Partida Rol por web

Dallas. 10:30. Legacy Bulevard, casa de Laurel Painbell

'Chief' estaba sentado en la cocina de la señora Painbell. En esta ocasión la cosa había ido bastante mejor y con la ofrenda de paz en forma de panecillos la anciana se había mostrado mucho más afable. Mientras preparaba un café para ambos la señora se intentaba disculpar por la actitud de anoche.

—Tiene usted que perdonar padre, pero estos días han sido terribles. Ahora ya se ha calmado la cosa pero al principio no había más que reporteros rondando el lugar.

Se aproximó con la cafetera para servir un poco en la tacita de la mesilla en la que se acodaba 'Chief'.

—Pero dígame señor Darbonne ¿qué le ha traído de nuevo por aquí aparte de la pequeña ofrenda de paz? Y que conste que me alegro que viniera sólo. El otro muchacho, el que hacía preguntas impertinentes... ¿seguro que no era de la prensa? Lo parecía.

- El Señor Oswald pierde las formas cuando su interés en algo se torna en obsesión pero alberga un alma cándida en su interior. - excusó a su compañero de la noche pasada.

Se había presentado en la casa de aquella pobre mujer, tras una rápida parada en una pastelería cercana, esperando poder compensarla por la situación de la pasada noche.

- El Señor nos ha puesto en el mismo sendero a varias ovejas de muy distinta procedencia. - y eso que no había conocido a Reba, pensó el Chief. - Pero sus caminos son inexcrutables y no seré yo quien los cuestione.

Pesé a sus protestas, en parte fingidas, ayudó a la mujer a poner el servicio de café y sacar los panecillos de la caja.

- Lo cierto es que llegamos a su puerta con nuestro interés puesto en Robert Johnson y, por tanto, en la buena de Josephine. - sin haberla mencionado a drede, no pudo evitar fijar su mirada en el collar de la mujer y aprovechó su propio desliz para hacer un gesto con la mano hacia el colgantes pero, en vez de preguntar por lo que él necesitaba, optó por preguntar lo que la mujer podía necesitar - ¿Cómo falleció?

—Nunca fue feliz. Yo diría que murió de pura pena. Era una mujer que tenía miedo ¿sabe? Robert solía decir que su padre se había mezclado con gente equivocada y había terminado en el fondo de algún pantano. Su madre... había algo siniestro en la historia. Algo de que su madre había tenido algo que ver. La pobre mujer nunca fue feliz. La muerte de nuestro Robert fue el último clavo del ataúd. La última vez la vi en el funeral. Lloraba diciendo que al final todo se acaba pagando.

Tomo un largo sorbo de su taza de café, como si recordase tiempos pasados.

—Es curioso que mencione a Robert Johnson. El músico de blues ¿verdad? Mi marido decía que le habían puesto el nombre en su honor, que había sido amigo de su madre. Muy amigo. Oh, Señor, cuanta gracia nos hacía pensar en eso: a la buena de Josephine liada con un músico mujeriego. Cuando con el tiempo me tocó a mí ser la señora de un músico mujeriego ya no me hizo tanta gracia ¿sabe? A Josephine no le podías preguntar.— volvió a tocar el amuleto del cuello como la noche anterior —No soportaba escuchar nada sobre ese bluesman lo cual hacía que la historia nos pareciera verídica. Yo no podía ni imaginarme a Josephine con un hombre pero claro... era joven y ella vieja. Ahora soy vieja y ¿quién podría imaginar por las que pasé yo?— se rió de forma sincera —Todos hemos estado en este mundo de tentaciones ¿verdad padre? Lo único es que con el tiempo el mundo sigue girando y los viejos nos quedamos atrás.

- El Señor la tenga en su gloria. - dijo santiguándose cuando la señora le explicó lo sucedido en la vida y muerte de Josephine.

Escuchaba a la mujer con atención, asintiéndo levemente de vez en cuando en un gesto largamento repetido durante las múltiples conversaciones con su comunidad.

Cliff buscaba ansioso las respuesta, como un cazador que pincha los arbustos para hacer salir la presa; él, sin embargo, era un hombre paciente que sabía que era probable que la presa llegara a su regazo si le dejaba espacio suficiente.

- Nacido y criado en Nueva Orleans, las tentaciones y el pecado forman parte del tejido de la ciudad. - sonrió a la mujer levantando levemente ambas manos no obstante para declarar su inocencia.

Se detuvo entonces, mirando a la mujer y tomó un trago de café, mediante la siguiente pregunta.

- En la Ciudad del Cuarto Creciente he visto diferente variantes de gris-gris*... - señaló de nuevo a la bolsa de la mujer - pero me extraña ver uno tan lejos de casa. ¿Era de ella?

La mujer se ruborizó ligeramente.

—Perdone la superchería padre... yo... Bueno, sí. Mi suegra se la dio a Eddie cuando murió su padre. Le dijo que lo protegería. Pero Eddie nunca le tuvo apego a nada que no se pudiera vender por unos cuantos dólares. Lo dejó abandonado en su habitación poco después de que muriera la pobre Josephine. Lo guardo como un recuerdo. A veces quiero pensar que ella me protege desde el cielo. Ya sé que sólo nuestro Padre Señor Jesucristo ha de hacer eso, padre, pero ¿qué nos queda si no tenemos algo de fe a la que aferrarnos?

- Hasta los hijos de Israel sirvieron a Astarot o a los dioses de Sidón. - dijo el Chief citando las escrituras para tratar de tranquilizar a la mujer. - Y quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

La tentación habitaba en el mundo, ya lo había dicho aquella mujer, y el diablo ponía trampas en el camino de los hombres puros. Él había pecado más de una vez, no trataba de engañarse, pero por eso dedicaba toda su vida a remidirse a los ojos del Señor cuidando su rebaño.

- ¿Puedo? - preguntó tendiendo la mano hacia el amuleto de la mujer. - Le prometo que no haré como Jesucristo con los vendedores del templo.

Le sonrió con un guiño, queriendo que supiera que no pensaba destrozar el último recuerdo que le quedaba de Josephine, que no iba a mancillar aquel pequeño objeto que parecía confortarla.

—Claro padre. Faltaría más.

La mujer se quitó el colgante y se lo tendió a Chief. Era una bolsita de cuero desgastado, muy vieja. Al tacto resultaba extrañamente inquietante. Había algo... 

De pronto Chief se quedó sin habla. No era cuero. Era piel. Piel humana. Infantil. Como lo sabía era incapaz de decirlo pero lo sabía. Aquella bolsa había estado en lugares lejanos. Levantó la mirada y vio que la señora Painbell movía los labios pero era incapaz de escuchar que decía. Era como si se hubiera metido un buen trozo de peyote y no lo pudiera digerir. La cara de la mujer reflejaba preocupación pero Chief no podía moverse. Sentía el tacto de aquella bolsa con una repugnancia que rayaba en la locura. El pequeño Eddie no había abandonado aquella bolsa porque quisiera cortar vínculos con su abuela. La había abandonado porque no podía soportar su tacto. Y entonces Chief comprendió algo más: por qué Eddie buscaba niños. No era sólo el sexo o la violencia. Era la necesidad de recuperar el tacto de aquella bolsa maldita, de buscar la protección de la inocencia. ¿La protección contra quien? ¿Contra qué? ¿Qué les hizo a esos pobres niños inocentes? ¿A quién se los entregó?

Entonces Darbone se dio cuenta de que algo se había estremecido de placer en algún lugar impío¹. Lo sintió igual que sentía el tacto de la bolsa. Porque esa bolsa ofrecía protección, pero siempre había un precio para ello.

—Señor Darbonne... ¡Padre! ¡Me está asustando! ¿Se encuentra usted bien?

En ese momento Chief volvió a la realidad. La bolsa estaba en el suelo, ante sus pies, se le había caído de la mano.

- Oh, Dios mío... oh, Dios mío... - el Chief se santiguó repetidamente, tras lo cual se restregó la mano contra el pantalón, como si aquel asco pudiera llegar a quitarse como una mancha de tierra.

El asco que mostraba su rostro mientras miraba aquel saquito se tornó en incertidumbre cuando su mirada se posó en aquella mujer.

Pero algo en su interior le dijo que no podía saber lo que era realmente, no creía que se lo hubiera dejado coger si no. ¿Quizá afectaba solo a los hombres? ¿O solo algunas personas eran capaces de sentir el poder que emanaba de ello?

- Hermana Painbell, eso no tiene nada que ver con el vodoo o la superchería, es una auténtica aberración del Diablo. - tuvo que poner todo su esfuerzo para no pisotear la bolsa allí mismo pues aquello solo serviría para enfadar a la mujer y ser expulsado de allí mismo.

En ese momento supo por qué Dios le había hecho cantar aquella canción y después conocer a Cliff para terminar llegando a esa casa.

- Eso fue lo que envenenó el alma de Eddie y es nuestra obligación limpiarlo de pecado. - sacó la pequeña biblia desgastada que siempre llevaba con él. - Debemos exorcizarlo.

La señora Painbell recogió la bolsita del suelo, mirando sorprendida al sacerdote:

—Pero ¿qué está diciendo? ¿Qué dice de... Eddie?— su mirada pasó de preocupada a realmente asustada —Padre... creo que... por favor: le pido que se vaya. No sé que le ha pasado pero creo que no se encuentra usted bien.

Se levantó retrocediendo, genuinamente asustada por la reacción del sacerdote.

- ¡Hermana, por favor! - no pudo evitar exclamar el sacerdote cuando la mujer recogió aquella bolsita impía del suelo.

En su interior no tenía la más mínima duda de que ese objeto del demonio debía ser purificado, que no podía irse de allí sabiendo que podría caer en las manos de un inocente, que podría ser responsable de la corrupción de otro hijo del Señor.

Cuando volvió a hablar, lo hizo levantando las Sagradas Escrituras, la representación de todo aquello en lo que creía, de todo aquello porlo que vivía.

- Lo dicen los propios Salmos, los impíos tensan el arco, preparan su saeta sobre la cuerda para flechar en lo oscuro a los rectos de corazón. - señaló la bolsita con la biblia, alzándola para que la desgastada cruz de la portada se engrentara al objeto - Pero nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales.

Dio un par de pasos hacia la mujer, sin importarle el temor que pudiera inspirar en la mujer, dispuesto a utilizar ese temor si hiciera falta para llevar a cabo los designios divinos.

- Si alguna vez quiso a Eddie, si le preocupa lo más mínimo dónde puede acabar juzgada su alma, le conmino a que me ayude a purificar ese objeto hecho con la carne de criaturas inocentes que solo es un faro para las transgesiones y la vileza.

El Chief continuaba avanzando hacia la mujer, sentía que ya no hablaba con su propia voz si no que una fuerza contraria a esa bolsa hablaba a través de él.

- No solo se empleó piel de niños para fabricar esa perversión, si no que sus almas fueron utilizadas para las más inconcebibles perversiones. - miró a la mujer a los ojos y disparó donde sabía que más le dolería. - Ese objeto no solo es la causa de lo que hizo Eddie, es un recordatorio de lo que hizo, una celebración de aquellos actos.

La mujer parecía sobrepasada por aquella situación. Las palabras de Chief atravesaban su incredulidad como cuchilladas. De pronto dejó el saquito sobre la mesa como si estuviera soltando un insecto nauseabundo que se retorciese. ¿Y acaso al propio Chief no le daba la sensación de que aquel saco se revolvía como si algo estuviese en su interior?

—Oh Señor... ¡Lo veo! ¡Lo veo!— dijo entonces la mujer como si tuviese una verdadera revelación divina —¡Todos estos años con eso cerca de mi cuello!

Y entonces Chief se dio cuenta de que realmente algo se revolvía en el interior. Repentinamente el saquito se abrió y una miríada de cucarachas salieron de él. Unos insectos grandes y repugnantes que se derramaban por decenas sobre la mesa, una riada de crepitantes patas que buscaban huir de la biblia que el sacerdote sostenía en lo alto. Era tal la cantidad de  insectos que parecían surgir de un enorme hoyo en lugar de aquella bolsita del tamaño de un anillo. Era una muestra del poder del mismísimo diablo enfrentado ahora a la palabra de Dios que Chief mantenía en alto.

—¡Oh Dios Todopoderoso! ¡Ten piedad de nosotros!

La mujer gritaba con toda la fuerza de sus pulmones al ver como aquella avalancha imposible de insectos, desafiando toda la lógica, salían de la pequeña bolsa para desparramarse por el salón.

Una temblor recorría el cuerpo de Chief, embargado por un tipo de energía como la que solo sentía en algunos momentos en su iglesia, cuando el coro y la congregación entraban en comunión y respondían a sus salmos en armonía. Si hubiera habido más gente en aquella habitación, habría alzado las manos y esperado escuchar amenes y aleluyas de vuelta.

Pero solo estaba aquella mujer, a quien aquel objeto de perdición se le había presentado disfrazado de recuerdo familiar para nublarle la vista, pero por fin el Señor le había abierto los ojos veía la peste con sus propios ojos.

- Y Moisés le dijo a Aarón: Toma tu incensario y pon en él fuego del altar, y echa incienso, tráelo entonces pronto a la congregación y haz expiación por ellos, porque la ira ha salido de parte del SEÑOR. ¡La plaga ha comenzado! - su voz se alzó con un grito, no dispuesto a dejarse amedrentar por aquel ardid del diablo.

El sacerdote levantó la biblia, dispuesto a ser un faro de fé para la señora Painbell, para que ella no dejara que el miedo o la duda plantara raíz en su corazón.

El asco y la repugnancia ante lo que se desarrollaba en aquella habitación luchaba con su predisposición a alejar el mal del mundo, a ponerse al servicio del señor que volviera a tentar a ninguno de sus hijos..

- Levántese Dios y sean dispersados sus enemigos y huyan de su presencia los que le odian. Como se disipa el humo se disipen ellos, como, se derrite la cera ante el fuego, así perecerán los impíos ante Dios. - recitaba los Salmos mientras su mirada recorría la cocina en busca del encendedor.

- ¡Tenga fe en el Señor, hermana! - gritó el Chief cuando vio el rostro aterrorizado de la mujer. - ¡Dios proveé a los que depositan su fe en Él!

Sabía que los demonios se expulsaban con agua bendita o con fuego, pero no tenía tiempo de preparar lo segundo ni encontraba el encendedor en la cocina.

Aquellas criaturas parecían haber detenido su expansión y empezaban a dirigirse con rapidez hacia la señora Painbell, alimentándose de su miedo, creciendo en tamaño ante cada sollozo que emitía.

Así que Chief decidió utilizar el don que el Señor le había dado, el regalo que le había permitido comandar a sus indios todos los años, y dio un golpe fuerte con su palma sobre la biblia. Y luego otro. Y otro más.

Rápidamente convirtió los golpes en un ritmo, el cual acompañó con un murmullo potente, y asintió a la mujer, buscando que ella le acompañara a la palmas, que se convirtiera en su coro.

- Dios se levanta; Sus enemigos son desbandados y esos que Lo odian, huyen ante Él. - los salmos* salían de su boca al ritmo que él y la señora Painbell generaban, haciendo empequeñecer la masa de insectos, llevándola de vuelta a aquella bolsa de corrupción.

La habitación parecía vibrar con cada golpe que el Chief daba a su biblia, con cada nota que entonaba, con cada palmada que aquella mujer daba, bailando ahora en un trance propio de una iglesia.

- Como el humo es expulsado, ellos son expulsados; como la cera se derrite ante el fuego, también los malvados perecen ante la presencia de Dios. - finalmente golpeó la mesa con la biblia y un humo comenzó a salir de la bolsa, como si su interior se hubiera prendido fuego.

Chief se sentía como el azote del Señor, como la Espada de Gabriel, el arma que habría de devolver a aquel impío demonio al inframundo del que había salido. De repente la bolsita comenzó a arder y las cucarachas se retorcieron como si estuvieran siendo gaseadas.

La mujer gritaba, ahora ya sin poder contenerse, presa de un ataque de pánico, pero Chief se mantuvo firme.

Se oyeron voces, vibraron los cristales, una puerta se cerró con un golpe haciendo caer un cuadro. Pero Chief se mantuvo firme.

Los salmos salían de su boca con claridad meridiana, desafiando las cacofonía que sonaba por toda la habitación. Las últimas cucarachas trepaban por sus piernas. Pero Chief se mantuvo firme.

De pronto los asquerosos insectos estallaron simultáneamente, salpicando con su asqueroso jugo vital verdoso en todas direcciones. Chief se mantuvo firme.

Cuando el último salmo salió de su boca todo había pasado. Aquello, fuera lo que fuera, se había ido... de momento. La bolsa se había reducido a un montón de cenizas y los restos de las cucarachas impregnaban todo el lugar. Pero había ganado aquella batalla.

La señora Painbell, en el suelo, sollozaba de forma descontrolada mientras intentaba murmurar plegarias inconexas. El sacerdote se agachó para abrazarla. Estaba bien: hecha un manojo de nervios pero a salvo.

La pregunta que quedaba pendiente era ¿qué contenía aquella bolsa? ¿qué impío lazo la había unido a la vida de aquella pobre mujer?

Tras ese momento de gracia divina, ese culmen en la relación con su Señor, el cansancio se apoderó del Chief.

Era como el final de la noche de Mardi Gras, cuando el último grito salía de la garganta del jefe y la tribu comenzaba el regreso, sabedores que ya había pasado todo y que tocaba esperar un año entero para volver a sentir lo mismo.

Aquellos alejados de la espiritualidad, fuese religiosa o no, seguramente lo relacionarían con ese momento tras echar el polvo de su vida, sin estar seguros de si alguna vez podrían volver a alcanzar ese culmen.

- Escudo es Dios a los que en él se refugian, hermana. - abrazaba con fuerza a aquella temblorasa mujer, a quien había salvado de a saber qué destino y con quien ahora compartiría un lazo como con nadie más en el mundo.

Pese a que ella lo necesitaba más que él, Chief agradeció esos instantes de tranquilidad, sabedor que el Señor estaba con él, que nunca abandonaba a su rebaño cuando se le necesitaba.

- Déjeme ayudarla a limpiar esto. - dijo cuando finalmente ambos reunieron fuerzas para incorporarse, prefería llegar tarde a la cita prevista con sus compañeros que dejar a aquella mujer sola en esos momentos..

No sabía qué había era exactamente aquel objeto de maldad pero sabía que abandonaría aquella casa con las cenizas en una vieja lata de café, para que sus compañeros supieran que el camino que habían comenzado podía tener un destino muy diferente al esperado.

Después, se encargaría de que esas cenizas fuesen bendecidas y enterradas en suelo sagrado. Como decía su madre, mejor prevenir que curar...

Cualquier otro se vería sorprendido por lo sucedido pero Chief ya se había encontrado con manifestaciones de este tipo en el pasado. No es que uno pueda acostumbrarse a ellas pero el escepticismo era absurdo ante la prueba clara de que las fuerzas del mal pueden cruzar los abismos infernales.

Tras ayudar a limpiar se vio recompensado por la invitación a comer de la señora Paibell. Entendiendo que la pobre mujer necesitaría tiempo y tranquilidad para asimilar todo lo que allí había sucedido el sacerdote derivo la charla por terrenos más amables, esquivando las menciones a lo sucedido o la búsqueda que estaba realizando. Quizás más adelante podría volver a preguntarle a la anciana cosas de interés, pero si forzaba la máquina acabaría por llevarla a la crisis de la que se había librado por muy poco.

Después de comer dejó a la buena mujer descansando. Quizás el tiempo le ayudara a asimilar aquello como un mal sueño. Chief miró su reloj: la sobremesa se había prolongado bastante así que decidió que era un buen momento para buscar a sus colegas. No le costó demasiado: recorrió un par de bares antes de encontrar aquel donde se encontraban Cliff y Tony. Ambos tenían un aspecto satisfecho, quizás Tony mucho más que su compañero. ¿Habrían averiguado algo?