Partida Rol por web

no pasa nada

¿Qué secretos ocultaría el padre Rodrigo? Sin duda, sus formas, sus palabras, dejaban entrever una cierta nobleza, y con ella un pasado que no me costaba demasiado imaginar. Pero ya habría tiempo de figurarme sus desdichas, ahora mi prioridad era averiguar si aquel hombre era un potencial aliado o, por contra, sería otro obstáculo, otra prueba, en mis intentos por mantener aquella casa a flote.

-Habiendo recorrido el camino viejo de Alós, habréis oído de este mal, que no es otro que el de los hombres impíos. Asaltantes de caminos, bestias que no roban a los viajeros, sino que los matan por pura diversión o por mayor agravio contra esta tierra. Cada vez que vamos en su busca, se desvanecen entre las sombras como demonios, pero son hombres, créame, y no descansaré hasta que el último de ellos arda en el infierno. -mi tono de voz no es particularmente encendido, pero no por ello carente de convicción. -Por otra parte, ya ve cuan enfermo está nuestro señor. -mi voz se tornó un susurro, con un punto doloroso al constatar lo obvio. -y no creo que ninguno de mis hijos esté listo para asumir la responsabilidad. No, todavía no...

Rodrigo escuchaba con calma, asintiendo. Estudiando su comportamiento dedujiste dos cosas: la primera era que ya estaba al tanto de las incursiones, ya fuera porque se había molestado en informarse o porque estas cosas simplemente se sabían. La segunda era que era consciente de que había otra información que se le ocultaba.

¿Sabría el padre Rodrigo que los supuestos asaltantes eran una fuerza organizada? ¿Estaría al tanto de los extraños acontecimientos acaecidos en el viejo torreón? ¿Habría escuchado la antigua historia de Gerard el Negro? O quizá simplemente olía en el incienso el olor a fiebre y muerte que permeaba el aire y que no podía ser enmascarado. Es posible que sólo estuviera acostumbrado a ambientes donde se decía menos de lo que se sabía.

Recordaste una frase del Talmud, que te había dicho un comerciante judío una vez, de niña, allá en Olot: Es por eso que Dios nos dio dos ojos, dos orejas y sólo una boca: para ver y oír el doble de lo que hablamos. Te pareció apropiado, pero quién sabe cómo se tomaría ese religioso de aspecto estricto esa sabiduría judeizante. Rodrigo escuchó con calma, con los ojos cerrados, prestando atención.

-- ¿Hace mucho que el señor se encuentra en este estado? ¿Qué dice el médico de la familia?

Claro querido tío, lo que usted diga. Me siento y pido lo mismo que pida él.

Todos juzgaron que el joven Vicenç no era del todo consciente de que, a la hora de beber, su tío era un combatiente casi tan invicto como en la batalla. Pep, el tabernero, trajo dos jarras con vino* especiado, algo caliente todavía porque la primavera no acababa de hacer su aparición.

El primer trago hizo que el joven Vicenç se pusiera inmediatamente rojo, lo que fue causa instantánea de la risotada general y bienintencionada de los que lo vieron. Acabadas las risas, Pep se os acercó y con un tono confidente, dijo:

-- Bien, supongo que no sólo venís a verme por mi vino (aunque bien bueno que está). ¿Qué puedo hacer por la familia Mormont?

Tras el primer sorbo de vino, no puedes evitar recordar los ojos negros de aquella muchacha castellana, Teresa Fernández de Lara. ¿Volverás a verla? Su padre prometió pensarse tu propuesta poco meditada de invitación al torneo familiar... Pero quién sabía.

Cierras los ojos mientras los otros se ríen de ti. Que se rían. Tú eres feliz.

Toso un par de veces antes de contestar, hemos venido por dos razones, en eso no te equivocas viejo amigo. Hemos venido porque este lugar es tranquilo y ofreces estos deliciosos manjares que ni siquiera en castillo saben igual, susurro señalando las jarras.

Y la otra es porque estamos buscando al superviviente del ataque a la caravana. Queríamos preguntarle unas dudas que tenemos a ver si ofrece luz a algunas de ellas.

Era evidente que el padre era un hombre inteligente. Lo cual le hacía peligroso. Decidí por prudencia callar acerca de las cosas que sabía. Al menos por el momento. Si Rodrigo mostraba ser digno de mi confianza, ya habría tiempo de compartir información.

-Sí, ya hace tiempo que el señor barón se encuentra en este estado. Este último invierno, tan duro y frío, solo hizo por agravar su enfermedad. Nuestro médico, maese Pèire, hace lo que puede para aliviar su dolor pero no parece ser capaz de encontrar el origen de sus dolencias. Sin duda es todo un misterio. Pero ya sabe lo que se dice, los caminos del Señor son inescrutables. Y yo hace tiempo que aprendí a esperar lo peor. Cuando deba suceder, sucederá.

-Como ve, somos una sencilla baronía, perdida en las montañas. Lo cual no hace sino preguntarme por el camino que os ha llevado a vos hasta aquí. Al fin y al cabo, sois extranjero en una tierra extraña. -quería saber más acerca de aquel hombre, así que opté por preguntar directamente por su historia y en función de su respuesta, obrar de uno u otro modo.

-- Ah, Antoni. Se encuentra en su casa, convaleciente. Sigue recuperándose de sus heridas, lleva todo el invierno así. Algunos creemos que es una excusa para no trabajar, ¿no es así? 

Risotadas generales.

-- Si queréis ir, yo mismo os indicaré el camino.

Claro Pep, llévanos en cuanto puedas, sin prisas antes acabaremos la jarra y disfrutaremos de tu hospitalidad un rato más.

Apuro la jarra hasta que me la acabo, quiero encontrar al tipo en seguida.

Aprovechando un momento de pequeña afluencia, Pep os sacó a la calle y os llevó, apresuradamente, hacia una de las casas de la aldea. Era una casa bien construida, y se notaba que las gentes que en ella vivían eran, si bien no ricas, acomodadas.

Llamó la puerta y esperó con vosotros hasta que bajó una mujer de aspecto adusto. Ella os llevó hacia la habitación donde yacía estirado Antoni. Cuando entrasteis estaba durmiendo, pero se incorporó con relativa gracia. No parecía seguir herido.

-- Bienhallados, señores. ¿En qué puedo serviros?

Descanse mi querido señor Antoni, no queremos desasosegaros, ni interrumpir vuestro más que merecido reposo. Respiro profundamente antes de continuar. Solamente teníamos alguna preguntas sobre el incidente de la caravana. Creo que podréis arrojar luz a alguna de nuestras dudas.

Mi tío sabía verdaderamente tratar con el populacho, le admiraba por ello, sin embargo, a veces como en la taberna se excedía, decir que ese vino grumoso era mejor que el del castillo era sin duda un insulto. De momento callaría, pero esto no podía seguir así. El día que yo sea el señor mi tío deberá de respetar al castillo y a sus señores mucho más.

Me quedo detrás de Manel esperando a que haga las preguntas.

Después de hablar y rezar con el padre Rodrigo, le pedí si quería algo más de mí. 

-¿Quiere vuestra merced que comunique a la familia alguna información? ¿Quizá quiera programar alguna misa o rezo?

El rato que habia compartido con el padre Rodrigo me habia servido para decidir algo. Me encantaría poder participar en la justa. No sabia si mi posición social me lo permitiría, así que lo primero que tenia que hacer era consultarlo a Pèire. 

Yo seré el señor, me encargaré de mi hermano cuando llegue el momento.

Yo no participaré en el torneo, estaré haciendo mi nuevo papel de consejero y guardaespaldas de mi sobrina Clara.

Por cierto tenemos pendiente una charla querida sobrina.