Jedra y el cocinero se habían marchado con el cocinero antes de que los aventureros cambiasen de idea; sabia decisión, a juzgar por las expresiones de Brecca y Amatore, que parecían estar masticando pomelos. Doménica se despidió de la chamana deseándole que no les diese razones para volver a encontrarse.
La fortaleza estaba tal y como la habían dejado. A pesar de que en aquellas tierras había más bandidos de los que el ecosistema parecía capaz de soportar, ninguna se había apercibido todavía de la desocupación del ruinoso castillo.
Los trasgos les habían dejado un regalo detrás. Dos, en realidad. Uno en forma de cadáver del desgraciado gnoll que pensaba que podía acaparar la comida porque era el más grande de los cuatro, presumiendo que Jedra dice la verdad. Otro, vivito y coleando. Habían tenido que separarlo de su forja a la fuerza, y una vez libre, tendrían que volver a hacerlo si querían desalojarla en algún momento.
Domy, respondió, dándose dos golpecitos en el esternón con el dedo índice. Y poco más podía hacer. El conjuro que le permitía entender las palabras del trasgo no la capacitaba para hablarlo.
Dice que es su herrería y no desea marcharse. Y solo quiere que le dejemos trabajar, dijo, encogiendo los hombros. nada que no supieran gracias a Jedra. A su juicio, Gorbaz era inofensivo, salvo para cualquier animalillo que decidiera cobijarse en las ruinas y no fuera lo bastante ágil como para escapar del herrero cuando tuviera más hambre que ganas de dar martillazos.
La batalla había terminado, y durante el viaje de vuelta a la fortaleza habían discutido en cada ocasión lo que harían con respecto a los prisioneros de la fortaleza. Brecca no quería matarlos a sangre fría y tampoco era partidario de entregarlo a las autoridades en Vascava, después de todo no harían más que matarlos, mismo resultado con más trabajo para la guardia y la Capitana. Tampoco era partidario de liberarlos así como así, especialmente a la sacerdotisa o chaman que había servido a Orcus, no hasta que se hubieran asegurado que no volverían a ser una amenaza para los viajeros.
Sin embargo la sanguinaria Fjorvild que se había quedado claramente frustrada por lo breve de la matanza había abogado por liberarlos y su prima la había secundado. Amatore estaba claramente a favor de entregarlos a las autoridades, y en principio Reliah había dado su apoyo a esa opcíón. Sin embargo, los argumentos de las primas la pudieron... eso o la posibilidad de estudiar lo que sucedería con los trasgos sin una red de apoyo en el bosque, como fuera terminó el debate al decantarse por liberarlos.
En cierta forma se sorprendió al ver que tenían un prisionero menos, y también del hecho de que Jedra se fuera sin el herrero, pero era evidente que Gorbaz no se iría mientras estuviera vivo. - Brecca - le respondió al trasgo, y se preguntó quien del grupo se ocuparía de aprender su idioma para comunicarse, el no, de seguro. Suspiró y se preparó para pasar una noche más en la fortaleza. - Si apuramos el paso podemos llegar a Vascava por la noche, me tienta la perspectiva de dormir en una cama cómoda pero no mucho la idea de viajar de noche. Por mi hacemos noche aquí y partimos mañana, pero estoy dispuesto a aceptar lo que diga el resto.
Hacía varios días que no dormía una noche completa, de hecho desde que llegaran a Vascava le había tocado la guardia del medio con su hermana, algo lógico. Sin embargo, eso implicaba que su saco de dormir no estaba siendo realmente aprovechado, y eso era un desperdicio. Quizá debería pensar en prestarselo a una de las primas para que pudieran pasar mejor noche, y últimamente Fjorvild tenía más posibilidades de llegar a la noche con alguna herida. Se acercó a la semiorca y le puso la mano sobre el hombro - Oye, si quieres puedo compartir mi saco de dormir contigo. - le dijo con una sonrisa.
Reliah estaba de brazos cruzados en la pared de enfrente. No había estado muy convencida de dejar libre a los prisioneros sin más. Habían cometido crímenes y podían volver a ser un peligro en alguna parte... Pero ya los habían derrotado, dando muerte a muchos de ellos, y siendo sólo dos era posible que simplemente se fueran lejos y no volviesen por aquí jamás. O que se los comiera una familia de vunarrures por el camino. Las posibilidades eran muchas, pero como fuera ya estaba fuera de su mano.
Ahora había un trasgo en la herrería que no se quería marchar, y eso era interesante.
—Reliah. — dijo señalándose a sí misma, y luego puso una mano en su descomunal murciélago — Lyriel. Será muy útil tenerlo aquí trabajando, ¿verdad? ¿Sabrá hacer puntas de flecha? Seguro que sí. — la exploradora sacó una de su carcaj y se la mostró. — ¿Flechas? ¿Sí? Estupendo. ¡A trabajar! — le animó dando una palmada.
Luego se giró hacia los demás.
—Bien, descansemos pues, y mañana partamos hacia Vascava. ¿Alguna idea de dónde ir a continuación? Podríamos adentrarnos en Bosque Blanco. ¿Quién sabe qué maravillas podemos encontrar en su interior? Mi cuaderno aún está bastante vacío. Y rodeados de árboles siempre se está mejor que entre muros de piedra o ciudades malolientes. — sugirió con discreto entusiasmo.
La sacerdotisa antes de que los prisioneros marchasen les hizo parar un momento.
- Sois libres, pero debeis de saber que si volveis con intenciones hostiles a estas tierras no tendreis una segunda oportunidad, hizo una pausa para que el significado de sus palabras entrase en la cabeza de la clerigo, ahora marchad en paz.
Dicho esto estuvo atenta con curiosidad mientras Domy explicaba las razones por las que el trasgo herrero habia decidido quedarse.
- Pobre, seguramente esta forja tenga los suficientes materiales para colmar la vida de un herrero y en comparacion con las que tengan sea un lujo al que no podamos renunciar, dijo mientras veia a la criatura ser abandonado por sus congeneres, deberiamos aprender su idioma alguno, o hacerle aprender comun, lo que sea más sencillo.
Si vamos a reconstruir la fortaleza va a tener trabajo por unos cuantos años.
Preparando sus enseres para pasar la noche y ante la discusion de donde dar sus siguiente paso, comento laconicamente Veamos si en la ciudad hay alguna novedad antes de decidir, se tapo la boca ante un bostezo incipiente, y ahora a dormir que han sido un par de dias bastante movidos, gracias a Sol todo ha salido bien
Ya se que gastando un punto de habilidades se puede aprender un idioma subiendo el nivel, pero hay alguna manera de enseñar al trasgo a hablar comun ? xD
Amatore no se mostró muy conforme con liberar a los trasgos. Jedra era una servidora de Orcus lo cual tenía fuertes implicaciones para él. Pero así funcionaba los grupos de aventureros, pura democracia. Sólo unos pocos privilegiados como Vanadiato conseguían imponer su voluntad sobre un grupo aunque estos no estuvieran de acuerdo. La trasga le dirigio una mirada de enconado odio que el cronista respondió con un contundente doble corte de mangas.
—Lo mejor que puedes hacer es irte al puto Abismo—dijo a modo de despedida.
Uno de los trasgos decidió quedarse y el bardo se mostró realmente conforme con el hecho. Sólo había algo más heroico que destruir el mal y era redimirlo. Era la derrota suprema.
—Amatore—se presentó.
Más tarde llegó él... ¿era eso un intento por parte de Brecca para ligar con Fjorvild? ¿Tenía el cruzado esa clase de sentimientos por la semiorca? Eso era... bueno, inesperado. Entre otras cosas porque implicaba que a partir de ese momento, el bardo renunciaría a la peliverde de las Fitzdreadstaff. Con sus fuertes brazos, sus caderas ardientes y su rostro exótico. Amatore era ante todo un buen amigo y apoyaría al guerrero del sol en lo que necesitase. Además, el tenía en la cabeza a cierta fémina de orejas puntiagudas.
Tras levantarle los pulgares y sonreírle a Brecca como gesto de aprobación, se acercó hacia Reilah. No podía ser el cruzado el único que hiciera esa clase de movimientos. No se había bautizado a sí mismo como Amatore por nada. Él había renacido para dar su amor como un vividor follador.
—Me parece bien lo del Bosque Blanco. Aunque ten siempre en cuenta querida Reilah, que lo importante no es si estas rodeado por muros de piedra, ciudades malolientes, estepas heladas, desiertos arenosos o bosques frondosos. Lo importante siempre es de quién te rodeas. Con buena compañía, lo demás no importa.
Amatore le guiñó el ojo con expresión pícara a la elfa. Y aunque evidentemente el mensaje iba con segundas, él era plenamente consciente de la gran verdad que escondía su frase.
Reliah sonrió divertida.
— ¡Oh, Amatore, qué hermosas palabras! He de anotarlo en algún margen de mi cuaderno. Pondré también tu nombre y la fecha, para no olvidarlo. — miró entonces al bardo con una mezcla de pena y ternura — Es muy triste que los humanos duréis tan poquito... Salvo por Lyriel nunca había tenido unos amigos tan fabulosos, y os estoy cogiendo tanto cariño... Por eso tienes toda la razón y pienso disfrutar de vuestra compañía todo el tiempo que pueda antes de que envejezcáis y os muráis, estemos donde estemos y hagamos lo que hagamos.— prometió alegre, la elfa. —Tú también, ¿verdad Lyriel?
Acarició el lomo peludo del murciélago, que se había acercado al cadáver del gnoll. Tras olisquearlo brevemente había empezado a comérselo por una pata, produciendo el escalofriante sonido húmedo de sus huesos siendo masticados. Reliah sonrió con cariño a la bestia. El tuétano era de sus partes favoritas.
La mestiza se acercó a Gorbaz, que medía medio metro y parecía un chiquillo a su lado. El herrero los tenia bien puestos, confiaba en que lo dejarían estar en la forja. Le había caído bien, así que sí, lo dejaría estar allí. Esperaba que no se dedicase a forjar un arma poderosa para hacerse él mismo dueño y señor de la comarca, como en una historia que Fjorvild había leído en la biblioteca de la universidad, donde un villano forjó una joya que le permitía controlar ejércitos enteros y un grupo de aventureros -como podían ser ellos mismos- pasaba penurias para destruir aquella pequeña joya y salvar el mundo.
-Fjorvild.
Lo acompañó a la forja para que se pusiera a trabajar y le señaló un barril donde le dejarían raciones para una semana. De él dependía su propia supervivencia.
-A ver si puedo aprender unas pocas palabras tuyas de esas para pedirte que me hagas cosas bonitas.
Le dejó unos dibujos en una hoja para que aprendiese números. Dudaba que pudiera leer, pero seguro que podía dibujar o entender los dibujos.
Cuando llegó la hora de dormir, Brecca le sugirió compartir saco mientras ella extendía su petate. Lo miró como si le hubiesen salido dos cabezas y tardó un poco en reaccionar; jamás en todo este tiempo la había invitado a compartir saco y, conociéndolo como lo conocía, le resultaba muy extraño que aquello fuese una proposición. Sería descabellado que lo fuese, lo había dicho delante de todo el grupo. Fjorvild sabía -y no se lo iba a decir a Brecca- que el caballero sangraba por la nariz cada vez que interactuaba con una chica que le gustaba y que no era precisamente del tipo canalla arrojado como lo era Amatore. Sin reponerse de lo extraño de la sugerencia, todavía con los brazos extendidos y el petate medio arrugado en el suelo, solo atinó a preguntar:
-¿Por qué? Es decir... -miró su cama y luego al caballero-. ¿Por qué quieres compartir saco, Brecca, si cada uno tenemos el nuestro?
Me encantan los bosques, dijo Domy. Cuando era pequeña —más pequeña; Domy apenas era una mujer adulta todavía—, me escapaba de casa para pasar el día en los bosques de Tramagante. Pero allí no había tantas arañas como para que lo pudiéramos describir como blanco...
A la maga no le daban miedo ni asco las arañas. Incluso se había planteado aprender cierto sortilegio que requería que la conjuradora se tragase una mientras conjuraba. Pero consideraba que meterse en un nido de artrópodos de tamaño desmesurado para conseguir escaso beneficio era cuestión de juicio imprudente.
Prometimos a las sacerdotisas de Ceres que encontraríamos a Jackar Thrunn y lo llevaríamos ante la justicia de Vascava, dijo. Su supuesto escondite se encuentra a un par de jornadas al sur del pueblo. Y la mansión del tío de la Dama Arlaina se encuentra de camino.
Reliah arrugó la nariz.
—Ah, Jackar Thrunn. Lo había olvidado. — suspiró, aún rascando el lomo de su animal — Bueno, lo que escondan las arañas entonces tendrá que esperar. Vayamos a las ruinas de Mechiev, pues, y encontremos a ese delincuente.
Dejó todo su equipo, sacó de su mochila su cuaderno y, sentándose en el suelo empezó por transcribir las bonitas palabras del bardo.
Reilah no había entendido su doble juego de palabras, en el fondo no le sorprendía. Pero hubo algo que le resultó divertido a Amatore y que no podía dejar de pasar por el alto.
—Los humanos no duramos poquito, querida Reilah, no tengas esa visión tan pobre de nosotros—el cronisita miró a la elfa con mal fingida pena—. Los humanos somos intensos, como una fresa madura recogida a finales de invierno, como una taza de café recién hecho o como el el primer amor. Vosotros los elfos sois como estrellas en el cielo nocturno. Eternos, hermosos y salpicando de pequeñas luces el discurrir de las oscuras noches. Nosotros somos como el relámpago de una tormenta, puede que sea fugaz, pero durante esa fracción de momento damos luz a toda esa oscuridad.
El bardo aprovechó para coger su laud y afinarlo.
—Aunque hay una cosa cierta, mientras que nosotros no podemos ser como estrellas, tú si que puedes ser más como nosotros. Aunque tu vida vaya a ser diez veces como la mía, intenta vivirla con nuestra intensidad.
Ante la pregunta de Fjorvild el cruzado buscó el saco de dormir de su mochila, el llamativo color azul y las estrellas que lo decoraban eran tan llamativos como el aroma a lavanda que despedía. - Porque el tuyo no te protege de los elementos y éste curará mejor tus heridas si duermes toda la noche en él. Yo no puedo aprovecharlo mientras tenga la segunda guardia, así que si tu puedes sacarle provecho todos salimos ganando. - se lo ofreció - Si lo quieres, te lo presto.
Reliah levantó lentamente la cabeza de su cuaderno y dejó la pluma a un lado para deleitarse con las palabras del bardo. Sonriendo bajó la mirada de nuevo hacia su cuaderno para seguir escribiendo.
—Las estrellas en el cielo nocturno también son inalcanzables. — respondió sin dejar de escribir las palabras que Amatore acababa de pronunciar — Aunque he leído leyendas que hablan de afortunados que han llegado a rozarlas con sus dedos. Seguramente sólo sean una metáfora, pero ¿quién lo sabe?
Cuando terminó de escribir, la elfa cerró el libro y se acomodó para escuchar con interés el laúd de Amatore. Aunque endurecida por la vida aventurera Reliah todavía conservaba un refinado gusto por las artes, herencia de su raza. Y en todos sus años no había conocido a ningún humanito con una lengua tan hábil como la de aquel peculiar y adorable ejemplar.