Partida Rol por web

Et que finalmente cayó la noche. Encontrábase el Cortalenguas agazapado en los jardines colindantes al muro de la propiedad de los Ortiz. El número de guardias era el mesmo que durante la tarde; dos patruyando el perimetro de la muralla et otro faziendo ronda sobre la mesma. Tras varias horas acechando aquella torre, comprendió el enmascarado la rutina de aquellos guardias. Durante unos quince minutos quedaba libre de vigilancia la zona donde se anexionaba el muro a la torre y que por ende era el lugar más propicio para escalar. En ese periodo de tiempo sólo había que tener cuidado con el guardia de la muralla, pues su ronda no era tan predecible como la de los otros dos...

Aquellos tres non parecíanme problema para mí. ¿Y qué si hubiéradeisles de quitar todo cuanto llevaban encima, incluso la vida? La infame cuestión es que realmente era otra: y no era sino colarme en la torre, mas teniendo delante de mi aquel muro junto a ella; que uno era de descender como un gato et caer de pie, no elevarme como una paloma cuando se ve acorralada.

Y tomé aquel gancho que habia preparado para torturar a cuantos fueran en mi contra (que hasta dos veces se libró éste de dar "matafín" ese día), y tras ello lo ondeé en el aire, haciéndo círculos sobre él, justo antes de lanzarlo contra las almenillas del muro...

Et fue entonces que lancé el gancho, y este quedó encallado como una goleta en un dique mal avenido o como un alfanje bien afilado entre las costillas de un mal cristiano y ésta no es capa de salir por la sujección de su armadura... E hice gala de la ya poca (pero suficiente) fuerza que quedábame en los brazos, tan llenos de marcas y sarpullidos, y comencé a trepar como una ardilla por un árbol, tan ágil y ligera que tuviera como alas para alzarse con un ligero hálito imperfecto...

Mas una vez en la torre, diome tiempo a pensar si cargar o no mi ballesta* para lanzarle virote al de la ronda del muro, que veíalo allí de espaldas y tan inocentemente desviado de sus atenciones que sería como matar a un pequeño gusano aplastándolo con una alcazaba entera caída del cielo... Sin embargo, preferí meterme por el ventanuco y desentrañar los misterios para con los Ortiz, tanto de la Blanca como del Barón.
 

Trepaba el Negro burgalés por aquel muro cual silenciosa araña en busca de su presa, más mientra fazíalo escuchóse el graznido de un cuervo rompiéndo el silencio reinante... Al parescer non era Bernat el único que colabase cual sombra negra en aquella torre, pues antes que él adentróse por el ventanuco un cuervo, uno grande et pesado como el que había visto tiempo ha en el Fogón...

Et tras entrar por el ventanuco, allí andaba el dichoso cuervo, revoloteando sobre un viejo escritorio con una pequeña carta atada a una pata. Avalanzóse Bernat sobre él, et en un raudo movimiento consiguió agarrar la carta, empero el ave escapóse por la ventana soltado sonoros graznidos, que de no ser porque era un animal, unos cuantos improperios hubiérale dedicado aqueste al enmascarado.

Por el mobiliario et los numerosos vestidos era evidente que aquel era el aposento de doña Blanca de Ortiz, et a juzgar por el tamaño de la cama, debía aquesta dormir sóla et separada del Barón. Allí non había nadie aquesta noche...

...Non pudo entonces Bernat evitar explorar aquella torre, pues aunque arriesgado era aquello, et mucho, non había trepado jugándose la vida sólo para arrebatarle una carta a un cuervo...

La torre tenía tres plantas e la azotea. A la primera solo se podía accederse desde el interior, mientras que las otras dos eran accesibles desde escaleras exteriores flanqueadas por muros almenados. La primera planta, la inaccesible desde allí, debía usarse probablemente como bodego o despensa. Al parescer los Ortiz fazian su vida en la segunda e la tercera planta. La segunda albergaba el gran salón donde celebra los banquetes e imparte xusticia, con las paredes cubiertas de tapices, largas mesas de madera a ambos lados e una gran sillón al fondo, forrado en terciopelo de color rojo. También encontrábanse en ella las cocinas y una pequeña capilla, con un banco dispuesto frente a la imagen de un santo colocada bajo un arco ciego y precedida de unos cirios que se mantienen encendidos. En la tercera planta estaba la alcoba y la habitación privada de doña Blanca.

Sorprendentemente no había nadie por allí. ¿Dónde andarán los Ortiz? Probablemente hoy se encuentren en otra de sus muchas propiedades... Tras un rápido registro baladí por aquellas estancias, decides subir al último nivel.

De la azotea cuelgan los pendones con las insignias de Castilla y de la casa de Ortiz. Es el punto más alto del pueblo, la vista es impresionante... Pero pronto te percatas que non recogiste la cuerda et el gancho, e xusto en aqueste momento el guardia de la muralla se dirije al punto de anclaje... ¡Maldices a todos los demonios cuando ves al guardia detenerse junto al garfio! ¡Lo ha visto! ¡Debes actuar con rapidez!.

Las campanas tocan a Maitines... Sientes caer al vacío...

Te ves caminando por el bosque, pero non es como agora... Hay algo diferente... El color es de un verde intenso, con una luz extraña... Poco natural... Acierta distancia ves una niña con un vestido blanco... Et camina pausadamente e a la par tan rápida, que non la puedes dar alcance... La niña parece fablar pero non consigues escucharla... Solo unas palabras reconoces en los labios de aquesta... - “Debéis hacerles recordar... Debéis dar a cada pecado su castigo”... -

Et en ese momento su vestido se enrojece a la altura de la entrepierna et la sangre resbala manchando la hierba.
A tu lado ves a una figura vestida de negro, completamente tapada et que juega a los “escaques”. Te señala la silla que tiene enfrente para poder jugar juntos...

Fízeme en el pensar aún en tan turbia disputa de pensamientos. Lo que burbujeaba bajo la máscara no eran las pullas ni los callos (no al menos en ese momento), sino las ideas de cómo salir de allí. Bajar a los estratos inferiores sin duda haríanme topar con gente inesperada, y aún recuerdo las noches burgalesas cuando planeaba sobre los ratones viandantes; sin embargo en aquellas ocasiones veía bien las salidas, las aceras, los tejados et toda situación controlable: pero lo que hubiera en los pisos inferiores de la alcoba de la Blanca, no.

En éstas que apretéme bien el hacha, pero sólo eso, apretarlo. Que lo que hice no fue sino descogar la ballesta, apoyarme la cureña al hombre y tocar la llave con mi índice, mientras que con la otra mano la sujetaba, delante de ésta y rozando a veces la brida*. Luego me encaminé de esta guisa hacia la ventana por la que había entrado, y me dispuse, nada más viera al soldado del adarve, incrustarle un virote donde fuera menester.

Si rápido fuera, quizá podría pasearme por el paseo del adarve y sopesar, desde las alturas, el mejor sitio para caer a tierra como un feroz águila.

Con la ballesta apoyada en el hombro, parecia el mi dedo querer disparar al acto apretando en la llave; mas contuve la respiración, apunté hondo y en el pecho* desde el ventanuco y fue entonces cuando di rienda suelta a mis más bajos instintos a través del virote. Et vi cómo se clavaba bien hondo en el pecho, y pude osler desde allí la su sangre avenida a fuera de entre sus costillas. Y sólo yo súpe cómo me relamí por dentro de la máscara.

Et que la divina providencia, o quizá la mismísima mano del maligno, quien sabe, guió el virote que atravesó el corazón del guardia dándole muerte incluso antes que aqueste tocara el suelo...

...Al parescer había de nuevo vía libre de escape, al menos de momento...

En cuanto ví al soldado caer, guardéme la ballesta a la espalda, et hícele al tiempo que avanzaba ya hasta el mismo* lugar donde había conseguido ascender ante. Tomé el gancho, lo aseguré bien a la almenilla y antes de bajar con la cuerda eché una mirada de soslayo donde debían estar los otros dos guardias de abajo en plena ronda. Una vez divisado el panorama, mi capa ondeó al lanzarme muro abajo, sujetado por la soga, et conseguílo dando pequeño saltitos descendentes, puesto que con mis botas aguantaba el descenso et impulsaba otra nueva caída. Desta forma conseguí llegar al suelo, agité la cuerda haciéndo una pequeña onda que se dirigió hacia arriba, et intenté deshacer el anclaje del gancho.

Con paso calmado e sosegado volvía el Negro de Burgos al Fogón. A juzgar por sus andares parescia que aquel era otro día más, cual otro cualesquiera, nadie hubiere dicho que contaba aqueste con más de tres muertes en su haber en tal jornada; bandidos, guardias, madre e fijo...

Más quiso la casualidad, que caminando entre las casas, en la cercana linde del bosque escuchara aqueste el gruñido sordo de una bestia... Una sombra, a unas ochenta varas, cruzó un callejón con presteza detuviéndose un instante que al Negro parecióle eterno... La sombra, grande como un caballo, encorvada en postura extraña et de pelaje negro como la misma noche clavóle los ojos amarillentos con furia...

Et como mismo aparecióse tal aberración digna de cualquier cuento para asustar a los mozuelos desvanecióse en la noche...

Siguió el Negro su camino pues más valía no tentar la suerte que habíale acompañado todo el día, que con suerte, el rastro de muerte que había dejado le sería cargado a esa extraña criatura nocturna...