Partida Rol por web

     Con el sol frente a vosotros sus rayos van perdiendo fuerza y agradecéis la llegada de las últimas horas de luz a la vez que teméis lo que pueda suceder cuando llegue la noche. No habéis vuelto a escuchar el aullido de los lobos, pero eso no es tranquilizador, si están cerca pueden estar preparando una emboscada para sus compañeros orcos y permanecer en silencio.

     Las horas de descanso que tuvisteis a primera hora del día después de pasar la noche huyendo ahora son parte de un lejano recuerdo para vuestras piernas y el camino no parece tener fin. La ropa está empapada de sudor y la carga de las armas y el resto del equipo no hacen el camino más fácil, pero tampoco hay nada de lo cual os podáis desprender. Os detenéis para compartir un poco de agua y ahora, a muchos kilómetros de las ruinas pasadas, parece que el ambiente entre vosotros ha recuperado algo de las buenas maneras que siempre habíais compartido. 

     La pregunta está en el aire: ¿continuar a pesar del cansancio que puede suponer caminar durante la noche? ¿buscar un lugar donde esconderos y esperar que en caso de que os estén siguiendo no ser descubiertos? 

La noche se acercaba y, aunque eso significaba unas temperaturas más agradables, significaba también que sus perseguidores podían acortar distancias. Seguir caminando era, además, tan peligroso como descansar, al menos para los humanos. Cualquiera de las dos opciones tenía sus ventajas e inconvenientes. Más lo cierto, era que si seguían andando, aquella sería la segunda noche sin dormir ni apenas parar. Y las piernas humanas tenían un límite. Era mejor que descansasen algo a ver su paso reducido por la oscuridad y el agotamiento.

—¿Cómo vais?— la pregunta fue lanzada en general, pero en realidad tan solo preguntaba a Amaltea y Yedra. Suponía que Ithildir iría bien, y en cuanto al montaráz... aunque parecía haber perdido esa inquina contra ella, la enana no olvidaba con facilidad la ofensa. No alcanzaba a comprender que había pasado al grupo durante el paso por las ruinas, pero desde luego, aquellos ataques no le habían gustado en absoluto— Si queremos parar esta noche, deberíamos ver si encontramos un sitio mientras haya luz. 

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   Me desesperezo un bostezo quédamente. Luego me encojo de hombros.

   - Puedo tanto seguir caminando como intentar buscar un refugio, como queráis, acompañaré a quien quiera explorar si se buscar refugio. -

   Miro alrededor, a ver que opinan los demás.

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—Bien —respondió de forma escueta a la enana, con cierta fatiga en la voz—. ¿Y tú? 

Los ojos de Ithildir resplandecieron fugazmente al echar la vista hacia las estrellas. 

—¿Podéis continuar? ¿Creéis que sería oportuno seguir avanzando durante la noche, o encontrar un refugio donde descansar?

Mientras esperaba por sus compañeras, sus ojos trataron de penetrar el manto de la noche y examinar el relieve del terreno colindante.

Therusia se encogió de hombros ante el comentario de Ithildir. Físicamente estaba bien, mentalmente no tanto, pero no sabía como explicárselo. Disimulando su preocupación por los humanos, miró a Yedra, como evaluando si mentía o no con respecto al aguante y luego a Amaltea, quien desde luego, merecía un descanso. Por desgracia, merecer algo no significaba que pudiese obtenerse. La enana gruñó y miró al terreno que habían dejado atrás

—Entonces deberíamos seguir. La oscuridad es su aliado, pero el día les perjudica más que a nosotros la noche— cierto era, aunque corrían riesgo de perderse y separarse, lo cierto era que a muchos de sus perseguidores la luz del día les dañaba sobremanera— Al alba buscaremos un sitio para descansar, pero Yedra, espera.

Therusia consiguió agarrar a la curandera de la capa, antes de que se escabullese a buscar alguna hierba o lo que fuese, como parecía que iba a hacer. La enana rebuscó en la bolsa que llevaba a la cintura y le entregó una pequeña perla que parecía brillar tenuemente.

—Si vas a estar correteando por la noche y buscando esos hierbajos, será mejor que la lleves tú. Yo no la necesito— explicó quitando importancia al regalo y no dejando ver que se preocupaba. Amaltea tenía a Cain para evitar que se cayese por un barranco, Ithildir veía perfectamente en la oscuridad y ella... bueno. No tenía tan buena visión como el elfo, pero no tenía problemas para ver en la oscuridad de la noche o de una cueva. Y entre Yedra y Dirhael, estaba claro quien caía mejor a la enana. La enana cerró el puño como un año atrás hicieron para mostrarle el funcionamiento, haciendo que la perla se ocultase y lo abrió mostrando su brillo—No llama la atención tanto como una antorcha, la puedes ocultar si es necesario y evitara que te descalabres por ahí.

*Después de decir aquello, la enana se alejó unos metros, intentando centrar su mente en lo que les esperaba por delante. No pudo evitar lanzar una mirada al cielo, preguntándose si Yncriff ya estaría volviendo. Según por donde viniese, además de un mensaje de la familia de Ithildir, podría traer nuevas sobre la posición de sus perseguidores. Sí. Tenían que seguir, si aguantaban un poco más, tarde o temprano el cuervo vendría y podría darles noticias. Con esa idea en su cabeza, sintió que su cuerpo recuperaba fuerzas, las suficientes como para fijarse en el terreno y ver una grava muy característica de las zonas cercanas a río y arroyos. La enana sonrió y dijo al elfo

—Mira bien, porque creo que cerca hay un arroyo. Si lo encuentras, nos servirá para reponer fuerzas y perder el rastro a esos indeseables.*

Dírhael estaba acostumbrado a este tipo de caminatas, dormir poco y avanzar, era su pan de cada día en Eriador, así que no había duda, podía continuar.

-Yo estoy bien, debemos continuar ahora que el tiempo nos favorece, no debemos estar lejos de la ciudadela. Hay que aprovechar lo que queda de luz para ganar distancia.

Pasado un rato, se sitúa a la altura de Amaltea ignorando el gruñido de su perro.

-Beren está en buenas manos, al salir de Rivendel vi llegar a un grupo de los míos junto a uno de los hijos de Elrond. Llevaban a dos hombres del bosque. – el montaraz hace una pausa – Los llevaban hacia las casas de curación ya que estaban heridos. Uno de ellos no dejaba de repetir el nombre de Amaltea.

Sin parar a escuchar la respuesta de la mujer Dírhael avanza y vuelve a ponerse a abrir la marcha.

—Sigamos, pues —respondió antes de inflar sus mofletes para continuar andando—. Si, debe estar por allá, pues creo que he sentido el murmullo del agua al correr.

"Ya había escuchado hablar de aquella..

la noche mas larga,

había escuchado sus cuentos,

sus fabulas amargas,

donde las montañas agrían recuerdos

haciéndolos relámpagos y alcoholes

a la vida insípida y al hambre la vida,

no sabia, no conocía nada de ella

ni siquiera que tan larga era..."

     La noche es oscura y las horas pasan lentas junto a cada paso que dáis. Ithildir avanza cansado tras los pasos de Dírhael que no pierde en ningún momento su destino. Al dúnadan se le nota forzado el paso, arrastrado el caminar y aún así conoce su objetivo y cómo llegar a él. Pase lo que pase. Le pese a quien le pese.

     Ver al fondo las montañas hace que Therusia por momentos se adelante al grupo avisando de los peligros del camino, se la ve más animada a pesar de ir resoplando por el cansancio acumulado. En algunos momentos Ithildir se une a ella aprovechando la ventaja de su vista pero apenas les quedan fuerzas para sus discusiones, ambos miran con precupación al resto del grupo que, en silencio, sigue sus pasos. Los ánimos están bajos y las fuerzas... más bajas aún.

"...

las montañas del oeste

se imponían al cielo, se elevaban

rasgaban a las nubes

que entraban a anidar en sus bosques y cascadas.

creí que ese día

nunca se terminaría que jamas se iría

y que mi vida tenia una nueva mirada,

pero se fue y anocheció,

llego la noche

y después de la noche... la noche mas larga.

"Nunca confíes en el sol

siempre la noche le acompaña"...

y por buscar el bien de los males diré que

"nunca desconfíes de la noche,

siempre significa la mañana"."

     El sol asoma al fin a vuestras espaldas. Las sombras de vuestros cuerpos parecen alargarse hasta el infinito en la llanura y muy cerca podéis ver, casi al alcance de las manos el terreno conocido que os lleva hacia la ciudadela de Arnúlf. Cada vez son más frecuentes las miradas atemorizadas hacia vuestra espalda a la vez que los ojos se llenan con la esperanza de un lugar seguro al que las piernas quieren llegar pero les cuesta cada paso como si las botas fueran de piedra.

     Un nuevo aullido os eriza la piel y esta vez además os hace parar en seco cuando tiene respuesta delante de vosotros. El amanecer os permite dejar atrás la amenaza de los orcos pero no ha impedido que sus lobos os den alcance.

Estáis en una zona de suaves ondulaciones, sin vegetación que pueda servir de protección, ni rocas que aprovechar. Detrás de vosotros 4 grandes figuras avanzan enseñando los dientes y delante de vosotros veis al menos otros dos lobos agazapados sin lugar donde ocultarse.

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   Bostezando, veo que se aproximan problemas. Problemas de 4 patas. Muchas patas. Luego divido entre cuatro para saber cuantos problemas.

   A la mierda, saco el arco y disparo.

   Y la flecha se va a tomar por ... bueno que sale desviada hacia las alturas. Si hay algún pájaro matutino volando por encima de mi jeta, igual le he dado, porque al enemigo.

   - Joder, mierda, me cago en los jodíos huargos y el trasgo que los parió, me están empezando a cabrear. -

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—Asquerosos chuchos babosos... No Caín no va por ti. Tú eres un buen perro.

Al menos seis, seis grandes lobos les estaban acechando y preparándose para atacar. Therusia se dijo que no iba a ser un combate nivelado... para los lobos. Con una voz, avisó a sus compañeros para que reaccionasen a tiempo y de un salto se abalanzó para meterse entre los cuatro lobos que les seguían, dando así más tiempo a sus compañeros para atacar. Si pretendían atacarles por la espalda, lo llevaban claro. Barukibil silbó en el aire mientras se dirigía al tórax del primero de los lobos, que tuvo que soportar el hachazo de una enana con mucha ira y estrés acumulado.

Con aire somnoliento andaba Ithildir, forzándose a mover una y otra pierna al pensar que ya quedaba poco para alcanzar el refugio del leófringa, cuando los aullidos le erizaron los finos pelos de la nuca. Apurado se embrazó la rodela y, mientras veía como la enana no se lo pensaba antes de actuar, agarró con fuerza el pomo de su espada.

—¡Truenos! ¡Dírhael, ayudad a Therusia! ¡Yo cubriré este flanco! —bramó antes de agitar su torso y hombros para remangarse la capa.

El galadhel cerró los ojos por un instante, llevándose a los labios la guarda de la espada. Tras musitar al viento unas palabras en su lengua materna, abrió sus luceros con determinación para observar a los dos lobos que acechaban frente al camino.

—¡Aquí, sucias bestias! —las requirió, elevando la rodela y agachando ligeramente su cuerpo.

Ithildir esperó a que los animales se arrojaran sobre él. Intentando contener los nervios y controlar su respiración. El brazo de la espada contraído, esperando el momento preciso para lanzarse hacia delante como si del aguijón de un calculador escorpión se tratara. Y cuando uno de los lobos se encontraba lo suficientemente cerca, el metal salió impulsado con rabia y desesperación para hallar carne y sangre.

Proseguimos camino, ya que no íbamos a refugiarnos en las ruinas. El grupo marchó en silencio, solo roto por algunos jadeos y ruidos del equipo que transportábamos cada una. Después de muchas horas de viaje, hicimos un alto para descansar y decidir qué hacer, si seguir caminando de noche o buscar un refugio e intentar descansar. No había rastro del enemigo, pero eso no quería decir que anduvieran aún tras nosotros. Me apoyé en una piedra y entre fuertes respiraciones, intenté descansar un poco, ya que parecía que íbamos a continuar.

-"Puedo aguantar." Fue lo único que dije al resto.

Cuando estuvimos preparados, el montaraz se acercó a una distancia muy cercana, tanto, que tuve que hacerle una señal, apenas perceptible, a Caín para que no le mordiera. Este me dijo por fin lo que sabía de Beran. El rostro se me mudó de un blanco enfermizo a un rojo violáceo. La sangre se me aglomeraba en la cabeza, martilleándome las sienes. ¡Mi amado estaba vivo! ¡Herido, pero vivo! El corazón, desbocado como un caballo salvaje, amagaba por salirse de mi pecho. La adrenalina corrió por mis venas como un torrente de energía que insuflaba vida en cada una de mis células. Pasó el dolor, físico, pero no era ese el dolor que más dolía, sino el del corazón. Una ligera sonrisa asomó a mis labios, ausente durante mucho tiempo, y pugnaba por quitarle el puesto al rictus eterno que siempre tenía mi boca. Solo pude decir una palabra, apenas audible.

-"Gracias." Susurré.

Continuamos camino, pero a pesar de que la moral era baja y el cansancio aumentaba, mi espíritu ardía con una nueva llama, la llama de la esperanza. La noticia de Beran vivo había sido el acicate que necesitaba para poder continuar y no desfallecer. La sonrisa parecía ir apareciendo de vez en cuando, cuando pensaba en mi amado y en todo lo que quería decirle. Apenas me enteré de cómo pasaban las horas, ni de que estábamos volviendo al punto de partida. Casi al amanecer, muy cerca de la ciudadela de Arnaulf, los temidos lobos aparecieron, rodeando al grupo. Caín gruñó y me sacó de mi letargo. Cogí el arco y una flecha y al calibrar la situación, decidí disparar a los lobos que nos cerraban el paso hasta la seguridad de la ciudadela. Si despejaba ese lado, podríamos replegarnos y avanzar hacia allí.

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   Miro el arco, miro la flecha, ¿será posible que no de una jodía flecha? Esto no puede ser. Después de la volea inicial e iniciado el combate, vuelvo a tensar el arco y con más calma, apunto.

   Veo que la loca de la enana se lanza a la refriega y a uno de los lobos que se dirigen hacia ella, suelto la flecha y esta vez acierto. Menos mal, iban a pensar que soy una inútil total con el arco, lo cual es cierto a medias, pero...

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El cansancio comienza a hacer mella en el montaraz. Se nota en sus andares, aunque ha parado en ningún momento, su ritmo a disminuido. El sol del verano golpea su nuca y hace que el sudor empape sus ropajes, el agua no calma su sed, el objetivo esta cerca puede verlo, deben llegar y descansar. Dírhael se ve descansando en una de esas casuchas medio en ruina, quizás acompañado de una de esas mujeres leofringas. Una sonrisa se dibuja en su rostro hasta que los aullidos lo sacan de su ensimismamiento.

Prepara su arco y en unos segundos la refriega estalla. Ithildir en un lado, Therusia en el otro. Estaba claro a quien tenia que apoyar por mucho que dijese el elfo. Antes de que la enana llegue hasta el primer lobo, Dírhael dispara una flecha que a causa de haber calculado bien la dirección y velocidad del viento entra por la cavidad ocular de uno de los lobos dejándolo tieso al instante.

-Nada mal, ¿verdad? Cuidado enana detrás tuya. – dice el humano mientras comienza a correr hacia donde esta Therusia ya con la espada en la mano.

Tras pasar al lado de la enana, la cual se esta encargando de un lobo, el montaraz lanza un espadazo contra otro que se encontraba saltando sobre la portadora del anillo.

      Las flechas de Amaltea no tienen fuerza suficiente como para llegar a dañar el duro pelaje de los lobos, nadie puede negar que tiene puntería pero a esa distancia era muy difícil llegar a atravesar sus cuerpos.

     Yedra por su parte espera el momento de ver el brillo de los ojos de los lobos y entonces suelta su flecha que atraviesa el hocico y la cabeza del que va en cabeza haciendo que su cuerpo comience a rodar por el suelo pedregoso.

     Therusia y Dirhael hacen frente común, primero el dunadan demuestra su capacidad con el arco largo haciendo que uno de los lobos muera atravesado y después desenvaina su espada con la que deja una fea herida en el costado de otro de los animales. La enana por su parte afianza los pies en el suelo y espera la acometida de los lobos, en el último momento con un grito de rabia hace girar todo su cuerpo imprimiendo una mortal velocidad al filo de su arma que casi parte en dos al animal dejándolo muerto inmediatamente en el suelo

     A sus espaldas y en solitario la figura del elfo Ithildir se recortaba al sol iluminando de oro sus cabellos. Parecía uno de los viejos héroes de las canciones, inmóvil, esperando. Los lobos se lanzaron a la carrera contra él y el primero saltó con fuerza para morir empalado en la lanza que el elfo hizo girar sobre su cabeza para desembarazarse rápidamente del cuerpo y ofrecer la punta al enemigo que aún restaba.

     Los lobos huyeron con el rabo entre las piernas dejando atrás a tan mortales enemigos. Sin apenas haber hablado habían conseguido cubrir ambos flancos, las flechas habían demostrado su poder y después el frente mortal de hábiles y experimentados aventureros había demostrado claramente el poder del grupo. En unos instantes habían eliminado la amenaza y tenían vía libre para seguir su camino sin mayores contratiempos.

     Pronto empezáis a caminar por terreno que se va elevando más y más, ignoráis las trampas para desviaros del camino ya que conocéis perfectamente hacia donde queréis dirigiros. Necesitáis descanso y recuperar las fuerzas perdidas en esta semana de viaje en balde ya que solo os ha servido para descubrir que el Enemigo está detrás de vosotros y que la única esperanza es atravesar las montañas que ahora se yerguen poderosas y eternas hacia el cielo.

     Unas horas antes de llegar a la ciudad donde seguramente siga Arnulf sois recibidos por exploradores leófringas que rápidamente se distribuyeron para ayudaros con la carga de vuestro equipo y a la vez ir a avisar a la ciudadela de vuestra llegada, algo menos glamourosa de lo que fue la partida.

El cansancio comenzaba a hacer mella en la enana, no a nivel físico, sino espiritual. Cada vez más, sentía que el camino era inutil. Por mucho que luchasen, la oscuridad siempre les atacaría hasta lograr consumirlos, una oscuridad que ninguna perla maravillosa como la que había dado a Yedra, ni la luz del sol ni del fuego podían acallar. Podían resistir, de hecho ella lo estaba resistiendo mejor de lo que había esperado, pero solo era cuestión de tiempo que les consumiese a todos. Todavía no tenía claro que había pasado en aquellas ruinas, no sabía quienes les perseguían y, el hecho de volver al punto de partida no mejoraba las cosas. Volver al punto de partida era volver a aquel lugar maldito que tanto dolor les había causado. De pronto, el tenue sonido de la brisa se quebró con un fuerte graznido, que la enana reconoció al instante, haciendo que sus ojos brillasen de alegría por un momento.

—Yncriff

El gran cuervo, descendía con sus fuertes aleteos, emitiendo algún «rrok-rrok» hasta posarse en el hombro de Therusia, donde comenzó a hacer unos extraños ruidos en el oído de la enana, como si le estuviese contando un secreto o echando la bronca. Lo cierto era que la enana había temido por el recibimiento de los elfos a aquel animal, pero sus plumas parecían incluso más negras y brillantes de lo que ya eran, más sano y hermoso que nunca. Therusia acarició al animal mientras asentía a sus explicaciones y le quitó una carta que llevaba en la pata, en un sobre amarillento y con una escritura plateada y curva. Sin mirarla siquiera, se la entregó a Ithildir

—Debe de ser para ti. Creo que el buen cuervo se ha ganado un buen premio— la enana sacó de sus raciones unas frutas desecadas y se las ofreció a Yncriff. Sabía que le encantaban y, ciertamente, después de las vueltas que había dado para encontrarlos, se lo merecía. Yncriff comenzó a comerlas con ganas, interrumpiendo de cuando en cuando su banquete para susurrar alguna cosa a Therusia, que por primera vez en muchos días parecía feliz.

La contienda duró un par de pestañeos, y aunque no di con ninguna de mis dos flechas, los demás se encargaron de rechazar al enemigo. Avanzamos hasta que una patrulla de leófringas nos encontró y nos escoltó hasta la ciudadela en ruinas. El cansancio y la moral estaban bajos y debíamos de tomar un breve descanso aquí antes de decidir qué hacer a continuación. Estaba claro que el este estaba repleto de enemigos que andaban tras nosotros, y posiblemente el norte y el sur también. Alcé la mirada hacia el noroeste, hacia las montañas y sus altas cúspides. ¿Atravesaríamos esos picos inexpugnable, como proponía el montaraz? Encontrar una senda o camino que atravesara las Montañas Nubladas era una tarea casi imposible, pero no era yo el guía o la experta en tales detalles, así que respiré profundamente y seguí a los demás. Mientras acariciaba a Caín, me percaté de la llegada del cuervo de Therusia.

-"Parece que no todo son malos augurios." Le dije a la enana.

La sorpresa de haber acabado de forma tan eficaz con el primer lobo no mermó el estado de concentración del galadhel, que continuó manteniendo las caderas prietas y la punta del arma amenazando el hocico de la otra bestia. Por fortuna la fulgurante y coordinada bienvenida del grupo hizo que los lobos huyeran tan pronto como habían osado atacarles, y el duelo con el segundo lobo no tuvo lugar. Considerando evadido el estorbo, Ithildir arrugó su frente para observar con curiosidad, primero al animal que había abatido y luego el filo de su espada. Desde luego las lecciones que la enana le estaba dando parecían estar surtiendo efecto. ¿Mas sería únicamente el necio valor fruto de la mayor confianza con la espada, o también el creciente calor de la amistad lo que le estaba pidiendo ponerse entre sus compañeras y los fieros enemigos que iban encontrando?

La fatiga por el arduo y ascendente sendero pareció menguar al reunirse con los primeros leófringas y, sobre todo, con el bendito córvido. 

—Desde luego que sí. Gracias Yncriff —respondió antes de limitarse a hacer una leve reverencia al cuervo, pues no tenía claro si realmente podría tocarlo—. Gracias, Therusia.

Cuando la enana extendió la mano para entregarle la misiva, Ithildir aprovechó para abrazar con la suya hasta la muñeca. La agarró con firmeza, pero también con ternura. Había notado mayor reconcomio en Therri durante el último tramo, así que la miró a los ojos fijamente y sonrió para recordarle que estaban juntos. Todos, trabajando juntos para resolver el asunto.

—Ahem... V-veamos de qué trata el mensaje —dijo luego, tras unos segundos en los que tanto una como el otro se habían podido sentir incómodos.