Al final se retiró todo el mundo, con excusas más o menos válidas. Maria se quedó sola, frente a una mesa medio llena de comida, con el vino todavía servido en muchas copas. Siempre era así.
Pensó en su hijo Vicenç, su marido, pero su pensamiento voló hasta posarse en su cuñada Caterina y sobre todo, sobre todo, en su hija Clara. Era bien hora de buscarles un marido.
Una lista (no exhaustiva, jamás exhaustiva) de personalidades catalanas interesantes a principios del siglo XIII apareció ante sus ojos:
Y, por supuesto, cualquier madre tenía derecho a soñar con el mejor pretendiente para su hija:
Pero en ese momento te cruza la mente un recuerdo: Vicenç, en un torneo, venciendo al heredero, humillándolo, siendo declarado el mejor espadachín del Condado. En tu cabeza la indignación y el orgullo se dieron la mano y danzaron al ver el espectáculo. No es un buen inicio de relaciones.
Maria pasó horas pensando, mirando el fuego agonizar en el hogar del salón, hasta que Pèire volvió con sus remedios preparados y listos.
Pèire sabía, por supuesto, qué pensamientos tenían ocupados a su señora: no era la primera vez que lo habían hablado.
Mi señora, habéis podido al fin aclarar vuestros pensamientos y hacer una elección apropiada, o todavía deliberáis sobre ello.
La incertidumbre me reconcomía por dentro y toda yo era un mar de dudas. Debía decidir sobre el futuro de mi hija y debía hacerlo pronto por el bien de la familia. ¿Habían pasado sus padres por algo similar al enviarla a aquella tierra de Alós? Había aprendido a quererla como si fuese mía y esperaba que, tras la educación que le habíamos dado a Clara ella haría lo propio con su nuevo hogar... y con su esposo. El fuego del hogar se consumía, y rápido. Suspiré profundamente y me quedé pensativa contemplándolo. Unos instantes después (¿o fueron horas?), Pèire entró en la estancia.
Ah, el viejo Pèire. Ya era viejo cuando le conocí y le conocía prácticamente desde donde la memoria me alcanzaba. Su consejo siempre había sido un pilar fundamental en mi vida y esperaba que en esta ocasión no lo fuera menos.
-Todavía tengo mis reservas, sé que debe hacerse, pero Clarita parece tan niña, -sabía perfectamente que estaba hablando mi lado emocional, pues yo tenía la misma edad cuando desposé a su señor padre- mi buen Pèire, ¿qué pensáis del hijo de Cardona? Conocí al padre tiempo ha, y le recuerdo un buen hombre. -un recuerdo fugaz de un niño que jugaba con la espada a rescatar princesas cruzó mi mente y me dibujó una leve sonrisa- Portbou es un aliado necesario y nada consolida una relación entre familias como un matrimonio. -y, casi tan importante, Portbou está cerca. Pero no debía guiarme únicamente por estos pensamientos. -Por supuesto, también deberíamos tantear las aguas de las casas mayores. ¿Qué gran honor no sería si lográramos entroncar con el casal d'Empúries? -recordé, un recuerdo mucho más reciente, a otro niño, apenas mayor que el anterior, siendo derribado por mi propio hijo. Esperaba que aquello solo hubiese sido una chiquillada que hubiera quedado atrás. En cualquier caso, Clara seguro contaba con habilidades de sobra para sortear aquel problema. No pensaba subestimar a mi propia hija.
Master algo de información de las casas, me las invento o lo busco en internet.
sobre todo lo del primer post de la escena, pero puedes buscar más información si quieres
hay condados importantes en Empúries (vuestro señor feudal), Rosellón, y familias importantes como los Montcada (todos casados) y la familia real quizá en Francia o Castilla? la casa de Lara, por ejemplo
Mi señora, en mi punto de vista la mejor opción sería una casa pequeña, antes de tirar a las grandes cimas. Tenga en cuenta que las casas pequeñas tienen un estatus que mantener que es fácil de mancillar, que si fuera una gran casa; en la que suele haber muchas faltas y todas se tapan de mala manera, para mantener las apariencias.
Os aconsejo esto, porque sé que cualquiera que escojáis nunca será suficiente mente bueno para vuestra pequeña.
Hecho una pequeña carcajada.
Pero os entiendo en vuestra preocupación, no son solo los sentimientos en juego, sino los deberes con la casa.
Miro un poco a mi alrededor para ver que no hay nadie.
Pero el honor no hará feliz a vuestra hija y creo que eso es lo importante, pero tenga en cuenta que yo hablo desde mi punto de vista y nunca he tenido que mantener ninguna honra familiar, salvo la de esta casa.
Vuestra hija se casará con quien le digáis, al igual que vos hicisteis y vuestra madre antes. Pero desde mi punto de vista una gran casa solo nos mirara como algo nuevo de lo que se aburrirán rápido, es mejor la otra opción la unión será más sólida y es más seguro que el joven haya sido bien educado.
-Gracias Pèire, agradezco vuestra sinceridad y tendré en cuenta vuestras palabras. Por supuesto aún no tomaré una decisión final, debo consultarlo con el señor barón -al fin y al cabo, aunque yo tomara las decisiones, nada sucedía en aquella casa sin su aprobación final- y con mi hija, por supuesto. En ocasiones la noto tan distante, ¿sabéis? Pasa mucho más tiempo con su tía que conmigo.
Tomé entre mis manos la jarra de cerámica en la que aún quedaba un poco de vino sin apurar y que había ordenado expresamente a la criada que no retirase. Serví dos pequeños vasos y en el tono cordial en el que uno le habla a un amigo de toda la vida, le ofrecí uno al viejo doctor:
-¿Qué me decís, Pèire? ¿Un último vaso de vino antes de dar por concluida la noche?
Oooh, muchas gracias mi señora, este vino es muy bueno. Quien rechazaría una copa.
Cojo la copa y hago un pequeño gesto de brindis.
Porque vuestros hijos, tengan una larga y feliz vida.