de la silla y volvió al mismo archivador del que había sacado el expediente, para tomar esta vez una copia similar. Su estado era algo mejor que el original, aunque también la copia tenía ya bastantes años. Con mucha amabilidad le entregó la carpeta a Jessica. La psicóloga ya tenía lo que quería; a pesar de lo buen anfitrión que era el viejo, ella no se sentía muy cómoda allí. Quería volver a oficina y seguir con el caso. A fin de cuentas, ella misma sentía que el trabajo era lo único que mantenía viva a una mujer, ya madura, como ella.
Al día siguiente, Jessica entraba cansada en su oficina, con un dossier bajo el brazo, cortesía de Alfred Bowell y la convicción que le daba la sensación del trabajo bien hecho. Pasó gran parte de la tarde con el viejo psicólogo, hablando del caso y más tarde de sus vidas personales. Además de conseguir algo que consideraba pilar fundamental en su expediente sobre el sujeto Charles Winchester, Jessica se alegraba de haber pasado una tarde interesante y socializar un poco, para variar. Cuando faltaba poco más de una hora para la cena, se despidió del anciano psicólogo, no sin antes agradecerle enormemente su colaboración. Al día siguiente cogió el vuelo de regreso temprano. Llegó a su casa a las 12 del medio día, tras un viaje sin incidencias.
Aunque estaba exhausta por el viaje, solo paró en su casa para dejar un par de cosas, ducharse y volver a la oficina. Y allí estaba de nuevo, encasillada en una rutina que odiaba con toda su alma, pero de la que no podía escapar y...en cierto modo, necesitaba para sobre llevar su solitaria vida.
Al abrir la puerta de la sala, se encontró con la habitación más iluminada de lo normal y con todo bastante ordenado. Scott se encontraba trabajando con el ordenador. El hombre parecía tan enfrascado en su trabajo, que no se había percatado de la presencia de su compañera.
-El viaje ha sido todo un éxito- proclamó Jessica, al tiempo que Scott daba un bote en su asiento sobresaltado y se giraba-. Bowell me ha entregado una copia del expediente juvenil de Winchester. Lo estuve leyendo a fondo en el vuelo de regreso y es todo un polvorín. Podremos basarnos ampliamente en las apreciaciones del doctor Bowell, y combinarlas con lo que ya tenemos.
-Me alegro- comentó Scott, el cual ya parecía haberse recuperado del susto-, de que la visita no haya sido una pérdida de tiempo. Yo por mi parte, he hecho los deberes, jejeje- decía orgulloso el hombre-. ¿Te acuerdas de aquello que encontré sobre las actividades vandálicas de Winchester? Parece que son peores de lo que imaginamos. Mira la noticia que encontré en los archivos- Scott señaló a la pantalla del ordenador, en la cual, en todo el centro de la misma, lucía la foto digitalizada de la portada de un periódico antiguo. El titular, con fecha de 1963, decía:
Cita :
-Lo curioso, o mejor dicho, triste...es que los acusados, no fueron procesados hasta bastantes años después. Robert Chambliss fue condenado en 1977, Thomas Blanton, hace poco, en 2001 respectivamente de asesinato. Un 3º acusado, Bobby Frank Cherry, está en trámites, aunque lo más probable es que también caiga. Dirás...¿qué tiene que ver todo esto con Winchester? Pues todos ellos eran compañeros de barracón de Winchester, en su primera etapa en el ejército. Apostaría medio brazo, a que nuestro sujeto es el cuarto sospechoso, del que nunca se supo la identidad.
-Mmm...- murmuraba meditabunda Jessica-, seguro que eso también podemos relacionarlo. Si no directamente, siempre podemos alegar que las compañías de Charles, tuvieron una fuerte influencia en él; aunque como tú dices, no me extrañaría que fuera al revés.
-Lo peor es que la cosa no sigue aquí- prosigue Scott-; me dio por investigar acerca de la violencia racial en los 80s y 90s, en la misma zona en la que Winchester había actuado. Al parecer no hubo una dismución de dichos actos vandálicos, más bien...todo lo contrario. Aunque no eran de una magnitud muy grande, los altercados, palizas y pequeños robos a la comunidad, no solo negra, sino judia, hispana o china de la zona se han visto incrementados. Y aquí es donde viene la mejor parte.
El psicológico dejó que pasaran unos segundos decisivos, mientras cogía aire y a la par hacía que la curiosidad de Jess se despertase.
-Estuve buscando información acerca de los chavales fichados, por estas actividades en esas fechas. No se por que, pero tuvo un pálpito, y comprobé esos nombres con el listado de críos a los que Winchester dio clases de catequesis, así como de otros talleres cristianos. Muchos de ellos, estaban en ambas listas. ¿Casualidad? No lo creo...
-Mmm...nuestro sujeto intenta fomantar el racismo, y hacer que perdure. Sin duda, es algo un tanto despreciable, aunque me recuerda mucho a...
-¿Hitler?- la interrumpió Scott- Porque a mi me recuerda totalmente a se tipo...esa obsesión por controlar y manipular las mentes de los niños...
-Scott, eso no viene al caso. Lo que si nos interesa es ese deseo por instaurar sus ideas. Podría reforzar nuestra teoría de la Xenobía extremo y un trastorno racista con tintes sociópatas y brotes psicóticos- concluyó Jessica.
-Jess, ¿crees que con todo esta será suficiente?- preguntó finalmente el joven psicólogo.
-Por supuesto: tenemos a un tipo que adora a los blancos, que los trata como si fueran sus hijos, sin importar quienes sean y a su vez, trata de adoctrinarlos según sus ideales racistas. Por otro lado, odia a otras etnias y razas y ya hemos visto, y tenemos pruebas de sobra, que no duda en emplear todo tipo de métodos para subyugar o erradicar a sus integrantes- concluyó magistralmente Jessica-. En estos días, nos dedicaremos a redactar un informe detallado, donde incluyamos todas estas cuestiones. Me apostaría una cena en un Bistro, a que con nuestro trabajo, los defensores de Winchester conseguirán alegar la evasión de condena por trastornos mentales.
Una vez acabó, Scott bebió un gran sorbo de café, como si fuera el mejor champán francés, para celebrar el comentario de Jessica. Sin duda, con el trabajo de Scott y Jessica, el caso Winchester estaba más que claro...
Bueno...al fin está terminada. Ciertamente, hay sitios donde la acción esta muy acelerada y los diálogos son algo forzados, pero me he visto obligado a hacerlo así para acortar un poco la historia.
Mmm...se que eres un poco estricta con la ortografía, pero bueno: he hecho lo que he podido. xDDDD Si me he dejado por ahí una falta, diré en mi defensa que he repasado el texto varias veces. ;P
Espero que esta forma de contar la historia te sea de agrado...la verdad es que es la primera vez que la hago así, por lo que es un poco "experimental" y no está exenta de críticas, pero he intentado hacerla lo mejor posible.
Como última notita...perdón Lu, por el retraso. Se me han acumulado demasiadas cosas, y he dejado esto para el final. :( Espero sinceramente, que esto no haya jodido más de la cuenta, el desarrollo de la partida.
“El sueño que desciende sobre mí,
El sueño mental que desciende físicamente sobre mí,
El suelo universal que desciende individualmente sobre mí:
Ese sueño
Parecerá a los otros el sueño de dormir,
El sueño de la voluntad de dormir,
El sueño de ser sueño.”
***
Un barco agoniza. Los barcos mueren entre mudos lamentos de metal, sin gloria, con vergüenza y resignación, olvidados frente al destino.
Un cuerpo agoniza. Un cuerpo joven, bello, frágil, delgado y pálido. Un cuerpo abandonado e inerte como un barco encallado en una lóbrega playa.
Una vida agoniza. Una vida moldeada por individuos que la corroen, la arrebatan, le eliminan cualquier atisbo de dignidad y la condenan a un paraíso emponzoñado por el óxido del recuerdo de aquello que nunca fue.
Un sueño agoniza…
Aquel cuerpo que yace inerte, cuyos brazos cuelgan inmóviles y cuya sangre mana cálida de aquellos labios recién abiertos en ambas muñecas… Aquel cuerpo en que un delgado río serpentea y se precipita de aquellos luengos dedos que penden quietos… Aquel cuerpo se despoja de su sangre como de una camisa vieja, con el leve estremecimiento de un recuerdo, con un nostálgico tintineo en ese irse gota a gota…
Los ojos permanecen abiertos e indiferentes, la mirada anclada en algún punto de la mugrienta pared que por años ha visto deteriorarse, lenta e inexorablemente, como aquella vida. Aquella pared –tiempo atrás, alba- está sucia, descolorida y agrietada… Tal como aquella vida. Maculadas. Un roce cálido –como el sutil aleteo de una mariposa- se desliza desde la cuenca del ojo hacia la mejilla, acaricia la comisura de los labios y rueda hacia la barbilla. Una caricia. Como aquella que había buscado en todos y cada uno de aquellos cuerpos sudorosos e impacientes. Una caricia que apaciguara aquel corazón sangrante y el incesante galope de unos latidos que pedían a gritos una caricia. Una caricia que nunca llegó.
El dolor se aleja navegando el cálido y rusiente río que abandona presuroso aquel cuerpo, aquellos muslos, aquel vientre, aquellas manos que ya no sujetan el frío metal. Aquella fría, última y única caricia que aquel cuerpo insomne recuerda.
—Aquel cuerpo, mi cuerpo.
Beep… beep… beep… beep… beep… beep… beep…
Aquel sonido taladra mi cerebro —Despierta. Despierta, tonta. Despierta, estúpida. ¡Despierta, puta!— Mis párpados pesan toneladas, mis ojos se abren a la oscuridad, las penumbras se corren como nubosos velos, y observo. Una lámpara pende justo encima de mí, un techo níveo, un aroma frío y aséptico. — ¿Dónde estoy?—
Un dolor punzante en la sien, una sensación abrasante en la boca y mi carne trémula envuelta en una brisa gélida. Muy lentamente, alzo uno de mis brazos: unos puntos de sutura en la muñeca y un delgado tubo perforando mi brazo como un clavo. —Ni siquiera pudiste suicidarte. Eres tan torpe, tan inútil, tan buena para nada— Intento retroceder, intento recordar…
Aquel oscuro y aislado departamento, a resguardo de ojos y oídos indiscretos. Ningún familiar, ningún amigo. Me sobran los dedos de una mano para contar a quienes conocen aquel lugar, ninguno tiene una copia de las llaves y ninguno se allega por allá sin telefonear previamente.
—Entonces, ¿quién?, ¿cómo?, ¿por qué?
Una sensación punzante se hace presente en aquel puño cerrado al que llaman corazón. No debo estar aquí. No quiero estar aquí. — ¿Y a quién mierda le importa lo que quieras, niña estúpida?— Aquel puño cerrado se abre brevemente y deja escapar de mi pecho un grito, un alarido que quiebra el fúnebre silencio de aquel frío y aséptico recinto.
Si lo aprobás, pensaba cambiar el texto que figura más arriba por éste. Más a mi estilo retorcido. <_<
PD: No preguntes por esos puntitos. No sé como sacarlos...