Aparecí junto a Morrigan en la sala imperius, agachado, flexionado por la sensación de asfixia y también por el revoltijo que tenía en el estómago. Cuando me recuperé y me enderecé, miré a mi compañera, que estaba más o menos igual.
-Se ve que las aguas no son lo nuestro, porque por lo que estoy viendo, tú también has caído -le dije.
Miré a mi alrededor y confirmé que lo único que había era la puerta para salir.
-Supongo que tendremos que salir de aquí, porque ya no hay nada más que podamos escoger. ¿Será que hemos terminado nuestro entrenamiento? Supongo que sí, y aunque hayamos caído en esto, creo que no lo hemos hecho nada mal.
Y tras decir esto, me dirigí hacia la salida.
La angustia que sentí al notar el agua rodeándome por todas partes, la falta de aire y el intenso frío fueron rápidamente sustituidos por la ya tan conocida sensación de náuseas que indicaban que estábamos de vuelta en la sede, pero aún sabiendo que no me ahogaría, no pude evitar boquear como un pez buscando desesperadamente respirar.
Y así fue. Ante mí de nuevo la sala blanca de la sede y a mi lado Columbus. En esa ocasión él tampoco lo había conseguido. Lo miré con una sonrisa al escuchar su comentario.
—Está visto que no, pero dudo mucho que alguien se haya podido salvar de semejante tormenta —añadí antes de centrar mi atención en la mesa ahora vacía.
—Hasta que no traspasemos esa puerta no sabremos si hemos terminado el entrenamiento o si nos vamos a enfrentar a la última y más difícil prueba —dije, sin poder evitar el sentimiento de frustración y fracaso al no haber superado las dos últimas pruebas—. Allá vamos.
Dicho lo cual seguí a Columbus.