Partida Rol por web

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Abandonáis el castillo cabalgando con los mejores hombres de la casa Mormont; sois en total unos veinte caballeros bien armados. Se os une, al galope desde la taberna, apenas algo más sobrio que antes, el caballero Roger d'Erill, tu amigo. En poco más de una hora llegáis al lugar donde ese desdichado (que ahora está siendo atendido en el pueblo) os dijo que había sucedido. Como si hubiera sido necesaria la indicación.

En mitad de la noche, las montañas parecen gigantes agazapados que observan vuestros movimientos. Cuando llegáis hace tiempo que los buitres y los cuervos se os han adelantado: alzan el vuelo al escucharos cabalgar sobre el camino real. Cuatro carromatos abatidos, uno de ellos todavía en llamas. Sobre todos ellos hay clavadas una cantidad ingente de flechas.

Desmontáis y le dais las riendas a otros caballeros. Camináis sorteando cadáveres en un espectáculo que no veías desde hacía años. Y tú, por lo menos, lo habías visto: el pequeño Joan, ávido de Cruzadas, no había visto nunca un hombre eviscerado, y mucho menos una masacre como aquella. No puedes evitar pensar en la tarde de la victoria de las Navas, cuando sobre el campo de batalla cayó una nube de pájaros que devoró los restos de ambos ejércitos. Los soldados vencedores intentaban inútilmente apartarlos agitando sus espadas, pero los pájaros parecían ser de pronto más, siempre más. A muchos de esos muchachos los enterrasteis sin ojos.

Bajo del caballo con un movimiento experto, al posar el pie noto el barro en mi bota, un barro pegajoso que hace un ruido desagradable cuando empiezo a caminar, veo que esa parte de barro del suelo se ha formado por la sangre de una chica cercana, los ojos abiertos de par en par me miran y parece por un momento que su dolor es el mio.

Barbaros... Murmuro en apenas un sonido audible.

Recordad a cada una de estas personas para que no os tiemble la mano cuando encontremos a los responsables...

Compruebo los cadáveres y el carro en busca de alguna pista de los agresores. Busco huellas o rastros que se alejen del lugar.

Tu intuición busca pistas incluso antes de que se lo ordenes: está claro que, a pesar de la falta de práctica, algo dentro de ti todavía no se ha oxidado. Tu ojo, que ha visto de todo, salta acrobáticamente entre cadáveres buscando alguno ataviado como un bandido, pero sólo ve pobres mercaderes y aldeanos. Repasa el contenido de los carros volcados, nada fuera de lugar, busca huellas en la distancia, y...

Espera. El contenido de los carros está casi intacto. Quien sea que ha perpetrado esa matanza, sólo ha saqueado parcialmente las mercancías, como un niño que hace la tarea a desgana.

Tu amigo d'Erill vuelve cabalgando con algunos hombres.

- Hemos oteado los alrededores en busca de huellas, y las hay por todas partes. Rodearon la caravana y la asaltaron.

>> Pero lo más interesante no es eso; es esto:

Dice, y saca una herradura perdida que ha encontrado en la ladera. Un vistazo rápido a los alrededores te lo confirma: sean quienes sean, esos malnacidos tienen caballos.

Buscad el rastro más reciente que se aleje de este lugar, debemos apresurarnos si queremos dar con ellos.

Tras un tiempo que se os antojó eterno (a lo lejos, tímidamente, el primer azul del cielo pasaba a amarillo) volvieron los exploradores. El rastro se alejaba en dirección al norte. ¿Qué por qué no habían continuado? Porque eran muchos.

- Por lo menos treinta caballeros, mi señor. Y una cantidad no menor de infantes. Buenas botas, caballos herrados.

>> Nada que ver con los bandidos con los que tratamos habitualmente.

Miro a nuestros hombres. Me giro. Hombres y banderizos de Mormont, se nos presenta una decisión y para tomarla me ayudaré de mi mano derecha Roger d'Erill y de tres hombres cuya veteranía está más que demostrada en combate.

Roger, Antoni, Lluch y Mateu. Tomaréis la decisión conmigo. Hemos subestimado la amenaza y ahora estamos en clara minoría, por lo menos son treinta caballeros además de una cantidad no menor de infantes. Buenas botas, caballos herrados... Nada que ver con los bandidos con los que tratamos habitualmente... En definitiva, ¿Qué opináis, debemos perseguirlos o volver a informar y estar preparados para el siguiente ataque? 

Me quedo esperando la respuesta cabizbajo y con mirada pensativa.

La situación está clara: son más que vosotros, no sabéis cómo de bien armados, y no podéis perseguirlos en mitad de la noche sin arriesgaros a una emboscada que, a juzgar por lo que veis (y lo que te recuerdan tus valientes soldados), sería letal.

Pero hay algunos que no tienen esa misma experiencia leyendo un campo de batalla, y la cálida sangre de la juventud...

- Bastardos hijos de perra. Mi caballo. ¡Mi caballo! Vamos a perseguir a esos malnacidos. ¡Seguidme!

Tus hombres le miran y te miran a ti. Algunos se acercan tímidamente a los caballos, pero todos parecen estar esperando algún consenso. ¿A qué líder seguir?

¡Joan detente! ¡No seas imprudente! Esta decisión no se puede tomar a la ligera. Las vidas de todos dependen de si somos o no prudentes.

En vista de lo que me dice el sentido común y mis hommbres de confianza volveremos al castillo ahora, ¡Todos! Esperaremos y nos prepararemos mejor para la siguiente vez, un soldado también debe saber cuando replegarse porque no hay opción de vencer.

Subo a mi caballo y volteo en dirección al castillo. ¡Volvamos ya!

¿Con qué tiro mando? ¿Comunicaciónx3?

Me tiembla la voz ya que al fin y al cabo mi sobrino Joan podía decidir perfectamente usar su estatus para contradecirme y tendría que seguirle a una muerte casi asegurada. 

Lo que sigue no es un duelo de jerarquías ni de elocuencia. Eso está claro para todo el mundo. "Dios mío," piensas, "cuánto tiempo hace que no comandas un destacamento de hombres." Aunque, con la situación en el reino, y las cosas que estás viendo ahora mismo, eso es probable que cambie pronto. Para bien o para mal, vas a volver a ver sangre.

Tus hombres te miran, y miran a Joan. El muchacho tiene dotes de mando, se lo notas en la manera de impostar la voz y en la manera de dar órdenes, apelando al lado irracional de sus hombres, inspirando ganas de venganza. Pero Joan ha fracasado hoy por una razón que escapaba a su control: esos hombres son los mejores hombres de la Casa, y eso significa que saben leer las señales de esa escaramuza. Y hasta el último de ellos sabe que perseguir a una fuerza mayor que la vuestra en mitad de la noche por un calentón es una locura. De hecho, piensas con cierta incomodidad, quizá sea una locura quedarse allí durante tanto tiempo.

Tú has apelado al espíritu racional de tus hombres y te ha funcionado. Una retirada a tiempo vale más que una masacre.

Pero sabes que cada uno de ellos espera que la Casa Mormont responda de alguna manera a lo que han visto. Y esa responsabilidad recaerá sobre todo en ti.

Hombres de Mormont, me aseguro de que hasta el último de los infantes me oiga alto y claro, que nos retiremos no es una derrota, es prudencia, cuando te superan en número es bastante común querer hacer una heroicidad. Hago una pausa. Pero lo verdaderamente inteligente es volver, reunir una fuerza más numerosa y atacarles cuando menos se lo esperen. Pronto caerán en nuestra trampa y hasta el último de ellos morirá por lo que han hecho hoy aquí.

Ahora demos un entierro digno y cristiano a nuestros compatriotas. Me uno a nuestros soldados para cavar zanjas y enterrar a los muertos. Mi lema al fin y al cabo es "si quieres que te respeten se uno con tus soldados, si quieres que te obedezcan no les mandes más de lo que tu harías".

Acabáis de enterrar al último cuando el sol empieza a asomar tímidamente por el este. Tú y tus hombres os quedáis entonces de pie un instante, igual de sucios, igual de necesitados de esos amables rayos de sol que os calientan el rostro.

El dicho en latín reza omnia sol temperat: el sol todo lo ilumina. Incluso lugares como aquel.

Volvemos a informar a mi hermano directamente.