18 de mayo de 1934, 07:56h - Palacio de Justicia, Nueva York
El Palacio de Justicia de Nueva York, en el número 60 de Centre Street, justo delante de la plaza de Foley Square, no pasa desapercibido. Tras sus ostentosas columnas de estilo griego -con un mensaje esculpido que reza que la verdadera administración de justicia es el pilar más firme de un buen gobierno- se celebran múltiples juicios todos los días.
Ahmad Jamal, como experto de en comportamiento humano, es llamado de forma recurrente a declarar en juicios para testificar acerca del perfil psicológico de los acusados. Y, como tantas otras veces, después de declarar sobre la Biblia, Jamal se encuentra en este momento terminando de responder, con total tranquilidad, a las preguntas que le lanza el fiscal del distrito acerca del trastorno obsesivo compulsivo del acusado del primer caso de la mañana.
Un hombre rubio, con barba perfilada y una expresión facial arrogante y, como calificarían los alienistas, peligrosa, da pequeños pasos en círculo con las manos en los bolsillos. Coge aire y, con ese tono de seguridad e incluso mofa del que el fiscal Denver siempre impregna sus preguntas, se dirige al Jamal.
- Buenos días, doctor Jamal. ¿Qué nos puede contar del asesino? ¿Qué nos puede contar de Coleman? Si no me equivoco, fue usted quien más trato con él tuvo cuando estuvo detenido en comisaría, ¿no es así?
La persona juzgada es Dustin Coleman, un hombre de bien, con una esposa (Darlene) y dos hijos (Thomas y Samantha). Por lo menos, era un hombre de bien hasta que volvió de un viaje al Perú, hace un par de meses. Desde entonces, Dustin habla de kharisiri -demonios chupa-grasa del folklore popular peruano-.
No te ha llegado a contar nada en claro durante su detención, sólo murmuraba en sueños algo acerca de una pirámide en la Cordillera de los Andes. Hace una semana mató a su esposa e hijos y está siendo juzgado por ello.
Cualquier hombre, sea culpable o inocente, se siente sobrecogido al cruzar la impresionante entrada del Palacio de Justicia en Nueva York. No obstante, algunos pocos pueden decir sin miedo a errar que cruzar esas puertas es algo parecido a una costumbre para ellos.
Uno de esos hombres es el doctor Ahmad Jamal.
El alienista, un hombre esbelto de piel negra y vestido impecablemente con traje y sombrero, se presentó a primera hora de la mañana en el Juzgado al que había sido citado para ser interrogado por un viejo conocido: el fiscal Patrick Denver. Denver entraba en esa categoría de profesionales para los que ganar lo era todo. Jamal nunca le había juzgado por ello. Su papel en la sala era relativamente sencillo: contestar con precisión a una serie de cuestiones relacionadas con uno de sus últimos pacientes, Dustin Coleman. Hacía una semana había asesinado a su familia.
A diferencia de Denver, para el que el caso se centraba en ajusticiar al asesino, Jamal quería saber lo que había impulsado a Dustin -un buen hombre sin antecedentes penales y con una vida cómoda- a cometer el triple asesinato de su esposa y sus dos hijos, hecho que muy probablemente le comprase un billete de ida a la horca.
Tras prestar juramento, Denver comenzó con las preguntas de calentamiento.
- Buenos días, doctor Jamal. ¿Qué nos puede contar del asesino? ¿Qué nos puede contar de Coleman? Si no me equivoco, fue usted quien más trato con él tuvo cuando estuvo detenido en comisaría, ¿no es así?
Patrick Denver
-Buenos días-. Jamal se recostó en el asiento y entrelazó sus largos dedos antes de responder a Denver. Detuvo su mirada en el fiscal mientras andaba por la sala. -Así es. Como especialista en comportamiento humano, suelo recibir peticiones de la Policía de Nueva York para evaluar la conducta y actitudes de algunos sospechosos. El señor Coleman es uno de mis últimos pacientes. Mis entrevistas con él no han arrojado, hasta ahora, ningún dato concluyente en lo que se refiere a su análisis psicológico, más allá de una extraña obsesión con una leyenda local peruana, el kharisiri. Según el folclore peruano, el kharisiri, también denominado pishtaco, se trata de una especie de demonio que se alimenta de carne humana. Por así decirlo, una especie de Hombre del Saco con tendencias caníbales. Me resultó curioso que mi paciente refiriese esta leyenda en concreto ya que, según me relató en una de las entrevistas, hace escasos dos meses estuvo de viaje en Perú. El señor Coleman refería tener vívidas ensoñaciones con una pirámide en la Cordillera de los Andes. Más allá de eso, lamento decir que no dispongo de información concluyente-.
Jamal habló con voz calmada. Hizo un silencio, aguardando la siguiente andanada.
¡Vaya madrugón para el juicio! xDDDDD
El Dr. J. ha lucido su habilidad Buscar Kharisiri en Google ;)
Denver entorna los ojos ante la declaración de Jamal. El fiscal es un ególatra y no le gusta ser contradicho. Tampoco le gusta que encaminen sus preguntas por donde él no quiere, pues es su momento de gloria, su momento de brillar. Ha estado estudiando derecho durante muchos años, ha sido el mejor de su promoción, tiene un historial impecable, y está cerca de ser el nuevo juez del distrito en cuanto el gordo de Dixon se jubile.
- Permítame que le corte, doctor Jamal -interrumpe con falsa modestia-. ¿Está diciendo que el viaje al Perú es lo que ha hecho que este hombre -señala al acusado y dramatiza el tono, buscando una reacción del público asistente-, que este hombre -sube el tono-, haya matado a su esposa y a sus dos hijos a sangre fría? -hace una pausa, sin disimular una risa burlona bajo su fino mostacho-. ¿Tiene usted hijos, doctor Jamal?
El juez Dixon golpea con el martillo, interrumpiendo al fiscal.
- Pregunta irrelevante, señor fiscal. Limítese al caso o no habrá más preguntas -sentencia molesto-.
Si a Denver le ha molestado la interrupción del juez -que lo ha hecho-, su cara no lo demuestra.
- ¿Tiene alguna prueba de que el acusado, el señor Coleman, estuviera bien antes del viaje? ¿Algo que pueda asegurar que eso es lo que le cambió?
La señorita Perkins, una de las recepcionistas del Palacio de Justicia a la que conoces bien, entreabre la puerta de la sala número 3 de lo penal y asoma la cabeza, escudriñando a los asistentes con cierta urgencia.
Cuando ve al doctor Jamal, se detiene y hace un gesto para sí como de haber encontrado a su objetivo, satisfecha. Entra en la sala y se sienta en el último banquillo, junto a la puerta, aparentemente calmada pero moviendo la pierna derecha imperceptiblemente.
Puedes ir concluyendo con tu testimonio. Realmente no eres un avisado sino un profesional invitado, pero Denver es así de impresentable.
Destruir en la sala a Dustin Coleman era el objetivo principal de Denver. No le bastaba con amedrentar al jurado y a toda la sala con el relato del crimen, también tenía que presentarle como un demonio, un villano abominable. Esto sólo era reseñable por la imagen pública que quería erigir de sí mismo el fiscal, un reputado jurista con una desmedida ambición por ascender a toda costa. Y por la medalla que quería lucir Patrick Denver en los periódicos.
La realidad era que nada podía salvar a Dustin Coleman de la horca y el testimonio de Jamal poco o nada influiría en el veredicto. Coleman se iría a la tumba con su secreto: ¿Por qué un hombre normal, sin patología de ningún tipo y sin motivo aparente, asesina a sangre fría y de un modo brutal a su esposa y a sus hijos?
Esa era la gran pregunta que intrigaba al Doctor J.
El alienista no se dejó amedrentar por la ofensiva del fiscal. Patrick Denver había pasado pronto al ataque, con un conato de hacerlo íntimo y personal para el alienista, pero el Juez Dixon le cortó el paso, entrecruzando ambos una mirada de desprecio mutuo que no pasó inadvertida.
-Tal y como he dicho, no dispongo de información concluyente, sólo conjeturas. Tuve acceso al historial clínico del señor Coleman y no constan enfermedades graves a lo largo de su vida, siendo la conclusión lógica que gozaba de una buena salud. Tampoco hay referencia de brotes psicóticos o anomalías en la conducta. Los informes de toxicología tampoco indican que el señor Coleman actuase bajo el efecto de ninguna sustancia alucinógena o enajenante. En las entrevistas que he mantenido con él, aun debiendo destacar lo esquivo que ha resultado en general, no he percibido signos claros de que sea un adicto a algún tipo de droga. Y por los testimonios que amablemente me refirió la Policía de Nueva York sobre mi paciente tras mis primeras entrevistas, se le describía por sus vecinos y compañeros de trabajo, de forma unánime debo añadir, como un buen hombre, un buen marido y un buen padre. Así que el motivo último que le condujo a cometer el crimen todavía me resulta desconocido...-.
Jamal hizo una pausa y pareció pensar con cautela algo. El alienista miró de soslayo un breve instante al Juez Dixon antes de concluir.
-La mente humana encierra una complejidad abrumadora y, a veces, intimidante. Sus misterios y peligros a veces resultan insondables. Pero si algo puedo decirles es que no creo en las casualidades. Mi intuición me conduce a conjeturar que la mente del señor Coleman se vio drásticamente alterada, de alguna forma, tras su viaje a Perú. El cómo, no obstante, lo ignoro. Pero las criaturas y lugares que describe en sus sueños le obsesionan hasta el punto de haberle privado de una elemental estabilidad mental. Y francamente, si la lucidez acude a su encuentro en algún momento en estos días, dudo mucho que exista para él mayor horror que comprender la terrible verdad que supone haber acabado con la vida de su familia-.
Quedó en silencio, pensativo, a la espera de que Denver añadiese algo más a su interrogatorio.
Jamal no esperaba que el fiscal compartiera su inquietud por esclarecer la realidad que yacía soterrada tras los abyectos crímenes. Y es que muchos se conformaban con ahorcar al monstruo. Así dormían tranquilos. Pero algunos pocos querían saber qué convertía a un hombre en tal cosa. Qué lo hacía abrazar el Mal y asesinar a su propia familia. Porque, al fin y al cabo, Dustin Coleman también era un ser humano. Como Patrick Denver. O como el mismo Jamal.
¿Qué le había hecho cometer aquella atrocidad?
Denver es el paradigma de jurista ambicioso y correoso en sala. Lo has clavado.
Aaaaah... La entrañable señorita Perkins ;D
A Patrick Denver no le gusta nada la forma en la que el doctor Jamal ha vuelto el discurso a su favor. La verdad es que un juicio a tan temprana hora no le sienta bien a nadie, y menos a un ave nocturna como él.
- No hay más preguntas, señoría -anuncia Denver sin ni siquiera mirar a Jamal a los ojos, claramente derrotado y desbrochándose el botón de la chaqueta del traje para sentarse de nuevo en su gran mesa de roble a la izquierda del juez.
Muy buen discurso lovecraftiano.
- Puede retirarse, señor Jamal, gracias por su testimonio -anuncia el juez, despidiendo a Ahmad.
Jamal se levanta con el porte elegante que le caracteriza y baja del estrado, dirigiéndose hacia la zona del banquillo de asistentes, donde la señorita Perkins se ha sentado momentos atrás.
Maggie Perkins es una mujer sencilla que no alcanza la treintena. Lleva años trabajando en el Palacio de Justicia y, aunque es una simple recepcionista, sueña con convertirse en abogada. En sus ratos libres, lee a escondidas algunos libros que encuentra en los despachos de los juristas del Palacio. Maggie sabe que es una tontería, pues una chica como ella jamás podría trabajar en un trabajo para hombres. Pero aún así, ella no cesa.
Cuando el doctor Jamal se acerca, ella se pone en pie como un resorte.
- Doc... Doctor Jamal -tartamudea-, ha llamado el agente Bennet, de la Oficina de Investigación, dijo que debía hablar con usted de inmediato para un asunto de máxima urgencia -explica con un gesto de desconcierto-. Creo que lo mejor será que contacte con él de inmediato.
Por otras veces que has trabajado con el agente Bennet, sabes que no te va a decir nada por teléfono. Crees que lo mejor será acudir a la sede del BOI -que así es como se llamaba el FBI allá por 1934-.
En breve abriré la escena de la sede del BOI.
Jamal no sintió especial satisfacción al bajar del estrado y ver el rostro contrariado y derrotado del fiscal Denver. Ambos hombres perseguían objetivos diferentes en el caso y, al parecer, en la vida.
El doctor agradeció la amabilidad al Juez Dixon antes de disponerse a abandonar la sala con un cordial gesto de cabeza. Fue entonces cuando le abordó una mujer por la que sentía singular admiración.
-Buenos días, señorita Perkins. Me alegro de verla. ¿Cómo se encuentra?-. Por primera vez en la mañana, Jamal sonrió. No era muy dado a hacerlo, salvo cuando estaba en Harlem, cuando estaba en su hogar. Y en este caso, lo hizo con sincero afecto. El doctor quiso preguntarle por sus hábitos de lectura y esa vocación que los alimentaba, pero el rostro de Maggie Perkins no era portador de buenas noticias. Parecía nerviosa, inquieta.
-¿Will Bennet?-, inquirió Jamal, sorprendido. Conocía al hombre y a la agencia para la que trabajaba. Miró su reloj. Se acercaban las ocho y media. Intuía que perdería la mañana completa. Y rara vez le fallaba su intuición. Will nunca llamaba por sandeces. Además, debía saber que estaría en el Juzgado hoy por el caso de Dustin Coleman. ¿Qué era tan urgente para citarle llamándole durante una comparecencia?
-Muchas gracias por dejarme el recado, querida. Iré a verle esta misma mañana. Ah, y Maggie... No abandone su sueño. Usted tiene lo más importante, lo que debe tener todo abogado...-. El doctor se colocó su sombrero de ala ancha y dio una suave palmada a Maggie Perkins en el hombro para reconfortarla. Hizo ademán de girarse sobre sus pasos hacia la salida del Palacio de Justicia, pero aún se detuvo, posando sus oscuros ojos rasgados en la joven recepcionista. -Usted es una buena persona-.
Intrigado por la naturaleza de la llamada, el doctor J. tomó el primer taxi que encontró disponible.
-Buenos días. A la Oficina de Investigación, por favor. Tendrá propina si llegamos antes de las nueve-.
Gracias, Guardián. Quedo en espera para ver cómo sigue el asunto ;)