Tan solo dos semanas habían pasado desde que Shalt y la mujer que se sentaba a su lado en conjunción con otros agentes, lograron rescatar a tres de los cuatro niños que Sank Niklas y sus esbirros habían raptado. La generosa oferta del gobernador de Nav Hidad, hizo que Shalt se pensara por un momento el aceptarla. Lo mismo le pasó a Cavatina, pero finalmente ambos declinaron la oferta por diferentes motivos.
Cavatina no deseaba permanecer mucho más tiempo en las cercanías de su antiguo hogar. Sabía que Ulriax había escapado y también sabía que el Príncipe a quien hasta hace no mucho debía lealtad, no se cansaría de buscarla, pues la consideraba propiedad suya. Poner tierra de por medio era su única opción, por lo que permanecer en Nav Hidad por mucha estabilidad que aquel ofrecimiento le diese, era un completo suicidio.
Además… ¿En qué estaba pensando Beoric Hidad? ¿Una dorw guardia de una ciudad humana? No tenía sentido alguno ciertamente. No era su estilo de vida desde luego y aunque había colaborado con Shalt y en favor de unos indefensos niños, sólo se había movido por motivos personales. Salvar la vida y conseguir su libertad era lo único que le había importado. Al menos eso quería creer ella, aunque supiera que no era cierto.
Shalt en cambió, tenía otro motivo. Un motivo principal y apremiante. Llevaba tiempo detrás de aquel tesoro. Ahora que había localizado una pista, por poco fiable que pudiera llegar a ser unas anotaciones en un cuaderno de quien desconocía el propietario, estaba decidido a agotar la vía.
Por mucho que le tentase la idea de afrontar aquel cargo de responsabilidad que se le había ofrecido, él era un buscador y como se suele decir, “los buscadores no permanecen mucho tiempo en un mismo lugar”. Y en su caso al menos era totalmente cierto. Al fin y al cabo… ¿Quién quería un sueldo fijo, un domicilio digno y la posibilidad de asentarse en un lugar y formar una familia? Shalt no desde luego…
Shalt agarraba las riendas de aquel carromato con firmeza. Los dos caballos negros avanzaban al trote desde bien pronto por la mañana. El sol ya reinaba en lo alto del firmamento desde hacía lo menos cinco horas y de no ser porque hasta el momento la frondosidad del bosque que atravesaban había filtrado la molesta luz a ojos de la elfa oscura, ya haría tiempo que habría abandonado el asiento junto al humano.
Al llegar una zona despejada, la drow decidió marcharse a la parte trasera del vehículo, la cual estaba cubierta por una lona. Allí podría descansar y resguardarse del sol y su molesta luminosidad. Fue entonces cuando al pasar a la parte trasera percibió algo extraño. Un bulto oculto bajo unas mantas. Lo cierto era que Ripp y su familia habían sido generosos al igual que el gobernador del Nav y les habían dado provisiones y útiles para el viaje de sobra, pero no recordaba haber situado aquel bulto en el carruaje.
Cavatina desenfundó uno de sus dagas y pasó furtivamente a la parte trasera del carruaje. Shalt tan solo vio de reojo como la drow mantenía la mirada fija en un punto de la parte trasera. Detuvo el carruaje al ver que portaba un arma en la mano.
- ¿Qué…? – Esbozó a decir el humano, pero no tuvo tiempo a acabar la pregunta.
La elfa oscura saltó como una pantera contra aquel bulto en el momento en que percibió un movimiento voluntario por parte de quien quisiera que se ocultaba bajo aquella manta. Shalt se puso inmediatamente en pie pasando a la parte trasera para ver como Cavatina acababa de desenmascarar al polizón que viajaba con ellos.
Tras levantar la manta de un tirón se abalanzó sobre el intruso inmovilizándole con prontitud y colocando su daga en el cuello del mismo. Faltó poco para que le rajara la garganta, pero la suerte estuvo de parte del chiquillo, pues la drow no le cortó el cuello sin más y pudo soltarle al reconocer su rostro y el chillido que lanzó al aire.
- ¡Puedo explicarlo! – Dijo el niño nada más caer rodando del carromato y morder el polvo contra el suelo de la camioneta. – Tengo que encontrar a mis padres. Sé que acordamos que me quedaría en la aldea, pero… - Hizo una pausa. – Sois lo más parecido a una familia que tengo ahora y sé que sólo vosotros podréis devolverme a casa. – Bufó mientras se sacudía el polvo de la ropa. – Siento haber mentido… No tenía otra opción. ¿Puedo seguir con vosotros?
Alzo ambas cejas, parándose en seco al ver al chico, iba a peguntar que hacia ahí, pero el niño se adelanto explicándose, miro a Shalt -¿tu que dices?- se acerco a Shalt -no podemos dejarlo aquí, devolverlo a la cuidad nos llevaría un buen rato.... y después de todo, nosotros lo rescatamos, confía en nosotros, yo tampoco me habría quedado con gente que no conozco- habló en susurros, no quería que el niño la oyese negociar con Shalt -no es que me importe, pero es de tu raza, y me da mucho coraje que mi trabajo se desperdicie, ya que lo salvamos.....- dijo, volviendo a acordarse de que era drow.
Tras la sorpresa inicial, Shalt no tardó en adoptar su típica sonrisa socarrona a la vez que se rascaba la cabeza.
-Demonios Brend, ¿es que todos os habéis puesto deacuerdo para evitar que tenga el tiempo necesario a solas para embaucar a Plata..?
Bufó poniendo los brazos en jarra. -Supongo que no estaría demasiado bien visto que Shalt el recién nombrado héroe se dedicase a abandonar niños por los caminos... Se pinzó el mentón teatralmente.-Supongo que podría encargarle a Cavatina tu seguridad, pero como está vista que es una malvada drow sin corazón ni sentimientos, acabaría por devorarte, así que... supongo que no tenemos opción. Pero más te vale que tengas una cosa bien clara-dijo adoptando una pose bastante seria.
-Esto no es ningún juego. Aquí mandamos ella y yo. Ella más que yo... Tú harás lo que se te diga y ni una salida de tiesto si no quieres acabar en el primer hospicio con el que nos crucemos.
Brend sonrió satisfecho. Aquella era la respuesta que esperaba. No por nada había demostrado que tenía valor y por ello esperaba que le creyeran útil junto a ellos. Si lo único que pedían a cambio era el cumplimiento estricto de las órdenes, no habría problema. Brend era un experto en cumplir los mandatos de los adultos, por lo que presagiaba que aquel iba a ser el inicio de una duradera y beneficiosa comunidad a la que auguraba muchos éxitos. Al menos en su cabezota de niño de siete años.
- ¡Por supuesto! - Respondió feliz el chiquillo. - ¡Estaré a vuestras órdenes! ¡No os arrepentiréis!
CONTINUARÁ. (QUIZÁS EN UN PRÓXIMA AVENTURA)