Tras despedirme de Utnaspishtim, disfruté de aquel silencio. Las ruinas milenarias volvían a estar tranquilas. Era una sensación que me envolvía. Me calmaba. Me relajaba. Me satisfacía.
Me curé las heridas y, al terminar, dormí.
No sé cuántas horas dormí, en paz, en el acceso del Templo de las Mil Puertas. Al despertar, Utnaspishtim definitivamente no estaba allí. No le he vuelto a ver. Aunque es cierto que tengo pendiente retornar a las Montañas del Alud, para agradecerle su ayuda. Pero puede que fuese una visión más. De esas que tenía, y ya no tengo.
No he vuelto a tener la sensación de repetir dos vidas, de cruzar dos destinos.
Atravesé sin problemas la selva y a los días estaba en Kythia. Nada había cambiado. Mi padre seguía gobernando y mi pueblo seguía en paz. Los Gigantes no eran una amenaza.
Muchos me preguntaron dónde estuve. Pocos creyeron mi historia. Yo colgué el hacha con su gemela sobre el trono de mi padre, y volví a mis quehaceres junto a él. Aunque me mira distinto...
También ha restado crédito a mi historia, sin embargo, no la niega... pero por cómo me mira... sé que me cree... y sé que él tiene la respuesta a mis preguntas. Pero de momento, prefiero no hacérselas. ¿Por qué? Porque para mí mismo ya soy un héroe.
Y porque te he mandado escribir mi relato, escriba de la corte, para que el paso del tiempo no me lleve a adulterar o decorar mi relato. O para contrastar futuras visiones con la realidad que viví. Sigue habiendo dos hachas... y aun recuerdo la sensación de vivir dos vidas dentro del Templo...