Partida Rol por web

En una casa propiedad de unos pequeños comerciantes vivía el que antes fue un gran soldado, el bueno de Bruno consiguió alquilar el pequeño desván que tenían los propietarios hacía un par de años, y desde entonces vive ahí.

Habían pasado apenas cinco minutos desde que tus compañeros se habían ido, y por tu mente rondaban todo tipo de ideas sobre lo que le podría haber pasado al pobre Alonso. Aunque era ya bien entrada la madrugada y el sueño te empezaba a invadir.

Me levanté para desperezarme. Por algún motivo no me sentia seguro aqui, y menos aún con el dinero encima.

Si, cierto que los demás me habían dicho que me quedara.... Pero tampoco era menos cierto que todos sabían que estarme quieto no era mi estilo.

El convento de mi hermana no está a mucha distancia. Bien podría acercarme hasta allí, y solicitar verla.

Miré por la ventana, a ver si alguien rondaba el lugar. Por la hora, las hermanas ya se habrían levantado a maitines, y estaban acostumbradas a que los familiares pecadores acudieran a buscar el perdón de los hábitos.

Si nadie rondaba el lugar, me escabulliría en la noche hasta allí. Ya habría tiempo de volver, ya que no me habian dado opción de buscar a don Alonso, para que cuidase del dinero.

La calle parecía vacía, aunque parecía haber algún que otro gato intentando cazar a su presa.

Decides ir al convento de tu hermana, aunque como casi todos los conventos están a las afueras, y caminando tardarás unos veinte minutos.

Totalmente embozado, y a paso rápido, camino hasta el convento, atento a cada sonido de la calle. Nada grave parece romper el silencio, pero aún asi no aflojo el paso.

A estas horas era difícil encontrar a gente por la calle salvo que fueran ladronzuelos, prostitutas o viajeros. Y por fortuna no te encontraste con nadie.

El paseo duró más de quince minutos, y llegaste muy agotado debido a tus heridas.´

Ahí estaba el convento, no era muy grande pero cumplía su función. Ya habías estado muchas veces y conocías la forma de proceder, así que llamaste a la puerta y te abrió una de las monjas de clausura.

Buenas noches Julián, ¿se encuentra bien vuestra merced?

- Si, hermana, pero mi alma se encuentra algo azorada, y deseaba poder charlar tranquilamente con la hermana Ana. Sé que ya han tocado a maitines.... si no es mucha molestia....

Me despojé del sombrero en cuanto la monja abrió, amén de ofrecerle mi sonrisa más dulce. No solian ponerme pegas.

La monja te devolvió la sonrisa y te respondió amablemente.

Claro, espere aquí buen hombre que ahora la hago llamar.

La señora se fue por un pequeño y largo pasillo, dejándote sólo en el vestíbulo del convento.

Tras varios minutos de espera la amable monja que te atendió vuelve por el pasillo, tras ella venía tu hermana con una sonrisa en la cara.

¡Hola hermano! Qué alegría verte. ¿No ha pasado nada malo, verdad? Es muy tarde para una visita.

Cuando tu hermana dice la última frase la otra monja llama la atención con un ¡ejem, ejem!.

- Lo sentimos hermana. Llevábamos tiempo sin vernos.

Sonrio dulcemente a la religiosa que nos ha llamado la atención. Beso las manos de Ana con cariño, y le susurro:

- ¿Podriamos ir a tu celda? Me gustaría pedirte un pequeño favor.

Claro hermano, vamos.

Tu hermana empieza a caminar alegremente por el pasillo camino a su celda. Una vez en ella se sienta en la cama y se queda mirándote.

¿Y bien?

La celda la habías visitado muchas veces en el pasado, y como era costumbre se mantenía igual. La cama, una mesita con su silla y algunos adornos u libros era lo único que tenía tu hermana.

Saco la bolsa con el dinero que aún llevaba en el interior de mis ropas.

- Necesito que guardes esta bolsa aquí, Ana, sólo un tiempo. No te preocupes, aquí nada pasará, y no es nada peligroso.

Mientras le hablo me agacho y sujeto la bolsa bajo la cama, enganchándola de manera que no cuelgue. Al ponerme en pie de nuevo, le doy un beso en la frente.

- No sólo eso, quería verte hermana. ¿Qué tal estás?

Tu hermana acepto sin reparo alguno guardar el dinero en su celda y luego mantuvo una conversación contigo de cómo le había ido desde la última vez que fuiste a visitarla para después preguntarte a ti sobre que habías hecho tú desde entonces.

Sonriendo con aire paternal, vuelvo a depositar un beso en su frente.

- Nada grave. Estoy vivo y es lo único que importa, ¿no? Además, ya rezas tú por la salvación de mi alma.

Tomo mi sombrero y me acerco a darle un abrazo.

- Sigue tan maravillosa, hermana. Tengo que ir a buscar a un amigo. Prometo que no tardaré en volver.

Con estas palabras me despido de ella, y salgo a la calle, con intención de ayudar a los demás en la búsqueda de don Alonso.

Sales del convento tras despedir a tu hermana y a la monja que estaba en la entrada. Una vez en la calle te pones a caminar por las oscuras calles de las afueras de la villa camino al centro.

Pienso en las palabras de los demás antes de salir a buscarle: si no está en su casa, estará en alguna taberna. Probablemente al ir en pares, los otros han optado por las tabernas, asi que pruebo a acercarme hasta su casa.

Es posible que haya logrado llegar y esté descansando, y con las heridas aún sin curar.