Partida Rol por web

     Unos gruñidos rebotan en la entrada de la cueva en la que os habéis refugiado de la lluvia que ahora parece haber desaparecido, pronto la luz de la hoguera refleja la presencia de varias figuras de lobos que avanzan con los belfos descubiertos mientras enseñan amenazadoramente los colmillos. No parece que sea un comportamiento habitual de estos animales, ni su forma de avanzar ni el hecho de que no teman a un grupo armado son un claro ejemplo de que algo más allá de su naturaleza anima a estos seres.

     Por suerte el aviso de Amaltea llega a tiempo para que estéis preparados.

     Yedra arroja uno de los maderos más alá de la figura del viejo buscando iluminar la zona.

   Empezaba a estar hasta los ovarios de tanto invitado sin permiso, y este tipo con yelmo, cuernos, ojos rojos y que me mira mal no me está gustando, así que suelto una flecha a su jeta, buscando un hueco entre las junturas para hacer más daño. Y porque no me han dejado tiempo a untar la flecha con hierbajos para que le escueza.

     El tronco ardiendo gana algo de llama por efecto de la fuerza con la que Yedra lo arroja y antes de caer veis una figura alta de ropas oscuras. Los reflejos de su armadura metálica os permiten ver que va cubierto de arriba a abajo y lo más aterrador es su yelmo cerrado que parece la cabeza de un demonio y dentro dos ojos que parecen ascuas rojas os miran con odio.

Therusia se quedó aterrorizada por unos segundos al ver aquel demoniaco, lleno de ira y que, no se engañaba, les estaba buscando. Su primer impulso fue esperar al ataque, pero en aquel momento la flecha de Yedra voló. Había llegado el tiempo de atacar, y por muy peligroso que fuese aquel enemigo, no iba a quedarse atrás. No lo había hecho con el espectro, exponiendo su alma y su cuerpo, no lo haría con aquel grotesco hombre del casco.

—Aléjate, ser de las tinieblas. Nada hay aquí para ti, bestia inmunda

Sin dudarlo un segundo, agarró a Barukibil y se abalanzó sobre él con ese arma prodigiosa, que parecía cantar en sus oídos al cruzar el aire, mientras buscaba derribar a su rival. Aquella lluvia no oxidaría la armadura, pero si jugaba a su favor, ya que la entrada de la cueva estaba rebosante de musgo y piedras resbaladizas. Con desestabilizarlo valdría para poder dar una oportunidad al resto de acabar con él o de buscar otra forma de darle esquinazo. Pero la suerte estaba por una vez del lado de la enana, que, pese a parecer desmejorada y bastante desanimada con las palabras de aquel extraño mago, había hecho acopio de toda su fortaleza para hacer un hueco en a entrada.

El prodigioso hacha se clavó en la armadura, dejando visible un hueco que esperaba que sus compañeros pudiesen aprovechar. Pero Therusia no se detuvo ahí, bloqueando la entrada en la cueva con su presencia, para facilitar a sus compañeras que le acribillasen a flechazos y que no entrase en aquel lugar, perdiendo la ventaja que tenían en aquel momento.

Gracias al tizón lanzado por la curandera por fin pudo el elfo ver en plenitud lo que amenazaba desde la oscuridad de la cueva. Observó satisfecho como, raudos y certeros, sendos impactos de sus compañeras alcanzaban al extraño y temible ser.

No le dio tiempo para más, pues pronto notó la presencia de los lobos en la entrada de la cueva. Dándose la vuelta, apresurado, se encaró hacia ellos para proteger ese flanco y permitir a los demás actuar sobre el inminente peligro del interior.

—¡Atrás, bestias enloquecidas! —bramó.

Dio varios tajos al aire en modo disuasorio antes de descargar un sablazo sobre el lobo más cercano. La espada parecía al principio bastante desencaminado, pero tras intuirse una fugaz iluminación saliendo del pecho del galadhel, el arma finalmente halló carne*.

Habiendo recogido el arco y el carcaj rápidamente, cuando había notado la presencia de los lobos, se pegó a un lado de la pared y disparó una flecha contra aquellas bestias. Caín, gruñendo y enseñando los dientes, se posicionó delante mía para protegerme de cualquier ataque. Cogí una nueva flecha y volví a disparar a aquellas bestias, impactando de lleno en una de ellas.

Dírhael ya se habia preparado con el arco. Busca el angulo en el cual su compañero Ithildir no corra peligro y dispara. La primera flecha no logra penetrar la dura piel del lobo, pero la segunda entra con fuerza atravesando piel y musculo, un tiro lo suficientemente bueno como para matar a un lobo común.

   Examino a la figura mientras busco algún hueco en su armadura donde poder clavar una flecha o dos.

Yedra tras soltar la flecha al tipo de la armadura se prepara para el segundo asalto.

     La situación dentro de la cueva demuestra que el grupo no es un puñado de jóvenes recién salidos de las faldas de sus madres. De una forma coordinada que solo da el tiempo pasado juntos se giran para hacer frene a los dos enemigos que aparecen tanto por la entrada a la cueva como en el misterioso y sombrio fondo.

     El primero en reaccionar fue Ithildir que de un paso fluido dejó de vigilar la entrada para señalar el peligro que les acechaba a sus espaldas, ahí Yedra no dudó ni un instante de la capacidad del elfo para detectar a los enemigos y arrojó un leño ardiendo que demostró la acertada intuición de su compañero mostrando a un hombre acorazado que había logrado colarse por algún lugar sin ser percibido ni por el propio viejo que estaba al lado. Junto al leño llegó una flecha que apenas unos instantes después Yedra ya había disparado, no se esperó a preguntar si era amigo o enemigo, su sola imagen no hacía presagiar buenas intenciones. El disparo certero y potente golpeó una armadura que claramente era metálica y parecía bastante resistente.

     Therusia tampoco esperó a preguntar, saltó por encima de la hoguera y por encima del viejo de forma poco amable, pero no importaba mucho en esta situación. El hacha regalo de Elrond parecía vibrar cuando impactó en el guerrero y la armadura oscura que llevaba pareció saltar en pedazos incapaz de soportar la fuerza del ataque de la enana. Su enemigo cayó al suelo y la sangre espesa que goteaba de su pecho dejaba claro que no iba a levantarse.

     En la entrada de la cueva aparecieron los lobos que llevaban varios días siguiéndoles y fueron recibidos por la figura de Ithildir que después de ver el avance de Therusia entendió que no iba a aportar mucho más y fue a proteger a los arqueros pero su presencia pareció ser un motivo más del aumento de la ira en los lobos que aumentaron la fuerza de sus gruñidos. Por suerte para él tanto Amaltea como Dírhael demostraron ser expertos arqueros y acabaron con dos de los lobos que cargaban enloquecidos hacia el elfo, un tercer animal chocó contra uno de los cuerpos caídos y no logró cerrar las mandíbulas sobre el brazo extendido de Ithildir por un par de dedos, pero el chasquido de sus dientes sonó realmente amenazador.

El fondo de la cueva se iluminó mientras que la entrada pareció oscurecerse...

     El viejo gris se había levantado y parecía ocupar mucho más espacio del que aparentaba estando sentado, había avanzado y ahora su cuerpo tapaba la hoguera que aún brillaba con fuerza, sin decir palabra alguna se posicionó junto a Ithildir y desenvainó su espada que empezó a refulgir con un brillo azulado. En su brazo izquierdo un bastón nudoso de madera oscura y retorcida y en su mano derecha una espada que venía de eras pasadas. Plantado allí parecía que nada podría acerle frente y aún así todos notabais cierto temor en el ambiente.

    ¡Huid insensatos! Nada bueno econtraréis permanenciendo aquí. ¡Huid y proteger al portador de todo peligro!

      En el fondo de la cueva el cadáver acorazado parecía humear levemente desde la herida mortal causada por Therusia, un siseo salía de la herida abierta mientras la sangre se deslizaba hacia el suelo, más allá se apreciaba un estrecho túnel que parecía descender levemente hacia la oscuridad.

No hubo tiempo de sentir orgullo ante un golpe como aquel. Si con un hacha normal hubiese hecho estallar cualquier armadura, con Barukibil había resultado aún más espectacular. Pero algo no cuadraba. Los lobos cayeron al suelo con un gañido, aquello había podido oírlo perfectamente. Pero... Therusia retrocedió, sin sentirse a salvo, a pesar de haber acabado con aquel tipo de un solo golpe. Había sido demasiado fácil. Se giró a tiempo de ver como el lobo que quedaba vivo, en lugar de huir, trataba de morder a Ithildir.

¿Por qué no huyen si su amo ha muerto?

Amenazadora, se fue acercando a la salida, confiando en que las humanas o el elfo acabasen con ese lobo, pero preparada para atacar si no lo hacían, cuando de pronto un escalofrío recorrió su cuerpo y volvió a mirar el cadaver. ¡Se movía! Cuando se fijó mejor, vio que aquel movimiento era producido por un humo que salía de su cuerpo y su mente lo magnificaba. Las palabras del mago sonaban amortiguadas por el horror de aquel ser, que tenía que estar muerto y entre la confusión divisó, además de la salida una pequeña entrada en la roca.

Su instinto le decía que el interior de las montañas era seguro, era el sitio por donde mejor se movía, donde había nacido y crecido... pero sus compañeros no, y no podía arrastrarlos hacia allí. La enana miró al grupo y luego a la salida de la cueva. Eran un grupo, y era la opción correcta para el grupo.

.

   Miro el cadáver y escupo al suelo, luego miro el pasillo.

   - Ithildir, ¡vámonos!, ahí un túnel aquí. -

   Y disparo hacia los lobos, pero claro... en este ángulo... la flechar realmente pasa rozando, rozando... la oreja del elfo. Mascullo por lo bajo, desde luego, el combate hay días que se me atragantaba. En fin, me voy preparando para retroceder en cuanto el elfo (y los demás), den viso de retroceder.

.

Dírhael dispara una segunda flecha, esta vez sí que no logra penetrar la piel del lobo.. ante las palabras de Gandalf recoge lo que no se ha echado a perder y cuando está apunto de echar a correr hacia el interior de la cueva se frena, primero porque ve al cadáver levantarse y segundo porque se da cuenta de algo....

Ithildir gruñó disgustado. Ahora que habían terminado con el que parecía el enemigo más temible, ¿por qué huir de una jauría de lobos? Por muy feroces que pareciesen —y desde luego esa cercana dentellada se lo pareció—, ellos tenían la iniciativa y la ventaja defensiva. Si el sabio les mandaba partir de inmediato era por algo. Amparándose tras la pequeña protección que le concedía la rodela, el galadhel aguzó sus sentidos para tratar de vislumbrar lo que Gandalf ya había notado.

—Gracias —murmuró—. Le debo una jarra. Sería un honor para mí disfrutar de una conversación sosegada y... ¡Atrás! ¡Por el túnel, enana! —bramó al darse la vuelta. 

Algo malo tenía que estar pasando para que todos quisieran ir por el túnel. Desde luego, no iba a quejarse por eso. La enana, que se había ido acercando a la entrada al ir alejándose del cadaver humeante, vio como el lobo lanzaba un último mordisco a Ithildir cuando este se dio la vuelta para ir al túnel.

Con un último vistazo a la entrada, preguntándose que demonios ocurría, la enana corrió al interior de la cueva. Allí estarían a salvo. Temporalmente...

Más allá de los lobos ves numerosas figuras achaparradas moviéndose en la oscuridad, por su postura sabes que son orcos, no trasgos de las montañas, orcos con armaduras pesadas y armas de gran tamaño.