Pietro había observado todo aquel espectaculo sin decir palabra. Estaban sus "mayores" y a ellos les debía respeto. Así como seres de otras razas. Si bien las feericas, como se referia él al hada y la changeling, estaban inmersas en su tarea destructiva, Pietro podía palpar la tensión entre vampiros y hombres lobo. Una tensión que, por culpa de este incidente podía verse agravado. Y eso no era bueno. Cuando todos se fueron aprovechó la mínima excusa para quedarse a solas con Caliope. Habían pasado mas de cuatro años desde que se vieran por última vez. Y en su marchita cáscara sentía algo muy humano. Algo irreal, pues los vampiros carecen de órganos que puedan latir. Pero era suficiente para hacerle sentir vivo a un muerto. Se acercó con lentitud hacia Caliope, sonriendo.
- Ha pasado mucho tiempo, Caliope... - Susurró Pietro, más buscando una respuesta. Un por qué.
Calíope, al finalizar su tarea, le dijo a la changeling que ella no iba a pisar la ciudad bajo ningún concepto, a no ser que los Ancianos fueran de propio a hablar con ella. Que fuera ella y le llevara las noticias, pues por hoy ya había hecho suficiente. Flavia, recelosa, aceptó las "órdenes" y dijo que iría a visitarla más tarde. Cuando vio a Pietro acercarse y dirigisse al Hada, le lanzó una pícara sonrisa y se da la vuelta para irse.
Calíope no se sobresaltó al escucharle a sus espaldas. Ya había notado su presencia mucho antes. Orgullosa, altiva, divina, se dio la vuelta y le miró fijamente con sus ojos verde esmeralda. En su rostro serio apreció una breve sonrisa que a Pietro le pareció perfecta, y después habló de nuevo con aquella susurrante voz.
- Deberíamos alejarnos de aquí, Pietro- miró hacia la carretera- Viene gente.
Efectivamente, a lo lejos comenzaban a verse lucecillas ascendiendo por el monte, y la sirena de los bomberos empezó a escucharse. El hada le hizo un gesto con la mano inidcándole un camino que se adentraba en el bosque. Después, comenzó a andar con aquella agilidad felina que, quizás Dios o la naturaleza misma, le había otorgado.
Pietro observó a Caliope. Maravillado. Embelesado. Era suyo y lo sabía. Sabía que Caliope podía hacer con él lo que desea con solo pedirlo. Pietro sintió sus labios secos. Si su marchito interior "latía" por aquel ser de Ensueño, su hambre era cada vez más fuerte, y su adicción se hacía insoportable. En un segundo que cerró los ojos, para dejarse embriagar, rozar, arropar, por el perfume floral de Caliope, los caninos de Pietro crecieron y él exhalo una bocanada de aire. Pero pronto los escondió, dandose cuenta de lo que había hecho. Podía decirse que amaba a Caliope, no el amor facil y efímero que sienten los mortales. Un amor al que esa sola palabra se le quedaba corto. Un amor que perduraría por los siglos. Y se sentía sucio cuando se dejaba arrastrar por su adicción.
Siguió a Caliope por la espesura del bosque. Se mantenía en silencio, aunque había tanto que quería decirle. Pero las palabras no lograban salir de sus labios. En aquel momento alzó la vista, que tenía fija en la figura de Caliope, para mirar su nuca. Altivo. Noble. Orgulloso. Como si mirara los ojos de Caliope. Preguntó.
- ¿Por qué has dejado pasar tanto tiempo? - Bien sabía el por qué, y era su maldita adicción. Pero también sabía que a su bosque solo pasaba quien ella quería. ¿Por que ahora le flanqueaba el paso? ¿Por qué ha tardado más de cuatro años en hacerlo?
Calíope no se detuvo en ningún momento, ni hizo atisbo de girarse para hablar con él. Se percató, por supuesto, del gesto que el vampiro había hecho al oler su fragancia. En su fuero interno algo se removió, pero no era ni el lugar ni el momento de nada. Ya había habido demasiadas sensaciones humanas por aquella noche. Se tomó su tiempo antes de responderle.
- ¿Y por qué no?- murmuró, quizás con un tono divertido- Te dije que sería peligroso para los dos... y ya lo has demostrado hace escasos minutos. Acabarías perdiendo el control, y eso es algo que no voy a permitir.- dijo sin mirarte.
Entonces, como si hubiera cruzado una puerta a una época diferente, Pietro se adentró en un lugar donde se respiraba paz, calma, armonía...
La vegetación del bosque se mezclaba con flores de colores que ya había olvidado, y las ruinas de aquel panteón griego que tantas veces el Hada le había mostrado, se alzaban brillantes bajo la luz de la luna, con los pilares llenos de enredaderas. Un pequeño riachuelo que tenía principio y fin visibles, formaba un largo estancado en el que los juncos crecían por doquier, y las aguas cirstalinas reflejaban perfectamente la luz de la Luna. Y en un lado, entre los árboles, había una pequeña construcción de mármol blanco, un pequeño templo donde ambos habían pasado muchas noches. Aquel lugar era el Tempio della Sera Brezza. La casa y hogar de Calíope.
Y le había vuelto a dejar entrar.
Pietro apretó los puños al conocer la razón. Ya la sabía. Pero le gustaba que Caliope se lo repitiera. Era como un castigo que se había autoimpuesto. Como un penitente que continuamente se flajelaba para recordar cual débil era ante los impulsos. Per cuando entró en el hogar de Caliope, su musa, su Diosa, sonrió con paz. Como si estuviera en paz consigo mismo. Y cerró los ojos para dejarse acariciar de nuevo por aquella sensación que tanto tiempo había echado de menos. Y de haber sido humano. De seguir su cuerpo vivo. Lágrimas cristalinas se habrían derramado en el momento en que penetraron en el Templo y hogar de Caliope. Pero estaba muerto. No había lágrimas ni secreción alguna dentro de su cáscara, que le parecía marchita y sin sentido alejado del hada.
En su cabeza se repetían sus últimas palabras "¿y por qué no?" le había dicho ella. Ahora Pietro la rodeó de la cintura, pero no fue brusco. Su tacto, frío de un muerto, era suave y delicado. Y en sus caricias se observaba la veneración que por ella sentía. La obligó a darse la vuelta para mirar sus ojos esmeralda. Si su corazón pudiera latir, saldría desbocado de su pecho.
- ¿Por qué no? Porque me das algo que me fue vetado hace 150 años. Porque aún te noto temblar si estoy cerca, si te rozo... - En ese momento subió una de sus manos hasta el pecho de ella, en el centro, para sentir como latía un corazón Inmortal. Para sentir si latía ante tal roce.
El hada se puso rígida nada más sentir las manos heladas del vampiro. No es que su cuerpo fuera muy cálido tampoco, pero lo era más que el de él. Cualquier pareja que se hubiera reencontrado después de tantos años habría sido fría, distante, pero para ellos, seres inmortales, había sido solo un suspiro y, en cierto sentido, se podía palpar el deseo y la inquietud de ambos. Sin perder los nervios ni la majestuosidad, Calíope miró muy seria a Pietro y murmuró.
- ¿Te parece que es hora de jugar cuando estamos a punto de ser descubierto?- lo dijo en un tono duro, pero Pietro percibió que no lo fue tanto como ella había pretendido. Y eso era algo que solo él podía percibir, porque la conocía.
Pietro ascendió lentamente su mano desde el escote de Caliope. Rozó la rosada, en comparación con la propia, piel del hada con una levedad que sus caricias parecían el roce de una exquisita tela de seda. Ascendió por su cuello, hasta acariciar el menton y la mejilla de Caliope. Entonces el vampiro le concedió al hada una de sus escasas sonrisas. Sonrisa viva, brillante, que despedía incluso luz propia. La miró a los ojos, y rozó sus labios sin previo aviso. Fue un roce breve, pues Pietro quería probarse a si mismo. Probarse si podía aguantar el impulso adictivo de su olor. Los colmillos no habían salido, pero Pietro tuvo que separarse de los labios de Caliope. No era esa suficiente prueba.
- ¿Te parece que ésto es un juego? - Le miró serio el vampiro. - No, no lo es. Y más precisamente por eso. Nadie me conoce como tú. Soy alguien amante de la paz... Pero este golpe significa el inicio de una pronta guerra. Guerra entre nosotros y aquellos que perpetraron tamaña atrocidad en el hospital. Tu puedes ocultarte en tu bosque, Caliope, pero yo no tengo magia suficiente para ello. No. - Dijo sonriente, muy cálido para un vampiro, Pietro sin dejar de mirarla. - Precisamente esto... no es ningún juego.
El hada, fría como le hielo, no correspondió al beso, aunque dejó que el vampiro la besara. Sabía que iba a hacerlo, pero no le detuvo. Aquella noche se estaba volviendo más humana que en los doscientos o tal vez quinientos últimos años. Pero no perdió la compostura y, cuando terminó de hablar, alzó la mano colocándola en su pecho y retrocedió un paso.
- Si crees que puedo ocultarme de por vida, subestimas mis capacidades. Tan pronto como el Pacto se rompa el bosque será rastreado, al igual que vuestra casa. Si los humnos saben qué y dónde deben buscar exactamente, lo encontrarán. Y la primera que caerá, seré yo porque mi apariencia es imposible de ocultar. Vosotros podéis emigrar, y los ghouls cuidan vuestras guaridas cuando no podéis salir a la luz. Para mi, el simple hecho de pisar una ciudad es algo imposible.- el hada le lanzó una mirada severa- No tengo tiempo para que me seduzcas, Pietro. Necesito descansar después de lo de esta noche.
Estaba exhausta después del trabajo de aquella noche, y estar tan cerca de Pietro le causaba una inquietud muy humana que no sentía desde hacía años. Calíope cerró los ojos, y de repente pareció mucho más cansada y débil de lo que jamás la había visto el vampiro. Parecía una figura de cristal a la cual el mínimo golpe la destrozaría. Cuando volvió a abrir los ojos, una chispa de tristeza manó de ellos, pero fue solo durante un instante. Después ella separó las manos de Pietro de su piel y se dio la vuelta caminando hacia el lago. No quería recordar, tenía que mantenerse serena. Pero él le evocaba tantos recuerdos...
Pietro sintió otra cosa que no había sentido en sus 150 años. Una punzada de pena por ver tan abatida a Caliope. Tanto tiempo sin sentir nada como aquello, le hizo imposible reaccionar con rapidez ante aquello. Sintió la necesidad de abrazar a Caliope, pero ella ya se estaba marchando hacia el lago. No es que quisiera seducirla como seduciría a una humana para conseguir algo a cambio. Es que la necesitaba. Tal vez para ella estos cuatro años fueron un suspiro, pero para Pietro fueron pasando lentos y agónicos los segundos. Entonces descendió por las escaleras por las que parecía levitar Caliope. Y cuando llegó a la orilla del lago, la abrazó. La atrajo contra su pecho, frío y duro como una losa de marmol. Quiso consolarla. Algo le decía, que esa tristeza necesitaba la cercanía y el calor de un abrazo. Él pudo darle cercanía y el calor que pretendía. Pero era un vampiro, y contra su tacto helado no podía hacer nada. Cuando estuvo cerca de ella le susurró al oido
- No voy a dejar que nadie, ni humano, ni lobo, ni vampiro, ni feerico te haga daño, Caliope. - Pietro se sintió temblar. Por un lado temblaba de la necesidad por Caliope, dandose cuenta de cuan necesaria era. Por otro temblaba como el yonki temblaba antes de meterse un chute de caballo. Era su adicción y la cercanía de Caliope, su olor, su tacto, y el recuerdo del sabor de su sangre lo que le hacía temblar. Pero Pietro trató de sobreponerse a ello. - Quien quiera dañarte, tendrá que pasar por encima de mi cadaver. - Irónico, ¿verdad? pues él ya era un cadaver.
Calíope dio un amnotazo y se liberó del abrazo del vampiro.
-¡Crees que necesito tu protección!- espetó volviéndose hacia él con los ojos henchidos en rabia- Tengo cientos de años y he pasado por esto lo menos una docena de veces. Todos vosotros, todos sin excepción pensáis que porque estemos al borde de la muerte somos mas frágiles que nunca.
Avanzó hacia él, y seguramente ella no era consciente, pero masas de agua del lago comenzaron a levitar detrás de ella y el viento del lugar se levantó agitándole el cabello.
- No necesito que nadie vele por mi, pero haré todo lo posible por impedir que el Pacto se rompa. Y si lo hace, afrontaré las consecuencias yo sola.
El hada hinchó el pecho con orgullo y después cerró los ojos unos instantes para calmarse. El agua calló de nuevo sobre la superficie del lago y el viento cesó. Se sentía vulnerable por haberse dejado llevar por sus sentimientos más humanos. A veces no entendía cómo Pietro podía hacerla perder tanto el control en tantos aspectos de su vida.
- Cada vez que apareces me haces perder los estribos. Y no me gusta- añadió en un tono amenazante.
Pietro no se inmutó. Sabía que iba a reaccionar así. Ella es antigua y orgullosa, temperamental como la misma naturaleza. De repente brilla como el sol del medio día, ya olvidado para el vampiro, que al segundo trae nubes oscuras y borrascosas. Pero eso era otra cosa que le gustaba de Caliópe. Y aunque supiera que había metido la pata, quería decírselo. Necesitaba decirle aquello que significaba mucho más que un simple "voy a protegerte". Pero igualmente ella, conociéndole, podía ver que el vampiro no se iba a echar atrás. Si tenía que luchar a plena luz del día para que no entraran en ese bosque, Pietro lo haría. El vampiro se metió las manos en los bolsillos, después de que Caliope se hubiera separado de él.
- ¿Entonces que quieres que haga? Eres poderosa, pero los humanos, todos nosotros, pueden serlo más. ¿Y si no te atacan humanos? ¿Y si te atacan vampiros? No tengo que recordarte que podrías contra uno, o contra dos, pero el tercero te destrozaría. ¿Y entonces qué? ¿Me quedo de brazos cruzados? ¿Eso querrías? - Pietro sacó las manos de los bolsillos y comenzó a gesticular, acelerado por momentos.
Calíope esbozó breve sonrisa.
- No quiero nada, Pietro. No me da miedo que podáis matarme. Lo que me da miedo es perder mi hogar- alzó las manos señalando el lugar- Este sitio vale más que cualquier ser vivo de la tierra y contiene más poder que ningún otro lugar del mundo. Puedes quedarte mirando o dejar que Di Lorenzo te descuartice si abandonas su bando. Eso es decisión tuya, no mia.
El hada bajó las manos y permaneció quieta, mirándole fijamente.
Pietro asintió, correspondiendo a la sonrisa, breve pero encantadora, de Caliope. Echó un breve vistazo en rededor. Sabía cuan importante era aquello para el hada, su hada. Sabía que todo aquello era parte de Caliope, vivía en Caliope. Defenderla, morir por ella, significaba también hacerlo por ese lugar. Sin decir nada, Caliope ya sabría qué es lo que haría Pietro. El vampiro hizo un ademán de suspirar, aunque no tenía pulmones que llenar de aire. Se alejó, sentándose sobre una roca, observando la quietud del lago y, en su reflejo, la figura de Caliope.
- Por qué quieren hacer esto, Caliope. Por qué tanta muerte, tanta destrucción. La destrucción solo llama a más destrucción, la muerte a más muerte...
El hada se acercó a él, se agachó a su lado y le acarició el pelo.
- Pequeño... es la ley de vida que rige el mundo. Nuestro mundo, el cual también morirá algún día. No se las razones que le impulsa a ello, y tampoco me improtan. Solo se que mi deber es mantener en secreto lo que los caídos de mi raza forjaron con los sueños de las personas... porque es la única manera de salvar la bondad de ellos. Ya que los humanos, a fin de cuentas, solo saben odiar, matar, y morir por ideales que ni si quiera llegarán a comprender.
Calíope se levantó y caminó adentrándose en el lago hasta que el agua le cubrió las rodillas. la tela de su falda flotaba a su alrededor causando destellos de vivos colores.
- Es la ley que rige este mundo- repitió- Y algún día también me alcanzará a mi... y a ti.
Pietro volvió a sentir el temblor recorrer su cuerpo ante la caricia de Caliope. Sonrió y sintió una punzada de tristeza cuando escuchó, y en su interior comprendió cuan ciertas eran, las palabras de Caliope. Cuando ella se adentró al lago, él se quedó quieto, mirándola. Sonreía y no se movía de la roca. Sentía que no debía hacerlo. No tenía el poder suficiente para hacerlo. Él rompería la bella estampa que hacía Caliope en el lago, rodeada de quietud, de paz, de belleza, con la luna plateada iluminando las negras aguas del lago, y el vestido del hada hondeando tranquilo. Sabía que recordaría esa imagen para toda su vida. Y tal vez de ella naciera una oda.
- Entonces... - Dijo, en todo momento sin apartar la vista de los ojos de Caliope. Sus manos se unieron alrededor de sus rodillas. - Espero que me llegue a mi antes que a ti, Caliope. Tú eres con creces más necesaria. Eres Naturaleza. Eres Vida allí donde yo solo sería Muerte.
Ella acarició con la yema de los dedos la superficie del agua, creando hondas a su alrededor. Alzó la mirada y fijó sus ojos en la luna dejando que su pelo cayera como una cascada por su espalda, rozando las puntas la superficie del agua.
-Yo no soy vida, Pietro. Soy un sueño... Y cuando la gente deje de soñar, yo dejaré de existir. La Muerte, al fin y al cavo, es parte del ciclo. Cuando las hadas desaparezcan, vosotros seguiréis encarnando la Muerte. Y los garou el espíritu y la Vida, de Gaia -Se quedó parada durante unos instantes conteniendo la respiración, y después soltó un largo suspiro y volvió a mirarle. - ¿Quién tiene el poder suficiente para retar a la propia naturaleza?- calló durante unos instantes y después susurró con una sonrisa cargada de ternura- Nadie... Pues si Gaia ha creado a los humanos para cumplir su cometido... Lo harán.
Y aquellas palabras sonaron como un complejo enigma que había tardado siglos en ser resuelto.
Pietro se estiró para llegar a tocar con sus dedos el agua. No la sentía fría, ni cálida, ni agradable. Era simplemente líquido para él. Un líquido que le mojaba. Pero un líquido que transportaba la esencia de Caliope. Que era parte de Caliope. Negó levemente con la cabeza.
- Los humanos pueden destruir todo lo que amamos... - Susurró el muerto. - Y si se destapa todo... tendrán razones más que suficientes. Porque desconocen. Su ser efímero le hace temer a todo aquello que desconoce, que no se parece a una sus vidas cortas. Creen que todo aquello desconocido les dañaría. Y contra todo ello lucharían. Dejarían de creer en ti. Harían arder mansiones, túmulos, bosques... - Pietro hablaba mirando el reflejo del hada en el agua con una ternura extraña en un vampiro. Sus ojos irradiaban un amor atemporal, inmortal, incomprendido desde una mente humana.- Los humanos pueden destruirlo todo a su paso, si se lo proponen.
El hada contempló al vampiro ladeando la cabeza. Le escuchó. Tenía razón, y ya lo sabía. Lo había comprobado desde siempre, no era nada nuevo. Nadie podía decirle nada nuevo a Calíope. Nadie podía hacerle sentir nada nuevo. El mundo se había vuelto aburrido hacía cientos de años, con la muerte de la anterior hada del Templo. Pero un impulso de vida seguía alentando al hada a querer vivir, a querer luchar por todo.
- Lo sé- murmuró, y su voz pareció un susurro provocado por el viento.- Pero nosotros no somos humanos.
Calíope avanzó con soltura por el agua hacia él. En el fondo, aquella noche se había vuelto humana casi por completo, y la autodestrucción estaba siendo su cometido. Aquel maldito vampiro le hacía volverse así, desde el primer día que le vio. Sabía que podría matarla, que si se lo proponía con un solo roce le podía robar toda su vitalidad... Cuando estuvo a la altura de él, se inclinó hacia delante y acarició con el dorso de su mano la fría mejilla del vampiro, y juntó su frente con la de él dejando que la punta de su nariz rozara la suya. Le miró a los ojos, fijamente, transmitiéndole toda la ternura que podía en aquel breve contacto.
- Pero nosotros somos algo más bello y puro que ellos…
Pasó su brazo alrededor de su cuello y enredó la otra mano en su pelo, acariciándolo. Y al final, sabiendo que él lo deseaba más que nada en aquel instante, cerró los ojos y le besó suavemente, conteniendo la respiración. El corazón le latió rápido, y todo el lugar se agitó con la misma fuerza de un huracán al volver a sentir los labios del vampiro, esta vez con consentimiento, en un breve pero suave beso.
Pietro ya sabía que Caliope se acercaría al ver como le miraba. Y sabía lo que él provocaba en ella. La conocía tan bien como ella a él. Sabía que el vampiro la destruía. Poco a poco. Con cada beso, con cada caricia. Pero Pietro albergaba la esperanza de, al menos, servirle para algo bueno a Caliope. No sabía si le quería, nunca le había preguntado algo tan banal. Hablar, dos seres inmortales de sentimientos tan humanos sería destruir todo cuanto podían sentir. Sea lo que fuere. En ese momento Pietro sonrió y él se levantó cuando Caliope se inclinó hacia él.
Cuando le rodeó, él la tomó del mentón, de las mejillas, con dulzura. Un nudo se creó en su garganta que de deshizo con el beso de Caliope. Las manos de Pietro la rodearon y la estrecharon contra si mismo, haciendo más íntimo el beso. Algo le decía al no muerto que después de aquello habrían de despedirse. ¿Hasta cuándo? ¿Pasarán de nuevo cuatro o cinco años, o esta vez será una eternidad? Lentamente Pietro fue el primero en separarse, pues aún le era difícil no sucumbir a su vicio. Cuando se separó sus incisivos estaban crecidos, aunque no mordió, ni probó una gota de sangre de Caliope.
- ¿Cuándo volveremos a vernos?
Preguntó, pensando o sabiendo que el hada podría tener cierta capacidad de leer el futuro. O tal vez preguntando, en realidad, cuándo volvería Caliope a dejarle entrar en su morada.
Calíope suspiró profundamente con los ojos cerrados cuando Pietro se separó de ella, dejando de sentir el roce de su fría piel.
No le quería. No le amaba. No le deseaba. Eso eran conceptos demasiado humanos como para experimentarlos de la forma tan intensa y vívida como lo hacían los demás. Pero en cierto sentido, a su manera de vivir, ver y sentir, aquel ser le hacía revivir cosas del pasado que nadie más hacía. Y eso, para un hada, debía ser lo mismo que sentir amor. Poder evocar de nuevo tantas cosas… A veces se preguntaba si merecería la pena ser solo la mitad de su alma feérica para poder experimentar todo aquella tan intensamente. Pero entonces renunciaba a todo aquel hermoso lugar donde un día sí había experimentado la felicidad de la mano de otros seres tan puros como ella.
Pero todo eso había muerto ya, hace muchos años. Los tiempos de los héroes y los dragones habían sucumbido a la banalidad. El crepúsculo llegaba a su fin para ella. Lo sueños dejarían de existir…
- No lo sé. Pronto.- dijo clavando sus ojos verdes en él, mirándole con dulzura- Pero ahora debes irte. Te esperan.
El Hada se dio la vuelta y caminó, casi levitando por encima de la fina hierba, de nuevo hacia las aguas cristalinas. Su figura parecía bailar entre la penumbra de la noche, tenuemente plumada por la luz de la luna que ya se ocultaba tras los árboles. De espaldas al vampiro, se adentró de nuevo en las tibias aguas del lago, y cuando la cubrieron por la cintura, se deshizo con un grácil gesto del resto de su ropa. Entonces, hasta los oídos de Pietro llegó de nuevo la voz de Calíope entonando un extraño pero melodioso cántico en una lengua que desconocía.
De alguna parte del lugar, o quizás del propio viento, comenzó a sonar una lenta melodía.