-"¡Alerta!" Gritas. "¡A mí la guardia!"
Al instante, un grupo de hombres armados con lanzas y antorchas irrumpen en la sala del trono. Las luces anaranjadas proyectadas por el fuego acaban por diluir al gigante en jirones de sombras. Los guardias registran la sala con gesto extraño. Tras comprobar que no hay ningún peligro, el jefe de la guardia se dirige a ti.
-"¿Estáis bien, alteza?" Ves que lo dice con un tono escéptico. Respetuoso, pero escéptico.
-"Sí. Gracias, Ekôram, me pareció ver a alguien." Te excusas, pero alcanzas a ver cómo el resto de la guardia te mira de reojo.
Sabes lo que piensan. A pesar de tu discreción, desde la aparición del hacha todo el mundo ha empezado a comentar los desvaríos del hijo del vasîm. Los rumores se han ido extendiendo y al final se han propagado sin que nadie pueda hacer nada. Y así, poco a poco, te has ido ganando la fama de 'hijo loco del vasîm'.
-"Si no necesitáis nada más..." Añade Ekôram.
-"No, podéis retiraros." Los dispensas. "Y por favor, no le contéis nada de esto a mi padre."
Ekôram asiente con gesto fiel y se retira en último lugar, cerrando la sala del trono tras de sí. Te quedas a solas de nuevo en la estancia, pero ya no sientes miedo. Ya no notas ninguna presencia allí. Sin embargo, hay algo que llama tu atención: dos enormes charcos de barro, dos enormes y ovalados charcos de barro de la selva que incluso desde donde estás puedes oler su fresco olor a tierra húmeda. Han aparecido allí, en medio de la sala, de forma inexplicable, aunque en realidad tú sabes cómo han aparecido. Por su forma, por cómo están colocadas, sabes lo que realmente son: las dos enormes huellas que dejaría un gigante. Debes averiguar lo que está pasando o te tomarán por un loco. De hecho, de no averiguarlo estás completamente seguro de que te volverás loco. Y la única manera de saber más es ir al territorio de los gigantes; puede que allí encuentres alguna pista que te ayude a comprender algo de este asunto.
Sección 2
Pasa a la sección 23.
Preparas un hatillo con lo que puedas necesitar: agua, carne conservada con sal, frutos desecados, semillas y pan ácimo. Como arma llevas tu sûr, el largo cuchillo khytyano, ya que aún no tienes edad de portar lanza. Calculas que echar un vistazo en el territorio de los gigantes no te llevará más de una jornada y media, tendrás que apresurarte para tardar el mínimo tiempo posible. Las partidas de caza están muy controladas y no permiten que ningún miembro se marche solo, así que si quieres explorar lo mejor es que te busques alguna excusa que te permita tener un día libre en el que nadie sospeche lo que vas a hacer. Después de todo, eres el hijo del vasîm y no tienes muchas libertades.
Te levantas muy temprano ese día y te despides de tu madre, la reina Îshara. Al mirar sus ojos grises ves preocupación en su mirada y te preguntas si tu rostro habrá delatado tus verdaderas intenciones. Es difícil ocultarle algo así a una madre. Sin embargo, se despide de ti y partes sin problema. Tu padre está ocupado con asuntos de gobierno, o lo que es lo mismo, mediando entre todos y cada uno de los conflictivos ciudadanos de la ciudad, que solo parecían ponerse de acuerdo en lo que respectaba a fiestas y celebraciones.
Hace un día espléndido y avanzas a buen ritmo siguiendo el camino comercial del sur. El encontrarte tan solo y vulnerable en la selva te produce una sensación de plenitud y de autosuficiencia que no has sentido en tu vida. Quizá todo lo que te hacía falta para despejar tu mente de visiones y fantasías era simplemente hacer esto más a menudo. Buscar la soledad, bastarte tú mismo y alejarte de vez en cuando de una vida de comodidades como hijo sobreprotegido del vasîm.
Paras brevemente para comer, o más bien para engullir tus provisiones porque apenas te sientas unos instantes, y continúas hacia el este, a las tierras de los gigantes. Al fondo, entre la espesura y rodeado de jirones de niebla, divisas las cúpulas del Templo de las Mil Puertas, visible desde toda la región central de la selva. Al atardecer la luz disminuye y la selva se torna un poco más siniestra. Toda la zona te da indicios de la actividad de los gigantes; troncos rotos, restos de huesos de animales y otras criaturas que han sido devorados y marcas en los troncos de los árboles delimitando zonas que supones deben ser de diferentes clanes salvajes.
No puedes negar que te sientes atemorizado. Nunca has estado tan lejos de tu hogar como lo estás ahora y no quedan más que un par de horas de luz antes de que anochezca. Llegarás a casa bastante tarde, eso seguro, pero ya sabías que no podrías abarcar tanto territorio y llegar antes del anochecer. Aguantarás el rapapolvo de tu padre, aceptarás el castigo y asumirás tu irresponsabilidad. Pero al menos seguirás cuerdo y no serás conocido como el 'hijo loco del vasîm'.
-"¡CRAAAACKKKKK!"
El ruido de una rama al partirse te sobresalta. Luego otra y otra. Te escondes entre las largas raíces de un árbol cercano y observas en dirección al estruendo. Seguro que son gigantes. Tu pulso se acelera y tu corazón amenaza con partirte el pecho a base de golpes. Respiras profundamente y observas. Entonces los ves. Son aún más grandes de lo que te habías imaginado. Su aspecto es más rudo que en las versiones épicas de tu imaginación y te preguntas cómo tu padre pudo abatir a una de estas criaturas. El grupo lo componen cinco gigantes, todos ataviados con pieles y correajes; algunos llevan el pelo trenzado y otros recogido en una sola coleta, pero la mayor parte lo llevan enredado y surcado por huesos u otro tipo de decoraciones... o deshechos, no podrías estar seguro de la intención final de los abalorios que los gigantes exponen en sus cabellos.
Avanzan tan ruidosa como despreocupadamente por la selva. Decides seguirlos, pero ellos no se percatan de tu presencia en lo más mínimo. Cuando has avanzado tras ellos durante un par de kilómetros, otro grupo se les une. Y después de un rato, otro más. Parece que todos se dirigen a una gran reunión. Ahora comienzas a temer que te detecten por tu olor, ya que son demasiados. Decides mantener la distancia y observarlos de una forma más segura. Pronto llegas a la conclusión de que todos esos gigantes pertenecen a diferentes clanes, ya que lucen diferentes formas de vestir el cuero, adornar sus cabellos e incluso algunos muestran pintadas muy características en rostros y pechos. Ves a un grupo realmente grande que parece ser uno de los clanes más fuertes. Llevan el cabello rasurado, salvo por una coleta, y se decoran la cara y el pecho con pintadas de barro en forma de líneas en cualquier dirección. El barro cuarteado y seco les confiere un aspecto feroz en comparación con otros clanes. Hay otros, en cambio, que se cuelgan del cuerpo raíces y hojas verdes, confiriéndoles un aspecto 'vegetal' que les hace parecer más un grupo de árboles que un clan de gigantes. Otros van decorados con sangre y las moscas no paran de rondarlos, lo que les da un aspecto bastante desagradable.
Los gigantes continúan avanzando hasta que dejas de verlos, así que no te queda otra opción que avanzar un poco más. Pronto llegas al lugar donde se dirigían, todos se han reunido en torno a unas enormes ruinas en medio de la selva, una de tantas dejadas en la selva por los Dioses como testimonio de su paso por el mundo. Aunque estas son solo restos de calzadas, pues no hay ninguna piedra sobre piedra que supere el metro de altura, puedes ver que las ruinas se extienden por la selva abarcando una extensión de más de un kilómetro cuadrado, más que suficiente para acoger a todos los gigantes.
La luz del cielo se comienza a tornar rojiza, ya no restan más que los últimos rayos del sol y después estarás solo y a oscuras en la selva. Tu corazón se comprime en un puño, pero te armas de valor, ya has llegado hasta aquí y tienes que averiguar qué es lo que está sucediendo con tus visiones sobre los gigantes. De pronto, del cielo surge un estruendo que te es familiar. Un zumbido creciente que se acerca desde la lejanía hasta que el ruido lo abarca todo y parece que hace vibrar el mismo aire. Los gigantes alzan la mirada y contemplan con su único ojo cómo desciende una nave Cobra; todos observan sin perder detalle. Puedes ver cómo muchos mantienen un gesto desafiante, mientras que otros se maravillan y no salen de su asombro al ver cómo el artefacto metálico desciende sobre una columna de fuego y humo hasta posarse entre la ruinas.
El mascarón metálico en forma de cobra se alza y de la parte ventral de la nave desciende una pasarela metálica. Del interior rezuman vapores entre una luz rojiza y al poco tiempo ves aparecer entre el humo a dos hombres cobra. No son como los que has visto antes, que siempre iban ataviados únicamente con correajes y armas, estos visten túnicas de bordados dorados y verdes. Las dos figuras salen de su nave y se colocan en el centro de las ruinas. Cuando lo hacen, una comitiva de cada clan de gigantes da un paso al frente, algunas compuesta por uno y otras por dos representantes, hasta formar un corrillo entre los jefes de los clanes y los hombres cobra.
Desde donde tú estás te cuesta mucho oír la conversación, pero reparas que son los hombres cobra los que comienzan a hablar. Y no lo hacen en el tono sibilino de su lengua reptiliana, sino que emplean la antigua lengua de los gigantes, un lenguaje que no se oía en siglos. Sin duda, es una señal de respeto hacia los gigantes. Todos escuchan con atención, pero en esa lengua tú no entiendes nada.
Ponte un avatar nuevo, por favor.
Sección 23
Si decides que has visto suficiente y tienes que avisar de que existe una alianza entre los hombres cobra y los gigantes, pasa a la sección 3.
Si te quedas para intentar averiguar más sobre la alianza entre los hombres cobra y los gigantes, pasa a la sección 24.
Tras debatirse internamente, Rohak consideró que era más sensato llamar a la guardia. Sin embargo terminó ocurriendo lo que temía, el motivo que lo tenía en duda. Cuando la guardia llegó nada se encontró en la sala del trono, cosa que no hizo más que alimentar las ideas de que Rohak estaba perdiendo la cordura.
Ya fuera porque necesitaba una confirmación de que aún conservaba algo de dicha cordura, o porque efectivamente la había perdido por completo, decidió ir a investigar al territorio de los gigantes.
El viaje fue duro para él, tan acostumbrado a las comodidades propias de la realeza, pero al mismo tiempo revitalizante. Se sintió en ese momento más adulto, más portador de la misma sangre que su padre y su tío, los aventureros. Encontrara o no a los gigantes, quizás ésa era la medicina que necesitaba.
Sin embargo se dio cuenta que aún le faltaba largo trecho por recorrer en el camino de la vida cuando se sintió nuevamente un niño al ver rastros de gigantes, y ni hablar cuando los escuchó y vio.
Se sintió orgulloso al seguirlos, cuando una parte de él le suplicaba que corriera en la dirección contraria. Y su decisión dio frutos al poder ser testigo de ese evento tan inesperado como era la reunión entre los hombres cobra y los gigantes.
Se encontraba en un dilema. Seguir exponiéndose no era sensato, y si lo atrapaban, nadie podría alertar sobre lo que estaba ocurriendo. Sin embargo si lo único que tenía para aportar era el cuento de que gigantes y hombres cobra se aliaban, nadie lo oiría. Incluso podía llegar a debilitar a su padre, por la condición alocada de su hijo. Por ese motivo decidió quedarse unos minutos más, a ver si podía hallar algún dato más antes de volver a la ciudad.
A pesar de que está oscureciendo, te parece que lo que está ocurriendo aquí es demasiado importante como para dejarlo pasar y decides seguir observando. El discurso se prolonga y a medida que lo hace los gigantes del círculo central se vuelven más activos y habladores. La conversación, de no ser por sus tétricos protagonistas, la podrías definir como animada. Pronto se empiezan a intercambiar muestras de amistad y diferentes tipos de abalorios; los gigantes entregan objetos sin apenas valor, pero los hombres cobra ofrecen artefactos que reconoces como de perditecnia.
Cuando la reunión llega a su punto culmen, se coloca un círculo de antorchas en torno al lugar de reunión y del interior de la nave Cobra surge una nueva figura, un nuevo hombre cobra que hasta el momento había permanecido dentro del aparato. Su túnica luce tonos entre rojo burdeos y dorado que desprenden reflejos de las antorchas. Pero lo que más te sorprende de este último hombre cobra es precisamente que no es un hombre cobra. Aparentemente es idéntico: piel escamosa, larga cola, cabeza de reptil… Pero su cabeza carece de la corona típica de los hombres cobra, tiene una forma estilizada, como la de una serpiente de la selva. Su cuello es más largo y esbelto, a diferencia de sus dos compañeros, detalle que se aprecia aún más cuando el recién llegado alcanza el círculo y se coloca entre ellos. ¿Se tratará de otra especie de hombre serpiente? Desde niño has oído habladurías sobre una antigua raza de hombres serpiente que dominaba el mundo, pero creías que no eran más que leyendas alentadas por el Imperio Cobra y sus lacayos; nunca supiste que existía otro tipo de mezcla entre humano y reptil que no fuera un hombre cobra.
El tercer sujeto, al sumarse a la conversación, comienza a balancear su cuello de un lado para otro mientras habla el dialecto de los gigantes. Lo hace acompasadamente, mientras su lengua bífida aparece y desaparece rítmicamente entre sus labios. De repente, su conversación se interrumpe de forma súbita. Algo no va bien. El hombre serpiente alza el cuello en toda su extensión y parece otear el ambiente con su hocico chato y escamoso. Por un momento te asustas. Sientes miedo de haber sido descubierto, pero te tranquilizas pensando en que no hay razón para ello. Llevas horas escondido sin que nadie sospechara. Si te pudieran detectar por el olor, ya lo habrían hecho a estas alturas. Entonces es cuando ves que los ojos del nuevo hombre serpiente se iluminan con un tono rojizo, una luz que se hace más patente en la oscuridad, y observas cómo oscila su cabeza reptiliana de un lado a otro mientras esos dos focos de rojo intenso no dejan de observarlo todo, como buscando algo en el aire. De repente deja de moverse y podrías jurar que sus ojos se quedan clavados en ti a pesar de la distancia. El hombre serpiente da un par de órdenes, esta vez en la silbante lengua de los de su especie, y sus dos secuaces saltan de su lado corriendo a una increíble velocidad. No cabe duda, se dirigen hacia donde tú estás. Aún están bastante lejos, tienen que atravesar toda la calzada de ruinas y el círculo de gigantes, pero nunca habías visto moverse a nadie tan rápido.
Si te quedas quieto te cazarán como a un conejo en su madriguera, así que sales de tu escondite y corres con todas tus fuerzas por la selva. Dejas atrás las luces de las antorchas y te internas en la oscuridad de la vegetación más profunda. Corres cuanto puedes y mientras lo haces te tropiezas con ramas y piedras que ni siquiera puedes ver en la oscuridad. Una rama te golpea fuertemente en la frente y por poco te hace caer. Comienzas a sentir cómo un líquido viscoso y cálido te resbala por la cara. Detrás de ti escuchas cómo la vegetación se mueve a toda velocidad; sin duda son los hombres cobra. A medida que te vas agotando, vas perdiendo terreno. Ya los sientes justo a tu espalda, aunque la oscuridad no te permite verlos. Desenvainas tu sûr, dispuesto a defenderte, y te giras. El primer hombre cobra se abalanza sobre ti y le lanzas una cuchillada. No llegas a saber si le impactaste o no, ya que la fuerza de su embate os tira al suelo. Forcejeas, pero el hombre cobra cierra sus fauces en torno a tu cuello. Notas cómo sus colmillos se hunden en tu piel al tiempo que su veneno se inyecta en tu cuerpo. Al principio notas una sensación de ardor que te abrasa las entrañas, pero pronto se torna en una agradable calidez que te embriaga y acabas cayendo en un sueño casi placentero.
- TU AVENTURA TERMINA AQUÍ -
Sección 24
Has muerto valerosamente. Espero que te haya gustado la aventura. Ahora hay dos caminos posibles a elegir: dejar la partida con el agrio sabor de boca que te ha dejado Rohak 14 o volver a empezar de nuevo en la sección 1 o en otra posterior y elegir otros caminos.
¡Tú decides!