Mire, Fray Juan, que no soy hombre piadoso. Más bien descreído si he de confesar la verdad - un visible respingo me recorre al oír el nombre de Satán y mi voz suena temblorosa - pero hasta yo empiezo a creer que en ese libro hay algo más que piel de buey y pergamino...
Tenéis mi admiración, pues difícil prueba es guardar un secreto peligroso. Y solitaria, perdonad la osadía de este necio. Es evidente que sabéis mucho más de lo que nos reveláis, he aquí que andamos como el ciego del cuento dando y recibiendo estocadas en la noche sin conocer el motivo ni al adversario.
Nada os obliga a compartir los misterios que obran en vuestro poder, es cierto - añado, tratando de dominar los nervios que me empujan a hablar paseando a un lado y otro de la pequeña estancia, como midiendo con pasos su longitud - pero os ruego que considere vuestra merced que es poco probable que podamos seguir a vuestro servicio si en un lance desafortunado nos vamos al cielo con lo puesto, o al purgatorio o a donde le toque a cada uno.
De bien poca utilidad habrían sido entonces tantos trabajos.... Y así habrá de ser, tarde o temprano, si en ascuas nos tenéis sobre a qué enfrentamos nuestros pobres talentos.
No puedo dejar de sorprenderme de lo bien que habla el bardo y a fe mía que no interrumpiré su perorata para añadir lo que es evidente. En un discreto segundo plano aguardo a ver si el fraile ha sucumbido también al verbo de nuestro compadre.
Lo justo y muy bien expresado. Talmente ha expresado el bardo las inquietudes del grupo, que a la escasa luz del cuartucho agradece el techo que les refugia de la lluvia que moja paredes y embarra las calles.
El joven Emilio, la color algo recobrada por un lingotazo de vino tomado apriesa en la sala común de la hospedería para aprovechar el tiempo ganado a la hora de encontrarse con el cura, guarda silencio aún dolido el orgullo con un cierto mareillo que bien pudiera provenir de la sangre perdida por la oreja, lavada en parte por la lluvia pero apelmazando el cabello ahora que ya comienza a secarse, pero que el joven prefiere atribuir a la mala calidad del vino recién catado. Sea como fuere, no arranca a hablar con la ligereza que le es habitual.
- Padre Juan, Ambrosio ha sido muy claro en lo concerniente por nuestra parte. Os rogaría atendáis su ruego, que es a su vez el de nosotros cuatro, y guiéis nuestros próximos pasos. Pues alguna idea tenemos, pero poca si habemos cuenta de lo que vuestra santidad haya alcanzado a conocer mediante nuestras pesquisas y las que a vuecencia corresponden.
El vello del joven fraile se encrespa ante la afirmación de Don Rodrigo y el cura vuelve a enervarse.
Levanta la palmatoria con una mano y la protege del aire que genera su movimiento con la otra. Con ella prende un candil y la estancia se ilumina rápidamente.
Sopla la luz de la vela y deja la palmatoria nuevamente junto al libro ahora cerrado.
—No es menester elevar ese nombre tan a la ligera, Don Rodrigo —dice el fraile en voz baja—, y tampoco lo es leer estos legajos en ciertos lugares, como bien decís. No es de mi agrado su lectura, creanme vuestras mercedes, mas es la forma en que Dios quiere que le sirva.
»Líbrenme los santos poderes el ocultarles a vuestras mercedes siquiera una pizca de cualquier retazo que supiere de lo que atañe entorno a estos volúmenes, créanme. De la lectura de este Novem Portis he confirmado lo que me temía. Se trata del libro que describe varias formas de convocar al príncipe de las tinieblas pero no se quien puede tener tanto interés en estos menesteres.
»El santo padre Aringarosa sabrá más que todos los motivos de esta búsqueda mas no creo posible esa encerrona que insinúa, Don Ambrosio. El santo padre es piadoso y no utilizaría a gente de bien para oscuros menesteres, si estos se atrevieran a insinuarse a su excelencia, claro está.
Acabada la perorata vuelve a la calma y queda a la escucha.
La mera mención del nombre de Aringarosa hace que detenga en seco mi frenético paseo. De repente me falta el aliento, y más frío siento en mi interior por el pájaro de la Santa en mano que por un ciento de satanes volando.
Hora de morderse la "sin hueso" y caminar en la dirección que marcan tus nalgas..., y de rogar que puedas sacar la pata de donde la has metido... - pienso para mi en medio de la borrasca de pánico que me inunda, recuperando el juicio bruscamente.
Os ruego caridad y comprensión para con este infeliz que ahora solicita vuestro perdón... - mi tono no puede ser más lastimero - Sinceramente compungido se haya mi corazón porque mis palabras, fruto sin duda de tantas tensiones, hayan traicionado de alguna manera a mi voluntad, que no puede ser otra más que la de servir al Altísimo... - me santiguo rápidamente - en lo que tengáis a bien ordenar. No pretendía, por demás, cuestionar los actos de vuestra merced, ni mucho menos los del Santo Padre - añado, sin atreverme a mencionar su nombre - líbreme Dios de cometer semejante pecado de Soberbia. Tan solo la ansiedad de serviros con todas mis fuerzas ha guiado mis imprudentes palabras, que os pido humildemente que olvidéis...
Pero Fray Juan, si vos nada más sabéis, y yo os creo - aseguro rápidamente - ni ese libro puede darnos luz..., nada más se me ocurre salvo esperar a que esa bestia, pues sea hombre o demonio sin duda bestia es, vuelva a aparecer para cubrir de sangre otro patio... o llevar nuestras botas a pisar los terruños de los Salvatierra, aunque poca fe tengo en que nos sirva de algo, pues aunque algo sepan dudo que quieran decirlo...
Vamos a ver eso... - cambio de tercio, señalando el feo corte de Don Emilio. Tomando un pañuelo del bolsillo de la camisa que el de Robles me cambió por un pistoletazo, lo humedezco ligeramente con el agua de una jarra de barro colocada al lado del candil. Me acerco al mozalbete, y con cuidado comienzo a limpiar la herida - Es profunda, pero se curará. Una bonita historia tendréis para contar en las tabernas...
- Con más placer escucharía las vuestras, que no pocas conoceréis y podéis trovar.- Emilio deja hacer a Ambrosio, más algo molesto por las maneras que a como era cuidado en su infancia le recuerdan. Así pues se revuelve levemente de forma infantil, intentando mantener la dignidad. Desviando la atención del cuidado que Ambrosio le presta y al punto bien necesitada, más la propia atención que la de los demás, habla retomando la conversación que los trajo a hablar con el fraile, cuidando de no estropear lo que Ambrosio se ha esmerado en enmendar:
- Pater, allá en los callejones cercanos a la catedral nos conminó a venir para hacernos saber de sus progresos. Como bien hemos referido, somos todo oídos.- la inesperada chanza que el descuido en las palabras pronunciadas ha dirigido contra su propia persona le hace sonreir e interrumpir su charla un instante.- Visitar a los Salvatierra no está nada fuera de lugar, pues hacen falta buenos dineros para pagar el sueldo que valen cuatro espadas, y eso no está en bolsa de cualquiera. Así mismo, los cuartos deben estar en manos de alguien suficientemente letrado para saber los latines suficientes con que leer dicha obra, y esa educación igualmente hay que pagarla. Demasiados gastos para un simple goliardo que vive de lo que la Universidad le provee. Tal y como se nos dijo, la familia más acomodada del lugar son ellos, y los rumores de la mañana danzan en torno a ellos por causa de la muerte de un criado de la familia.
Sin contar la excesiva descortesía de su hombre de confianza, y la aparente ingenuidad que tenía sobre todos los temas, fueren humanos o divinos. Aunque si no recuerdo mal, le dije a aquel hombre que podía contar con mi ayuda, como caballero devoto que soy. Me he visto obligado a mentir, mas todo ha sido en pos del servicio a Dios Nuestro Señor.
Así ha sido, pero desearía que haya servido para algo más que para agradar al Salvatierra.
Así que si desean ir a ver a los Salvatierra yo debería ir el primero, pero no deberíamos olvidar los mentideros, que tan útiles nos resultaron en Madrid y preguntar sobre los antecedentes de la familia en temas religiosos, y también si tienen enemigos declarados, al margen de las envidias habituales, que pudiesen ser autores del asesinato de su criado. Pues en caso de que los Salvatierra fueran adoradores del demonio dudo mucho que se hiciesen tanta publicidad con la muerte de su criado.
Dicho esto casi es mucho mejor no volver a mencionar el libro, al menos por el momento, pues bastante disculpas ha pedido ya Ambrosio en nombre todos a raíz de la curiosidad que tenemos.
Asiento ante las palabras de mis compañeros no sin antes añadir:
- Visto que los encontronazos que tenemos a cada paso son de todo menos casuales yo recomendaría que, fuéramos a donde fuéramos, lo hiciesemos juntos. Hay demasiadas toledanas buscando nuestra carne por lo que veo y está claro que sea nuestro oponente mundano o demoníaco a fe mía que parece saber quienes somos y que buscamos.
El fraile se mantiene pensativo unos instantes y acto seguido mueve la mano quitando hierro al asunto con Don Ambrosio.
—Sea cual fuere la opción que tomemos, pues todas me parecen oportunas, deberá de ser mañana. Ahora es demasiado tarde y la noche favorece los duelos a espada y bien es cierto que, sin mucho buscar, nos hemos encontrado con más de un "amigo" es esta Salamanca. Muy oportuno me parece lo que dice vuestra merced, Don Álvaro. Yendo los cinco juntos evitaremos males mayores.
El fraile se gira y se dirige a la ventana mirando a su través.
—Además, no hace tiempo para estar por ahí.
Las palabras del fraile son acompañadas de un trueno. La lluvia se hace cada vez más fuerte y cada vez se hace más evidente su presencia.
—Descansen vuestras mercedes y piensen que será lo que hagamos mañana. Vuace, Don Emilio, cuidese esa herida para que mañana no le moleste en caso de necesidad.
Os dejo abierta la escena por si queréis hacer algo antes de descansar. Esta noche abro la siguiente escena.