Partida Rol por web

     El camino ya era conocido por vosotros, bueno, casi por todos. Dirhael venía del otro lado de las montañas y las colinas y pequeñas mesetas que en su día fueron campos de cultivo son una sorpresa para él, comparadas con las enormes extensiones valdías que hay alreddor, y también en parte para el resto viendo como algunas zonas vuelven a llenarse de tonos dorados de cereales maduros con la llegada del verano.

     Después de dejar atrás la zona más montañosa donde estaba la ciudadela es sencillo avanzar buscando el valle del Anduin que os espera más allá del horizonte. Por suerte aquí no se nota la temperatura que sufren en estas época en el Salón del Bosque y el fresco de la mañana incluso hace que avivar el paso se agradezca para entrar pronto en calor.

     Arnulf os ha dado consejos, algunos tan peregrinos como llevar ramas de hojaestrella en las orejas, para llegar a salvo hasta el vado y allí poder pasar sin problemas bajo la protección de los Leófringas que en esta época tienden a reunirse allí. Calculáis que hay una semana de camino si todo va bien y sin forzar la marcha. Desde el vado podéis ir atravesando los Valles inferiores orientales en dirección a Rhosgobel, con el peligro de acercaros a una zona especialmente peligrosa del sur del bosque negro o seguir la orilla del río, que avanzará lento en esta época del año y al llegar a los Campos Gladios torcer hacia el este, hacia el Bosque Negro y Rhosgobel... pero eso será algo que deberéis pensar cuando completéis la primera parte de vuestro camino.

     Los primeros dos días se van en un suspiro mientras os alejáis de las montañas, sus faldas rocosas, las colinas altas y los campos abandonados. Pronto se ve sustituido por un paisaje más agreste y salvaje, de pocas aves que observáis volando en lo alto y menos animales aún sobre la tierra ya que prefieren o bien las tierras fértiles que dejáis atrás o las cercanías húmedas del río que os espera más adelante. Una tierra amplia y vacía salvo por algunos bosquecillos de pequeño tamaño que aparecen salpicando el paisaje de forma intermitente y espaciada. Cuando las horas avanzan en el día agradecéis su presencia para escapar del sol del mediodía que sin castigar en exceso si supone una molestia al llevar varias horas caminando.

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   Con un bostezo, y tras hacer acopio de hierbas fragantes, me desesperezo y empaqueto las cosas para el viaje. Eso sí, el parón veraniego, digo montañero, me ha desentonado. Aunque casi, casi mantengo el ritmo, salgo un poco destemplada.

   Eso sí, la caza es abundante según recuerdo, o igual ese hermoso gamo me recoció de otros intentos y le dio tal ataque de risa que tropezó con sus propias patas y al caer al suelo pude abatirlo. Si ya fallaba a menos de doce metros... Al hombro. Y lo bueno de saber de plantas y derivados, es que se puede encontrar algo de tomillo, yerbabuena, y otras plantas aromáticas para darle sabor al cocido, que no todo sirve para curar, a veces también para dar gusto al guiso.

   De los consejos de Arnulf, útiles o no, me interesan todo lo relacionado con plantas y hierbas. Además, me cae simpaticote, así que aunque no tenga más efecto que conseguir que se muera de risa Therusia y el elfo, me llevo unas ramitas de hojaestrella, que narices.

   Sudando por la caminata mientras me acostumbro, espero, al trote otra vez, voy charlando con el resto y con el nuevo.

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Era la hora de partir, decir adiós a los huéspedes y ponerse en marcha. Mientras terminaba de preparar su petate, Ithildir notó una sensación de extraña incomodidad, como si no se encontrara preparado para ello. ¿Pero después de tanto tiempo descansando? No le dio importancia al tema.

Agradeció por enésima vez la ayuda y hospitalidad de Arnulf. Aunque conocía de su recelo sobre los suyos, esperaba que con si actitud y buenas maneras, como ocurriera con la enana y las otras compañeras, el leófringa hubiera podido suavizar esa forma de ver a los primeros nacidos.

El primer tramo del viaje transcurrió con cierta lentitud, pesadez y hastío para el galadhel, que de vez en cuando se detenía. Su mirada seguía el curso del río hacia el sur y trataba de otear el horizonte para ver los primeros árboles de su querido hogar. Ahora que se había embarcado en una empresa más compleja de lo que en sus inicios podría parecer, ¿Cuándo volvería a encontrarse en medio de la majestuosa y mágica arboleda de tonos dorados y plateados? ¿Volvería ver a su madre? Sólo esperaba que su ausencia no la entristecieron aún más, y que la volviera a ver antes de que ella decidiera marchar al oeste.

Partimos al alba, con los primeros rayos de sol. El dúnadan iba guiándonos, aunque esa parte del camino ya la conocíamos de haber venido por aquí antes. El camino se hacía más fácil al avanzar, dado que ir cuesta abajo era menos penoso que ascender. En unos dos días llegaríamos al vado del Anduin donde los leófringas nos ayudarían a pasarlo. Al igual que Yedra, me coloqué en la sien ls ramitas de hojaestrella que Arnaulf nos dio, más por educación que por otra cosa. Mi puesto sería el mismo que había tenido antes en el grupo, exploradora. Junto a Caín observaría los alrededores y estaría atenta sobre posibles emboscadas del enemigo.

El camino, a pesar de ser más fácil, me dejó bastante fatigada. Parece que tras el combate contra el espíritu y los días de asueto tomados en la villa de Arnulf, aún estaba con el cuerpo flojo. Quizás, según fueran pasando los días, volvería a acostumbrarme a viajar por tierras agrestes y coger fondo de nuevo. Caín iba alegre trotando a mi lado, moviendo su enorme cola de un lado a otro y salivando constantemente.

Antes de irse, Therusia entregó su antiguo hacha a Arnulf, con la excusa de que, en sus condiciones, no podía cargar con ambas, aunque en realidad era un regalo de agradecimiento, simplemente no quería ningún sentimentalismo por ello. El arma de la enana era sencilla, pero tenía la calidad de una manufactura enana. Además, tenía grabada la inicial de la joven enana grabada en el cuero. Esperaba que aquello fuese un recuerdo para el loco leofringa de la presencia del grupo allí.

Los días pasaban y la sombría enana no dejaba de dar vueltas a las palabras que días atrás había dicho Dírhael sobre la resistencia de los enanos al Enemigo. Había sido la primera cosa positiva que había oído sobre su raza desde que salió de viaje, largo tiempo atrás pero, aunque fuese verdad, también lo era que, algunas de esas veces, aquel enfrentamiento con el Enemigo había sido a causa de la imprudencia de los suyos. Como en esta misma ocasión. Solo que aquella legendaria resistencia no parecía correr por su sangre, pues notaba como el cansancio se acumulaba en sus músculos.

—¿Qué me tengo que poner qué?— Aquel día Therusia miró a Yedra, que hacía el cabra con las ramas de hojaestrella en la cabeza. Sabía que Arnulf lo había recomendado, pero Arnulf... bueno, no estaba muy en sus cabales. Y ahora se encontraba a su compañera con unas ramas sobresaliendo de los pelos con un aspecto tan ridículo que hasta los animales que iba a cazar se quedaban mirando. Tras unos segundos, dudando se los enganchó en la cabeza, obteniendo un resultado ridículo del que solo era a medias consciente— Supongo... que sea una señal entre ellos, o algo...

El estado de la enana, sin embargo, no impedía que se fuese fijando en todo. Yncriff volaba siempre cerca y al menos un par de veces al día bajaba a posarse en el hombro de la enana, susurrándole cosas al oído. Si eran indicaciones de lo que se avecinaba, palabras de ánimo, consejo o simplemente pedía comida, Therusia no lo dijo, pero seguía avanzando sin quejarse de su estado. Quizás fuese por aquella atención por lo que se fijó en el despiste que llevaba encima el elfo, que parecía preocupado. Ni corta ni perezosa, la enana se acercó a él y le lanzó dos ramas a la mano

—Si nosotras hacemos el ridículo con esto en la cabeza, creo que el señor elfo también podría hacer lo mismo— dijo soltando una breve risa, algo que hacía semanas que nadie oía— ¿O acaso estás buscando la rama perfecta que quede elegante? Porque olvidalo, no existe.

El hasta ahora distraido galadhel tomó al vuelo las ramas lanzadas.

—Gracias, pero, ¿No ves que ya tengo unas puestas? —respondió al tiempo que levantaba su cabello para destapar sus orejas y mostrar unas minúsculas ramitas coronando las mismas—. ¿Creías que no iba a seguir las indicaciones de nuestro anfitrión? 

Sonriente, Ithildir se recogió su cabellera con unas florituras hasta dejarse un sobrio moño.

—¿Así mejor, bien a la vista? Debo decir que a ti te quedan bastante... Curiosas —dijo, tratando de disimular sin éxito la coña—. Contrastan bien con las trenzas de tu cuidada barba.

Tras compartir un rato de chanzas con Therri, el galadhel se acercó a la joven de las montañas. Le parecía que estaba mas taciturna de lo normal. Ithildir se aproximó con calma, acariciando primero el grueso pelaje del can. Caín no le hizo mucho caso, pero parecía estar ya acostumbrado a su olor y sabía que el elfo no era una amenaza.

—Vaya tiempo. Creo que descender tan rápido de las montañas me ha afectado. Sólo espero que los leófringas del vado sean tan amables como el buen Arnulf —comenzó diciendo para romper el hielo—. ¿Cómo os encontráis vos, Amaltea?  

Dírhael guiaba al grupo por el camino que Yedra le habia indicado. El montaraz no solia llevar mucho equipaje así que tubo que preparar poca cosa antes de partir.

Lucian bien las ramas de hojaestrella, no sabia si servirián para algo, pero almenos la loca idea de Arnulf había hecho que el ánimo de algunos compañeros se levantera. No había tenido tiempo de conocer más a estos Leófringas, pero sin duda parecían gente de bien. Habían estado acogiendo este mal, una hazaña digna de admirar.

Dírhael se sitúa junto a Yedra mientras mordisquea una manzana.

- ¿Que me puedes contar de Radagast? Al único mago que conozco es a Gandalf el Gris, suele visitar bastante Bree y la Comarca. 

Miré fijamente al elfo, dado que pocas veces se acercaba a mi para charlar. Tampoco era yo una buena dialogadora; a decir verdad, estaba más cómoda estando callada y observando y escuchando a los demás.

-"Cansada. Supongo que según vayan pasando los días me iré encontrando mejor." Le dije. "Yo también espero que esa gente nos ayude para cruzar el Anduin, sino nos será complicado hacerlo por nuestra cuenta."

Mis pensamientos revoloteaban por mi cabeza como moscas: Beran, el anillo, el espectro, nuestro desalentador futuro...

      El tiempo pasado en la ciudadela os ha quitado el ritmo de viaje que habíais ganado en vuestro camino desde el Salón de la Montaña. Dírhael marca el paso y no es consciente de cómo termináis arrastrando los pies al caer la noche, cuando amanece y el desayuno os despierta con su agradable aroma volvéis a notar el dolor en los pies y al pensar en lo que os queda por delante se os quita el apetito.

     Ithildir estuvo durante varias jornadas más silencioso de lo habitual, miraba hacia el sur continuamente, anhelando los dorados bosques de su hogar. A veces, de forma inconsciente caminaba hacia allí durante un rato hasta que Dírhael le llamaba la atención y parecía volver de una ensoñación con un halo de tristeza en la mirada. Parece que mientras estuvierais cerca del Reino de la Dama no podríais contar con la atención del elfo.

     Yedra recordaba perfectamente el camino que seguisteis hasta la ciudadela y pudo aconsejaros sobre la mejor forma de preparar el viaje, algunos lugares donde descansar y otros que sería mejor evitar. Quien mejor escuchó sus consejos fue Therusia que aprovechó las indicaciones para ir buscando las zonas más altas y así poder ver qué o quienes había a vuestro alrededor. Al cuarto día de viaje os avisó de la presencia de una manada de lobos de comportamiento extraño hacia el norte. Al día siguiente volvió a ver al mismo grupo a la misma distancia. Tras los lobos, un jinete también mantenía la distancia con ellos y con vosotros.

     Amaltea estuvo cumpliendo su misión de exploradora tal y como se esperaba de ella y Caín. Avanzaban para comprobar si lo que indicaba Yedra era correcto y corregían cuando el cambio de estación también había hecho cambiar la mejor ruta a seguir.

El paisaje había cambiado en estos días de ágil marcha, rápidamente las montañas, colinas... habían dado lugar a una suave sensación de descenso hacia el valle del río. Quedaban tal vez dos días de marcha para llegar al vado.

—Nos están siguiendo...—había advertido aquella noche mientras se preparaban para descansar— No me preocuparía demasiado por los lobos.  Pero ese jinete que los sigue... seguramente también nos siga a nosotros. Y si muestra tanto cuidado porque no le veamos, mala cosa.

La enana no entendía porque se sentía tan cansada; no era propio de ella sentir los pies doloridos, ni desanimarse hasta perder el apetito por, simplemente, tener que caminar a buen ritmo. Suponía que era influencia de aquel maldito espectro. Sin embargo, a la mañana siguiente, miró el asado de ciervo y, teniendo en cuenta lo que le había costado a Yedra cazar, después de tantas presas que huían burlándose de ella, decidió comerlo para no ofender a la muchacha. Le sorprendió gratamente el sabor de la carne, aderezada con aquellas hierbas que la curandera había ido recogiendo.

—Estupenda carne, Yedra. Y estupenda cocina— tratando de hacer algo de tiempo antes de volver a ponerse en marcha en aquella interminable caminata, la enana se animó a preguntar a la joven algo que llevaba tiempo queriendo saber. Y es que no conocía nada de magos, salvo historias exageradas, cuentos y alguna que otra leyenda enana— ¿Cómo conociste a Radagast? Dicen que los magos son esquivos.

Esperaba que aquella historia, si se animaba a contarla, mejorase los ánimos del grupo. Lo cierto era que haberse dado cuenta ella antes que Ithildir normalmente hubiese sido un motivo de orgullo para ella, pero entre el desánimo general y la actitud despistada del elfo, lo dejo pasar. Suponía que echaba de menos su hogar, algo lógico, teniendo en cuenta lo que les había contado en casa de Arnulf. De modo que, una vez puestos en camino y viendo que seguía taciturno, aprovechó un momento para, en un aparte, hablar con él.

—Mira, Ithildir...— comenzó bufando sin saber bien como enfocar aquello sin que pareciese que se preocupaba por él— No es normal verte como un topo en plena luz del día sin darte cuenta de lo que hay a tu alrededor. En cualquier momento te vas a dar de bruces contra un árbol, y aunque sería divertido de ver, me temo que no estoy de suficiente humor como para apreciarlo. Si estás pensando en tu hogar, en tu casa, ¿por qué no envías un mensaje para ver como están? Aún nos quedan camino para llegar a Rhosgobel y seguro que Yncriff agradece el cambio de paisaje.

Therusia había decidido mandar el mensaje al Salon después de hablar con Radagast, cuando tuviese algo más que contar. Temía que si les escribía sin saber más del tema, sus cartas valiesen de más bien poco y el grueso del escrito fuesen improperios sobre la falta de información que habían dado antes de partir. Cuanto más tuviese que contar, menos espacio para criticar. De modo que el cuervo podía llevar un mensaje a las tierras del elfo, o lo más cerca que le permitiesen entrar. Aunque si tan lista era esa dichosa dama de la que todos hablaban, seguro que sabía que era un mensaje de un aliado y no un espía del enemigo.  

—Podrás avisar a tu madre y tu tío de como estás y te traerá un mensaje de vuelta. En menos de dos días tendrás noticias de ellos y volverás a prestar atención al camino y sus peligros.

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   Ante la pregunta sobre Radagast, primero sonreí, y luego solté una carcajada.

   - En el gran salón comunal, tras una jarra de buena bebida. -

   Luego, continuo aguantando la risa, - en realidad fueron más de una pinta. Verás, Radagast, a diferencia de otros magos, aparte de vivir entre la gente en Rhosgobel no le hace ascos de venir al gran salón del pueblo y tomar una o dos pintas junto a los demás hombres del bosque. En ocasiones también, además pasea por el pueblo, cuenta historias, o sencillamente dormita a la sombra de un árbol. -

   Luego continúo contando que estaba aprendiendo las artes curativas de las mujeres sabias y que Radagast también suele enseñar las artes de curación y algunos trucos de su cosecha, de ahí que me convirtiera en alumna suya. 

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Celebró el elfo la magnífica caza de su compañera. Y agradeció las muestras de rudo afecto por parte de la enana.

—Disculpa, euh... Te lo agradezco, Therusia —Ithildir se encorvó ligeramente y le puso la mano en el hombro, sonriente—. Si realmente piensas que Yncriff puede hacer llegar el mensaje, estaría eternamente agradecido a los dos.

El galadhel pidió un alto y enseguida se puso manos a la obra. Mientras se rascaba su perilla falta de pelo meditó el mensaje a dar. Pronto estaría el cuervo preparado para partir con él. Ithildir les dio unos consejos para que el cuervo se aproximara con cautela y paciencia. 

—¿Creéis que deberíamos proseguir nuestro camino? ¿O quizá sería mejor buscar un lugar adecuado para tender una pequeña emboscada a ese extraño perseguidor? —comentó acerca de las otras nuevas de la enana, esperando con interés las opiniones de la exploradora y del nuevo guía.

Los pies se me llenaron de ampollas que tuve que curarme. Unos días de asueto habían quitado de mi cuerpo toda la resistencia de viajar. ¡Hasta Caín tenía las almohadillas de las patas doloridas! Según avanzábamos hacia el vado, vimos como una manada de lobos seguía nuestro rastro a cierta distancia. No se acercaban a tiro de flecha, pero tampoco cambiaban la dirección. Además de esto, una figura misteriosa, montada en caballo, iba aún más alejada, siguiendo nuestra misma ruta.

-"Sí, parece que ambos, tanto lobos como jinete, van detrás nuestra. Habrá que estar atentos y no perderlos de vista. Quizá cuando crucemos el vado los despistemos."

Dírhael olfatea el aire.

- Se avecina lluvia, si rompe a llover sería un buen momento para darle una sorpresa a nuestro perseguidor. Así que opto por la segunda opción Ithildir.

Tras escuchar atentamente la descripción que daba Yedra sobre Radagast, el montaraz al recordar los momentos junto a Gandalf no pudo más que soltar una carcajada.

-. A mi el viejo de Gandalf solo me enseñó a fumar, maldita sea.

Se ata de nuevo las botas y tras limpiarse la grasa de la cara se pone en pie y añade:

- Debemos buscar un lugar alto donde esperar a nuestro amigo.

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   Asiento, si se puede evitar el combate y dar esquinazo, mejor. Además si nos siguen dudo que sea iniciativa de una único ser y si se elimina pondrán a otro, lo cual será parecido a dar esquinazo... pero si en vez de darle esquinazo se piensa que nos sigue... podría funcionar, pienso para mí.

   - Podemos probar a despistarlo y que sigua un rastro falso. - Mascullo en voz baja. Y paso a explicarme.

   - Las montañas aún están cerca, y algo sé de cómo moverse, podemos crear fácilmente un rastro que apunte en una dirección y luego dar esquinazo cruzando alguno de los riachuelos y partir en una dirección opuesta para mandar a nuestro perseguidor en una dirección. Ya puestos, mandarlo en una dirección agotadora y peligrosa; típica zona con grietas, zanjas y lugares lentos y agotadores de cruzar. Cuando se dé cuenta que sigue un rastro falso estaremos con suerte lejos y no podrá volver a encontrar nuestro rastro por muchos hocicos largos y peludos de que dispongan. -

   Luego me encojo de hombros.

   - Y si no funciona, le emboscamos. -

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     El final de la tarde llega junto con algo de lluvia que poco a poco empieza a volverse una cortina de agua y de repente es un auténtico aguacero, una tormenta de verano en mitad de una llanura no es algo precisamente agradable y tampoco parece que podáis encontrar fácilmente un refugio cómodo para todos, parar no es una opción pero tampoco está claro hacia donde dirigiros.

     Las capas se humedecen y eso hace que todo vuestro equipo, ropajes e incluso alimentos también sufran de un exceso de humedad que podría haceros más complicado el viaje si llega a estropear el pan y la carne. Algunos rayos iluminan todo el paisaje a vuestro alrededor alargando las sombras y aumentando el contraste de zonas de luz y oscuridad. Después llega el retumbar del trueno y cada vez suena más cercano. El calor del día ya empieza a olvidarse, el agua llega fría de las alturas y empieza a robaros la temperatura del cuerpo lentamente. Un aullido se confunde con uno de los potentes truenos pero las respuestas os indican claramente que la manada de lobos no ha abandonado la persecución y que al abrigo de la lluvia y la oscuridad se han acercado a una distancia que os eriza la piel, o tal vez sea solo efecto del frío...

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   Ponemos en marcha mi plan, funcionar, no sabremos a ciencia cierta si funciona y lo hemos mandado a casavalar, donde Gandalf perdió la pipa, pero desde luego vemos a nuestro perseguidor, pero como lo había visto antes, no cambiaba nada para mí. Eso sí, me reí mucho, pero mucho, cuando después de mojarnos los pies para cruzar un riachuelo para despistar cae una tromba de agua de las que estuve tentada de hacer una canoa para desplazarnos más rápido.

   El viaje con la lluvia, el barro, tropezando y resbalando en guijarros, apartando zarzas al atravesar cañadas y demás alegrías del viaje monte a través estuvo a puntito de pasarme factura, pero por pura fuerza de voluntad, o más bien, cabezonería digna de Therusia, seguí adelante cabeza alta. Al principio bien, pero ¿qué pensarían de mí si voy resoplando como un obeso mercader de la ciudad del lago en cuanto troto unas pocas millas? Con este pensamiento se me fortalecieron las piernas y recuperé el buen ritmo.

   En un momento se oyen aullidos* ¿o me lo parece? Bueno, en cualquier caso, mejor buscar un buen refugio donde alojarnos. Y lo encuentro. Hay una cueva en un pequeño risco. Un riachuelo bordea el risco, pareciendo que sea una diminuta isla rodeada de un foso de corriente en movimiento. Es agua fresca, arroyo fácil de cruzar, y sirve de protección. Despistará nuestro rastro, y cualquiera que lo cruce chapoteará y hará ruido. Además, dentro de la cueva podemos encender un fuego que no se vea y que apenas humeará al exterior. Humo de todas formas, que no será visible de noche si no se ve la luz del fuego.

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