00:30 a.m.
La fría noche veraniega, coronada por una brillante luna menguante, estaba llegando a su culmen. Era martes de madrugada y las calles de la ciudad estaban inundadas por un silencio abrumador. En la colina más alejada de la ciudad, muy cerca del bosque, el edificio del Hospital apagaba las luces de la entrada y las habitaciones dando señal de que era hora de descansar. En la entrada solo brillaba el letrero de “Urgencias” y unas cuantas farolas del parking. El sonido del viento meciendo las copas de los árboles era lo único que se escuchaba desde la linde del bosque.
Una joven de pelo rubio vestida con una bata blanca permanecía sentada ojeando una revista al otro lado de la mesa de recepción. De fondo se escuchaba a una canción de la radio, y ella movía el pie al son de la música mientras tarareaba el estribillo. Era el último éxito del momento. Dejó la revista encima de unos archivos y revolvió el café un poco antes de acercarlo a sus labios para soplar el líquido caliente. Cuando notó que ya se había enfriado lo suficiente dio un largo trago y rebuscó en el cajón otra revista que mirar.
Varios minutos mas tarde, cuando estaba sumergida en un artículo sobre enfermedades venéreas, una susurrante voz la sobresaltó.
- Buenas noches, señorita. ¿Podría atenderme un momento?
La joven alzó la mirada para ver quién era y mostró una agradable sonrisa.
- Claro. ¿Qué puedo hacer por usted?
- ¿Podría indicarme donde está el generador de emergencia?
- Por supuesto. ¿Quiere que le acompañe?
- Si fuera tan amable…- respondió aquella susurrante voz.- Y traiga también la llave.
- Lo siento. Yo no la tengo. Solo soy la recepcionista de noche- contestó con voz apenada.
- ¿Crees que podrías conseguirla? Es necesario, de verdad. Sino no se me ocurriría molestarla.
La joven volvió a sonreír embelesada mirando fijamente a los ojos de aquel ser.
- Si. Haré todo lo que pueda por conseguirla. ¿Me espera aquí?
- Todo el tiempo que haga falta, preciosa.
La muchacha salió de detrás del mostrador y se marchó en busca de la llave. El ser, impaciente, consultó su reloj de bolsillo. Iban bien de hora, no había prisa. Todo saldría a pedir de boca y sería una gran victoria.
02: 17 a.m.
Una chica de rostro redondeado, ojos negros, y labios pintados de rojo intenso, caminaba apresurada envuelta en su chaqueta de cuero por el arcén de una carretera secundaria, mirando hacia todos los lados con inseguridad. El sonido de sus botas pisando el suelo encharcado rompían el armonioso silencio, y de vez en cuando se paraba sin previo aviso, quedándose inmóvil, mirando fijamente hacia el bosque en busca de alguna señal, pero solo podía ver oscuridad. Cuando por fin alcanzó la verja de la Mansión La Porta Grigia, la joven respiró aliviada.
Elissa sacó una llave bastante antigua que pendía de una cuerda de dentro de su camiseta, y abrió el oxidado candado de la verja. Se aseguró de que no había nadie en los alrededores antes de empujar la puerta, que chirrió como una condenada. Gracias a dios aquella zona estaba casi abandonada. Se adentró en los terrenos de la mansión, en un jardín muy tétrico y descuidado en donde estaba segura de que vivían ratas del tamaño de sus botas. Siguió el camino empedrado casi corriendo a tientas en la oscuridad hasta llegar a la parte trasera donde había un porche que, al estar lejos de la vista de los curiosos, presentaba un aspecto mucho mejor que el de la fachada principal. Una vez dentro de la casa, la chica encendió un candil con un mechero y se dirigió de inmediato a la biblioteca principal donde estaría, casi seguro, Riccardo Di Lorenzo. Vio luz por debajo de la puerta, a si que se llamó y sin esperar respuesta entró inclinando la cabeza.
- ¡Señor Di Lorenzo, ha ocurrido algo t-terrible!- murmuró con voz temblorosa. Era la primera vez desde que le conocía que se atrevía a irrumpir en una habitación donde estaba él sin pedir permiso, pero aquel asunto era de vital importancia- D-debes venir de inmediato al Hospital. El parentela de los Garou me ha informado de que varios de nuestra comunidad han masacrado a todos los que estaban allí… ¡El pacto corre peligro!
La chica se atrevió a levantar la cabeza levemente para mirar al vampiro. Sus ojos negros estaban henchidos de ira y la pluma que sostenía entre sus dedos se rompió llenándolo todo de tinta.
- ¿Cómo dices…?- murmuró haciendo rechinar sus dientes.
Aquello no tenía buena pinta.
01: 28 a.m.
Carlo se encontraba tendido sobre la hierba del Parque Grande, contemplando la brillante luna de la noche. Respiró hondo y dejó que sus pulmones se llenaran del frío aire que anunciaba la llegada del otoño. Estaban lejos de la costa, lejos de su casa, pero casi podía oler el mar, y era una sensación maravillosa.
Aquella misma tarde había recibido su segundo mordisco por parte de Drail, su mentor, así que se encontraba en medio del éxtasis sensorial. Todo lo que había a su alrededor era mil veces más bello, y sus sentidos estaban trabajando al cien por cien, esforzándose por sentir hasta la vibración que causaba una hoja flotando lentamente hasta el suelo. Era una experiencia sobrenatural… y no se arrepentía por nada del mundo de haberle pedido a Drail que le convirtiera en hombre lobo. El primer mordisco le había dado una vitalidad impresionante, e incluso le había transformado a medias en crinos y había podido experimentar la rabia y el ansia de libertad de los hombres lobo. Aquella vez sus sentidos se estaba abriendo al máximo para contactar con Gaia, la madre naturaleza…
Entonces ocurrió. Fue como un relámpago atravesando su mente, causándole un dolor infernal. Una serie de imágenes se proyectaron en su cabeza como un flash.
El letrero de “Urgencias” tintineando hasta apagarse. Una chica rubia entregando una llave. La misma chica tirada en el suelo sobre un charco de sangre. Mucha sangre. Unos ojos escudriñando en la oscuridad, olfateando el miedo de las víctimas. La plegaria de una anciana. Las súplicas de un niño.
También pudo sentir el olor de la sangre inundándolo todo, su cuerpo salpicado del aquel líquido rojo todavía caliente. Y los gritos, lo peor eran los gritos de terror y agonía. Los gritos de sufrimiento ante los letales desgarros de las zarpas de un garou. Miembros separados con brutalidad de los cuerpos, sangre tiñendo las paredes y los suelos, colmillos abriendo heridas, lágrimas de desolación… Y por encima de todo, la impotencia de no poder hacer nada.
Carlo volvió al Parque Grande lanzando un grito aterrador y clavando sus dedos en la tierra húmeda. Estaba sudando tendido en el cesped, y seguía sintiendo un horrible martilleo en la cabeza. Cerró los ojos con fuerza y trató de recuperar la calma que había experimentado hacía escasos segundos, pero era imposible, ya no quedaba ni rastro de ella. Aquello bien podía ser la peor pesadilla de su vida, pero algo le decía que no era una pesadilla, que era algo real que estaba ocurriendo en aquel instante. Tenía no, debía acudir a Drail para contárselo, pues seguramente había sido causado por el mordisco, transfiriéndole parte de su poder Ancestral que conectaba a los garou con Gaia permitiéndoles ver lo que les deparaba el futuro. Pero su mentor le había dejado solo para que experimentara en paz, y estaba de caza en algún lugar del bosque…
¿Y si todo estaba ocurriendo ahora? ¿A quién podía avisar?
02:31 a.m.
Calíope permanecía sentada en una piedra del lago, acariciando la superficie del agua con la yema de sus largos dedos mientras su melódica voz entonaba un antiguo canto griego. Contemplaba con expectación las hondas que se producían, tan perfectas y simétricas, siempre iguales. Daba igual cuanto tiempo pasara, había cosas que seguían cautivando al hada de forma misteriosa igual que la primera vez. Entonces, para su sorpresa y disgusto, alguien irrumpió en sus dominios rompiendo la armoniosa calma que la rodeaba. Debía ser la Changeling, ya que era la única que tenían algo de sangre de hada, y eso era lo único que podía permitir que encontraran el lugar. En su opinión no estaba mal tener conversación de tanto en cuando, pero estaba tan acostumbrada a la soledad y solía pasar tanto tiempo sola en compañía de los espíritus del bosque, que a veces le irritaba que acudieran a molestarla con cosas tan insignificantes como el aburrimiento. Esos seres tan jóvenes y poco duraderos jamás llegarían a apreciar la verdadera belleza del mundo y la cantidad de sensaciones que se podían experimentar en la apacible calma, en brazos de Gaia.
El hada se levantó quedando por unos instantes a punto de caer al agua, pero su liviano cuerpo se veía menos atraído por la gravedad. Se dio la vuelta con un grácil movimiento y esperó inmóvil, como si fuera una estatua Romana sobre un pedestal, hasta que Flavia apareció ante sus ojos de entre la maleza. Parecía muy alterada, más que de costumbre. Calíope ladeó la cabeza y sin cambiar la expresión de su rostro ni un ápice le lanzó una mirada inquisitiva. No entendía muy bien porqué los humanos se dejaban arrastrar tanto por las emociones.
- ¡Calíope! ¡Han roto el pacto! Si no hacemos algo con los muertos del Hospital pronto todo el mundo se enterará de nuestra existencia… Los garou ya van de camino…- su voz jadeante rompió el silencio como si fuera un rayo en medio del cuelo claro.
Por primera vez en cientos de años el hada sintió una emoción muy humana recorriendo su cuerpo, desde sus entrañas hasta su corazón. El miedo. Un escalofrío recorrió su cuerpo desde los pies hasta la nuca haciéndola temblar durante unos instantes. En sus ojos verdes refulgía la ira, una ira ancestral que nadie había conseguido desatar desde hacía varios miles de años. Habían intentado romper la Mascarada.
Calíope permaneció inmóvil contemplando la superficie cristalina del agua durante varios minutos. Flavia intentó decir algo, pero el hada se limitó a alzar la mano en señal de espera. Finalmente volvió a mirar con sus ojos verde esmeralda al changeling y murmuró con su dulce voz:
-Fuego.
Nadie ponía en peligro su existencia. Nadie…
02: 24 a.m.
Agazapada entre los matorrales, Ángela observaba con ojos golosos al ciervo que intentaba alcanzar unas hojas de los árboles estirando el cuello. Escudriñó en la oscuridad y logró divisar las orejas grises de Drail justo en el otro franco, oculto tras unos árboles. Todavía estaban demasiado lejos como para lanzarse sobre la presa, había que avanzar silenciosamente. Alargó una pata y la posó con delicadeza un poco más adelante procurando no hacer ruido, y repitió el proceso hasta avanzar un metro más. El suelo estaba lleno de ramitas, y en la total oscuridad todavía se hacía más difícil, a si que debían llevar el doble de cuidado. Había aceptado acudir de caza con Drail aquella noche porque acababa de morder al parentela y necesitaba alimentarse con urgencia. Ella todavía recordaba lo agónico que había sido morder a Silvanio la primera vez, sentir la carne y la sangre humana, la rabia fluyendo, y tener que doblegar a la bestia que tenía en su interior para no matarlo. Pero lo había logrado, y ahora se sentía feliz de que fuera su lobezno.
Drail, impaciente y sin esperar a que ella alcanzara su posición, salió de su escondite corriendo como alma que lleva el diablo tras el ciervo. Ángela lanzó un gruñido y le siguió en la carrera segundos después, flexionando sus patas y saltando de su escondite por encima de los matorrales. Dar caza a un ciervo no era tarea fácil, y menos ir corriendo detrás de él en la oscuridad entre los árboles. No le costó alcanzar a Drail, pero estaban a casi cuatro metros de su presa y era mucho más ágil que ellos dos. La única ventaja es que tenían mejor visión nocturna. Ángela se separó de él tomando un camino paralelo e intentó acelerar el ritmo al máximo hasta ponerse casi a la altura del ciervo. Drail también le había ganado terreno, pero si el ciervo llegaba al claro, lo perderían seguro.
La loba saltó por encima de un tronco y después viró bruscamente lanzándose con las zarpas extendidas sobre los cuartos traseros del animal. Abrió las fauces e hincó los dientes en la pata a la vez que intentaba retenerlo con sus garras. Drail la esquivó y se colocó delante del animal para saltarle al cuello y asegurarse la victoria, pero entonces el ciervo le soltó una coz a Ángela. La loba tuvo que liberar la presa y alejarse de las pezuñas del animal encabronado que luchaba por su vida. El golpe le había dolido, pero ahora el ciervo tenía una herida bastante grave en la pata, a si que no iría muy lejos. Intentó correr esquivando al otro lobo, pero este le saltó encima aferrando su mandíbula entorno a su cuello Ángela se levantó y volvió a lanzarse contra él subiéndose al lomo del animal, que ante el peso cayó al suelo revolcándose e intentando huir. Pero Drail le tenía bien sujeto, a si que tras varios minutos de forcejeo el animal se rindió.
-¡No vuelvas a hacer eso! ¿Me oyes?- le gruñó la loba todavía en su forma de lupus- Si hubieras esperado un poco más no tendríamos que haber salido a la carrera.
Drail se relamió el hocico ensangrentado y miró fijamente a Ángela durante unos instantes.
- Lo siento. Pensé que si nos acercábamos más acabaría huyendo.
La loba parda volvió a gruñir y acto seguido le hincó los dientes al animal desgarrando su deliciosa carne para comer. Después de todo el golpe había merecido la pena. Drail, al ver que la hembra no tenía intención de proseguir la discusión, la imitó empezando a comer por el cuello, una parte poco carnosa pero que a él le encantaba.
Un aullido desgarró el silencio de la noche. Era un aullido desolador, cargado de malos presagios. Ángela alzó la cabeza alerta al instante ante la llamada de su lobezno, y sin pensárselo dos veces abandonó a la presa y a su compañero corriendo de nuevo hacia el túmulo.
03:01 a.m.
Alexandro conducía en silencioa toda velocidad con el rostro muy serio y sin apartar la vista de la carretera. Giulia permanecía sentada a su lado, en el asiento del copiloto, sin decir nada y mirando por la ventana intentando evadirse de todo. En la parte de atrás, Pietro movía las manos con nerviosismo y hacía rechinar los dientes. La tensión casi se podía tocar con las manos.
Alexandro estaba en un bar observando sin interés a los presentes mientras esperaba a Elissa cuando la changeling había entrado en el local bastante alarmada. Ella mísma le dijo lo del Hospital. El vampiro se limitó a alzar la ceja confuso y se levantó de la mesa sin dar respuesta.Después había ido en busca de los dos novatos que estaban en la biblioteca de la ciudad. Alexandro les había ordenado que entraran en el coche de inmediato y guardaran silencio. Una vez en camino les explicó brevemente la situación. Si la información era cierta, seguramente Riccardo ya estaría allí junto con Elissa.
- Tiene solución… ¿verdad?- se atrevió a preguntar Pietro, que no aguantaba más la tensión.
Alexandro le miró a través del espejo durante unos instantes y después siguió mirando a la carretera. No tenía ganas de explicarle la gravedad de la situación.
- Riccardo ya está allí. Él sabrá qué hacer.
Eso era suficiente explicación.
02:20 a.m.
La brillante luz de la luna iluminaba suavemente los rasgos salvajes de la cara del lobezno, que estaba sentado en el borde de la cueva leyendo un poemario de aspecto antiguo. Movía la pierna con cierta impaciencia, y de vez en cuando miraba a Mateo, que estaba sentado junto a la hoguera con aire pensativo y el ceño fruncido. Ángela no le había dejado ir con ella y con Drail porque era una caza necesaria y, en palabras textuales “No puedo permitir que ahuyentes las presas. Es una caza necesaria” A veces le irritaba muchísimo la actitud de su mentora, aunque en el fondo sabía que tenía razón. Pero jamás lo admitiría. Así que se había quedado en el Notte Howl, solo, hasta que Mateo también había vuelto de su caza, ya que se había negado en rotundo a ir con la pareja. Últimamente reñía mucho con Drail, hasta el punto de llegar a ser incómodo estar en el mismo sitio que ellos dos. Era extraño.
Entonces el lobezno percibió la presencia de alguien corriendo hacia allí por entre los árboles. Mateo también se dio cuenta y giró la cabeza en la dirección en la que segundos después apareció Carlo, sudado, y casi sin aliento por la carrera que parecía haberse pegado hasta allí. Silvanio miró expectante al parentela.
- Mateo… yo…- jadeó apoyándose en las rodillas mientras recuperaba el aliente- He visto como… se pro-producía… una masacre…en el Hospital.
02:20 a.m.
El garou abrió los ojos como platos y se incorporó de inmediato lanzando un rugido.
-¡QUÉ! ¡No digas estupideces, niñato!
Silvanio torció el gesto. No creía que Carlo fuera tan estúpido como para jugarse el cuello con semejante mentira.
-Pero… Mateo, ¡es cierto! Yo… lo he visto, ¡los ancestros me lo han mostrado!
-¡Y como iban a contactar ellos contigo si ni si quiera eres garou!- gritó enfurecido mientras avanzaba hacia él- ¿A caso eres consciente de lo que estás diciendo? ¿Sabes que si eso fuera verdad significaría que el Pacto se romperá? ¡Nadie en su sano juicio nos pondría en semejante aprieto!
-Pero es cierto.- protestó angustiado- Hoy recibí la segunda mordedura de Drail. Por eso los ancestros han podido contactar conmigo. ¡Tienes que creerme!
La cara de Mateo cambió por completo, y Silvanio sintió que se le venía el mundo encima. ¿El Pacto roto? ¿Iban a venir los humanos con antorchas al bosque a quemarlos como en la edad media? El lobezno se levantó a la vez que Mateo levantaba las manos como pidiendo calma.
- Está bien… Perdona, Carlo.- se giró hacia Silvanio- Nosotros vamos para allí. Tu localiza a Ángela y a Drail de inmediato. Carlo, cuéntame qué has visto.
03:16 a.m.
Cuando el coche de Alexandro llegó al lugar, las llamas comenzaban a alzarse por encima de las copas de los árboles. Riccardo y Elissa permanecían bastante apartados del edificio, cerca de la carretera, mientras que Silvanio y Carlo estaban junto a Calíope y Flavia. Drail, Ángela, y Mateo, se hallaban en el interior del edificio asegurándose de que no quedaran supervivientes. No era una tarea agradable, pero era imprescindible para que el Pacto prevaleciera. Tantos muertos… por unos pocos.
Los ojos de Calíope brillaron de maldad cuando las llamas alcanzaron los muros del edificio. El Hada extendía las manos sobre su cabeza, y corrientes cristalinas, quizás de aire o de magia, fluían de sus palmas azuzando las llamas contra el edificio. Flavia la imitaba desde otro ángulo, pero a pesar de su semblante feérico no llegaba a igualar la imagen gloriosa que encabezaba el hada. Pero ella también tenía sus trucos.
Cuando los tres garous salieron del edificio en su forma de Glabro, la changeling se acercó a uno de los muros, alzó su espada y se colocó lista para batear. Los vampiros la miraron extrañados, pero Flavia movió su espada cual bate y al instante el muro principal de la fachada estalló en mil pedazos, haciendo que el resto de la estructura se tambalease. Ya no tenían mucho tiempo, pues la gente de la ciudad comenzaría a llegar de un momento a otro.
- ¡Vamonos!- les grito Riccardo a sus chiquillos. Después se giró hacia Mateo- Nos reuniremos en la ciudad en una hora. Hay que avisar a los Ancianos.
Sin darle tiempo a replicar, el vampiro enfurecido montó en el coche y lo puso en marcha. Los garou miraron a Mateo ligeramente confusos. Entonces les hizo una seña y todos pasaron a su forma de lupus y se adentraron de nuevo en el bosque. Carlo y Elissa se miraron sin saber muy bien que hacer.
- Chicos, marcharos de aquí- les dijo Pietro acercándose a los dos jóvenes- Montad en el coche. Y no te preocupes, Carlo. Es una situación de emergencia, nadie te hará nada.
El parentela se volvió hacia la linde del bosque donde Drail le miraba atentamente. El lobo lanzó un aullido de aprobación y se dio la vuelta para irse con su manada. Poco después las luces del coche desaparecieron de la vista de Pietro. El hada y la changeling estaban rematando la tarea concentrando las llamas únicamente en el edificio.