Partida Rol por web

Ante la mirada expectante de Susanne y Wyatt, la mujer de los tacones que acababa de ser empujada hace acopio de paciencia y poniendo una mano sobre el jugador de futbol, se dirige a éste en un tono conciliador.

Martellus observaba con tensión al espeluznante ser de tacones que hacía escasos minutos había sido capaz de aparecer de la nada.  Por mucho que esta simulara pretender un acercamiento cordial, la única idea que rondaba por la cabeza del afro-americano era que aquella inquietante mujer era la única cosa que se interponía entre él y la salida de aquel maldito lugar. Le jodía admitir que todo aquello le daba miedo y eso le ponía de muy mala hostia. Debía salir de allí cuanto antes y evitar a aquellas dos mujeres a toda costa.

Como una bestia salvaje entre barrotes, el gigante miraba en todas direcciones, en busca de una salida alternativa. Entonces, de repente, sintió horripilado el peso de la mano de la mujer sobre su hombro y, con profunda ira, sus ojos negros se clavaron en los de ella.

"¡No me toques!"

Teniendo en cuenta que Martellus no sabe qué es ni qué poderes tiene, me gustaría hacer un uso espontáneo de la discipilna "Dominación", en concreto del poder "Orden" sobre Sheeva. A Martellus le da miedo que esta le toque, así que, de forma irracional, "ordena" a Sheeva que no le toque.

Debo superar una tirada de Manipulación+Intimidación con dificultad igual a la Fuerza de Voluntad de Sheeva. Supongo que, como no tengo ni idea de cuál es su FV, la tirada la harás tú.

Si todo está correcto, espero a ver qué sale y narro en consecuencia.
 

- Susanne - digo, después de que la mujer de pelo castaño se haya presentado - Y nó sé qué opinaréis vosotros, muchachos, pero yo creo que Sheeva tiene razón. Lo mejor será que todos nos calmemos, y que intentemos arreglar esto sin que nadie salga lastimado. Hago una breve pausa antes de continuar. Hablo de forma calmada, y con enorme sonrisa dibujada en mis labios - Comprended que, de momento, no podéis salir de esta sala, pues, en vuestro estado, suponéis un peligro para todos los de nuestra especie y aquello que llamamos Mascarada. Si hacéis lo que os decimos, os prometo que os explicaremos todo lo que está pasando, y os ayudaremos -

Las miradas de Sheeva y Martellus se cruzan con intensidad y un intercambio mucho más profundo que las simples palabras parece sucederse en ese instante. 

El gruñido del jugador de fútbol es obedecido al instante, y la mano de Sheeva se aparta de su hombro.

De nuevo, Susanne interviene tratando de buscar la conciliación entre los presentes. Hay algo sospechoso en su voz, pero nada ocurre más allá de lo que la periodista relata.

Wyatt sigue observando en silencio des del otro lado de la habitación.

Has usado ese poder con anterioridad, y aunque no sabes si es por la tensión que se respira en el ambiente o por tu nerviosismo, la cuestión es que algo no va bien. Tu magnetismo no se expande como una ola de energía como debería haberlo hecho y sientes que tus palabras no resuenan con la seducción que otras veces has logrado inferirle a tu voz.

Tu habilidad sobrenatural no han surtido efecto.

Su visión se aceleró, atrajo hacia sí misma el entorno como si sus propios ojos pudieran devorarlo. Igual que cuando una nave espacial, en las películas, está lista para saltar al hiperespacio, y el espacio se pliega por los cuatro costados. Lo malo era que sabía que, si así lo quería, quien saltaría con una velocidad inexplicable sería él. Además sus músculos palpitaban, anhelantes de acción, como si liberar la carga de su nueva -y desconocida- esencia libara a un tiempo su hambre

Sin embargo se impuso, sobre cual otra reacción, la del calmado profesor. Una más metódica y analítica. Si no querían que salieran de allí era porque ellas mismas eran las que habían asesinado a esas pobres criaturas de la habitación contigua. No podía creerlo. Su cabeza se desvió fugaz hacia ella, y la apartó apretando los dientes hasta hacerlos aún más blancos. El negro había ganado tiempo para él, pero no era aprovechable bajo ninguna circunstancia. Más bien parecía una patosa masa de músculos incapaz de hacer a un lado a dos (¿inofensivas?) mujeres. En cualquier caso, el tiempo de más sí valió para ahondar en aquello, un algo que hacía desmoronarse su mundo...
¡No era capaz de respirar!

Al principio creyó que era pasajero, un efecto secundario más de la droga, sin embargo con cada segundo que pasaba la angustia comenzaba a inundarlo. Se apoyó con una mano en la pared, y tosió de manera forzada, obligándose a expulsar aire. Sin embargo era incapaz de hacerlo entrar de nuevo. Tras unos segundos de angustia, el pánico nubló sus pensamientos y notó el frío tacto de la muerte en la nuca. ¡Iba a morir!
Golpeó el muro sobre el que se había apoyado, con fuerza, haciendo un pequeño agujero en la piedra. Tal hazaña pasó inadvertida, clavó una rodilla sobre el suelo y se llevó ambas manos a la garganta. Segundo a segundo, la vida misma se le escapaba...

Por todo lo ocurrido, aquel inofensivo roce en su hombro había sido identificado por Martellus como toda una agresión. El ex jugador de fútbol americano no dejaba de mirar al obstáculo en forma de mujer que guardaba la puerta. Seguía dando pasos cortos de un lado a otro, expectante y nervioso, pero con la mirada hincada en ella, aguardando a un nuevo ataque.

“¿Nuestra especie? ¿Mascarada? No tengo ni puta idea de lo que estás hablando y ni me importa.”

La mujer aguantaba la mirada del gigante, impertérrita, casi insultante.

“No lo voy a repetir más veces. Voy a contar hasta tres. Si cuando acabe de contar no has salido de en medio, atente a las consecuencias.”

De nuevo vuelves a sentir una sensación rara en tus entrañas.

Cuando aparentemente se volvía a imponer la calma y la razón, la tensión vuelve a escalar a una velocidad vertiginosa.

Y justo antes de que Martellus pueda empezar a contar, éste siente una punzada en pecho, y luego otra y otra... como si de repente mil agujas se clavaran en las cavidades de sus pulmones. Un dolor agudo llena su enorme caja torácica.

- ¡Maldita sea! - maldigo, en voz baja, al ver que mi intento de persuasión sobrenatural no ha surtido el efecto deseado.

- ¿Quieres marcharte? Muy bien, adelante, no hay problema. Y llévate a tu amigo rubiales, si quieres, también - digo, en respuesta a la amenaza del hombre negro, mientras me aparto a un lado e imito, de forma burlesca, el gesto que se hace al cederle el paso a una persona después de abrirle la puerta - Pero tened esto presente. Cuando estéis fuera, os cazarán como a perros rabiosos, acusados de haber cometido esta atrocidad. La única forma de que todo salga bien es que colaboremos. Vosotros decidís -

Dicho esto, me dirijo, con paso decidido, hasta la sala de la que salieron ambos hombres, y echo un vistazo al interior, aunque siempre atenta a posible aparición de problemas.

Martellus se abrazó con fuerza al pectoral e hincó sus rodillas en los sucios azulejos del suelo. Sintió como un dolor insidioso, casi eléctrico, atenazaba sus costillas y hacía que su cuerpo se tambaleara. Instintivamente, como medida de supervivencia ante una situación tan extrema, intentó llenar los pulmones de aire, pero al hacerlo consiguió que el malestar se multiplicara. De hecho, tan sólo consiguió eso. Más dolor. Y nada de aire.

Azotado por una sensación de insufrible debilitación y, además, sofocado al verse al borde de una repentina asfixia, el afroamericano acabó por notar como irremediablemente su pesado cuerpo cedía y se precipitaba contra el suelo. Como un enorme pez vencido por la marea y varado en la playa, Martellus yacía a merced de aquellas dos mujeres, mientras infructuosamente boqueaba con pesadez en busca del vital oxígeno.

Aquella amenaza había sido el detonante para activar su poder, cruzándose de brazos mientras observaba cómo el dolor le invadía hincando la rodilla en el suelo. Sin embargo no había rastro de satisfacción en sus ojos, ni siquiera victoria al ver la mole derrumbada, solo se apartó unos pasos alejándose de la puerta y dejándole espacio.

- ¿Alguno más quiere hacerse el héroe o podemos continuar? – Sus palabras fueron directas a Wyatt, quien había estado apartado, esperando que él atendiera a razones tras la advertencia visual.- Y bien, ¿vais a presentaros ahora o dejaréis colgadas a estas dos preciosas damas? Qué poco caballerosos.- Señaló tanto a Susanne como a ella misma de forma teatral mientras caminaba hacia la mesa, quitando los restos que tuviera encima con cierto asco y sentándose encima, en la parte donde no estuviera manchada, cruzando las piernas.- Fortachón, podemos hablar si te calmas.- Le dedicó un coqueto guiño mientras estaba todavía en el suelo.

Al principio el pánico. Y con el paso de los segundos, la más absoluta incredulidad
Nunca jamás había sentido nada parecido. Se había derrumbado sobre el suelo, hincando primero la rodilla, y se había girado como una tortuga. Ahora observaba el techo, incapaz de creerse lo que estaba pasando. El aire, una mezcla de gases esencial para la vida en la Tierra, era inservible en sus pulmones. Su cerebro no colapsaba por la falta de oxígeno, y tampoco parecía que lo hicieran sus músculos
Tal cosa era imposible

Creyó, en una muestra de pragmatismo académico, que era una ensoñación. Que aquel era uno de aquellos sueños, 'muy vívidos', según lo adjetivaban los que viajando por el mundo onírico confundían descanso con realidad. Pero nunca había tenido sueños como aquel, ni con tal intensidad...

Así que se giró hacia un lado, y se incorporó a medias asumiendo que todo era real. Observó a las dos mujeres a las que, sinceramente, no había escuchado ni una palabra, y de reojo la puerta que supuso daba a la salida. No parecían mostrar sorpresa o repugnancia alguna por la matanza del cuarto, lo cual le indujo a pensar que algo tendrían que ver. Dudaba mucho que presenciaran aquello con tal asiduidad como para ignorarlo de tal modo. Por un lado podía aprovechar la posición para escapar, pero decidió detenerse unos segundos
Escucharía, apoyado sobre una rodilla y listo para salir a toda pastilla si era necesario, y si lo que oía no le gustaba que fueran tras él si así lo querían. Podía dejarlos a los tres atrás si quería

Te acercas a la sala contigua de la que acababan de salir aquel par de energúmenos.

La puerta esta rota a la altura del cerrojo, han saltado astillas y una grieta en la madera se abre de arriba abajo.

Distingues la habitación que hay frente a ti como un cuarto de la limpieza o un trastero, sin embargo su contenido es lo realmente espeluznante. Si el trabajo ya era complicado a estas alturas, prepárate para lo que viene:

Hay tres cadáveres esparcidos por el suelo de la habitación. Uno en medio de la sala, tumbado como un saco de serrín: un mejunge de ropas empapadas, que contienen un túmulo de carne de sexo indescriptible. La cabeza de éste cuerpo en medio de la habitación, parece haber estallado como una sandía y solo resta una pulpa mugrienta de grumos oscuros aplastados contra las losas del suelo.

Más cerca de las paredes, a ambos lados de la habitación: una mujer latina de mediana edad con cortes en las piernas y una mancha enorme en la camiseta blanca a la altura del estómago tiene los ojos en blanco. A otra chica más joven del mismo color de piel, al otro lado de la sala, le cuelga la cabeza a un lado y una herida abierta en el cuello expone trozos de carne y cartílago desgarrados.

Hay unas estanterías metálicas de almacén con guantes y botes de productos variados. Al lado, están los cubos de agua con su correspondiente escoba y fregona. En un rincón hay cajas de plástico transparentes con ropa. Las huellas y manchas rojas por las paredes son toda la decoración del lugar.