La mañana, fresca como todas las mañanas, había caído sobre el valle. Las mujeres de Villegat, cerca del ruidoso río, preparaban la comida para sus hombres, que debían laborar el campo. El olor a cebolla y ajo llenaba el ambiente... y lo llenaba incluso en Alós, la vieja fortaleza musulmana reconvertida, donde los sirvientes se afanaban, ajenos a los sucesos de aquella noche
Dionís y Manel volvieron a caballo, llevando consigo a Caterina, Joana (atada) y a Daniel. Todos ellos estaban exhaustos, y sin embargo pararon un instante cerca del castillo, al ver que el horizonte empezaba a mudar sus colores.
Daniel cayó sobre sus rodillas y empezó a rezar, dando gracias al Señor. Cuando acabó, se levantó y os miró, sonriendo de manera sincera por primera vez desde que lo conocisteis.
-- Omnia sol temperat.
Mientras cabalgabais al castillo, os preguntasteis cuánto tarda el cielo desde que el primer tono amarillo del día se discierne sobre las montañas hasta que sale el sol.
Una eternidad.
Al llegar al castillo, os anunciaron la triste noticia del fallecimiento de Carles, esa misma noche. No había ni rastro de Clara ni de Vicenç. Pèire, acompañado de Rodrigo de Astorga, llevaba el testamento. Asumiendo que Joan de Mormont volviera de las Cruzadas, él sería barón de Alós. Pero hasta entonces, la baronía cayó en manos de... su primo, el hijo de Gerard de Mormont: Dionís.
Había muchas preguntas, y poco tiempo para las respuestas. A medida que avanzó la mañana, los hombres de Daniel y las gentes de Villegat empezaron a erigir un cadalso en la plaza del pueblo. El Mal había sido identificada, al fin.
Aquella tarde, tres personas ardieron en la plaza de Villegat, acusadas de sodomía, brujería, o herejía. El legado papal y sus hombres abandonaron Villegat al día siguiente, entre gritos de júbilo y flores.
Con ello concluye nuestra historia.
Vicenç cabalgó hacia el este, hacia la salida del sol, sin saber muy bien qué buscaba. Pensó en todas las posibilidades que se le abrían: ahora, rechazado por el Mal y por el Bien, era por primera vez libre de elegir, estaba por encima. Volvía a ser un niño.
Tenía dinero suficiente como para vivir modestamente el resto de sus días en la sombra, en Francia o Castilla o algún condado pirenaico.
Pero un hombre como él, sin duda, encontraría alguna ocupación.
Clara siguió al hombre encapuchado hasta unos caballos que la llevaron lejos, muy lejos, hasta una casa en mitad de la nada pirenaica.
Allí escuchó hablar por primera vez del Viejo de la Montaña, de su misión, de sus creencias, de su sabiduría. Oyó las historias de fe ciega, de valor y de honor, y la recompensa eterna al otro lado de la muerte.
Y supo que la Orden necesitaba un hogar nuevo al otro lado del mar, una fortaleza perdida en las montañas que ofreciese asilo.
En ese momento se le dio a elegir, volver al mundo que la había maltratado, a la espera de que la Orden pidiese algo de ella... o convertirse en artífice del cambio.
Y Clara eligió.
Fue durante el reinado de Jaume I que los anteriores personajes vivieron y bregaron. Buenos o malos, feos o hermosos, ricos o pobres, ahora todos son iguales.