Partida Rol por web

La decisión fue bastante más rápida de lo que pensé, así que muy pronto nos vimos embarcados, nunca mejor dicho, en una nueva aventura. Los hombres se pusieron manos a la obra, unos a arreglar el velamen roto, mientras que el resto se encargaba de subir las que estaban en mejor estado.

Mientras tanto, Morrigan y yo le echamos un vistazo al mapa del tesoro, y comparamos su localización con el mapa general. Sabía que en aquellos tiempos, la exactitud de estos mapas era más que discutible, pero no costaba demasiado leerlos, así que rápidamente establecimos un rumbo hacia el punto señalado.

Yo nunca me había sentido como un capitán pirata y me parecía que Morrigan se había desenvuelto mejor que yo, así que...

-Creo que será mejor que tú des las órdenes mientras que yo me encargo del timón. Parece que esto se te da mejor a ti que a mí -le dije.

Con el mapa del tesoro entre las manos, me acerqué al timón y lo moví para dirigir el barco en la dirección correcta. Mientras tanto, los hombres parecían funcionar por si solos, haciendo cada uno lo que mejor sabía hacer, y en esta ocasión, sin peleas de ningún tipo.

¿Cuánto duraría esto? Seguramente, hasta que encontráramos el primer problema. Entonces veríamos cómo se nos echaban encima.

-Convendrá tener un par de pistolas cargadas a mano por si acaso -le comenté a Morrigan en voz muy baja-. Si llegase el caso de que se revuelven contra nosotros, habrá que dejar claro quien manda aquí, ¿no te parece?

Habíamos conseguido calmar los ánimos, por el momento, pero sabía que tarde o temprano las discusiones volverían a prender la mecha que haría saltar la frágil paz que ahora respirábamos, así que teníamos que aprovechar el momento para mirar el mapa que nos había dado el capitán y poner rumbo al tesoro, si es que en verdad existía dicho tesoro. Y, por nuestra propia seguridad, más nos valía que en verdad existiera.

Miré a Columbus extrañada ante su comentario, sin entender muy bien su razonamiento de que a mí se me daban mejor las órdenes ya que, hasta el momento, no se me había ocurrido ninguna que nos pudiera ayudar en algo. Simplemente había hablado a aquellos hombres mencionando el punto débil que, al menos así lo creía yo, cualquier pirata tenía, que no era otra cosa que conseguir oro suficiente para poder retirarse.

—Parece que las coordenadas están bastante claras. No entiendo qué problemas han tenido para no interpretar el mapa e ir directamente hacia el tesoro, se supone que los piratas son grandes marinos ¿no? —reflexioné en voz alta.

Fui indicando a Columbus la ruta que debía mantener y al resto de los hombres les di las indicaciones que, a mi entender, me parecían más lógicas sobre todo aprovechando los vientos que parecían correr a nuestro favor. Sólo esperaba que siguiéramos con esa suerte y no se presentara de golpe una tormenta.

—Por supuesto, luego conseguiré las armas porque sería una locura por nuestra parte tener que enfrentarnos a estos hombres dispuestos a todo con las manos desnudas si las cosas se tuercen —añadí al comentario de mi compañero ya que estaba completamente de acuerdo con él—. Y se torcerán... —quizás debería haberme ahorrado el último comentario para no atraer el mal fario, pero era bien patente la volubilidad de aquellos piratas y sabía que, a las primeras de cambio que algo no les gustara, volverían a montar revuelo.

Gracias a vuestra astucia, interpretasteis el mapa con claridad y dirigisteis el barco hacia el que considerabais un rumbo correcto. El resto de la tripulación se sentía confiada, cómoda bajo vuestro mandato y eso os hacía sentir autosuficientes.

Fue casi un día de viaje en calma, donde todo parecía fluir como el agua y que generó un clima de estabilidad...

Sin embargo, siempre se dice que todo lo bueno no dura eternamente, y el hecho de que llegaseis a esa conclusión fue la fuerte tormenta que estaba empezando a generarse sobre vuestras cabezas.

Toda la tripulación estaba preparada para resistir aquella tormenta pero... ¿y el barco? ¿aguantaría?

Todo iba demasiado bien así que no dudaba que en breve, tendría que torcerse... como así fue. La tormenta que se nos echó encima parecía haber sido enviada por el mismo dios Neptuno (como podría decirse), porque las olas tenían más de seis metros y los vientos mecían tanto al barco que casi podíamos tocar la superficie del mar con la mano.

La mitad de la tripulación, a pesar de contar con experiencia, vomitó sobre la cubierta, y yo por supuesto no fui diferente. Mi estómago daba más vueltas que un hamster dentro de una bola. A duras penas podía mantenerme en pie y mucho menos ver por dónde iba el barco o como estaba Morrigan.

Después de que el barco me zarandeara de un lado de la cubierta a otra, cogí una cuerda e intenté atarme a un mástil para sostenerme, pero una nueva ola sobrevoló el barco, inundando toda la cubierta y arrastrando a un montón de piratas... entre los que me incluía yo.

Mientras el barco volvía a recuperar la verticalidad, yo no podía hacer otra cosa que ver como me deslizaba hacia el océano, con los ojos escocidos por la sal y las manos arañadas por los fútiles intentos de agarrarme a cualquier cosa que encontrara.

Demasiado fácil, eso era lo que pensaba a medida que el barco surcaba el mar en dirección al tesoro prometido. La tripulación estaba más tranquila, al igual que tranquilo estaba el mar, pero las nubes negras que se fueron formando en el cielo a toda velocidad sólo podían presagiar problemas. Y menudo problema se nos echó encima.

La tormenta se desató sin darnos tiempo a prepararnos, con una furia salvaje que nunca antes había visto y mucho menos vivido. Aquello parecía el infierno desatado sobre el agua y el barco se balanceaba peligrosamente a merced de una olas tan enorme como muros de puedra altísimos. Perdí el contacto visual con Columbus en un vano intento de salvarme de los impresionantes envites del mar, buscando una cuerda con la que atarme a alguno de los palos del barco, tal y como había visto hacer entantas películas. Pero en el cine todo era mucho más fácil que en la vida real.

Encontré una guesa cuerda pero, entre el vaivén del barco, las olas que no dejaban de inundar la cubierta arrastrando todo lo que encontraba a su paso, la cuerda empapada y mis manos tan frías que ni siquiera podía sentir los dedos, fui incapaz de atarme a pasar de intentarlo una y otra vez.

La siguiente ola que azotó el barco, mayor que las anteriores, me barrió a mí también de la cubierta, sintiendo con desesperación como me arrastraba a las profundidades de un océano negro y temible.

La tormenta se recrudeció a cada segundo que pasaba. Gran parte de la tripulación fue engullida por el mar con violencia, y aunque hicisteis todo lo posible para resistir, no fuisteis una excepción al desastre.

Los siguientes minutos fueron infernales, estabais en mitad de la catástrofe hasta que un crujido marcó un desenlace fatal: el barco acababa de partirse.

Muchos gritaban de agonía ante lo que estaba sucediendo, observabais dramáticamente como más y más compañeros caían por la borda ya que no tenían la destreza necesaria para ponerse a salvo.

De repente un inciso marcó vuestro futuro. El barco se desmoronó bajo los pies en el momento que impactó con una ola fruto de la turbulencia. Notasteis como vuestros cuerpos cayeron al agua dejándose llevar por una corriente que os impedía tomar el control de la situación.

La angustia por pensar que ese podría ser vuestro final hizo mella cuando llegó la cadencia de aire... de repente todo se tornó oscuro y confuso. ¿Significaba que era el final de vuestro camino en la época pirata?

El regreso de las fuertes náuseas os hizo irremediablemente pensar que sí...