Día 8 del mes de Kairuan (últimos días de primavera) del año 702 de la segunda edad, a media tarde.
Cerydwen Brisaplateada, caballero de la Monarca, se encontraba en medio del frondoso bosque a las afueras de Tenklor, mientras los rayos del sol se filtraban entre las ramas, pintando un tapiz de sombras y luces en el suelo. Montaba su corcel, un imponente corcel blanco cuya crin ondeaba al viento, mientras observaba con atención y devoción el paisaje que se extendía ante ella.
La caballero había decidido tomarse un momento de respiro durante su patrulla por los caminos que atravesaban el bosque. Con su armadura pulida y su espada en la vaina, Cerydwen se sentía en su elemento rodeada por la naturaleza, encontrando en la serenidad del bosque un refugio de paz en medio de sus deberes como defensora del las causas bondadosas.
Mientras observaba los árboles que se mecían suavemente con la brisa y escuchaba el murmullo del arroyo cercano, un sonido llamó su atención, el trotar de un caballo y el tintineo de arreos. Alzó la mirada y vio acercarse a un mercader mercader montado sobre su carruaje tirado por dos caballos de tiro. El rostro de aquel hombre mostraba preocupación genuina y no fue hasta que casi tuvo encima a Cerydwen, cuando se percató de su presencia.
Cerydwen conocía a aquel amable mercader. Su nombre era Bjorn Rúnsson y hacía no muchas lunas, habían compartido una cena frugal no muy lejos de allí y bajo la atenta mirada de las estrellas.
- Mi señora caballero. - Comenzó el mercader con voz grave. - Vengo de Vesterby una aldea cercana, o lo que queda de ella. - Hizo una pausa para coger aire y tras supirar, comtinuó. - Algo ha sucedido, ha sido devastada por completo. Las casas han sido reducidas a escombros y las tierras yacen yermas en medio de lo que creo que es un enorme cráter. El fuego y la destrucción han dejado su marca en cada rincón de lo que antes era un lugar próspero.
Cerydwen escuchó con atención las palabras del mercader, sintiendo un nudo en el estómago al imaginar la devastación que había caído sobre Vesterby. Una sensación de urgencia y determinación se apoderó de ella mientras se preparaba para actuar.
—Bjorn, mi buen amigo, tus palabras son como flechas en mi corazón —dijo con voz serena pero cargada de emotividad, mientras ajustaba las correas de su armadura. ¿Qué clase de mal habría caído sobre Vesterby para que fuera consumida por el fuego y la destrucción de esta manera?—. ¿Y qué hay de los habitantes? ¿Ha sobrevivido alguno de ellos a tan terrible desastre?
Arreó con suavidad a su corcel para ponerse a la altura del mercader mientras este contestaba a sus preguntas.
—Debemos actuar con prontitud, Bjorn. No podemos dejar que el mal se apodere de más inocentes ni permitir que la sombra cubra los corazones de aquellos que han perdido todo. Dirígete a Tenklor y avisa a las autoridades. Los Caballeros de la Monarca iremos a Vesterby y veremos qué podemos hacer para ayudar y descubrir la verdad detrás de este oscuro suceso —dijo Cerydwen, su mirada reflejando la valentía y la esperanza que ardían en su interior.
Tras esperar la respuesta de su interlocutor, la caballero se despidió de él y se puso en marcha hacia Vesterby, su corcel blanco galopando con velocidad mientras el eco de sus cascos resonaba en el bosque.
Día 8 del mes de Kairuan (últimos días de primavera) del año 702 de la segunda edad, pasada la media noche.
Cerydwen partió con la idea de que no encontraría a nadie vivo. Bjorn le dijo que había visto muchos cadáveres, pero ni a un solo superviviente. No obstante, no se adentró demasiado en aquel devastado escenario. Según contó Sven, pese a que hubiera querido internarse en la aldea con el fin de ayudar, una sensación de aprensión se apoderó de él. Una voz interna le advertía del peligro que acechaba entre los escombros y la desolación.
Era noche cerrada cuando Cerydwen llegó al lugar donde alguna vez se alzó Vesterby. La Caballero de la Monarca se encontró ante un paisaje desolador que se manifestaba ante sus ojos con una cruel claridad. El pueblo yacía sumido en un silencio sepulcral, tan denso que casi podía sentirse como una presión en el pecho. Solo el siniestro crujir de los escombros bajo sus pies osaba interrumpir esa quietud, recordándole la brutalidad del desastre que había acontecido.
El pueblo yacía sumido en un silencio sepulcral, tan profundo que apenas se atrevía a romperlo el siniestro crujir de los escombros bajo sus pies. Las calles empedradas estaban cubiertas de una capa de polvo grisáceo, mientras que los edificios que alguna vez albergaron la vida y la actividad ahora yacían en ruinas, sus estructuras de madera carbonizadas y sus paredes de piedra reducidas a montones de escombros. Un enorme cráter ocupaba el centro del pueblo, como una cicatriz en la tierra.
El aire estaba saturado con un olor amargo a humo y ceniza, mezclado con un ligero toque de metal fundido. El cielo del amanecer estaba teñido de tonos sombríos, oscurecido por las nubes de polvo y humo que se alzaban desde el epicentro del desastre.
Con paso cauteloso, la caballero avanzó entre los escombros, su corazón pesado con el peso de la tragedia que había caído sobre aquel lugar. Observó con tristeza los vestigios de lo que una vez fue la vida en Vesterby: juguetes rotos, utensilios de cocina chamuscados, yacían esparcidos por el suelo como testigos mudos de la devastación. En medio de aquel panorama desolador, no había señales de vida, solo el eco sordo de la desolación resonando en cada rincón.
Entre las ruinas del pueblo devastado, los cadáveres yacían dispersos, con la piel pálida y desgarrada. Algunos cuerpos estaban medio sepultados bajo los escombros, mientras que otros quedaban expuestos al aire, víctimas de la furia del desastre. Algunos cuerpos mostraban signos evidentes de quemaduras, otros estaban en muy mal estado, con miembros amputados o directamente no eran más que un amasijo de carne, piel y huesos. Otros cadáveres, los más alejados del centro del cráter yacían en posición fetal, como si hubieran intentado protegerse del impacto.
Cuervos, rapaces y otras alimañas carroñeras habían acudido al pueblo en busca de su festín. Entre graznidos y chillidos, desgarrabar la carne de los cadáveres, devorando vorazmente todo lo que encontraban a su paso.
El corazón de Cerydwen se contrajo con dolor y pesar al presenciar la devastación que había caído sobre Vesterby. Cada paso entre los escombros era un recordatorio sombrío de la fragilidad de la vida y la brutalidad del mundo en el que vivían. Mientras avanzaba guiando con cautela a su fiel corcel entre los restos humeantes y los cuerpos inertes, su mirada se desviaba ocasionalmente hacia el cielo, donde los cuervos graznaban y se precipitaban de nuevo entre los escombros, disputándose los despojos de aquellos que alguna vez fueron honrados hombres y mujeres.
El olor a muerte y destrucción impregnaba el aire, haciendo que Cerydwen se llevara un pañuelo a la nariz mientras avanzaba hacia el centro del cráter. A pesar del horror que la rodeaba, se aferraba a la esperanza de encontrar algún rastro de vida entre los escombros, algún superviviente que necesitara su ayuda y protección.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
Sin embargo, a medida que exploraba el pueblo en ruinas, esa esperanza se desvanecía lentamente, reemplazada por una sensación de desolación y desesperanza. Los cuerpos sin vida yacían esparcidos por doquier, como silenciosos testigos de la tragedia que había asolado aquel lugar. Cerydwen desmontó y se arrodilló junto a uno de los cadáveres, una mujer joven en posición fetal cuya mirada vidriosa aún reflejaba el terror que había experimentado en sus últimos momentos. Con un gesto de respeto, cerró los ojos de la mujer y murmuró una plegaria por su alma, prometiendo que su sacrificio no sería olvidado.
Con pulso firme y corazón valiente, Cerydwen volvió a montar en su caballo se adentró aún más en el pueblo en ruinas, hacia el cráter, dispuesta a enfrentar cualquier peligro que pudiera encontrar en su búsqueda de respuestas y justicia. La oscuridad de la noche no hacía más que aumentar su determinación, iluminando su camino con la luz de la esperanza y la voluntad de hacer lo que fuera necesario para restaurar la paz y la justicia en aquel lugar desolado.
Bajo el manto oscuro de la noche, un leñador avanzaba con cautela por el sendero que solía llevar a Vesterby, su aldea natal. La luz de la luna apenas lograba penetrar entre las sombras, otorgando una débil iluminación al paisaje devastado que se extendía ante él. Los escombros yacían dispersos en el suelo, rodeados todavía de restos humeantes tras el desastre devastador.
Desde las ruinas, percibió femenina de una mujer a caballo en el horizonte oscuro. Enseguida escuchó su voz. Sin duda estaba tan sorprendida como él mismo ante la devastación que tenían frente a ellos. Sin dudarlo, Erik se dirigió hacia ella, sorteando los obstáculos en su camino con determinación.
- ¿Qué...? - Preguntó sin dejar de mirar el enorme cráter que ahora reinaba en el centro del puebo. - ¡Por Gorant! ¿Qué ha sucedido aquí? - Le preguntó a la caballero, sin esperar una respuesta por su parte que fuera a revelar nada.
La voz del leñador resonó en la quietud de la noche, rompiendo el silencio sepulcral que envolvía el paisaje desolado de Vesterby. Cerydwen se volvió hacia él, sus ojos reflejando el mismo asombro y horror que sentía él ante la devastación que se extendía ante ellos.
—Misma pregunta que me hago yo, buen hombre —respondió Cerydwen con voz serena pero cargada de preocupación—. Parece que una fuerza oscura ha caído sobre este lugar, dejando solo destrucción y desolación a su paso.
La caballero de la monarca bajó de su corcel y se acercó al leñador con paso firme pero compasivo, colocando una mano reconfortante sobre su hombro.
—¿Tienes algún conocimiento de lo que ha sucedido aquí? ¿Has visto algo o a alguien que pueda arrojar luz sobre este misterio? —le preguntó Cerydwen, su mirada buscando en los ojos del leñador cualquier indicio que pudiera ayudarles a entender lo que había sucedido en aquel lugar.
- Algo cayó desde el cielo hace dos noches. - Respondió aquel homrbe con los ojos humedecidos por una lágrimas que todavía no habían resbalado por sus mejillas. Erik trataba de mantener la compostura, aunque le estaba costando horrores. - Estábamos trabajando al norte de aquí. Talábamos unos abetos en el norte para la construcción de un navío. Era de noche y estábamos cenando. Vi como una bola de fuego cruzaba el cielo y se perdía al sur, no muy lejos de donde nos encontrábamos. Temí lo peor. Fue como una corazonada... - Estalló finalmente en lágrimas. - ¡Temí por mi familia y me puse en marcha! - Sollozó destrozado llevándose las manos a la cara. - No se dónde están...
Los relatos angustiados de Erik resonaron en el corazón de Cerydwen, quien escuchaba con atención cada palabra mientras el leñador luchaba por contener sus emociones. La caballero se acercó aún más a él, envolviéndolo en un abrazo reconfortante mientras compartía su dolor.
—Comprendo tu angustia, buen hombre. Es comprensible que te preocupes por tu familia en momentos como estos. Pero no estás solo en esta lucha, estoy aquí para ayudarte en lo que pueda —dijo Cerydwen con voz suave y compasiva.
La caballero contempló el cráter oscuro que se alzaba en el centro del pueblo, una cicatriz en la tierra que parecía contener las respuestas a tantas preguntas sin respuesta. Con decisión, se dirigió nuevamente hacia Erik, determinada a ofrecerle un rayo de esperanza en medio de tanta desesperación.
—Propongo que vayamos primero a tu casa, Erik. Es posible que tus seres queridos hayan buscado refugio allí o que, al menos, podamos encontrar alguna pista sobre su paradero. Después, nos dirigiremos al cráter para examinarlo más de cerca y buscar cualquier indicio que nos ayude a entender lo que ha sucedido —propuso Cerydwen.
Sin esperar una respuesta, la caballero se puso en marcha hacia la casa del leñador guiando de las riendas a su fiel corcel, con pasos rápidos pero cuidadosos, lista para enfrentarse a cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino en su búsqueda de la verdad y la esperanza en medio de la oscuridad que envolvía Vesterby.
Erik, con el corazón cargado de pesar y los ojos llenos de lágrimas, escuchó con atención las palabras de Cerydwen, las cuales para él, fueron reconfortantes. Aunque nada o muy poco podía hacer por ayudarle, el hecho de no estar solo en la desolación que una vez fue su hogar, era de agradecer.
- Gracias, noble dama. Vuestra comprensión y apoyo significan mucho en estos momentos oscuros. - Respondió Erik, esforzándose por contener la emoción.
Miró hacia el cráter que se hundía en el centro del pueblo. La propuesta de Cerydwen de buscar primero en su hogar lo le hubiera reconfortado de no haber estado la que fue su casa en el mismo centro del pueblo, justo donde ahora reinaba aquel enorma cráter.
- Lo cierto es que me gustaría ir hasta allí, pero creo que ya no existe el lugar donde levanté mi casa hace veinte años... - Dijo apretando los puños y conteniendo las lágrimas. - Podremos explorar el cráter juntos, en busca de respuestas, pero creo que sólo hayaremos desolación... tengo miedo de lo que podamos encontrar, pero más de lo que no seguro que no encontraremos... — Respondió Erik sintiendo como toda su vida se derrumbaba.
Cerydwen se puso en marcha y Erik le siguió con pasos vacilantes.
El leñador y la caballero se acercaon al cráter con cautela, un espectáculo impactante y devastador. A lo largo de su borde escarpado y desgarrado, los cascotes de piedra se amontonaban en montones caóticos. Las ruinas de las estructuras antiguas, muros desmoronados, techos derrumbados que una vez conformaron aquella villa normalmente tranquila, ahora reposabam reducidos a meros escombros. Aunque lo mñas macabro de todo aquel asunto, eran los restos humanos y de animales esparcidos en algunas zonas e irreconocibles.
El aire estaba impregnado del olor acre del humo y la madera quemada. Entre los restos carbonizados, se podían ver trozos retorcidos de madera, fragmentos de vigas y tablones que alguna vez formaron parte de los hogares de los aldeanos ahora desaparecidos. Una capilla, medio derruida y envuelta en sombras, se alzaba en el centro del caos, sus paredes resquebrajadas y sus vidrieras rotas, como un símbolo de fe que había resistido a duras penas el embate del desastre.
En medio de la devastación, el cráter mismo no era solo una marca en la tierra, sino más bien un agujero profundo y oscuro, como si la tierra misma se hubiera abierto de golpe. Desde su borde hasta el fondo, el cráter se extendía como una enorme cavidad, dejando una sensación de vacío y desolación. Las sombras que se proyectaban en su interior le conferían una apariencia aún más profunda, como si estuviera listo para absorber cualquier cosa que se acercara demasiado.
Tirada de percepción.
Motivo: Percepción
Tirada: 1d20
Resultado: 13(-1)=12 [13]
Erik caminaba entre los escombros desolados, cada paso resonando en el silencio sepulcral que envolvía el paisaje. Sus ojos escudriñaban los restos destrozados que una vez fueron hogares, ahora reducidos a montones de escombros humeantes y vigas retorcidas. El viento susurraba entre las ruinas, creando un sonido constante que llenaba el vacío dejado por la destrucción. En un momento dado, Erik se detuvo agachándose para examinar unos cascotes.
- ¿Te has fijado en...? - Tocó entonces una de las piedras con la yema de su dedo índice, esparciendo sobre la roca una sustancia rojiza y tiñéndose levemente el dedo en el proceso. - ¿Qué diantre es ésto? - Le preguntó.
Fue en ese momento cuando, mientras Erik mostraba su dedo manchaso y en medio de las ruinas envueltas en la oscuridad de la noche, un sonido repentino interrumpió el silencio sepulcral. Se trataba del sigiloso avance de lo que parecían ser animales, cuyos pasos eran apenas audibles deslizándose entre los escombros mientras acechaban en las sombras. En un momento dado cuatro ojos brillaron con un destello de hambre y astucia en la oscuridad.
Tiramos iniciativas:
Erik (Ini. 12):
Lobo 1 (Ini. 3):
Lobo 2 (Ini. 3):
Motivo: Percepción
Tirada: 1d20
Resultado: 15(+1)=16 [15]
Motivo: Iniciativas lobos
Tirada: 1d20
Resultado: 1(+2)=3 [1]
Motivo: Iniciativa erik
Tirada: 1d20
Resultado: 11(+1)=12 [11]
El corazón de Cerydwen latía con fuerza mientras Erik y ella exploraban entre los escombros, buscando pistas que pudieran arrojar algo de luz sobre el misterio que envolvía a Vesterby. La sustancia rojiza que descubrió en una de las piedras despertó la curiosidad de la caballero, pero antes de que pudiera responderle, un escalofrío recorrió su espalda al percibir el sigiloso avance de los depredadores en la oscuridad.
—Erik, ¡rápido! —exclamó en un susurro urgente, instándolo a ponerse a cubierto mientras ella aprestaba su lanza y se preparaba para el inminente enfrentamiento con los lobos que acechaban entre las sombras.
Con un gesto rápido, Cerydwen contuvo a su corcel, transmitiéndole la orden de mantenerse en calma mientras se enfrentaban a la amenaza que se cernía sobre ellos. Sus sentidos se agudizaron, alerta ante cualquier movimiento en la oscuridad, mientras sus músculos se tensaban en anticipación del combate que se avecinaba.
Los ojos brillantes de los lobos destellaban en la penumbra, llenos de una ferocidad hambrienta. Sin embargo, no se dejaría intimidar por su presencia. Se preparó para enfrentarlos, erguida con valentía, lista para defender a Erik y a sí misma de cualquier peligro que pudieran representar.
El código de caballero impide a Cerydwen atacar a oponentes desprevenidos.
No me has aceptado aún en el Owlbear, así que cuenta con que me muevo como te he indicado por WhatsApp y preparo acción, lanzazo al primer lobo que se acerque (10', mi arma tiene alcance). Ataque: 14. Si impacta, uso la dote Detener, así que en vez de hacer daño, el lobete de turno tendría que hacer una TS Ref CD 18 o quedarse en el sitio (a 10' de mi posición) como si hubiera consumido todas sus acciones de movimiento de este turno.
Mi idea no es matar a los lobos si es posible, sino contenerlos hasta que Erik pueda huir y entonces retirarme yo también.
Motivo: Iniciativa
Tirada: 1d20
Resultado: 17 [17]
Motivo: Ataque
Tirada: 1d20
Resultado: 6(+8)=14 [6]
Motivo: Daño
Tirada: 1d8
Resultado: 4(+4)=8 [4]