Partida Rol por web

Observo danzar las sombras como una especie de sueño extraño. Parpadeo y me acomodo en guardia, ¿estaré aún soñando?

Las ovejas corren hacia vosotros a través de la oscuridad. Os preparáis para el golpe, intentando impedir al paso al torreón con vigas y algunos trozos de madera. Y, ahí detrás, tenéis un miedo desconocido y absurdo: dos chicos jóvenes y aguerridos, bien armados, temiendo a un rebaño de ovejas.

Golpean la puerta enloquecidas mientras lanzan balidos ensordecedores.

La situación me recuerda un entrenamiento de hace tiempo. Como bloquear una puerta. Recuerdo perfectamente la forma y como usar los troncos y vigas viejas para bloquear y reforzar la puerta de los ataques enemigos. Escavo un poco el suelo hasta bloquear las maderas en él, para, a continuación, golpear la puerta con ellas, consiguiendo que quede bloqueada y evitando que se mueva. Pongo unas ramas en forma de cuña que impiden el movimiento y fijo mis pies delante de la puerta, usando todo mi peso y fuerza para mantener la puerta en su posición original. Y parece que funciona!!!

La barricada improvisada funciona a la perfección. Desde el interior escucháis los balidos, los terribles balidos, de las ovejas golpeando con sus cabezas. Sin embargo, la barricada resiste.

Pero el sonido de los balidos es más fuerte. Pronto llena todo el espacio, alrededor de vosotros, con una urgencia incomprendida. Mientras Dionís aguanta la puerta, Vicenç se levanta y mira por una de las troneras.

En ese momento, en mitad del escándalo de la noche, te parece escuchar un llanto desesperado. El llanto de un bebé.

No das crédito a lo que ves. De alguna manera, siguiendo la lógica interna de esa absurda pesadilla, esperabas ver a las ovejas intentando entrar desde otros lugares, rodeando las ruinas. Pero las ovejas sólo corren y corren en mitad de la noche.

Corren hacia el borde del risco.

Todavía estoy bajo el efecto de la satisfacción de comprobar que mi bloqueo de la puerta es efectivo, cuando tengo la sensación de oír el llanto de un niño pequeño. No comprendo muy bien como puedo llegar a distinguir ningún sonido con el brutal alboroto que hay. Por un momento vuelvo a dudar si todavía estoy durmiendo. Pero tengo claro, por los golpes que he sentido, en la puerta, que estoy despierto. 

-Vicenç, ¿Has oído? Me ha parecido oír llorar a un bebé. ¿Ves algo?

Pero no voy a esperar su respuesta. Busco si tengo la posibilidad de trepar por la pared y conseguir una vista del exterior del torreón. 

Subes por el resto de las escaleras de piedra hasta el lugar donde el muro acaba (donde, hace veinte años quizá empezaba un segundo piso). Allí encaramado, con el frío viento pegándote en la cara, tienes una vista privilegiada de lo que Vicenç ya está viendo por la tronera: decenas de ovejas, quizá cien, corriendo desbocadas hacia -¿qué? Corren rodeando el torreón hacia el risco, sin detenerse, sin frenar, y saltan hacia su muerte.

Busco desesperadamente la procedencia del llanto al mismo tiempo que veo la carnicería que se está produciendo afuera. Me doy cuenta que ha sido una suerte podernos proteger en el torreón. Lo más probable hubiera sido que las ovejas desbocadas nos empujaran hacia el risco. 

También intento mirar que ha provocado tal situación mirando hacia el punto de procedencia del rebaño. 

El origen de las ovejas permanece envuelto en brumas y oscuridad. No eres capaz de ver nada.

En cuanto al llanto... parecía provenir de abajo. De dentro del torreón.

Entonces me doy cuenta. El misterioso llanto viene de dentro de la torre. Por este motivo podía oírlo a pesar del ruído de las ovejas.

Me dispongo a bajar de nuevo a la planta para buscar el orígen de los gritos mientras le digo a Vicenç

-Envuelve unas ramas pequeñas a la punta de un par de flechas, prendelas con el fuego y dispara hacia el risco, para que las ovejas se las encuentren de cara y se desvíen. Igual evitamos que mueran más. 

Y al llegar abajo, empiezo a buscar por todos los rincones del torreón. 

La situación me tomó completamente desprevenido. No sabía que pasaba exactamente ni como actuar. Dionís por su parte fue más rápido. Supo cuando y como bloquear la puerta. Mientras yo observaba hacia el exterior y me quedaba anonadado el se encargó de todo y subió a mi posición para poder evaluar la situación. Todavía anodado me dirijo a la fogata y clavo la punta de la flecha en un trozo de lecha. Y corro con el arco a mi espalda hacia mi posición. Nunca había hecho esto, pero supongo que por la leña debo de apuntar más hacia arriba, para que la flecha pueda llegar hacia su destino. Rezo para que así sea, y choquen en algo que pueda prenderse en llamas,  mientras me pregunto, ¿qué es lo que está pasando?

Los llantos, al menos los últimos que escuchaste, parecían venir del hogar. Pero obviamente, al acercarte, no ves nada.

La flecha cayó en el suelo, prendiendo durante unos instantes hasta que el incesante paso de las ovejas la apagó. Sencillamente, la ignoraron, y siguieron corriendo hacia la nada.

De pie, sin poder dar crédito a lo que veíais, pudisteis comprobar cómo todas ellas se precipitaban en la oscuridad. Decenas de ovejas, cien quizá, la fortuna de un pastor rico, reducida a nada.

Cuando la última de ellas se hubo precipitado, pudisteis ver un punto rojo brillante en el horizonte. Envueltos como estabais en vuestra propia ignorancia, os costó un rato entender que aquello era el sol. Estaba amaneciendo, al fin.

Trago saliva y contemplo el extraño horror de lo que acaba de pasar.

-Dio-Dionís, ¿Qué fue todo esto?

Tras escuchar brevemente su respuesta y con los primeros rayos del sol, salvo a verificar el destino de aquellas ovejas, ¿o fue todo un extraño sueño o ilusión?

Bajé tan deprisa como pude de mi atalaya e intento localizar el origen de los llantos. Me cuesta Dios y ayuda discernir el sonido apagado del supuesto niño de los berridos de los animales afuera. Cierro los ojos y me concentro. Poco a poco voy cerrando el área hasta llegar al hogar. Me parece imposible que de allí venga nada más allá que los chirridos de las ramas ardiendo. 

-No entiendo nada. Estaba seguro de haber oído un llanto infantil que venia de aquí dentro. Pero eso es imposible. 

Digo en voz alta.

Y, efectivamente, me dí cuenta que esa pesadilla parecía acabar cuando el sol empezó a salir por el horizonte. Así que cuando nos pudimos relajar un poco, viendo que no tardaríamos en marcharnos de ese sitio, decido tomar una muestra del extraño pigmento negro de la espiral. Quizá Pèire podría darnos una pista...

-Quizá podamos recuperar alguna oveja. No conseguimos el cervatillo, pero con algo podemos volver a casa, ¿no?

Asiento en silencio, y como precaución al miedo camino con la espada en la mano.