Jim abrió los ojos.
¿Acaso no los tenía abiertos mientras abrazaba a la mujer en llamas?
No. Ahora los tenía abiertos.
¿Era la chica? ¿Era ella? ¿Le había perdonado?
No. No lo había perdonado. Los muertos no perdonan. No sabía por qué pero aquella frase le pareció muy importante. Los muertos no perdonan. Guardan eternamente un resentimiento contra aquellos que les han robado el don más preciado, el calor de la vida.
Calor. La mujer ardía. ¡Se estaba quemando!
No. Ya no se quemaba.
Jim abrió los ojos. Miró a su alrededor confundido. Lo primero que notó fue el frío de la noche. Luego que estaba bastante oscuro y que lloviznaba. Aún tardó un rato más en darse cuenta de que no se encontraba en el viejo manicomio. ¡Había logrado salir! ¿Había entrado alguna vez? Quizás lo que había pasado fuera tan solo una pesadilla provocada por un pasón de pastillas. Alguna mierda relacionada con las drogas y el alcoholo.¿No había temido siempre acabar así? Demente, babeante... Sin saber qué era real y qué era mentira. Ahora se sentía así.
Estaba vestido con su chupa de cuero. Echo la mano a los bolsillos. No tenía nada: ni cartera, ni tabaco, ni coca... Nada. Miró confundido alrededor, intentando ubicarse. Estaba en un callejón oscuro junto a una valla de madera que no le permitía continuar avanzando. Se dio la vuelta un tanto confundido. Una farola alumbraba la calle principal, al final del callejón, pero en el interior del mismo reinaba la oscuridad. Cerca de Jim había un par de contenedores de basura que apestaban.
Oyó un ruido detrás de los contenedores. Asomándose un poco, desde donde se encontraba, vio a una figura embutida en una chupa de cuero que se encontraba agachada tras un contenedor. No. Eran dos figuras. Reconoció las piernas de una mujer. El otro era un hombre. Había pintura roja en el suelo, que se llevaba la lluvia. No. No era pintura. Era sangre. La mujer estaba apoyada en la pared, sentada en el suelo. El hombre estaba agachado delante de ella. La melena tapaba su rostro, pero se afanaba en hacerle algo al cadaver. Porque la mujer estaba muerta. Por la posición de los brazos y la inercia ante los movimientos del cuchillo del hombre Jim sabía que estaba muerta. No. Sabía que estaba muerta incluso antes de haberla visto. El hombre se giró y sonrió, enseñándole el pecho abierto de la mujer y mostrándole un cuchillo ensangrentado, como un alumno que le pregunta al profesor si está bien hecha la disección. Jim había diseccionado ranas, como todos los niños americanos, en la clase de naturales. Pero aquello no era una rana. Era una joven de unos veintidos años. Se llamaba Jessica. Jim sabía como se llamaba. Lo sabía porque él la había llevado a aquel callejón. Ahora estaba contemplándose a si mismo. Cuando el pelo del hombre se apartó de su cara vio su propio rostro sonriente y ensangrentado.
Quizás podría correr, pero de alguna forma Jim intuía que no se iba a hacer daño a si mismo.
- Me costó bastante...- dijo casi disculpándose su alter ego - estuvo a punto de escaparse ¿sabes? No es muy normal que una estrella de rock quiera meterse en un callejón de mierda. Ya te lo dije varias veces: es mejor llevarlas a alguna mansión alquilada... Luego hay que limpiar la sangre pero ¿para que está la gente a la que pagas? Tú puedes permitírtelo...
Jim exigía el perdón de la mujer entre lágrimas. Necesitaba que la perdonase. La abrazaba con fuerzas, sintiendo su calor, pero en el fondo sabía que ese perdón no llegaría. Tendría que cargar el resto de su vida con esa culpa.
El calor que emanaba la joven se fue extinguiendo, mientras su culpa, al contrario, crecía a cada segundo. De repente ya no la tenía entre los brazos. Jim miró confundido a su alrededor. Ya no estaba junto a sus compañeros, en ese manicomio del infierno. Jim no pudo más que sentir alivio, rezando porque todo hubiese sido una mala pesadilla. ¿Pero había sido un sueño, o era ahora cuando estaba soñando? Todo era tan extraño…
Jim avanzó por lo que parecía un callejón. No recordaba haber estado nunca en ese sitio… pero a la vez se le hacía extrañamente conocido. Se acercó hasta unos contenedores y entonces lo vio. Un demente se entretenía rajando a una pobre chica. Jim dio un paso atrás, asustado. ¡Jessica! Ese nombre le vino a la cabeza de repente. ¡El conocía a aquella chica! ¿Pero como…? El la había llevado a ese sitio. Los recuerdos eran difusos, pero estaban allí.
Entonces centró su mirada en la cara del asesino. Con un temor creciente sabía lo que iba a ver, incluso antes de verlo. ¡Era el mismo! Era su cara, que le sonreía y le miraba, detrás del pelo mojado. Y tenía esa mirada, esa sonrisa… ¡Era la misma sonrisa demencial, desencajada, que había visto cuando se había mirado al espejo aquella noche!
Jim dio unos pasos hacia atrás, casi trastabillando, pero chocó con la valla que le impedía alejarse –No… ¡Maldita sea, NO! Tu no eres yo! ¿Me escuchas!? Yo no haría algo así! -Jim cayó al suelo de rodillas, con la cara inundada de lagrimas- ¡Joder, déjame en paz! ¿Quieres? ¡No me hables como si yo tuviese algo que ver en esto! Yo no quería hacer esto… no quería…- Jim comenzó a balbucear, llevándose las manos a la cara.
- Yo no quería... Yo no quería...- el Jim del cuchillo se levantó burlándose y haciendo pucheros, dejando tras de si aquel cuerpo inerte. Luego sonrió como un depredador: - ¡CLARO QUE QUERIAS! Si no quisieras no me habrías dejado salir... Quieres... Quisiste a ésta, y a la de Chicago, y a la de Washington... ¿Y la de Tokio? ¿Recuerdas como sollozaba pidiendo clemencia? ¡Casi se nos escapa! ¡Pero pudimos atraparla! ¡Pudimos atraparlas a TODAS!
El Jim oscuro se agachó ante el sollozante despojo que tenía frente a él. Le susurraba al oído:
- Ahora no vale pedir perdón, ni echarme la culpa a mí. Siempre has hecho lo mismo: fueron las malas compañías, fue el alcohol, fueron las drogas, fue la fama...- se levantó y señaló con un dedo acusador - ¡FUISTE TÚ! Y ahora vas a pagarlo... Tú y los otros.
El individuo se dio la vuelta y contempló el cuerpo destrozado de la mujer como quien contempla un cuadro. El gesto era afectado, con la barbilla apoyada en un puño y el cuchillo aún goteando sangre en la mano:
- Ha quedado bien... No te preocupes. Eres famoso: es difícil que te echen las culpas. Como los otros. ¿Piensas que eres el peor? Te sorprenderías si supieras lo que han hecho los demás.- se dio la vuelta, guardó el cuchillo en su cintura y sacó una cajetilla de tabaco. Le ofreció un pitillo al otro Jim - En realidad al lado de ellos eres un angelito. En serio. Tus compañeros de grupo son de lo peor...
Cuando el asesino se acercó a el burlándose, a Jim le hirvió la sangre. ¿Tendría acaso razón aquel demente? ¿En el fondo habría sido el quien le había dejado salir, conscientemente? Eso le había atormentado durante mucho tiempo, la sensación de ser el verdadero culpable no le dejaba dormir. Muchas veces había querido quitarse la vida, acabar con todo, dejar de ser un peligro. Pero no, no podía ser. El no disfrutaba con aquellas mutilaciones. El no era un monstruo –intentaba convencerse Jim mientras centraba su mirada en los ojos burlones de su lado oscuro.
Entonces se llevó la mano a la cintura. Iba a solucionar eso en aquel mismo instante. Le volaría la cabeza a aquel hijoputa demente. Acabaría con todo allí mismo. Pero cuando su mano tanteó el pantalón, vacío, recordó que no llevaba el revólver. ¡Mierda!
Jim dejó caer el brazo, resignado.
-¿Los demás? ¿Que sabrás tu de los demás? No eres más que una pesadilla -de repente Jim esbozó una sonrisa, nerviosa, y comenzó a reír a carcajadas…- Jajajaja… He tenido muchas pesadillas, ¿sabes? Continuamente, todos los días… jajaja… Estoy acostumbrado… ¡¡No eres más que una puta pesadilla!! -la sonrisa se había esfumado de la boca de Jim con esa última frase, la ira se reflejaba ahora en su rostro- ¿Me has oído? ¡Una pesadilla! ¡Que sabrás tú de los demás! ¡No puedes saber nada! ¡Nada! ¿Qué sabes de Walker? ¡No sabes nada! -Jim decidió que tal vez pudiese sacar algo de información. Generalmente, acusar a alguien de no saber una cosa, tenía el extraño efecto de que a esa persona le entraban unas ganas locas de demostrar que si lo sabía. ¿Pero funcionaría ese viejo truco con aquel demente? Si realmente era su parte oscura, no podía saber cosas que el mismo no supiese…
El Jim oscuro sacó un cigarro de la cajetilla y la guardó en su cazadora. Luego encendió el cigarrillo con un zippo. Jim conocía bien aquel mechero: había pertenecido a Jimmy Page y le había costado un pastón en una subasta. Exhaló el humo con calma antes de contestar:
- Vas a volver allí... No te libras de eso... Ahora mismo estás disfrutando una bonita disrupción de la realidad. Oh, no te esfuerces, no lo entenderías ni aunque te lo explicase. Pero haz una cosa: pregúntale a Walker por qué quiere las notas de su abuelo... Y que es lo que está investigando. Sobre todo: a que precio lo está investigando. Y de paso, si quieres más demostraciones de buena voluntad, pregúntale al rugbier cual ha sido su dieta los últimos años de su carrera.
El Jim oscuro se rió tras decir esto. Luego le dio otra calada al pitillo:
- Y hazme un puto favor: procura salir vivo de allí... Todavía tenemos muchas cosas que hacer... Estamos mejorando, ¿no crees? Mira: ésta fue de las primeras.- señaló al cadaver - Que poco estilo, que poco caracter... Si pudieras recordar a la de Canadá... Oh, que lujo, que detalle, ¡que clase!
Jim había ignorado el gesto del otro Jim cuando le había ofrecido un pitillo. La verdad es que en ese momento se moría por dar unas caladas, o meterse un buen lingotazo de alcohol, una raya… algo. Pero prefería pasar el mono que aceptar algo del “otro”.
Poco a poco fue levantándose del suelo, mientras el oscuro le contaba algo sobre las notas de Walker y la dieta de Quique. Jim no necesitaba ningún consejo para saber que Walker escondía algo sobre su abuelo, ya sospechaba el solito. Pero no había servido de nada preguntarle.
-¿Y qué me importa a mi la dieta de Quique? A mi solo me importa una cosa… ¡que tu desaparezcas de mi vida! -Jim miró de nuevo el cuerpo sin vida de la joven- ¡Solo quiero que esto termine, que dejes de utilizarme para tus macabros juegos!
Jim hizo una pausa, y respiró hondo.
-¿Quieres que salga con vida, ¿verdad? Es eso lo único que te importa, para poder seguir utilizándome. Pues te voy a decir una cosa. ¡Como sigas jodiéndome me vuelo la cabeza! ¿Me has oído? Como vuelvas a matar a alguna joven, una sola vez más… te juro que me vuelo la tapa de los sesos! Eso no te conviene, ¿verdad? Necesitas que yo siga vivo para poder existir…-desde luego era un farol. Jim ya había intentado muchas veces matarse, pero nunca había tenido agallas. Eso no iba a cambiar. Pero al menos intentó parecer convincente.
El otro rió con ganas:
- Hahahaha... ¿Matarte? Pobre chiquillo perdido, no sabes de la misa amén. Matarte no te conduciría a ningún lado. La muerte es solo el PRINCIPIO. No eres más que una polilla ignorante que aletea alrededor de una luz a la que llamas vida, y de tanto rondarla te has quedado ciega... hasta que inevitablemente te acabes quemando las alas con su calor.
Jim lo miró con odio. Recordaba esas frases. Las había utilizado en una canción de su último disco.
- Oh, pobrecito... ¿No lo sabías? Tu inspiración también es cosa mía.
Se acercó para echarle el humo del cigarro en la cara:
- ¿Crees que eres el que manda? No eres NADIE. YO soy el verdadero Jim Stevenson. Tú no eres más que un disfraz que utilizo para pasar desapercibido entre la gente... Para que otros no me localicen. Pero ¿sabes qué? Por culpa de ese mamón de Price nos han localizado. He tenido que arriesgar y dejarte llegar hasta aquí... Pero no la jodas ahora.
El otro Jim se dirigió hacia la entrada de la calle.
- Me voy... Estoy seguro de que conseguirás mantenerte con vida. No tienes agallas para matarte Jim. Eso sería reconocer que la culpa es tuya... y es más fácil echarme las culpas a mí. No te quejes, voy a asumir todos tus pecados. Joder, eres el puto Dorian Gray... Eres un tipo con suerte.
Jim, molesto, apartó la cara cuando le echó el humo. ¿Qué estaba diciendo? ¿Qué tontería era esa de que la muerte era el principio? Jim estaba seguro de que si se volaba los sesos, todo acabaría, todo se solucionaría. Pero en una cosa tenía razón el otro Jim… no tenía agallas para hacerlo.
Impotente, observó como su lado oscuro se marchaba. Ojala se fuese para siempre. Pero desgraciadamente sabía que no iba a ser así. Abrió la boca para decir algo, para protestar, pero la cerró al instante, quedándose sin palabras.
Se quedó pensando lo que el otro había dicho sobre el verdadero Jim, sobre Price, sobre que le habían localizado… ¿Todo eso tenía sentido? ¿Quién le buscaba? Las preguntas se agolpaban en la, ya de por si confundida, cabeza.
Repentinamente se sintió mareado... Se apoyó en la pared del callejón, viendo como su otro yo se iba por la calle, dejando atrás el cadaver ensangrentado. Solo que ya no era un cadaver, sino un montón de huesos humeantes... Y la pared no era tal, sino los fuertes brazos de Quique...
Regresamos tras este pequeño interludio a la escena de Siempre nos queda el infierno...