El rey de los Hielos Perpetuos ya cargaba contra su destino, y entre él y Dain apenas había cincuenta pasos largos. El no tan joven enano arrancó sus cadenas y su yugo, con la ayuda de su propia fuerza, quizás para él, la única consciente. Y a pesar de que muchos sacrificios esperaron espectantes su propia muerte, Dain no lo hizo, y aquel enano, desnudo, sin armadura alguna se armó con unas simples cadenas que silbaron primero cortando el aire y chocaron violentamente contra el suelo, alzando el polvo negro de aquel hogar de traidores y blasfemos.
Sus ojos, lentamente contemplaron, mientras sus músculos se hinchaban presos de la ira, como todo lo luchado, lo vivido, lo andado se veía entorpecido una vez más por un obstáculo. Contó, como tantas veces en betalla, y determinó de forma clara que allí había un centenar de Duergar. Sus hombros cayeron un segundo por su propio peso, quizás fatigados por el esfuerzo de arrancar las cadenas que lo ataban. Y sin arma alguna, sólo podía utilizar sus manos, aunque cualquiera pensase que aquello no serviría para mellar las armaduras de acero oscuro. Sabía, por la forma de luchar de su Rey, que este había sido herido a traición antes de aquel teatral duelo. Pero Dain...tenía una convicción, la convicción de seguir luchar. Por ello se lanzó a la batalla, blandiendo las cadenas de su propio espíritu.
Cuando hubo terminado...enfrentó combate contra el segundo al mando, aquel, que como ocurría con su humilde persona trataba de proteger algo importante para él. A pesar de que los Duergar son tramposos y cobardes, era un rival más que digno...
Caería...sin opción ante las simples manos del guerrero enano. Un protector...un héroe.
Ya haría unos días atrás la mina se habría preparado para honrar a Moradin en una gran celebración en la que sus clérigos le mostraban respetos al rio de fuego y se rendían tributos y sacrificios en su nombre. Balin tendría trabajo de un lado a otro, haciendo merecido el sobrenombre de piesligeros. La brisa temprana transportaría los últimos susurros de la primavera, y el verano fundiría parte de la nieve en las grandes puertas del Sur. Cerca, el lago, siempre helado se tornaría más débil cuando Ohllum es más fuerte y Zillión cede algo de terreno, pero nunca el suficiente. Ya habrían pasado unos días, preciados días en los que quizás Neslie estuviese celebrando junto a Entemur y Tharkas que los jovenes enanos, nacidos hacía pocas décadas demostraban su valía como guerreros saliendo de la mina, para explorar el mundo, pero sin alejarse demasiado. Pues la mina, los necesitaba más que nunca. Todo aquello, la misma sensación de frescura que invadiría su cuerpo a las puertas de su hogar, parecía acariciar ahora su rostro, abriendose paso en el hedor de un cúbil de alimañas. La mina Duergar...ahora estaba muerta. Un enano había reclamado su posición en las antiguas construcciones bajo Furom, aquellas que los duergar habían invadido, corrompido y ampliado con sangre sucia y engaños. Esta era...aquella era, era la era de los enanos y de su Gran Rey.
Bajo las montañas de herrumbre, la sangre enana volvía a alimentar la roca, despertando el hambre de los dioses y saciando el hambre y la sed de venganza de su Dios Moradin. La corona, como la cabeza del rey de los Duergar, Emthur el embaucador.
El puñetazo de Thobak impactó en el rostro de Emthur, destrozandolo, desfigurandolo con una ira que no alcanzaba límites. Y el puño de Emthur golpeó la boca de su estómago, reduciendo a cenizas su armadura, haciendo que se elevase unos centímetros del suelo.
Los músculos inflados de ambos enanos se vieron enfrentados en lucha singular y los dos cayeron.
El cuello de Emthur sonó, crujiendo, y sus ojos se quedaron en blanco. Su mandibula estaba rota, y también lo estaba su cuello. No sangraba en abundancia, sin embargo la esencia vital brotaba de sus narices, ojos y oidos.
Cuando cayó al suelo estaba completamente rígido.
Thobak pudo mantenerse en pie unos segundos más. Victorioso en combate.
Una victoria, jamás posible sin Dain Hacha-Profunda, fiel escudero, guerrero honroso y ante todo...enano.
No mucho después de todo aquello, cuando aún resonaba el eco en la mina con la voz de Hacha-Profunda gritando el nombre de su rey, en un clamo desgarrador este le respondía mientras su consciencia se desvanecía. Junto con los orcos y la armadura de Dain, Ceip hizo su aparición. Como se había librado de sus ataduras era un misterio, pero quizás la violenta explosión de furia que el escudero había sufrido había logrado librarle de sus grilletes y de forma milagrosa no haber sufrido daños. Después de que Dain ofreciese su aliento y sus últimas fuerzas por su rey, se podría decir que lo salvaba de una muerte segura a manos del veneno y la incapacidad. Tuvo que apoyarse en su hombro, y éste soportar casi todo el peso. Ambos conservaban sus barbas, intactas y pronto el rey bajo la montaña compartía su risa con todos a pesar de su debilidad. Si no fuera por Dain, si no le hubiese seguido hasta allí, no sólo él estaría muerto, lo estarian todos.
Los orcos permanecían cayados, afectados quizás por la ipresión del combate, aunque más bien ausentes, de ojos sin vida, como marionetas. Seguían al joven humano de ojos alegres y túnica oscura sin mención alguna al respecto, sin queja por los enanos, sin queja por las ordenes. No parecían siquiera escuchar.
Salir de aquel coloseo no fue fácil, pero gracias a Dain lo consiguieron, era incansable a pesar de haber dejado tras él, decenas de cúmulos de cadaveres que pasarían a mejor vida, o quizás fueran condenados eternamente por el propio Moradin.
El joven humano permanecía cayado, Thobak había preguntado, algo delirante, sobre alguien llamada "Belaya" y él contestó negando en silencio pero sin perder una sonrisa leve. Permanecía intacto, como Dain, pero éste último estaba lleno de sangre negra, roja, magulladuras por los grilletes, el yugo y polvo de aquella tierra negra alimentada por la oscuridad. Ascenso, siempre ascenso, sin saber muy bine hacia donde se dirigían. Sobre sus cabezas una pequeña gruta de roca gris y algo rojiza, las montañas del trueno, también llamadas de la herrumbre y frente a ellos las vastas extensiones de los Tauren....
Thobak caminaba apoyado en el hombro de su buen Dain, estaba débil, y su cuerpo luchaba desde el interior contra el veneno de los drow, sin embargo su voluntad permanecía férrea, pues la voluntad de un enano es imperecedera como los hielos perpetuos que cubren la montaña que tienen por hogar.
Dentro de muchos años, cuando las barbas de estos enanos lucieran largas y canosas, contarían al calor de un buen fuego la historia de como Dain Hacha-Profunda derrotó a un centenar de enanos grises, o de como Thobak venció al rey de los duérgar con sus manos desnudas después de haber sido envenenado por sus traicioneras artes. Aquellos de barba más corta les mirarían pensando: "Bah, exageran, como todos los enanos viejos". La batalla sin nombre que Thobak y Dain habían librado en las profundidades más oscuras de la tierra no sería más que otra historia, otra aventura, de un Rey y su defensor, de dos enanos... de dos hermanos. Habían ganado mucho más que la gloria, habían conquistado el derecho a seguir viviendo, o lo que es lo mismo para un enano, seguir luchando.
Sin embargo los que jamás olvidarían la caida de su oscuro rey serían los duérgar, ni olvidarían tampoco a Thobak y Dain, a los que guardarían con miedo y odio en el fondo de sus corazones.
Thobak miró fugazmente a Ceip, y sus labios pronunciaron entre delirios un nombre, o quizá era mucho más que eso: Belaya. Cuando Ceip negó en silencio, el enano respondió a su sonrisa con otra irónica, al fin y al cabo, ¿que podía esperarse de un brujo?. Un brujo con el que a partir de ahora compartirían destino, pues le habían prometido encontrar a Belaya, y un enano jamás falta a su palabra. (Y si alguna vez faltó, fue por descuido o desconocimiento).
Los orcos caminaban en silencio, y Thobak tampoco les dedicó ningún gesto o palabra, se había comprometido a llevarlos de vuelta, y así sería, en recuerdo de aquel único dia en que orcos y enanos no fueron enemigos.
Una sonrisa se dibujó en el rostro del rey de los enanos, quizá producida por las fiebres y el delirio, que le hacían imaginarse en el calor del hogar, con su esposa masajeando sus curtidos músculos mientras llegaba a su nariz el olor del pan que se estaba horneando. Habían pasado mucho tiempo fuera de las minas, y en todo ese tiempo, pasara lo que pasara, Dain jamás había desistido en el empeño de encontrar a su rey.
Thobak había recuperado el favor de Moradin, y también había recuperado a su hermano de batalla, su fiel protector. Ahora ya nada podría detenerle, volvería a las minas y reclamaría de nuevo su trono. Neslie estaría esperándole...
Quizá por eso sonreía.
Dain avanzaba a pasos cortos, cargando con el peso de su Rey. Las barbas se mecian adelante y atras con el balanceo irregular de los cuerpos. El guardaespaldas tenia varias de sus costillas rotas, lo que le impedia caminar con normalidad, pero eso nadie lo sabia.
El enano caminaba mirando al suelo, en silencio. En su cabeza no resonaban sonatas epicas, ni si quiera sentia en su pecho el orgullo de la batalla ganada. En su interior solo habia verguenza...Se habia pasado mas de dos años buscando a su Rey, y no solo no lo habia encontrado, si no que habia caido en la trampa de unos malditos pielesverdes, y a su vez capturado por los Duegar.
No merecia caminar bajo la sombra de Thobak. No merecia el honor de su compañia.
-Thobak, yo....lo lamento. No...-La voz se le quiebra, no puede continuar.
Deja de caminar mientras intenta no mirar a su Rey a los ojos. No aguantaria decepcionar a Thobak.
Thobak levantó su recio brazo para cojer de la cara a Dain, obligándole así a mirarle a los ojos, y en el rostro de su rey tan solo pudo encontrar una sonrisa cansada y una mirada de afecto.
-Dain... mi buen Dain. ¿Que haría yo sin ti?
Cuando Thobak se casó con Neslie, la prima de Dain, se convirtieron en familia, pero para el viejo rey ya lo eran mucho antes que eso, Dain era su hermano, su apoyo... su escudo. ¿Como podría sentirse decepcionado?.
-Les hemos dado... una paliza... ¿eh?.
Una sonora carcajada emergió de la garganta de Thobak, pero prontó se interrumpió a causa de una tos ronca. Escupió algo de sangre, su cuerpo aún estaba débil, pero no su espirítu, y aún mantenía la sonrisa en su rostro.
Miró a Ceip, ansioso por preguntarle de nuevo por Belaya, pero primero debían cerrar otro asunto, debían conducir a los orcos junto a su gente, y cumplir así la única promesa que una vez un enano hiciera a un orco.
Los dos enanos, pero ante todo, amigos, caminaban juntos, el uno apoyado en el otro, y así de forma siempre recíproca como habían vivido toda sus vidas desde que su consciencia les permitía recordar. Palabras de aliento, y lágrimas a punto de brotar, algo nunca desdeñable, pues hacer llorar a un enano era algo terriblemente complicado, más de lo que nadie pudiese imaginar. Recios, como eran, fieros en combate, de corazas duras, como su piel, nunca parecía suficiente el daño causado como para provocar tal efecto...y, sin embargo, cuando conseguías abrir su corazón, entonces, podían concederte el honor de verlas asomar por sus gruesos y fortalecidos párpados, pocas veces tan abundantes como para caer por sus mejillas.
El paso era monótono, pero ameno, los orcos sólo gruñían, ligeramente cansados como cuando uno comienza a despertar después de una buena noche de celebración a los pies de una buena hoguera, bebida, comida y enanas que acicalen la barba. Su respiración era casi tan fuerte como la de un enano, pero Ceip no advirtió nada, iban completamente libres, como títeres sin-cerebrados hasta aquel momento...
Tras las espaldas del pintoresco grupo quedaba ya la Garganta de Grokmal, tan majestuosa como cabía esperar de un lugar elegido por los enanos para construir un hogar, tanto que incluso los orcos supieron ver las posibilidades del terreno. La hierba, húmeda los alejaba de los bosques por una amplia campiña en la que se dintiguían caminos de tierra, como aquellos que usaban los habitantes del Sacro Reino de Silmar para comerciar con el sur, vacias, aquellas sendas cruzaban un bosque y se dividian en un buen par de pares de caminos...era todo un laberinto al aire libre, pero pudieron reconocer tocones tallados, tocones que sólo podían pertenecer a los Tauren...
-- RRRRrrrrrrRRr....¡¡froufff!! -- Estornudó el orco que avanzaba delante, tenía los hombros caidos y eran bastante menos musculosos que los de sus compañeros, tenía cara de no ser demasiado avispado, pero, por otra parte, sus ojos y su aguileña nariz achatada hacian que la primera impresión fuera la de estar ante un orco que es mucho más de lo que aparenta ser, de esos que esconden sus intenciones y tratan de engañar a los demás...Era confuso.
Parecía estar resfriado, posiblemente llevase mucho tiempo bajo la montaña, capturado y torturado, su nariz contenía un jugo verdoso que inspiraba sonoramente, al instante el dorso de su mano limpiaba sus fosas nasales, su peculiar circulo de hierro había conseguido irritar su nariz hasta el punto de que sangrase, aunque ahora parecía una herida a duras penas cerrada.
Parpadeó, y fue el primero de todos en tener esa sensación de "despertar" Miró a los lados, sin nerviosismo, aún como presa de algún conjuro y no reaccionó violentamente ante la presencia de Ceip o los enanos, todo lo contrario.
-- Frouf...¿donde ze zupone que vamoz? Por zierto...yo zoy RRrFrouf. Nunca oz había vizto por aquí...
Volvió a acariciarse la nariz, esta vez pasando un par de dedos por debajo. No paraba de caminar, pero iba lento, con la vista al frente, sacando una chepa verdosa y con los hombros altos. Las manos caian por su propio peso y las uñas de sus manos eran negras como el carbón. Vestía simples ropas que a duras penas cubrían sus vergüenzas.
Su voz era..."divertida"...pero aún así, resultaba muy extraño que quisiese dialogar con dos enanos y no cortarles el cuello inmediatamente, o almenos...intentarlo.
Thobak palmeó con afecto el hombro de Dain, y con más tozudez que fuerzas se adelantó un paso para caminar solo, sabía que Dain no insistiría en ayudarle, jamás dejaría que su rey mostráse debilidad delante de un orco. La punzada en el costado que le dió Emthur aún le ardía como si tuviera dentro un clavo al rojo vivo, pero apretó los dientes, y alzó la cabeza como un orgulloso rey de los Hielos Perpetuos.
-Rfrouf, mi nombre es Thobak, hijo de Thor, Rey bajo la Montaña. ¿Quien de vosotros es Erok hijo de Grom?
El rey de los enanos rebuscó en su cinto y sacó el amuleto que le había dado el propio Grom, lo sostuvo alzado con firmeza, sujétado por su correa.
-Esta marca de honor me fue entregada por Grom, chamán y guía del pueblo orco, su símbolo es el ojo de un águila, representa su rapidez, su furia, su determinación ante sus presas, y también su sabiduría y buena observación, pues antes de atacar siempre ve todos desde las alturas.
Un buen guerrero, ha de cumplir esas condiciones, ser poderoso, ser rápido y letal pero también tener coraje para dejarse caer en picado y paciencia para observar antes de efectuar sus golpes.
Repetía las palabras exactamente como las dijo el chamán, como si hubieran sido grabadas a fuego en su mente a hierro y fuego, de esa forma ningún orco malintencionado podría afirmar que Thobak había conseguido el amuleto matando a su portador, el enano había dejado claro con sus palabras que no era así, nadie a excepción de los pielesverdes hubiera podido saber lo que significaba esa marca de honor, ningún orco de mediana inteligencia podría dudar de la palabra de Thobak, y Rfrouf parecía más listo de lo que aparentaba, quizá hasta demasiado listo para ser un orco.
-Prometí reunir a Erok con su padre, y eso es exactamente lo que haré.
El brazo de Thobak se levanto para señalar hacia la Garganta de Grokmal, el refugio rocoso de los orcos no estaba lejos.
Los párpados de Erok se fruncieron, tanto que sus ojos se cerraban presionando sus músculos aquellos párpados verdes. Un mechón blanco de sus cabello recorría su frente casi hasta su nariz, sus ojos eran rojos, como la sangre y en apariencia era joven, aunque había heredado parte de la grandeza que distinguía a su padre. Podría decirse que escuchó las palabras de Refrouf sin comentario alguno, de tal forma que tampoco reaccionó ante ellas, viendo a aquellos dos enanos como lo que eran.
Apretó los dientes con fuerza, chirriaron, pero no lo suficiente como para amenazar partirse. Como ocurriría en el caso de un enano, era posible que se sintiese humillado. Aquella humillación cambió pronta, quizás ante la mención del enano, en aquel momento Erok alzó el mentón con orgullo, como si oyese algo realmente familiar y, cuando hubo terminado prosiguió con voz ronca e intimidante.
- El águila. Representa también el honor, pues surca los cielos sin mostrarse orgullosa, pues acepta el ciclo de la naturaleza y no es más que el ratón o el ciervo que atrapa entre sus garras. Los respeta como sus presas, y se alimenta de ellas sólo cuando tiene hambre o ha de alimentar a su progenie.
Conocimientos chamanísticos, que su padre le obligaba a recitar para no olvidar que aquellos enanos eran sus iguales, y en aquel momento, un enfrentamiento abierto no beneficiaría a ninguno de ambos bandos, pese que al orgullo le duela o al cuerpo le extrañe compartir presencia con ...la presa.
Lo miró directamente a los ojos, y vigiló de reojo a Dain, sin embargo, Ceip que caminaba a su espalda pasó más que desapercivido para él.
- Soy Erok, hijo de Groum, heredero de Grokmal. Enemigo férreo de enanos y duergars, pero también humilde deudor de su vida y la de su ejército a dos de ellos.
Hablaba de ejército, cuando apenas quedaban unos pares de ellos...sin duda era valiente, enfrentando al enemigo. Miró con cierto recelo a Dain, no tanto a Thobak, enviado de su padre. Pero...¿Por qué...?
Aceptaba una deuda de vida, por todos sus hombres, era más de lo que jamás podrían imaginar obtener de un orco, quizás por su juventud...e inexperiencia.
- Brrrfffffff....- LA pedorreta de sus labios fue tan intensa que escupió a los pies del orco, deteniendo su marcha, alzando el hacha con un impulso que rozaba lo violento, sus músculos palpitaron con los latidos de su corazón, rápido en la ira, rápido con el hacha.
- ¡Oooorcos, ¿Por quée oorcos?! - Dijo mirando con odio a Ceip, aunque el odio era para sus enemigos y la mirada para el hechicero.
Maldigo a las águilas y al viento si son aliados de estos malditos orcos.
Ladeando la cabeza luchaba por comprender que tenían de diferente aquellos orcos para tener que respetar sus vidas y no acabar allí mismo con ellas, fue toda una muestra de respeto por parte de Hacha-Profunda que no pronunciase sus pensamientos en alto, aunque su posición estaba bastante clara.
Sin tranquilizarse miró a su Rey, al que debía sumisión y respeto, al que debía proteger.
- Se librarán por la promesa de un enano...y no uno cualquiera. - Decía como si mascase su pipa, aún cuando no se encontraba fumando. Más quisiera yo...Luego miró retando a Erok.
- ¡Un enano jamás rompe una promesa! tienes suerte que nosotros SI seamos honorables...
Luego quiso proseguir la marcha...
FDI: Continuamos en Valle del Trueno