Partida Rol por web

     La mañana os encuentra caminando, Estel os ha pedido que descanséis pues es posible que sea la última noche en la que podáis hacerlo con cierta comodidad a pesar de haberos sacado de vuestras camas y llevaros por sendas ocultas. El paisaje es seco, nada verde parece vivir ni a uno ni a otro lado del camino que seguís que parece apuntar constantemente hacia el norte haciendo que el sol os caliente y después os abrase durante todo el día. 

     Al poco de dejar Bree, hacéis una parada en un pequeño bosquecillo de donde Estel saca provisiones, bebida, comida y algo de licor, para todos. Al hacerlo deja una marca en una roca que parece haber sido usada para lo mismo durante mucho tiempo por la cantidad de señales que tiene en su superficie. -Antes de una semana llegaremos a las ruinas de lo que fue un hermoso lugar. Estar vigilantes, tenemos enemigos a la espalda y mucho me temo que pocos amigos a nuestro alrededor.

Parecía que ya tenían un camino y ya se habían puesto en marcha hacia aquel lugar, aún sin saber nada de él o de porque se dirigían allí. Cuando llegó el momento de descansar, la enana contempló recelosa el bosquecillo. Si bien ya había atravesado muchos bosques en el poco tiempo que llevaba en la superficie e incluso había aprendido a apreciarlos, la posibilidad de algo escondiéndose entre las ramas siempre venía a su mente. La advertencia de Estel no ayudaba a suavizar esa sensación, aunque no pudo sino pensar que llevaban mucho tiempo en aquellas circunstancias. Enemigos detrás, pocos amigos alrededor.

—Amigos y piedras, mejor pocas y dignas que pesadas y areniscas— respondió la enana, recordando y traduciendo un viejo  antes proverbio enano— En nuestra lengua es más poético

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   Asiento mientras dejo la poesía a enanos, me dedico a afilar la hoja del hacha con una piedra y aegurarme de que el arco está la cuerda bien engrasada, la madera flexible, las flechas en condiciones...

   Tras asegurarme de que mis herramientas alternativas pacíficas están a punto, miro a lo lejos.

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     Cuando Yedra mira hacia el horizonte ve a su derecha una sucesión de colinas no muy elevadas que parecen no tener fin, entre ellas se cuela el viento que parece incesante en la región que tenéis delante, apenas crece vegetación y la que hay es fina y de pequeño tamaño para no ofrecer resistencia al viento que las azota.

     Las colinas que veis, os señala Estel alargando la mano,  son las Colinas del Viento y su nombre... parece bastante obvio. En su día fueron la frontera entre los Reinos de los descendientes de Númenor, muchas estaban fortificadas y la más importante y que todavía se mantiene en pie, aunque en ruinas, es la Cima de los Vientos en la parte más meridional. Me gustaría poder llevaros hasta allí pero tendrá que ser otro día. Fornost nos aguarda.

     La sensación de calor se amortigua con el viento que llega algo más fresco desde las colinas y el licor, sin ser tan sorprendente como el de la noche anterior, también tiene una sensación vigorizante. El contraste entre el calor duro y seco de las primeras millas tras salir de Bree con el actual que sigue siendo complicado en las horas centrales del día pero más llevadero gracias al viento que sopla también anima a caminar con algo más de brío.

     Fornost... Fornost Erain, capital del Reino de Arthedain, último baluarte de los Edain frente a Sauron, último lugar donde descansaron las reliquias de Númenor, el Reino Hundido. Hoy El Muro de los Muertos y aún así allá vamos. Arvedui fue el último rey que la habitó y tuvo que huir cuando no había salvación posible. Los hombres solos no podían hacer frente a las fuerzas oscuras de Sauron. Allí nos dirigimos para intentar dar paz y descanso a uno de los que su poder corrompió más allá de cualquier salvación.

Aquel cambio de temperatura y ambiente había sido desde luego agradable, y aunque preferiría hacer el viaje por otro tipo de terrenos, aquel no le estaba desagradando en absoluto. Lo cierto es que aquel viaje, aunque doloroso, estaba siendo un iportante cambio en su vida y en su carácter, despertando su lado más viajero. Regresar sería complicado, desde luego. Por mucho que solucionasen lo que habían despertado, siempre habría miradas y el peso de la mancha. Con un gruñido, Therusia alejó aquel pensamiento y se enfocó en lo que les esperaba.

—Aún queda parte de la maldad, encerrado en una estatua. ¿La paz que le demos también acabará con ese mal, aparte del que cargamos?— preguntó la enana, preocupada tanto por lo que les esperaba delante como por lo que habían dejado atrás.

     Estel se gira hacia Therusia cuando hace ese comentario y la mira con cara de preocupación. Ojalá tuviera la respuesta que buscas pero mis conocimientos apenas llegan a las historias y tradiciones de los Edain y un poco los efectos de la Sombra y sus servidores sobre aquellos que sucumben a la codicia, la envidia y el ansia de poder o riqueza. Hay una historia sobre los anillos... pero no es este el lugar ni el momento de contarla.

     De todos nosotros siempre queda algo en aquellos lugares en los que hemos estado o en quienes hemos conocido. A veces un leve recuerdo y a veces una presencia o un vacío que te acompañará toda la vida. En tu caso creo que el espectro ha quedado atado aquí, contigo, y lo que suceda con ese recuerdo que habita donde lo encontrasteis el tiempo lo dirá.

Los viajes que estaba teniendo con tales damas llenas de coraje y otros acompañantes también estaban cambiando al galadhel. En otro momento la misma mención de ir hacia un lugar con tal lúgubre desenlace habría provocado reticencias por parte del joven elfo, pero en estos momentos andaba jubiloso. La belleza y armonía de su santo bosque era ciertamente inigualable, pero ahora Ithildir sentía que podía admirar el encanto de cualquier otro lugar, inclusive los mas lamentables parajes desérticos. Tal vez fuera también por el saber de que en ellos habían tenido lugar cientos y miles de historias. Y que ellos mismos, en su andar, tendían un hilo mas en esa madeja para entrelazarse y marcar tierra y corazones.

—Espero que así sea, buen Estel —sonrió honestamente, satisfecho de tener a tan sabio guía con ellos—. ¿Conocéis bien esa zona? ¿Habéis viajado por ella en estos últimos tiempos? ¿A qué peligros podríamos enfrentarnos?

El tiempo cambiaba rápidamente. Un ligero viento que iba en aumento según avanzábamos nos ondeaba las capas de viaje. Me mantuve callada la mayor parte del tiempo. Salir de Bree tan precipitadamente, saber que tarde o temprano esos malditos que nos perseguían darían con nosotros, no haber podido ir a Rivendel para saber más de Beran, historias antiguas de grandes males y reyes caídos... todo eso hacía que llevara una cara inexpresiva, fría.

-"Supongo que más adelante obtendremos algunas respuestas a nuestras preguntas." Dije, dubitativa.

     He estado allí... es una zona ocupada por maleantes a los que mi gente expulsa. Al cabo de un tiempo vuelven otros...y volvemos a empezar. También hay recuerdos, funestos y oscuros. Tristeza por la gloria pasada perdida que ya no volverá aunque las canciones digan otra cosa... no, esos tiempos ya pertenecen a otra era y ahora es la oscuridad la que crece día a día.

     Cuando Amaltea comenta el nombre de Beran, Estel se gira hacia ella y se le queda mirando ¿El hombre herido del Salón de la Montaña? ¿Ese Beran? Seguía vivo cuando le dejé al cuidado de Elrond y no conozco a nadie que haya sucumbido a heridas o enfermedades cuando es el medio elfo quien está a su cuidado. Dijeron... dijeron que salvó a varios de los suyos enfrentándose a un troll y dando tiempo a que escaparan. Si le conoces es alguien de quien estar orgulloso

Ithildir tomó buena nota de las historias del montaraz. Se alegró por la joven enamorada, mas empatizó tanto con la congoja en las palabras del alto hombre que su espíritu semejó palidecer en los primeros momentos. El elfo anduvo desconfiado la primera parte del trayecto hasta la vieja capital. Sentía como si tuviese el ojo de un sediento espía puesto encima suya, poniendo presión en cada pisada. 

Por fortuna este malestar se fue diluyendo conforme pasaban las jornadas. Sin embargo, Ithildir nunca cejó en su tarea de vigilar, día y noche, el derredor del grupo en busca de posibles amenazas.

Durante aquel tramo, la enana parecía más ausente, y es que su mente estaba vagando por otros sitios. No desconfiaba de su guía, pero le perturbaba como parecía conocer las preocupaciones de cada uno de ellos, aunque no hablasen de determinados temas. Estaba claro que era un hombre que sabía leer en sus corazones.

En cualquier caso, avanzaba, que era mucho más de lo que deseaba. Cada vez le costaba más y más avanzar y el peso que sentía era cada vez más dificil de ignorar

No sabía cómo había sabido lo de Beran, porque de mi boca no había salido palabra, pero me reconfortó, y mucho, lo que me dijo. Este montaraz no era como el otro, callado y taciturno, que se guardaba la información relevante para sí. ¿Podría Estel leer la mente? La congoja que sentía fue dando paso a una gran alegría, que fue desbordándose por cada poro de mi cuerpo. ¡Hasta iba sonriendo mientras caminaba fatigada! Incluso Caín parecía más alegre que nunca, como si hubiera entendido las palabras de aquel hombre o intuyera la alegría que emanaba de mi corazón como un manantial de montaña en primavera. Durante el viaje le volví a hacer las trencitas que se le habían ido quitando.

-"¿Podrías contarme más cosas sobre ese hombre, Beran, por favor?" Me decidí a preguntarle más adelante, cuando pude quitarme el nudo de la garganta que me oprimía de la emoción.

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   Tras repasar lo que se sabe, deja de saber, de hacia donde vamos, preparamos  el viaje y ahí que vamos. Al principio el viaje va rápido y fácil, pero luego es probable que me canse algo, pero poca cosa, ¡espero!

   La caza no la veo muy abundante, pero tiro de esfuerzo interior para poder sacar algo jugoso que no sea sopa de ortigas y bayas y algún conejo suelto.

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     Dos días antes de llegar a vuestro destino Estel os señala las ruinas de varias torres que flanquean vuestro paso hacia el este, de alguna hay algún muro completo pero la mayoría son pequeños promontorios de piedras, tan solo una parece tener dos de sus paredes en pie y parte del techo donde varias almenas desafían el paso del tiempo.

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   Andaba yo muy ufana intentando encontrar unas hierbas para unas cataplasmas. O al menos, para dar sabor a un par de conejos o gallos de agua, o perdices o lo que sea que caiga en la flecha, que no estamos para ponernos exquisitos cuando mira tu por donde, me percato de algo.

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Caminando por inercia, sin saber muy bien por donde iba o que hacía, la enana caminaba con la cabeza cada vez más y más embotada. Mientras Yedra buscaba hierbas para hacer esos potingues raros, aunque sin duda agradables, se fue sumiendo mas y mas en sus pensamientos.

Recordó Ithildir lo que el montaraz les había contado anteriormente sobre forajidos. Así pues conforme avanzaban flanqueados por esas ruinas el elfo aguzó sus privilegiados sentidos para, en caso de hallar cualquier posible amenaza, alertar a sus compañeras a la mayor brevedad.

Según avanzábamos hacia el norte, más desazonaba me encontraba. No sé si sería por el contorno, triste y abandonado de gentes, a excepción de los maleantes que comentaba Estel, o por el desánimo general del grupo... o por ambas cosas, quién sabe. El caso es que estaba intranquila y tenía los nervios a flor de piel, mirando cada dos por tres a los alrededores, como si supiera que algo malo iba a suceder en cualquier momento. Caín estaba pegado a mi, andando alerta al verme preocupada.

     Es complicado verlo, la luz del sol ya poniéndose en vuestro lejano llega a hacer daño si se mira al sol directamente pero tanto los ojos del elfo como los de una avezada exploradora pueden distinguir los pequeños matices de las sombras moviéndose algo más rápido de lo que lo hace el sol.

     Unas figuras, tal vez media docena, poco más, os están siguiendo entre las ruinas desde hace un tiempo. Se mueven con agilidad y velocidad y solo gracias a vuestra pericia os habéis percatado de su presencia.