Partida Rol por web

Su propio infierno

Epílogo

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25/08/2009, 22:16
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Así es -Dijo Sancho- pero tiene el miedo muchos ojos, y ve las cosas debajo de tierra, cuanto más encima en el cielo.

Don Quijote de la Mancha
Miguel de Cervantes

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25/08/2009, 22:16
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Nunca se llegó a aclarar del todo lo que sucedió en el Instituto Vannacut. Las portadas de todas las revistas se hicieron eco de las novedades más siniestras: 'Actriz nominada al oscar muere a manos de músico de renombre mundial', 'Estrella del deporte argentina testigo del asesinato', 'Suicidio'. El hecho conocido como 'el infierno de los famosos' retumbó en la consciencia colectiva del mundo entero. La historia era tan bizarra, tan inexplicable, que pasados los primeros meses no fue capaz de sostenerse y todo el mundo empezó a pensar que no era más que un montaje. Los abogados de los supervivientes hicieron un buen trabajo intentando conseguir intimidad para quienes habían sido, según se dijo, víctimas inocentes de la demencial broma de Steven Price. Éste último también desapareció de la faz de la tierra: nadie lo encontró nunca. Ni al doctor Nicholas Walker, que según los otros era el quinto invitado en aquella macabra fiesta.

En la soledad de su mansión de Buenos Aires un rugbier retirado revisaba aquellos recortes de periódico amarillentos. Habían pasado varios años desde que todos se reunieran en el puerto para coger la barcaza a la mansión. Decía el poeta que el tiempo todo lo borra. Desde luego que no. Enrique Ceballos le dio un largo sorbo a su mate y apoyó su enorme cuerpo sobre la baranda de la terraza. Curiosamente se sentía en paz. Los primeros meses había buscado el asesoramiento de gurús, sacerdotes, sabios y teólogos. Después cayó en la desesperación de las drogas y el alcohol. Luego, cuando casi había tocado fondo, volvió a levantarse. Como un ave fénix, como un Puma herido. Enrique había comprendido, cuando ya no le quedaba esperanza, que lo único que valía la pena era la vida. La muerte, lo que pasara después, era inevitable. Pero podía volver a sentirse como un hombre en ese breve lapso de tiempo. Desde que se hizo cargo de la situación, desde lo que él había llamado su resurrección, consiguió reencontrar la paz. Luego empezó a ayudar en albergues de vagabundos de forma anónima. A mezclarse de verdad con aquella gente, a entender sus problemas, a comprender su error. Ahora, por fin, sabía que lo que durase ese interludio serviría para ir con la cabeza alta hacia el otro lado. El sol brillaba en el cielo y mientras brillase el sol no llegaría la oscuridad de la noche.

La doctora Izaguirre revisó nuevamente los datos. Las estadísticas eran correctas: la nueva vacuna funcionaría. La principal multinacional farmacéutica la había amenazado varias veces pero es más difícil pararle los pies a un premio nobel que a un científico altruista de a pie. La parte más compleja había sido la empresarial. Alicia no estaba acostumbrada a reuniones de negocios ni a pactar estrategias de mercado. Pero tuvo suerte y dio con la gente adecuada: de hecho algunos empresarios parecían tan desesperados como ella por ayudar de alguna forma a que la oscuridad no se adueñara del planeta. En algunas ocasiones tuvo la sensación de que ellos no habían sido los únicos que habían atisbado el futuro, que algunos de sus nuevos socios habían vivido situaciones similares. No había forma de confirmarlo: nadie reconocería jamás lo que había pasado. Porque ¿había sucedido realmente? Una vez al año viajaba al rincón del mundo donde todo había comenzado: visitaba la cascada. Había un nuevo poblado, con nueva gente. Por la noche se quedaba junto a la cascada y miraba su reflejo en el agua. Mil ochocientos cincuenta y nueve rostros le devolvían la mirada. No la habían perdonado, no. Ni ella buscaba ya el perdón. Sabía que, una vez acabara todo, tendría su justo castigo. Y a veces se sorprendía al encontrarse ansiosa por llegar a él. Pero no era el momento: todavía quedaba tanto por hacer...

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25/08/2009, 22:42
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Kath abrió los ojos. ¿Qué había pasado? Lo último que había sentido era un dolor intenso en la nuca. ¡Le habían disparado! ¡Jim le había disparado! ¡¿Por qué?! La primera emoción que regresó a su alma fue la de la rabia. Luego la frustración. Luego un vacío. ¿Por qué estaba tan oscuro? No notaba su cuerpo. Flotaba en la oscuridad. ¿Hacia donde?

Repentinamente a su lado vio una pequeña luz. Se aproximó. Carecía de solidez, como ella misma, pero le transmitía ciertas sensaciones. Por un momento sintió calidez, tranquilidad. Luego paz. Perdón. Durante unos breves segundos se sintió plena, universal. Era algo tan bello que no podía compararse con ninguna sensación terrenal. Lo comprendió todo: su hijo había sido liberado. Renacería en otro cuerpo. Y gracias a que Kathleen había asumido su culpa renacería inmaculado, libre para elegir su nuevo destino. Comprendió que si su elección hubiera sido otra su hijo renacería igualmente, pero su alma estaría retorcida por el sufrimiento y la culpa que no le correspondería. Sintió un tremendo alivio.

Pero ¿y ella? ¿Qué sería ahora de ella? De pronto perdió la ingravidez. Su cuerpo reclamaba su presencia. Sintió el dolor... El dolor... Miles de espinas se clavaban en su piel mientras cadenas al rojo tiraban de su carne... Sufrimiento... ¡El infierno prometido! Un viejo conocido acercó su rostro al suyo:

- Te lo dije Kath: la vida es efímera y el sufrimiento es eterno...- dijo el nefarita mientras clavaba una cuchilla en el bello rostro de la mujer - Estaremos así años... Cada vez que desfallezcas volveremos a empezar... por toda la eternidad.

Por los ojos de Katherine se deslizó una lágrima de sangre. Sintió el dolor y buscó en él la rendención. Luego sonrió. El nefarita la miró, quizás sorprendido por primera vez:

- ¿De qué te ríes?- dijo mientras clavaba con saña una punta en el hombro de la mujer - ¿Te parece divertido lo que vas a pasar?

La muchacha no contestó. Durante el fugaz momento en el que ambas almas se encontraron lo comprendió perfectamente, porque había sido una con su ser. Su hijo volvería y la rescataría algún día. Él mismo se lo dijo. Y mientras hubiera esperanza ningún infierno podría ser eterno.

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25/08/2009, 22:52
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Jim abrió los ojos. Estaba en una roca vacía, en medio de una vasta planicie. Tenía sed. ¿Qué había pasado? Había cumplido su parte del trato: la mujer había muerto primero y él no había matado a ninguna otra chica... No. ¡No! ¡Aquello no contaba!

El nefarita apareció a su lado casi de inmediato. Apoyó una mano en su hombro:

- Sabía que acabarías haciéndolo... La solución más fácil es el camino del centro...- se rió al ver el rostro aterrado de Jim - Pero no te preocupes. Al menos te has librado de todas las demás... Pagarás sólo por la última... Pronto entenderás que el tiempo aquí pasa mucho más lentamente. ¿Y sabes lo peor? Cuando regreses serás peor que antes... Tu alma atormentada se reencarnará buscando nuevas víctimas... Acabas de entrar en la Rueda de los Psicópatas... Y eres bienvenido. ¿Creías que tu alma estaba atormentada? Oh, joven Jim Stevenson, no sabes nada de tormentos...

Y en ese momento Jim sintió como miles de insectos pugnaban por salir de su interior, destrozando su cuerpo durante el proceso. Pero lo peor era saber que cuando lo hubieran destruído su cuerpo se regeneraría y sucedería nuevamente. Una y otra vez. Durante ¿días? ¿semanas? ¿años? El tiempo en el infierno es eterno si no queda esperanza...

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25/08/2009, 23:00
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El mendigo se despertó con la inquietante sensación de que alguien le clavaba algo en un costado. Al abrir los ojos vio a una figura sobre él. Por suerte lo que tenía en sus costillas no era un cuchillo, sino un simple bastón. ¿Quién era aquel tipo pulcramente trajeado que lo molestaba? ¿Y que hacía allí? El indigente no sabía mucho de marcas pero aquellos zapatos tenían pinta de ser muy caros, como el maletín que el otro sostenía en su mano derecha.

- Eh... déjeme en paz... no molesto a nadie...- protestó el mendigo.

- Tranquilo.- dijo el otro levantando el bastón con una mano enguantada - No he venido a hacerte daño. ¿Quieres una cama de verdad y algo de comida?

Había algo que no encajaba. Llevaba la cara vendada totalmente y gafas de sol en plena noche. Antes de arruinar su vida con el juego y el alcohol Jack Morton, que así se llamaba el mendigo, había sido un prometedor estudiante de literatura. De aquellos tiempos lejanos, casi vividos por otra persona, todavía le quedaban algunos recuerdos. Y aquel tipo misterioso parecía el mismísimo hombre invisible, de H.G. Wells.

- Que le den por culo a los albergues cristianos.- dijo Morton tapándose nuevamente con los cartones - ¿O es que simplemente eres un marica pervertido?- el tipo no le parecía amenazador, más bien un enclenque.

El otro se rió por lo bajo. Luego volvió a clavarle el bastón en las costillas.

- Si hay un dios hace tiempo que lo ha dejado todo por imposible. Y mis necesidades sexuales no son de tu incumbencia. Te lo había pedido por las buenas porque hoy estaba celebrando algo, pero ya que no quieres entenderlo...

Por un momento Morton temió lo peor: quizás iba armado. Un chiflado con pistola que se dedica a matar vagabundos. No era tan raro. Habían desparecido ya varios en aquella zona. De pronto el mendigo sintió un escalofrío al recordar la leyenda urbana del Angel de la Muerte, un tipo elegante que se llevaba a los vagabundos a algún sitio para torturarlos.

- Déjeme en paz... Por favor... No me haga daño...

No sabía por qué pero estaba suplicándole a aquel individuo superado por un terror instintivo. Aquel hombre transpiraba miedo, un miedo que se te metía en las fosas nasales, que se derramaba sobre la piel...

- No te voy a hacer daño. Yo no...

Cuando el otro se dio la vuelta y se fue hacia la entrada del callejón Morton escuchó el gruñido a su izquierda. No quiso volverse. Sabía que lo que estaba a su lado no era un perro.Estaba viendo su sombra... Lo último que el mendigo escuchó antes de desmayarse de puro terror fue la voz calmada del otro mientras se alejaba:

- Estamos cerca abuelo, muy cerca...