Partida Rol por web

La pequeña saludó al jurado y después miró a Maxwell con cierta curiosidad. Recordaba que había sido el primero en sentarse bajo el Sombrero Seleccionador, y ya estaba. Aunque habían coincidido en varias clases, lo cierto era que nunca habían intercambiado palabras.

- ¡Hola! -Sonriente, le saludó informalmente antes de comenzar con el saludo propio del duelo.- Seguro que lo pasamos genial. -Volvió a sonreirle y entonces ya se colocó en su posición. Alzó la varita por el nivel de su cabeza y esperó.

La segunda ronda volvía a ser contra una chica. Hubiera preferido a un chico, pero por desgracia, no podía elegir.

—Hey —devolvió el saludo.

Maxwell se encogió de hombros. En ocasiones realizaba actividades que le proporcionaban cierta diversión, y tirarse rayos de fuego no era lo más aburrido que se le ocurría hacer para pasar el tiempo, aunque las estrictas reglas del torneo obstaculizaban esa diversión. Pero no recordaba habérselo pasado "genial" en toda su vida. ni siquiera alcanzaba a imaginar qué podía hacer para alcanzar semejante apoteosis de satisfacción.

El chico tejón actuará primero

Estaba levantando la varita cuando el canijo se interpuso entre Max y Willow para anunciar quién atacaría primero.

El niño enarcó una ceja, incredúlo, y a continuación sacudió la cabeza para devolver sus rasgos a su aspecto habitual. Una pérdida para todos, pues la ceja levantada le daba cierto encanto del que carecía la habitual expresión de tedio.

Volvió a levantar la varita y, sacudiéndola con toda la elegancia de un espadachín sin dedos, pronunció las palabras del conjuro:

—Flamine Fulminis.

Aquel Hufflepuff había sido rápido, algo que dejaba a Willow en clara desventaja si teníamos en cuenta que el Duelo no es su fuerte.

La pequeña tragó saliva y algo nerviosa, por ser su primer duelo de verdad, formuló el contrahechizo.

- ¡FULMINIS FINITE!

Estaba confiada, creía que había realizado bien el hechizo, pero sin duda su ataque fue bastante mejor que el de Willow, y el rayo de fuego fue directo hacia la pequeña. A pesar de todo, decidió contraatacar, no quería que Maxwell se fuera de rositas, y quizás fuese su única oportunidad de hacer algo, visto lo visto.

- ¡Eleccella Fulminis Maxwell! -Movió la varita haciendo una floritura con ella, recordando con lo mejor posible cómo lo había hecho el profesor en clase.

Tras lanzar su conjuro, Maxwell sujetó la varita con ambas manos, por las dos puntas, y pronunció las palabras del conjuro —a punto estuvo de distraerse pensando cómo se las arreglarían los magos mudos— para tratar de bloquear el eleccella enviado por Willow como réplica.

—Fulminis Finite.

Binns bajó con su parsimonia habitual hasta donde estaban los contendientes y se colocó entre ellos. Pasó su mirada de la chica, que había recibido un Flamine, al chico, que había conseguido parar el Eleccella. Miró a su lista de participantes antes de hablar, para tener presentes los nombres.

- Bien, señores. Este asalto es para el señor... Alien... Alden, quien, tras efectuar un preciso conjuro, se defendió sin problemas de la señorita... eh... Brontë -Se apartó para volver a su sitio en las gradas del jurado. A la espera de que algún colega suyo quisiera remarcar algo más, no les dio aún permiso para continuar con el duelo. 

- Sí - Es lo único que dijo el maldito duende, mientras contaba monedas de oro.

¿Alien?

—¿Brontë? —preguntó en voz alta.

Nunca había sabido de nadie con ese apellido, pero lo había leído en los lomos de un puñado de libros viejos. Lo cierto era que no había leído ninguno de ellos. Había mucho que leer, y no habían conseguido llamar su atención. Pero sí se había fijado en ese apellido, esa diéresis le provocaba cierta confusión respecto a la pronunciación, aunque no recordaba el nombre de pila de ninguno de los autores...

...Y no era relevante en ese momento. Su cabeza tenía la jodida manía de irse adonde no tenía que ir.

Volví a ser su turno. Soltó la mano izquierda de la varita y sacudió el palitroque mientras exclamaba el conjuro:

—¡Flamine Fulminis!

Había estado mirando el resto de duelos en las gradas, y el profesor Binns no parecía muy bueno recordando nombres teniendo en cuenta que seguía confundiéndose. A la pequeña le pareció curioso, teniendo en cuenta que era profesor de Historia de la Magia.

- ¡Fulminis finite!

Por un momento que a ella le pareció pequeño, se despistó cuando Maxwell dijo su apellido. Quizás fuese eso lo que provocó que fallase con el contrahechizo, o quizás simplemente no estaba hecha para los duelos. La pequeña estaba bastante segura de que era lo segundo.

Emitió un leve quejido cuando el rayo de fuego le impactó, y se llevó la mano para frotarse el brazo.

- Parece que este es todo tuyo, enhorabuena. -Comentó, resignada. Después se miró donde el hechizo del Hufflepuff le había impactado y se preguntó si realmente tendría que ir a la enfermería.

- El Niño Tejón se alza con la victoria. Felicidades niño tejón... ¿No querrás abrir una cuenta en Gringotts, no? No... todavía eres demasiado joven... podeis retiraros... -

Binns llegó tras el duende, que ya estaba buscando jóvenes clientes para su banco. Estos duendes... No cambian ni en mil lustros. Mientras Doggo se marchaba, dejando un sonido tintineante de monedas, el fantasma corroboró sus palabras:

- Efectivamente, el niño de Hufflepuff se alza con la victoria. Una victoria extremadamente rápida. Seguramente tendrá su propia sección en los anales de Hogwarts -Se marchó pensando en cómo podría dejar por escrito todo lo ocurrido en durante este torneo, algo que él estaba deseando, si no podía agarrar una pluma. Ni tampoco recordar los nombres de ninguno de sus alumnos, pero eso era lo menos importante.

Maxwell bufó cuando el canijo horrendo le ofreció abrir una cuenta en el banco del Callejón Diagón. En su puta vida nadie le había confundido con alguien que pudiera tener una miserable libra en el bolsillo. Podía darle las gracias al viejo, que no le dejaba ir por la escuela con la ropa que ya apestaba cuando la había desgastado la generación previa.

El duelo había concluido con rapidez esta vez. Mal asunto, aunque había ganado. Era mejor que perder, pero no era esa la razón por la que estaba allí. Quería practicar los conjuros, y en el aula de duelo nunca coincidía con nadie. En un par de intercambios, ya se había dado cuenta de que, a diferencia de una pelea a hostias, la clave no estaba en el ataque, sino en la defensa. Pero eso no era suficiente.

Se despidió de la otra niña con una sacudida de cabeza y salió de allí, rascándose el cuello con la punta de la varita.