Montes, valles, y una gran llanura que posiblemente conduzca a un horizonte donde descanse uno de los más grandes océanos, cuando está despejado, los límites de la vista presentan las montañas de fuego, el techo de Gaia.
Los bosques son comunes aquí, y la vegetación prolifera sana y fuerte, la fauna y la flora persiste al paso del tiempo en estas tierra bajo la atenta mirada de los que cuidan de la Madre. Varios rios riegan estas tierras, la mayoría poco caudalosos y las elevaciones en el relieve forman una frontera natural ante el resto del continente.
Es sabido por el Rey de los Hielos Perpetuos que aquellas tierras han de ser el hogar de los Tauren, y no muy lejos de allí, en las llanuras, puebla su estirpe aquellas verdes vistas. Los bosques, a cada lado, allá donde se mire cierran el camino, aunque podría llegarse hasta las llanuras del pueblo Tauren zigzagueando entre la vegetación pues existen pasos naturales, plagados de árboles aislados y cauces, donde la escorrentía ha abierto brecha para el caminante.
Las nubes, blancas y grandes no amenazan con lluvia en las próximas horas, pero de producirse dichos caminos podrían ser un verdadero infierno, más para un enano...
Thobak se detuvo sobre un montículo, inhalando una profunda bocanada de aire y dejando que la suave brisa del valle meciera su barba con parsimonia. A lo lejos podía observarse el océano, que para la mayoría de los enanos inspiraba un gran respeto, por no decir temor, pues no existe el miedo para los robustos hijos de las montañas.
Necros aguardaba en su fortaleza, sobre su trono de hielo, gélido como su propio corazón, si es que ese tipo de criaturas tenían tal cosa, las nubes llamaban a tormenta, pero no todavía, aún había tiempo... aún podía cambiarse el destino, aún se podían preservar las cosas buenas que había en el mundo, esas por las que valía la pena luchar, hasta la última gota de sangre.
Ni siquiera el destino, caprichoso e impredecible, hubiera podido imaginar que sobre el Valle del Trueno caminarían juntos enanos, orcos y brujos, estandartes de viejos odios, ahora unidos contra el enemigo común, por honor, gloria... o quizá por que no había otra salida si querían volver a ver un mañana.
Los tauren, antaño aliados del pueblo de los enanos, eran ahora un pueblo dividido, pero ahora más que nunca debían permanecer unidos, debían tomar parte en la batalla que estaba apunto de acaecer sobre Gea, debían dejar de lado sus diferencias para con otras razas, si no todos los sacrificios de Al'vur Anuk habrían sido en vano, y Thobak no podía permitir eso, no sin haber puesto todo de su parte, quizá si veían que incluso orcos y enanos habían aparcado por un tiempo sus odios ancestrales se unieran a la contienda, les necesitarían...
-Debemos hacer un alto en las Estepas de Orunm, visitaremos al pueblo de los tauren, necesito hacer algo... por un amigo.
Los ojos de Thobak buscaron los de Erok, no tenía que temer ningún mal, sabía que había prometido llevarlo junto a su padre, y no habían escapado de las entrañas de la infraoscuridad y llegado hasta tan lejos para romper ahora esa promesa. Los Tauren eran un pueblo orgulloso, pero también eran justos, les dejarían seguir su camino, aunque no era tan seguro que estuvieran dispuestos a escucharles.
Thobak deseaba más que nunca encontrar a Al'vur Anuk, su corazón era incapaz de aceptar la idea de su muerte, no... jamás lo daría por perdido, solo Al'vur podría unir de nuevo a su gente, y liderarla en la mayor batalla que recordarán estas tierras, si su pueblo podía tener la más mínima noticia de él, merecía la pena intentarlo, aunque eso significara arriesgarse al rechazo y a la verguenza.
- Tauren...pueblo horable. Cuidan a la Madre. - Asintió Erok, convencido. - Si ese es el precio a pagar, si cubre parte de nuestra deuda, entonces os seguiremos a las tierras de Orunm, sus estepas son verdes, su campamento se ha trasladado. Si conociais el camino...me temo que ahora no servirá de nada.
Negó agachando la mirada. sin embargo, como presa de su propia inspiración alzó la mirada hacia el horizonte, acercandose a Thobak, a su diestra, Dain y a su siniestra Erok, con los brazos cayendo por su propio peso. Era un orco joven para comprender los designios del destino, para comprender el porqué su padre había acudido a una ayuda así, sólo podía pensar que nisiquiera sus enemigos se esperarían eso...y aquello lo convertía en un orco sabio. Debía aprender de él, y también de los enanos, pues conociendo a tu enemigo consigues fortalecerte, no creía hasta hoy...que existiesen más formas a parte de la ducha deliberada...
Alzó el mentón e inspiró profundamente, su garganta gruño entonces involuntariamente, un cuerpo joven, de piel verdosa y resistente, pero que había vivido pocos inviernos, aún así, si que había sobrevivido numerosas batallas y así lo atestiguaban sus cicatrices.
- Recuerdo el camino...Tendreis que confiar en mi memoria.
Dijo, y posiblemente aquello fuera una blasfemia para un enano...como aquel que llamaban Dain.
La Madre... Thobak negó con la cabeza, como si por un momento demasiados pensamientos se hubieran agolpado en su cabeza, embotándola, la barba se meció a un lado y a otro, del mismo modo que se balancea el destino, caprichoso. El enano había escuchado ese nombre por primera vez de Ojo Testigo, él mismo que usó la Espada de Gaia para llevar la muerte y la destrucción al pueblo de los orcos.
Era impensable que los pielesverdes sintieran respeto por algo más que su infecto dios Malug, y si lo hacían debía ser por temor, nada parecido a la forma en que se entregaban a la Madre los Tauren, o el pueblo de los Garou... tenía que ser eso, o quizá enanos y orcos se conocían mucho menos de lo que pensaban, siempre tan cerca, enfrentados, pero tan ciegos por el odio.
-En marcha entonces
Thobak asintió con confianza a Erok, y después suspiró larga y profundamente. Caminaría a su lado, con la seguridad de que a Dain no le gustaría la idea de dejarse guiar a ciegas por un orco, pero no habían llegado hasta tan lejos para desconfiar ahora, no tenían motivos para conducirles a una trampa, si resultaban no tener honor podrían intentar matarlos una vez llegaran junto a su pueblo, aunque ya habían visto de que lo eran capaces ese par de enanos, las cenizas de decenas de enanos grises podrían atestiguarlo... puede que no se hubieran ganado la confianza de los pielesverdes, pero sin duda, habían ganado su respeto.
-¿Por que se ha marchado el pueblo Tauren? Morirían antes que dejar atrás sus tierras ancestrales...
El enano pronunció esas palabras como un pensamiento en voz alta, mesándose la barba en un gesto reflexivo, quizá Erok conocía el motivo, del mismo modo en que afirmaba conocer donde estaban ahora los Tauren. El último pensamiento de Thobak antes de reanudar el camino fue para Al'vur Anuk. Se que volveremos a encontrarnos, amigo.
- Se trata de sus costumbres. - Ceip habló con voz queda, avanzaba el último, estudioso de la trayectoria y la fuerza que mecía sus cabellos. Erok no parecía dispuesto a contestar una pregunta que se antojaba retórica, y su acompañante orco no era mucho más que un lastre descerebrado. Algo que...Ceip nunca juzgaría y toleraría como era conveniente en aquella empresa.
No se mostraba más serio que de costumbre, se podía adivinar una sonrisa en sus labios, siempre parecía feliz y nunca demasiado preocupado por lo que ha de deparar el camino o el destino como si tuviese la certeza de que cualquier cosa que fuera a ocurrir fuese de su agrado.
- Existen tres lugares sagrados para el pueblo de los Tauren. A saber; Or'calstur, Heimdel y Lanteum.
Se ayudó de los dedos de la mano que utilizaban el báculo como apoyo para enumerarlas. Su capucha hondeaba al viento, nunca lallevaba puesta, siempre mostrando su rostro de mirada mate y en cierto modo afable, algo en el podía recordarle a Thobak a un conocido...
- Cada década ocupan uno de sus campamentos para honrar a los elementos que dan fuerza a la Madre, Or'calstur para la tierra, Heimdel para el aire y Lanteum para honrar el agua. No hace más de cinco días y medio según su calendario que una nueva década ha dado comienzo. Es probable que hayan ido hacia Or'calstur, abandonando la llanura donde el viento despide su marcha, hacia las montañas más septentrionales.
Y Ceip se quedó mudo de repente, bajando los párpados para disfrutar de los susurros de los bosques cercanos, con una sonrisa que se antojaba inocente.