Compartisteis vuestro último momento de respiro en aquel santuario. La cerveza se mantenía fría, al igual que el agua, gracias a la baja temperatura que imperaba en toda la cordillera de Mno. Habíais pasado por mucho en aquel enclave perdido de la historia, pero finalmente, prevalecisteis. Las cuatro pruebas habían sido conquistadas, y os habíais encontrado con una criatura legendaria y ancestral, un dragón blanco llamado Leithven. Pocos habían sido capaces de tratar con un dragón cromático, y muchos menos habían tenido la suerte de vivir para contarlo. Si conseguíais llegar a casa de nuevo, tendríais para contar esta historia durante años.
Accedéis al pasaje oculto tras la primera estatua que iluminasteis, yendo en busca del dragón de nuevo. ¿Cumpliría su palabra? ¿Lo haríais vosotros? ¿Os lo agradecería de alguna forma? ¿Quizá simplemente os abandonaría a vuestra suerte? No teníais forma de saber cómo iba a acabar todo, más allá de su palabra. Allí estaba el dragón, en aquella caverna excavada en las mismísimas entrañas del santuario. Rodeado de hielo y roca, sepultado hasta ser olvidado, había pasado siglos encerrado allí, como bien sabíais.
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Leithven alzó la cabeza al oíros llegar, levantando esquirlas de aguanieve que se asemejaron al rocío de la mañana. Sus ojos se posaron sobre vosotros, escrutándoos, analizándoos. Su voz resonó una vez más por la caverna.
— Habéis vuelto. Habéis sido más rápidos de lo que creía - señaló. A pesar de que habíais tardado bastantes horas en completar las tres restantes pruebas, entre unas cosas y otras, para el dragón parecía haber sido solo un suspiro. — Si tenéis los dones, utilizadlos para liberarme de mis cadenas. Bastará con que os aproximéis y recitéis el nombre de cada don en su respectivo pilar.
Tal y como había explicado Leithven, había cuatro pilares, uno en cada uno de los puntos cardinales. Además, cada pilar mostraba un sello distinto, con runas iguales a las que se mostraban en el rostro de Ignadur, en la sala de los dones. El dragón esperó, removiéndose impaciente en el sitio, mientras sus ojos seguían fijos en vosotros, estudiando cada movimiento y paso que dabais.
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— Entendido Leithven. — Dice de forma muy concisa y con respeto, acompañado de un lento asentir de su cabeza, casi como una leve reverencia. Volvía a estar nervioso ante la imponente presencia del dragón, suponía que aún atado como estaba podría matarlos con suma facilidad. Camina lentamente hacia los pilares, no solo por miedo y evitando hacer movimientos bruscos para no hacer nada sospechoso bajo la mirada inquisitiva de Leithven, sino también para ir recordando todas las palabras de los dones que aparecieron al superar las pruebas.
— Silencio. — Dice cuando llega al primer pilar, proyectando la voz como cuando lanza sus hechizos. — Transformación. — Se le escucha de igual forma cuando llega al segundo. — Templanza. — Al pronunciar está frente a su respectivo pilar, le entran dudas de si están haciendo bien liberándolo, aunque ya solo queda uno, ya es demasiado tarde para dar marcha atrás. — Visión. — Para el último pilar no mira su runa, no necesita comprobarla porque sabe cual queda.
— Hmm. — Bralin ni siquiera tuvo tiempo de pensar. Ya habían pensado en todo aquello al detalle, habían resuelto mil y un enigmas, y otras mil y una desventuras desde su llegada al santuario. Se sentían como semanas, incluso meses. Apenas había sido un suspiro en una semana vacacional entre tabernas, pero no podía todavía procesar todo lo sucedido en el último periodo, como si lo hubiera atravesado en forma de trance.
El Enano miraba fijamente al dragón blanco. Tan temeroso como en la primera ocasión, listo para levantar su escudo por si una de aquellas bocanadas de hielo se escapaba a sus fauces y finalmente incumplía su parte del trato. Las palabras escapaban a los labios de Anthuel. Habían hablado de todo ello un par de veces mientras regresaban al comienzo antes del paso final. El recorrido estaba completo, el fin de la aventura llegaba a su fin. ¿Demasiado fácil? Así le parecía a Bralin, que se mantenía en guardia lidiando con sus dudas en silencio, pero sin interrumpir el ritual en ningún momento.
— Deseo preguntar algo. — Murmuró él, necio e inocente al mismo tiempo. Podía apreciarse ahora que genuinamente tenía interés en la imponente criatura, y saciar su curiosidad. Su parte del trato ya estaba lista. Preguntar no era nada malo, ¿verdad? — No es ni siquiera algo… profundo. Bueno, lo es para alguien como yo. Los Enanos excavamos en la roca, y así nos sentimos libres. Con un mundo completo por analizar con nuestros picos. ¿En qué usa su próxima libertad una criatura tan poderosa? ¿Conocer el mundo volando con ahínco? ¿Descansar noblemente aguardando al momento preciso? ¿Finalizar un trabajo iniciado hace años y años, antes de tener que parar? — Se apoyó en el tío Drenek. Descansó su cuello. Humildemente se fijó en el suelo, que era normalmente su conocimiento más profundo.
— No es de mi incumbencia probablemente. Ni siquiera algo que evite que duerma por las noches. Sin embargo, al igual que otros seres que conocí en este lugar, eres el único con quien se puede hablar. No como un igual, tal vez, pues te parecemos insignificantes. Pero un detalle no elimina el otro. Entendernos es una parte de nuestro trato, puedes tomar esta pregunta como algo adicional, o simplemente ignorarme. — Y lo miró con ojos pacientes. Anthuel acababa de terminar, ¡tal vez se sorprendería por su iniciativa! Para bien, o para mal, ya había enunciado su cuestión y se preparó para un veredicto. Su capacidad de acercamiento con la tierra siempre había sido exquisito. ¿Pero y si se trataba de una criatura alada? La curiosidad estaba ahí.
Esto me salió del alma, pero así aporto. Ahora nos morimos, eso sería incluso gracioso.
Leithven giró la cabeza desde Anthuel, que estaba deshaciendo los sellos uno a uno, hasta ti, Bralin. El dragón se quedó mirándote en silencio mientras formulabas tu pregunta. Había algo detrás de esa mirada, algo que no llegaste a captar exactamente.
— Tienes valor para creer que puedes preguntar libremente, enano. Nuestro trato no incluye enterrar tu prominente nariz en mis asuntos. Aun así, viendo que mi libertad está cerca, seré... clemente. Mas mis asuntos son solamente de mi incumbencia, enano. Y así seguirán siendo.
Las cadenas cayeron finalmente, dejando al dragón libre. La criatura desplegó sus alas, libre al fin, mientras se levantó profiriendo un rugido ensordecedor; un rugido de poder, de ansia... de libertad. La cueva retumbó con el poder desatado del dragón, estalactitas de hielo cayendo del techo y precipitándose hasta el suelo. Un estruendo mayor se sucedió al de la propia caverna, proveniente del santuario. El sonido de rocas cayendo y suelo resquebrajándose inundó toda la caverna. ¡El santuario se estaba viniendo abajo! Sin el poder del dragón para mantenerlo, aquel edificio pasaría a ser tan solo unas ruinas polvorientas.
— Vamos, arriba. No lo volveré a repetir - ordenó Leithven, inclinando su lomo para que pudierais subir. Las escamas del dragón estaban frías al tacto, y eran tan duras como la mismísima adamantita. Subís al lomo de la criatura, viendo que, de no hacerlo, vuestros cuerpos podrían quedar enterrados para siempre bajo los escombros del santuario. El dragón entonces despliega sus alas con un nuevo rugido triunfante, y se precipita contra las paredes de roca de la caverna. El cuerpo del dragón penetró en la roca, abriéndose paso con pura fuerza atravesando el Rocabosque. Sus alas os protegían de los cascotes mientras excavaba, aunque no sabíais si como resultado de una buena voluntad por su parte, o simplemente por casualidad. Finalmente, Leithven surgió de la piedra, alzando el vuelo hasta las nubes con un nuevo grito triunfal.
El viento soplaba con fuerza, mientras por primera vez veíais el mundo de otra manera, otro punto de vista. A cientos de metros de la cordillera en vertical, podíais ver perfectamente cómo discurría entre valles y picos de roca. Las alas del dragón batían con la fuerza de molinos, elevándoos hasta cotas insospechadas. Era una sensación espectacular. Especialmente cuando el dragón descendía en picado, haciendo que el suelo se acercara rápidamente. Demasiado rápido...
El dragón se detuvo en seco, con una batida agresiva de sus alas que levantó un vendaval a escasos metros de vuestra posición sobre el suelo. Posándose en el suelo con sus patas, se agachó ligeramente para acercaros al suelo, mientras su voz, grave y teñida de júbilo, os daba las siguientes instrucciones.
— Ahí está lo que buscáis, la cura. Bueno, quizá no sirva para tratar esa enfermedad, pues no conozco los males que aquejan a las criaturas inferiores, y yo mismo no conozco lo que es esa condición. No obstante, esa flor posee propiedades mágicas que podrían seros útiles. Venga, daos prisa.
Si alguien quiere probar a identificar la flor, necesito que me pase una tirada de Inteligencia (Naturaleza) con CD 15. Si tenéis competencia con "Equipo de herbalismo", podéis añadir un +2 a la tirada.
Mira a su compañero cuando lo escucha decir todo aquello al dragón, mientras regresa a su lado después de recitar las palabras. Aunque no había ningún ápice de reproche en sus ojos, entendía bien que la ansiedad o el estrés se manifiesta en las personas de diferentes formas, quizás en este caso hablando demás, o tal vez solo era por pura curiosidad y no se presentaría otra oportunidad al estar hablando con un dragón. Sea como fuese a Antuhel le da un vuelco al corazón cuando empieza a escuchar las palabras de Leithven, aunque no tarda en respirar aliviado cuando dice que será clemente.
Se tapa los oídos con las manos con el potente rugido de la bestia y se encorva agachándose cerca de Bralin, cuando comienzan a caer cosas del techo. No duda ni un segundo en subirse a su lomo, como le indica, no quería permanecer más tiempo en ese lugar viendo como se está desmoronando, ¿aunque también quién diría que no a la oportunidad única de montarse sobre un ser mítico como ese? Aunque no deja de tener sus peligros, el humano queda más que fascinado y maravillado con la sensación de volar.
Con las instrucciones del Leithven el mago mira a lo que se refiere, nada más ver la flor reconoce su importancia. — Creo que podría ayudarnos, Bralin. — Exclama emocionado, él tampoco sabía de la enfermedad, pero podía ver a simple vista las propiedades mágicas que tenía. De un salto se baja con rapidez del dragón y se agacha ante la flor, inspeccionándola bien de cerca para identificarla apropiadamente antes de recolectarla.
Tirada de Inteligencia (Naturaleza) + lo de la competencia con equipo de herborista. — 20
La flor se llama "Cristal de escarcha". Es una flor muy extraña, que debe su nombre a las afiladas hojas transparentes que tiene como pétalos. Su tallo es como si estuviera hecho de hielo, también, dándole un aspecto casi como de cristal a todo el conjunto, o de escarcha, como indica el nombre.
Solo crece en las montañas de la cordillera de Mno, y de hecho se la creía extinta, pues nadie más había conseguido recolectar una de esas desde hace siglos, aunque aún permanecían registros botánicos sobre esta especie. Quizá por estar en un lugar tan remoto nadie ha conseguido llegar a estas, pero esto indica que quizá hay más flores como esta en los picos más altos, donde aún nadie ha conseguido llegar sano y salvo y volver para contarlo.
Sus propiedades mágicas son muy útiles para tratar cualquier enfermedad, sea la que sea. La flor helada absorbe la magia del suelo y la utiliza para formar sus peculiares hojas y pétalos, y esa energía puede ser luego canalizada en una poción muy poderosa por un maestro herborista. Se dice que incluso puede llegar a combatir algunas maldiciones, aunque de ello no hay registros, y no son más que meras especulaciones.
— Cristal de escarcha. — Dice Anthuel rompiendo el silencio después de inspeccionarla. — La flor se llama así y es extremadamente rara, hace siglos que no se ve una. Yo solo he visto dibujos de ella en registros botánicos, pero todos ellos decían que sus propiedades mágicas podían tratar cualquier enfermedad. — Omite que también se dice que puede combatir algunas maldiciones, ya que no es una certeza comprobada aún. La cosecha, esmerándose en no dañarla, y se levanta, mirando al dragón le hace una reverencia, con respeto. —Muchas gracias, señor Leithven. —Guarda la flor como oro en paño, con sumo cuidado. — Cuando regresemos necesitamos encontrar a un experto herborista para que elabore una poción con ella. — Le comenta a su compañero mientras regresa para montarse en el dragón de nuevo.
Mala idea. Definitivamente lo era desde un principio, pero… su sospecha no estaba demasiado lejos de la realidad. Con un vuelo embravecido y una majestuosidad digna de reyes de la antigüedad, el dragón disfrutaba de su nueva y sublime libertad, preparándose para elevar un vuelo precoz que ni siquiera Bralin se atrevía a cuestionar. ¡Lo que lo hiciera feliz estaba bien, no se arriesgaría de nuevo a una pregunta curiosa!
Aún sin aliento y con un ligero entumecimiento en sus piernas, se acercó con cautela a la criatura y… ¿aceptó la invitación? Eran demasiadas ideas surcando su mente. Una mezcla de alegría, exaltación, miedo e inseguridad. ¡Todas ellas a partes iguales! Ayudándose del mago de manera algo cómica y logrando atrapar al tío Drenek en el último impulso que se había escurrido entre sus dedos. Bralin logró ascender sobre el ala buscando la espalda del fiero dragón. Cada escama brillante era como una piedra preciosa que probablemente valía una fortuna. No por rareza (pues había muchas) ni por su uso (que probablemente nadie podría tallar algo parecido), pero su brillo resultaba cegador y era algo que pocos habían cautivado con sus ojos, desde luego. Aspiró aire. El verdadero tesoro era verlas tan de cerca sin morir.
— Solo era una cuestión de curiosidad. ¡Tus asuntos son! — Respondió finalmente, aunque su voz fue mermada considerablemente por el aleteo escamoso, así que prefirió callar. ¡Ni siquiera había respondido a tiempo por la impresión! Y no por nada mantenía los ojos muy abiertos. ¿Un Enano… volando? ¡Ni en sus sueños lo habrían logrado sin maquinaria pesada que durase apenas unos minutos volando realmente! ¡No estaba listo! Pero al mismo tiempo… su siguiente respiración acalló cualquier pensamiento negativo.
— ¿Flores congeladas milagrosas? Sostenla bien, Anthuel. Volvemos a casa. — Quiso silbar, o incluso liberar un grito de júbilo digno de héroes que respondían a sus leyendas a través de los cantares de juglares y bardos. ¿Pero cuál era la realidad verdaderamente? Que Bralin estuvo a punto de caerse en pleno vuelo, por supuesto nada acostumbrado a las clases de despegue que además recurrían a un giro brusco con recompensa. No sabía si la humedad de sus ojos se debía al alivio… o a la libertad. ¡Si aquel dragón tan solo fuera más hablador le hablaría de detalles de su vida! Pero mejor… se los guardaba para la taberna. El santuario… ¿qué sería del santuario ahora que se iban y que su amenaza más grande lo abandonaba?
Solo quedaban las anécdotas, desde luego. Como aquella vez que Bralin se convirtió en madre de larvas luminosas. ¡Menudo poderío!
Disculpadme la demora, encima tan cerquita del final. Ha sido una semana curiosa y se me pasó completamente ayer.
Leithven resopló una vez más al dejaros subir a su lomo, como si no estuviera contento de tener que actuar como vehículo para vosotros. Podría haberos atacado nada más ser libre, o quizá haberos dejado tirados en cuanto hubierais estado sanos y salvos fuera del santuario en ruinas, pero en su lugar mantuvo su palabra. Hasta los dragones malvados le otorgaban la importancia que tenía a la palabra, y solían cumplir sus tratos y promesas. En este caso, con el dragón blanco, parece que así era. Con un batir de alas que levantó un vendaval de nieve y escarcha, Leithven se puso en marcha de nuevo, con vosotros en su lomo y, esta vez, con una flor mágica que bien podría servir para vuestro propósito.
Al cabo de una media hora nada más, visteis Daer Bliemo en la lejanía. Os sorprendía lo rápido que se viajaba volando a lomos de un dragón, y es que aquel viaje que os llevó días a pie, cruzando por todo tipo de lugares inhóspitos y recorriendo los quebraderos del terreno montañoso, había sido apenas un paseo con Leithven. Este comenzó a descender rápidamente, haciendo que los edificios recortados en la distancia ganaran envergadura a medida que os acercábais a la población.
Leithven descendió hasta una plaza abierta, provocando el más absoluto terror entre los viandantes, que al ver al dragón cerniéndose sobre ellos comenzaron a correr despavoridos, gritando por la guardia más cercana. Algunos se acercaron con armas desenvainadas, temblando de terror, mientras que los más cautos permanecieron bien lejos, observando con los ojos como platos cómo finalmente el enorme dragón blanco terminaba de posar sus patas en el suelo de piedra, dejándoos descender. Las voces de la multitud se acallaron al ver que, sobre el dragón, estabais vosotros.
— Hasta aquí ha llegado nuestro encuentro, humano y enano. No esperéis palabras de gratitud por mi parte, pues cumplí mi palabra. Espero no volver a veros nunca más - terminó diciendo, más con indiferencia que hostilidad. Para él parecía que ese debía ser el curso natural de las cosas. Así que, tan pronto como estuvisteis en tierra firme y algo alejados de él, Leithven alzó el vuelo una vez más para perderse en el horizonte. Probablemente nunca más lo vierais, ciertamente.
Había una calma tensa entre todos los viandantes, mientras la guardia de la ciudad dudaba entre si atacaros, arrestaros, o guardar sus armas, aliviados de que el dragón no hubiera resultado en una catástrofe para el pueblo. Todas las miradas estaban puestas en vosotros.
Sin problema, ya nos queda un post más vuestro para terminar la historia por todo lo alto, dos como mucho si es que queda bien y de ser necesario. ¡Vamos, vamos!
Asiente con la cabeza a su compañero ante las palabras de Brali, con la flor ya bien guardada de forma segura, la misma seguridad que le da a tener a buen recaudo su libro de hechizo. Se vuelve a sujetar muy fuerte a la escamosa piel de Leithven, después de todo, al más mínimo descuido podría caer al vacío, aunque se podía acostumbrar a la agradable sensación de libertad que le daba estar volando así de rápido. Nada más descender, cuando siente que el dragón tiene sus patas en el suelo, hace lo propio y desciende del lomo con rapidez.
— Gracias por cumplir su palabra, señor Leithven. — Le vuelve a agradecer al dragón antes de que alce el vuelo para irse de la ciudad. Obviamente, Anthuel con esta experiencia ha cambiado la forma de ver a estos seres míticos, antes sabiendo de ellos solamente lo que había leído en libros. Por ello, comprende bien la reacción de toda la gente de la ciudad, lo que entiende menos es la actitud hostil que parecen tener los guardias hacia ellos.
— Ya está, el dragón se ha ido de la ciudad. — Le dice a los guardias mientras levanta las manos como a la altura de su rostro, con las palmas en dirección a ellos, como gesto de que no quieres pelear y de que si hace falta se rendiría ante la autoridad que representan. — No era nuestra intención perturbar la paz de la gente, no controlamos al dragón, fue decisión suya el dejarnos en la plaza. — Termina de explicar con sinceridad, con intención de terminar con esto cuanto antes, para poder ir en búsqueda de algún buen herborista.
— ¿Para qué das explicaciones, Anthuel? ¿No te ha enseñado nada el viaje? — Dejó caer el Enano, aunque bien le tomó unos instantes intervenir en la alocada situación. Tanto su barba como el cabello de su cabeza estaban tan alborotados que bien parecía ser una de aquellas ovejas extravagantes del sur. ¡Pero poco le importaba su aspecto! Imponente cual superviviente, valeroso guerrero que había logrado su cometido y volvía a casa. No contento con el esquinazo del dragón, pero vivo y respirando.
— Bien está lo que bien acaba. A la siguiente invito yo. ¿Qué miras tú? — Le dedicó una mirada de pocos amigos a un par de niños curiosos que se acercaban y ahora solo huían ante el rostro temible que les devolvió. ¡Para luego reír con ganas y buen humor porque su ataque burlón había funcionado a las mil maravillas! — Necesito mandar una carta o dos antes, pero enseguida celebraremos. Te encargo lo de esas flores. Vamos, tío Drenek. Tenemos cosas que hacer. — Habló solo una vez más, ajustando el arma tras su espalda en el gran hueco del escudo, y con una sonrisa se fue buscando su propio objetivo.
¿Que a dónde iba? No a la taberna en aquella ocasión. Los dos aventureros merecían un regreso como bien se valían, así que una travesura por su parte estaba en el orden de cosas. Aceleró el paso hasta alcanzar el cuerno grande que coronaba la colina de Daer Bliemo, y antes de que llegaran a detenerlo los guardias, sopló en él con todas sus fuerzas. Sin sortilegios como en aquella prueba maldita, mas con intenciones de celebración y orgullo, luego descansó sus pulmones. Miró al cielo una última vez. ¿Había escuchado aquello Leithven o se había alejado ya lo suficiente? ¡Seguro que sí! Si un dragón podía ser orgulloso, alguien de su raza también.
— Vamos, era una pequeña broma de bienvenida. Os invito también. — Se excusó con los guardias entre risas. Incluso se dejó llevar por ellos. ¡Preocupaciones para después! Estaba conforme con todo, si querían algunas pocas piedras preciosas estaba bien con ello. Porque Anthuel y él seguían vivos. Y porque pronto habría una gran fiesta y los soldados también estaban invitados, ¿no?
Ahora que los dados no tienen poder sobre mí...
Aquel silencio persistió, con algunas miradas ya más curiosas que atemorizadas. Fue entonces cuando tú, Bralin, soplaste el cuerno, que la gente finalmente pareció reaccionar. Un murmullo suave al inicio fue creciendo en intensidad hasta gritos y alabanzas por vuestra valentía y por lo épico de vuestro descenso. Los niños reían, inocentes al no saber aún que habían visto algo que, probablemente, no volviera a repetirse en sus vidas, mientras los más adultos recordaban cuentos e historias de su infancia, con dragones de leyenda y jinetes de dragón cabalgando sus lomos escamosos hacia el horizonte, en busca de guerras y aventuras sin igual. Algunos de ellos incluso os reconocieron, momento en el que comenzaron a corear vuestros nombres. El regente de la taberna fue el primero, y su mirada indicaba que más de una y dos cervezas irían por la cuenta de la casa, si es que os pasabais por allí para contar vuestra increíble aventura en el santuario.
El sonido del cuerno fue respondido por un rugido lejano, un rugido vanidoso y colérico... pero era una respuesta, al fin y al cabo. Las gentes corearon aún más alto al oír aquello, y pronto la muchedumbre empezó a rodearos, riendo y listos para liberar una avalancha de preguntas sobre vosotros. El frío se había desterrado por completo, y ahora solo quedaba la calidez de la gente que os alababa. Solo unos pocos sabios mnesios permanecían en una cauta distancia, con rostro de piedra. ¿Hacía cuántos años no se veía a un dragón por allí? Nadie tenía constancia, y por lo menos hacía siglos que ningún dragón era divisado. ¿Qué significaba aquello? ¿Era una simple casualidad? ¿Era un augurio? No podían saberlo, y la incertidumbre para ellos era superior a cualquier alegría por ver regresar a dos ciudadanos.
Fuera como fuese, aún había muchas incógnitas sin resolver. ¿Por qué había construido Ignadur aquel santuario, para luego dejarlo abandonado y solo al cuidado de un guardián? ¿Qué habría pasado con ese guardián, Indareth, ahora que el santuario había sido derruido? ¿A dónde iría a parar Leithven? Bueno, quizá esa pregunta fuera la más fácil de responder de todas: a donde fuera que le placiera. A fin de cuentas... era un dragón anciano, ¿no? Se podía decir que cualquier sitio que eligiera sería su nuevo hogar.
Pero nada de eso importaba ahora. Lo realmente importante es que vosotros dos, Anthuel Orthandre, el humano; y Bralin Gulthendemmer, el enano, habíais vuelto a casa. Y lo habíais hecho por todo lo alto, conquistando lo que nadie había conquistado hasta ahora, y cumpliendo vuestras misiones con satisfacción y alegría. Aquella cerveza era bien merecida, y las canciones sobre dos valerosos hombres cabalgando sobre un dragón de níveas escamas serían cantadas en Daer Bliemo por días, puede que incluso años. Esta era vuestra historia, la que contaremos hasta ahora, pero definitivamente no sería un final para nuestros dos grandes amigos... Tan solo un "continuará".