Perdón por la tardanza en responderte.
Sí, has elegido la sección 28, la de replicar lo que estaban haciendo los hombres cobra. Pero... lo que estaban haciendo los hombres cobra no era la acción adecuada. Ellos cometieron un fallo, cagándola, y vosotros lo habéis hecho igual.
Aquello pintaba mal. Muy mal. Algo malo iba a pasar. ¿El qué? Ni idea. Yo no era un hombre sabio como Utnaspishtim, ni un semidiós como los Hombres Cobra, ni un ser mágico de ningún tipo. Era un simple guerrero mortal. Noble, sí, pero desconocedor de las magias y reglas que rigen el mundo.
El artefacto pitaba y no tenía la solución. ¿O sí? ¿Quizás mi destino en el Templo de las Mil Puertas era el de un guerrero, y no el de un erudito? Una idea cruzó mi mente.
Utnaspishtim, huye por el pasillo que hemos venido. En la siguiente sala, ve por la puerta sin ornamentación. Es un salida.
El oráculo se quedó mirándome por unos instantes, mientras tomaba el hacha de Polifemo. ¡Corre! Le rugí, haciéndole reaccionar. ¡Cuenta mi historia! Grité mientras se alejaba. Sí, aquello es lo que en verdad anhelaba. Ser un aventurero. Un héroe. Más que mi padre.
Un estallido de metal contra metal inundó la sala. Repetí el golpe, con más fuerza aún. Yo era un guerrero. No un erudito.
Paso a la sección 43, pues destruyo el artefacto a hachazos.
-"¡Qué demonios!" Maldices. "¡Esto tenía que haberlo hecho desde el principio!"
Y lanzas una mirada iracunda al anciano. Alzas el hacha sobre tu cabeza y la lanzas con todas tus fuerzas sobre el panel de perditecnia que tienes justo enfrente. Tu arma atraviesa el metal como si fuese madera seca en medio de una nube de chispas lacerantes. De un tirón seco, arrancas el hacha del panel y de nuevo vuelves a descargarla con el mismo ímpetu. Te diriges hacia el otro rincón de la sala y haces lo mismo con el artefacto de la esquina opuesta. Cruzas la sala y repites la operación hasta que no queda una sola luz parpadeante en ninguno de los artefactos. Te apoyas en la pared, extenuado por el esfuerzo, y te dejas resbalar hasta quedar sentado en el suelo. Utnaspishtim se sienta a tu lado.
-"He de reconocer que por un momento me has asustado." Te confiesa.
-"¿Crees que será suficiente?"
-"Yo no veo que ocurra nada extraño."
En ese momento, te das cuenta de que Utnaspishtim lleva algo entre las manos.
-"¿Qué es eso que llevas ahí?"
-"Oh, ¿esto? Un pequeño pebetero que encontré por ahí. Bonito, ¿a que sí? Ya te he dicho que por las noches paso frío, esto me servirá para mantener una llama siempre encendida."
Te fijas brevemente en su forma, parece muy antiguo, con dos cabezas de dragón rematando unos asideros por donde agarrarlo.
-"Bueno, he de irme." Y diciendo esto, se pone en pie.
-Los Fuegos Eternos. Piensas.
Te despides del anciano con la mano. Tienes la sensación de que no lo volverás a ver nunca. Al menos con vida. Permaneces un rato en la penumbra de la sala hasta que el sudor de tu cuerpo se va evaporando y tu respiración se calma. Te pones en pie y contemplas la sala destrozada. Quizá no haya sido la solución que se esperaba de ti, pero es una solución, al fin y al cabo. Trepas la escalerilla de metal y sigues el corredor hasta la salida del templo. Esperas que con esto se hayan solucionado las visiones, los retazos de espacio y tiempo o lo que quiera que el dichoso templo estaba ocasionando en la región.
Tú, por tu parte, ya tienes bastantes responsabilidades que atender. Cuando sales al exterior puedes ver que está atardeciendo. Los últimos destellos del sol te regalan un cielo rubí moteado de nubes doradas. La selva misma parece de oro bajo la luz del atardecer y te sientes orgulloso de ser khytyano.
- TU AVENTURA TERMINA AQUÍ -
Sección 43
Has logrado terminar la aventura con vida. ¡Enhorabuena!. Espero que te haya gustado. Ahora hay dos caminos posibles a elegir: dejar la partida con el buen sabor de boca que te ha dejado Rohak 6 o volver a empezar de nuevo en la sección 1 y elegir otros caminos.
¡Tú decides!
Disfruté de aquel silencio. Las ruinas milenarias volvían a estar tranquilas. Era una sensación que me envolvía. Me calmaba. Me relajaba. Me satisfacía.
No sé cuántas horas dormí, en paz, antes de salir del Templo de las Mil Puertas. Al despertar, Utnaspishtim ya no estaba allí. No le he vuelto a ver. Aunque es cierto que tengo pendiente retornar a las Montañas del Alud, para agradecerle su ayuda. Pero puede que fuese una visión más. De esas que tenía, y ya no tengo.
Salí sin problemas del Templo y a los días estaba en Kythia. Nada había cambiado. Mi padre seguía gobernando y mi pueblo seguía en paz. Los Gigantes no eran una amenaza.
Muchos me preguntaron dónde estuve. Pocos creyeron mi historia. Yo colgué el hacha con su gemela sobre el trono de mi padre, y volví a mis quehaceres junto a él. Aunque me mira distinto...
También ha restado crédito a mi historia, sin embargo, no la niega... pero por cómo me mira... sé que me cree... y sé que él tiene la respuesta a mis preguntas. Pero de momento, prefiero no hacérselas. ¿Por qué? Porque para mí mismo ya soy un héroe.
Y porque te he mandado escribir mi relato, escriba de la corte, para que el paso del tiempo no me lleve a adulterar o decorar mi relato. O para contrastar futuras visiones con la realidad que viví. Sigue habiendo dos hachas...