Partida Rol por web

Salto del fuego, casi por instinto, apartándome de las abrasadoras llamas. No pienso, y me arrastro por el suelo, para intentar apagar las llamas, entre gritos y agonía de sufrimiento. Ni siquiera puedo pensar en como insultar a aquella ramera...

Con un rápido gesto desenvaino mis armas, espada en la diestra y daga en la siniestra, delante mio fijo mi mirada en Claudius, aquel que no dudó más de una décima de segundo en vendernos ante Hardestat, un hombre, sui aún puede llamarsele así, que mira para sí y sólo para sí, el mundo gira a su alrededor, bajo su punto de vista.
No es una mala visión de la vida, pero tiene un grave problema, que cuando tu vista está fijada en tí, no te das cuenta de lo que hacen los demás.

Apelo a la fuerza de mi sangre y envio parte de esta a mis piernas, y emprendo una carrera hacia Claudius, mis pasos se hacen más rápidos y mas largos, propulsandome casi 3 metros en cada zancada. En esa carrera, concentro mi sangre en mis brazos, fortaleciendo los músculos y mi apriete de la empuñadura hace que el cuero de esta cruja levemente por la presión.

Tras estos saltos, descargo un acertado golpe sobre el antiguo que bebía del ciego, abriendo un profundo surco en su homoplato, y aterrizo en el suelo con las armas prestas para el combate, con una sonrisa en los labios y la tensión y alegria por el combate, recorre mi cuerpo. Al menos esta sensación no desaparece con la transformación - pienso mientras el tiempo parece detenerse a mi alrededor

Estoy asustada. Tengo miedo. No sé de que. No sé por qué. Noto un sentimiento nuevo, casi sobrenatural. Las llamas me acechan, me persiguen. El fuego quiere acabar con mi vida, pero yo no voy a permitirselo.

Me doy la vuelta y huyo, cuan rápido me permiten mis capacidades sobrenaturales actuales, intentando abandonar la cueva y a aquel depredador que me acecha desde el suelo.

Mi Señora decidme que he de hacer para agradarospregunto reprimiendo un gimoteo al ver como vuelve a ser la figura amable y protectora .Me masajeo la mejilla como si el dolor no fuese mas emocional que físico.No entiendo ,¿que esperáis de mi?

Los colmillos de Claudius vuelven a penetrar la carne del ya inconsciente Japheth ante la incapaz mirada de Giani que camina hacia atrás mientras esto ocurre. Las llamaradas del incendio provocado por la bruja fundadora empiezan a relamer las paredes del monasterio deborándolo lentamente e iluminando el jardín donde os encontráis.  Y cuando toda esperanza parece abandonada, alguien con el que nadie contaba de repente sale de las sombras abalanzandose contra el Giovanni, empuñando daga y espada ferozmente.

Fernando Vilarte no duda en aprovechar el momento exacto y lanza un potente espadazo contra el aristocrata quien lo recibe de lleno en la espalda arqueada sobre el viejo Japheth.

El arma afilada se hunde en la carne, interrumpiendo la macabra unión. Claudius, como un acto reflejo, levanta los colmillos y su boca abierta rebozante de sangre hacia el cielo, profiriendo un abismal rugido y dejándo caer el cuerpo inerte de Japheth al suelo. Muerto.

Los ojos del diabolista, enloquecidos parecen querer salirse de sus orbitas y su mano izquierda, hecha un puño, reacciona automáticamente impactando contra la mandibula de Fernando en un revés. Se escucha un crujido seco de varios huesos rompiéndose al mismo tiempo, y el castellano sale despedido por los aires varios metros atrás, golpeandose la cabeza en el impacto contra la roca de la montaña. 

Lágrimas rojas de ira resbalan por las mejillas del nigromante que arrodillado e impotente, agarra el cadaver de Japheth que se deshace entre sus manos. Sus planes diabolistas habían sido frustrados en el último momento. Finalmente su amargura se deshace en un grito colérico.

En este momento llega Cappadocius.

El antediluviano aparece en el asiento central de la roca, al lado de Augustus. Aunque resplandece como la última vez que lo habíais visto, observáis que no es tan transparente como antes. Parece muy enfadado y rebosante de poder.

Feroces vientos recorren la cara de la roca haciendo que todos retrocedan ante él, detuviendose la mayoría de enfrentamientos.

- Claudius Giovanni, ¿qué es lo que has hecho?

Pregunta, con su voz resonando incluso por encima de los bramidos del viento y los crujidos del incendio.

Claudius queda paralizado en medio de la tormenta de cenizas, con una expresión de asombro y culpabilidad en el rostro manchado de sangre. Mira con miedo en dirección a Augustus

- HA HECHO LO QUE YO LE ORDENÉ, SIRE. HA TOMADO EL LUGAR DE TU PROPIO HIJO... COMO YO VOY A TOMAR EL TUYO. ¡QUIERO TU SANGRE, "PADRE"!

- No puedo dártela. Pertenece a Dios

- Entonces espero que me perdone por derramarla

- Su perdón alcanza a todos, incluso a quienes son como tú

- ¡Cretino santurrón! ¡Voy a acabar contigo!

Augustus ataca, pero le resulta difícil moverse, como si el viento o el aura de Cappadocius se lo impidiese.

- Piensa en lo que haces, hijo mío. El mismo Caín me ha hablado y me ha dicho: "Haz de ti un eterno sacrificio, para que todos tengamos la vida eterna". He de crear el cielo en la tierra, liberándonos a todos de la maldición de Dios, y liberando a los mortales de la tumba.

- ¿El cielo en la tierra? ¡Nunca!

Con un gran esfuerzo Augustus llega a su sire

- No puedes detenerme. Me he entragado libremente, y mi alma perdurará incluso aunque esta forma se extinga.

- ¡Entonces tendré tu alma además de tu poder!

Cuando Augustus salta sobre su sire, también él comienza a resplandecer. Desnuda sus colmillos y bebe ansiosamente del traslúcido pecho del Antediluviano. Cappadocius cierra los ojos y acuna gentilmente la cabeza del nigromante en su seno. Chorros de sangre caen de la boca de Augustus cuando resuella:

- ¡AHHH! ¡SU SANGRE QUEMA!

- ¡NO! ¡BLASFEMIA! ¡DETENTE!

Aúlla Hardestadt tratando de atacar a Augustus, pero sin conseguir atravesar los fuertes vientos que se arremolinan en torno a la pareja, gritando como almas perdidas.