Partida Rol por web

     Una fina lluvia os recibe el salir de la cueva, a no mucha distancia de la elevación donde está la cueva. Ahora os dáis cuenta que posiblemente fuera en su día algún tipo de rio subterráneo que el paso de las eras ha convertido en la cueva actual.

     Las gotas de agua hacen chisporrotear la madera que Yedra porta como antorcha, por suerte el agua apenas tiene fuerza y es como si fueran los últimos coletazos de la lluvia que os obligó a buscar refugio. A vuestra espalda, a lo lejos, se oye el ruido de metal golpeando metal y gruñidos y sonidos inteligibles. Tenéis una sensación de ugencia, muy posiblemente motivada por haber llegado corriendo hasta aquí o tal vez porque todavía resuenan en vuestros oidos los gritos del viejo para que os alejarais.

     Ahora debéis elegir hacia donde dirigir vuestros pasos. ¿Seguiréis con el plan inicial de ir en busca de Radagast atravesando el vando del Anduin? ¿Retrocedereis nuevamente para cruzar las Montañas Nubladas en busca de un desconocido en las tierras de Eriador? ¿Ignoraréis las advertencias e intentaréis lograr cobijo en alguno de los Reinos Elfos? ¿o tal vez vuestras afiladas mentes logren hayar un destino mejor para vuestros próximos pasos? En la cueva el rugir de un orco os saca de este momento de quietud, se acercan...

Afortunadamente para sus compañeros, habían logrado salir de la cueva, aunque la lluvia, floja pero persistente, no tardaría en hacer que la antorcha se apagase, sumiéndoles en la oscuridad. La enana se acordó entonces de algo para solventar ese problema, pero no era el momento..

—¿Qué demonios ha pasado ahí dentro?— preguntó confusa por las carreras, la repentina parada de Yedra a examinar algo y y los nervios de sus compañeros. Cuando Amaltea habló, la enana asintió con la cabeza. Parecía que su perseguidor había decidido acercarse, en lugar de mantener las distancias, como había estado haciendo durante aquellos días. Los ruidos de la cueva le hicieron reaccionar, recordando como en su primera aventura había conseguido provocar un derrumbamiento. Ya habría tiempo de explicaciones.

La enana miró a su alrededor, como ya había hecho aquella vez y señaló a Ithildir y Dirhael un árbol seco, con las raíces entrelazadas y secas en las rocas principales. Al estar tan secas y serían lo suficientemente duras como para poder resquebrajar el terreno que habían ido ganando. 

—Hay que taponar esta salida. Mirad esas raíces en esa roca. El agua se está filtrando por ahí. Si conseguimos arrancarlas, debilitaran la piedra lo suficiente para que pueda provocar un derrumbamiento. Nos dará unas horas.— luego, se volvió hacia Yedra— Yedra, si se te ocurre algo para borrar nuestras huellas... ¡por allí hay muchos arbustos! o echar un vistazo a Almaltea.

Sin mediar palabra, subió hasta llegar al árbol y comenzó a empujarlo por la parte que veía más debil, a la espera de que los hombres fuesen a ayudarla. En cuanto lo hiciesen, se encargaría de hacer palanca en las raíces para derribar la roca sobre la entrada. En un momento dado, Therusia se llevó la mano a la cabeza, como si hubiese algo que la molestase, pero no tardó en reponerse y volver a a carga.

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   Salgo a toda prisa de la cueva, tiro la tea al suelo para no quemarme las manos y me preparo para sugerir a la enana que sería una buena idea derrumbar la salida por la que hemos emergido cuando veo que ya está ella en ello sin que se lo diga nadie, ella solita, a lo bestia.

   Luego recojo algunas hierbas frescas para ponerlas de calmante y hago un vendaje improvisado, quizás demasiado improvisado, pero ea, ya está. Cuando tengamos más tiempo ya miro mejor a Amaltea.

   - Iré la última borrando las huellas, creo que si avanzamos más o menos en fila india y con una rama desdibujar el rastro de las pisadas. También si nos frotamos con estos hierbajos del suelo, disimulará nuestro olor corporal. Da igual que hierbas u hojas os frotéis, es para oler más a plantas que a personas. Los orcos y huargos saben que las plantas no se mueven, así que inconscientemente no tendrán en cuenta ese olor. Podremos despistarlos... creo. -

   Y mientras me pongo a coger un par de ramas y recolecto algunos yerbajos olorosos, añado a lo dicho.

   - Me he acordado del símbolo, de la runa. Cuando termine os voy contando que es, aunque es raro que Dírhael no se haya percatado. -

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Therusia empezó a hacer palanca usando el mango del hacha, con cuidado de no cortarse para levantar aún más las retorcidas raíces del árbol. Poco a poco esté comenzó a ceder, llevándose consigo un gran pedrusco, pero necesitaba ayuda para terminar de empujarlo y dejar caer no solo el árbol, sino también las rocas que llevaba atadas

—Vamos...—gruñó esperando que el elfo y el humano se decidiesen a participar.

Habiendo intuido las dificultades por las que había pasado la taciturna muchacha de los bosques, Ithildir terminó por acompañarla el último tramo hasta dejarla con la curandera.

Cuando la enana apremió a cerrar la salida, el elfo admiró las calidades de la roca con cierta incertidumbre. Acudió raudo al extremo opuesto desde el que Therusia estaba ya trabajando, pero tras intentar con sus manos tirar de esas raíces, no parecían querer ceder.

—Diantres. Dame un momento...

Por fin estaban fuera de la cueva y parecía que el tiempo mejoraba. Tras recobrar el aliento y ver las intenciones de Therusia, el montaraz se dirige hacia el tronco con la intención de echar una mano.

- Qué quieres decir Yedra, no sé de qué runa hablas – apunta Dírhael confundido. – Amaltea cuando acabemos con esto hablaremos, te debo una disculpa y una explicación.

Imita a la enana y al elfo, aún sin tener ni idea de lo que estaba haciendo.

     Cuando Yedra arroja el tronco al suelo la oscuridad os rodea nuevamente, apenas una leve llama queda viva, insuficiente para poder manejaros con seguridad en la zona y las nubes todavía cubren el cielo impidiendo que la luna o las estrellas den algo de claridad.

     Encima de la salida Therusia e Ithildir trabajan una junto a otro buscando la forma de hacer caer raices, rocas y todo lo posible sobre la cueva mientras Dírhael parece intentar evitar que eso suceda.

     Yedra ha logrado calmar algunos de los cortes de Amaltea justo a tiempo de ver aparecer la cara de un orco armado con una enorme espada mellada que carga hacia ellas.

—¿Pero qué demonios estás haciendo, Dirhael? ¡Empuja adelante!

Therusia miró con sorpresa como Dirhael empujaba el árbol... en la dirección equivocada. Entre la lluvia y el estrés, el humano había debido pensar que era lo mismo empujar para un lado que hacia delante.  Para colmo de males, los enemigos comenzaban a llegar y Amaltea y Yedra estaban solas abajo. Con un gruñido la enana paró de empujar el árbol unos instantes valorando la situación. Lo cierto es que las rocas ya comenzaban a caer poco a poco...

—Id a ayudarlas— les urgió, especialmente al humano que era más estorbo que ayuda en aquella situación— Yo me encargo de esto. ¡Vamos!

Dicho esto, la enana se agachó y, asegurando bien los pies para no resbalar, comenzó a tirar con fuerza de aquel revoltijo de raíces secas para que terminasen de arrastrar las rocas hacia abajo

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   Pues no había terminado de poner cuatro vendas y algunas hierbas para que no se infectara la herida cuando aparece un feo bicho por la entrada. Mientras Therusia atacaba con furia a las rocas y al árbol enraizado que son derrotados por la pura mala leche de la enana (digo por su justa y santa furia) y caen arrastrando barro, rocas, tierra, liquen y gravilla, cegando la entrada el estrecho túnel por el que hemos salido.

   Cómo no me da tiempo a encordar el arco mientras guardo utensilios de sanador y me preparo para el combate, saco el hacha e intento acercarme con sigilo al orco para darle los buenos días, o las buenas noches, o lo que sea. Pero en la semioscuridad tropiezo con una roca y me doy un golpe en la espinilla.

   - ¡Me cago en la jodía roca que...! - mascullo en voz alta, echando a perder el sigilo y la posibilidad de dar un buen golpe inicial.

   Empezaba a cabrearme.

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Dírhael al ver aparecer al orco y darse cuenta de que sus intentos por ayudar a la enana son intútiles se retira y desenvaina su espada larga afilada para empuñarla con ambas manos.

- Maldita sea, ocupaos vosotros de tirar ese maldito árbol a vuestra manera. Yo me ocupo del enemigo.

El montaraz salta de su posición situandose frente al orco y casi cayendo al suelo por culpa del terreno mojado. Tal maniobra le sirve para pillar desprevenido a la horrenda criatura y levantar su cuerpo trazando un arco perfecto que le permite impactar con soberana potencia sobre el costado del enemigo con la intención de partirlo en dos.

El galadhel suspiró molesto al intuir la llegada del enemigo y escuchar las palabras de la enana. Entretanto, y ya por puro instinto, sus manos se movían con rapidez en busca de espada y rodela.

—¡Aquí, criatura grotesca! ¡Aquí!—bramó mientras saltaba para ponerse frente a la boca de salida del túnel*.

Allí pretendía Ithildir plantarse y aguantar la acometida de sus perseguidores hasta que sus compañeros se rehicieran y consiguieran cerrar el paso.

Una vez el orco se acercara a su posición, Ithildir trataría de reducirlo con una certera estocada.

     El orco carga contra Yedra que a duras penas logra apartar el arma teniendo que retroceder varios pasos por la acometida, el sonido del impacto alerta a los compañeros que están encima empujando el raquítico árbol y la fuerte voz de Therusia les anima a bajar para acabar cuanto antes con la amenza.

     Primero Dírhael con un grito salta sobre el orco haciendo que su arma hienda el aire y después la carne, salpicando a su alrededor sangre espesa y negra, tras él Ithildir con la elegancia propia de su raza aterriza sin hacer ruido y girando sobre si mismo golpea tres veces al orco haciendo que uno de sus brazos caiga al suelo y otras dos líneas negras aparezcan sobre su cuerpo antes de caer a sus pies.

     En ese momento Therusia ha logrado su objetivo y raices, rocas y ramas comienzan a caer taponando parcialmente la salida. No se tardaría mucho en despejar, pero tampoco se tarda mucho en dar la vuelta y rodear por lo que fue la entrada para vosotros. Al menos si os sirve para ganar algo de tiempo. De nuevo estáis en la necesidad de moveros y todavía no habéis elegido el destino.

Con rostro ceñudo el elfo asintió al montaraz para reflejar aprobación. Si dilación se acercó para ayudar a la curandera a reincorporarse.

—Debemos movernos, rápido —pronunció con severidad—. Dudo que este bloqueo los disuada de continuar en su persecución.

Ithildir dio una vuelta sobre sí mismo, tratando de examinar la zona mas allá de la oscuridad de la noche.

—De continuar hacia el Anduin, podríamos obtener cobijo del pueblo de Arnulf. Mas dudo que esta partida de orcos sea tan ingenua como para asaltar aquel poblado. Esperarán, o destinarán algún menor grupo para vigilarnos y emboscarnos en otra ocasión mas propicia. Creo que lo mejor será buscar cuanto antes un paso por las Hithaeglir, lo cual además generaría el desconcierto en nuestros perseguidores. Dírhael, y vosotras que conocéis mejor esta zona y las montañas... ¿Cuál sería la forma mas rápida de cruzar las montañas Nubladas?

Con paso seguro, ahora que había una montaña de piedras que facilitaban el descenso, Therusia alcanzó a sus compañeros. Con las prisas por derribar aquel árbol y cegar la cueva no se había dado cuenta de que los ruidos y voces habían alertado claramente de su posición.

—Y eso si el hombre a caballo no ha dado la vuelta ya para alcanzarnos, pero no creo que las Montañas Nubladas sea el mejor lugar ¡Nada indica que allí encontremos a alguien que pueda ayudarnos!—  dijo nada más bajar, ayudando a levantarse a Amaltea y acariciando brevemente a Cain. Durante unos segundos, la enana meditó sus palabras y luego gruñó algo ininteligible, con un tono más triste que iracundo antes de añadir— Pero si los elfos no quiere que el mal llegue a sus tierras, no seré yo quien lo lleve a tierras humanas. No merecen menos. ¡Pero tampoco podemos cruzar los Gladios! 

Parecía que los elfos no querían tener el anillo, a la enana, o ambos, cerca de ellos, pero poco les importaba si afectaba a los hombres o enanos. Por el momento, ninguna opción era buena, pero la de las Montañas Nubladas. De pronto, el rostro de la enana palideció.

—¿No lo oís?— preguntó bajando el tono y mirando en rededor— Donde sea, ¡pero movámonos ya! Hay que despistarlos

Dírhael también asiente al elfo y se dirige junto a él para ayudar a Yedra a la cual guiña un ojo tras ayudar a levantarla.

- ¿Que hay de Moria? - responde a la enana - Debería ser lo más rápido para cruzar las montañas.

Con ayuda de Yedra conseguí taponar los cortes que sanraban, mientras que en los moratones o golpes pusimos cataplasmas para aliviar el dolor. Caín me lamía las heridas gimoteando, preocupado por mi salud. Miré a los demás, que estaban intentando derrumbar el techo de la entrada de la cueva. Había allí encima un árbol, de gruesas raíces, que habían partido la roca en muchos puntos, debilitándola. El ojo clínico de Therusia lo había visto al instante, nada más salir al exterior. La poca lluvia que caía, empapaba mi cabeza y había hecho que los largos cabellos se me pegasen en el rostro, que tenía lleno de barro.

De repente, un orco apareció en la boca de la cueva, gritando y abalanzándose hacia nosotras. Estiré las manos para asir el arco, pero me había pillado totalmente despistada y desarmada. Caín se interpuso entre el orco y nosotras, protegiéndonos; aunque no hizo falta, dado que Dírhael e Ithildir saltaron sobre él y acabaron con su vida en un abrir y cerrar de ojos (de Sauron, xD!).

-"Estoy mejor. Debemos de marcharnos de aquí en seguida, no tenemos tiempo para debatir qué camino seguir. Yo voto por ir al este, hacia el vado de los leófringas. Allí nos darán cobijo y podremos descansar un poco." Dije poniéndome en pie.