La actriz miraba a Walker, no quería dejarlo allí pero no se le ocurría forma alguna de conseguir que saliera con ellos, sólo unas palabras que él mismo había pronunciado podían surtir efecto si no, tendrían que irse sin el.
-Walker, ya lo has visto, la mitad de esos símbolos no tienen sentido, la fórmula es inservible tal cual está escrita- no tenía ni idea de lo que hablabab pero trató de sonar convincente.
Walker ignoró las palabras de Kathleen. Totalmente enajenado se tiró al suelo a gatas para coger las llaves. Su rostro mostraba la satisfacción de quien estaba a punto de conseguir aquello por lo que había luchado toda su vida.
Los demás decidieron que era hora de salir de aquel lugar demencial. El doctor había escogido su destino. Se lanzaron a la carrera deshaciendo el camino. El ruído del Motor era ahora ensordecedor. A medida que avanzaban por los pasillos el calor se hacía más intenso. Repentinamente, al alcanzar la sala de recreo de los dementes, una parte del techo se vino abajo. Las llamas alcanzaron entonces aquel sótano y el calor se hizo realmente insoportable. Los fugitivos miraron hacia el techo desplomado y se sorprendieron al ver una figura en lo alto. Era un individuo vestido con cuero negro: un traje ajustado del estilo sadomasoquista. El tipo tenía toda la cara llena de afiladas espinas que parecían salir de su piel. Su cabeza rapada al cero mostraba extraños e intrincados tatuajes. Los miraba desde lo alto, con unos ojos negros inquisitivos, llenos de maldad, y una sonrisa de depredador. Pese a su terrible aspecto lo más sorprendente era que se encontraba en medio de las llamas y no parecía sufrir ningún daño. No hizo ningún ademán de acercarse. Sólo los observaba.
Repentinamente otra zona del techo cedió bajo el daño del fuego y el grupo tuvo que ponerse en marcha para evitar perecer. Por suerte el pasillo de salida parecía estar libre. Corrieron hacia él conscientes en su desesperación de que el calor se hacía más intenso... ¡Habían esperado demasiado!
En el momento que alcanzaron la puerta a las escaleras se dieron cuenta de que estaban perdidos: las llamas ocupaban ahora todo ese espacio. Tras ellos el fuego se había extendido a través de trozos de techo caídos y ahora todo aquel lugar era un infierno. Un infierno de verdad.
Cuando las llamas los rodearon y el humo empezaba a dejarlos sin sentido volvieron a ver al hombre de las llamas. Ahora reía abiertamente, echando la cabeza hacia atrás y palmeando con sus manos, como si el sufrimiento de los fugitivos le provocase una enorme alegría. Lo curioso es que no se escuchaban sus risas. Y que seguía en medio de las llamas, como un belcebú ávido de almas caídas.
Y entonces las llamas hicieron el resto...