Partida Rol por web

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Hacia algo más de un  año que Kolli había dejado su hogar. Sus motivos no eran todo lo honorables que el mismo hubiera deseado, pues no era si no la vergüenza y la humillación lo que le hicieron salir de su sociedad, de su familia. El amargo dia que dejo todo atrás, cogió sus pocas pertenencias y se hizo al camino.

Paso penurias y hambre, al menos hasta que comenzó a vender sus dotes de herrero. Fuera de su hogar, y con la fama de los enanos como forjadores, podía pasar por un más que decente herrero. También lo combinaba con esporádicos trabajos de mercenario, sirviendo de escolta a caravanas de comerciantes. Sus viajes siempre lo empujaban al sur, lejos de sus congéneres.

Se escuchaban rumores allá donde iba. Los gondorianos estaban en guerra con los pueblos sureños, que insistían en tratar de hacerse con aquellas tierras. Allí iría, a probar suerte. Donde había guerra, había trabajo para un herrero. Siempre era necesario afilar las armas, manufacturar nuevas, reparar armaduras… Allí podría ganarse la vida, amasar una pequeña fortuna, tal vez la suficiente para regresar.

Llegó a Minas Tirith justo cuando el ejército se disponía a salir, pero no se dirigía al sur, si no al norte, hacia Rhovanion. Aunque eso lo acercaba al norte, no le importo, pues en cuanto llego a la ciudad blanca, le ofrecieron un puesto en aquella campaña. Era como si por ser enano, ya supiese algo de herrería. En este caso así era.

El viaje duró casi un mes, durante el cual, fue alimentado y provisto de todas las necesidades básicas a cambio de su trabajo. También  recibía un pago diario de cinco monedas de estaño. Sin ser una fortuna, no era un mal pago. Sobresalía a sus homólogos humanos en arte de la fragua.
Una gran batalla, en la que no se vio obligado a luchar, tuvo lugar en las puertas de Burh Waldlaes. Una batalla que aniquilo a un gran ejercito de orientales. Sagath, Balchots y Aisdrags principalmente. Cuando todo acabo, su trabajo comenzó. Los soldados tenían una mala costumbre de mellar sus espadas y abollar sus corazas.

Se encontraba ensimismado en su trabajo, como era habitual en él, cuando Kolli recibió una visita más. Pero no era un soldado, si no uno de los soldados de la guardia personal del mariscal, la persona que dirigía aquel ejército y que tan solo obedecía al propio rey Aldarion. El mariscal reclamaba su presencia, cosa que le sorprendió bastante.

Dejo lo que estaba haciendo, otro hombre seguiría con ello, y siguió tal cual estaba al soldado. El enano estaba sudoroso, tiznado del hollín de la leña y con su delantal de cuero puesto. Se dirigían hacia la tienda del mariscal. Ambos entraron en ella.

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Koli siguió al guardia en silencio, preguntándose que querría de alguien como él, un simple herrero. La tienda a la que se dirigían era la del mariscal de campo del rey Aldarion. El mariscal era conocido como Faelginor, el blanco, pues siempre llevaba una capa de ese color.

La tienda, típica de los altos oficiales del ejercito, era redonda y bien decorada. El estandarte negro con el árbol blanco, ondeaba en todo lo alto de la puntiaguda cúpula. Dos soldados les abrieron paso echándose a un lado cuando llegaron a la puerta. El enano entro tras el guardia del mariscal al interior.

- Salve mi señor - dijo con diligencia mientras se cuadraba ante Faelginor, que estaba sentado en una silla en el centro de la amplia tienda. Espero un gesto del oficial. - El enano esta aquí, como ordeno - dijo para después, retirarse a un lado. El enano quedo frente al mariscal.

La tienda por dentro era sencilla. La silla en la que estaba el mariscal en el centro, un buen camastro detrás y una mesa con varios mapas a la izquierda. Dos guardias estaban a ambos lados de Faelgimor, y el que lo había llevado hasta allí, quedo junto a la puerta esperando órdenes.

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El mariscal miraba al enano sin darle mayor importancia, estaba como absorto en sus pensamientos. Salió de aquel estado.
- Kolli, ¿verdad? - preguntó al enano, aunque no espero respuesta. - Te preguntaras que haces aquí, un herrero a sueldo, ante mí. - adivinaba los pensamientos del enano. - Tengo algo que ofrecerte, aunque antes quisiera saber algo más de ti - término por decir, ahora sí que esperaba una respuesta.

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El viaje que había emprendido Kolly era largo y pesado. La peor compañía que se podía tener en estos casos era uno mismo, y el enano aún no estaba preparado para enfrentarse a sí mismo.

Una vez consiguió trabajo como herero pudo encontrarse en paz de nuevo. El tacto del martillo en su mano, el olor a hollín y el calor de la fragua eran sus silenciosos confidentes. La rutina y el trabajo alejaban los demonios de su cabeza, y allí donde hubiera humanos, habría guerras. Y las guerras necesitaban de nuevas armas y armaduras con las que equipar a nuevos trozos de carne que se introducían en aquella eterna rueda de la belicosa raza de los hombres.
 Su viaje tenía dos propósitos, alejarse de su vergüenza, que sólo el parecía entender, y viajar por el mundo para aprender todo lo que las diferentes culturas podían ofrecerle para mejorar su talento. Si no podía estar en paz consigo mismo, al menos aprovecharía su vida para convertirse en un maestro herrero.

Un viaje del auto conocimiento lo habrían llamado. A la mierda con todos ellos.

Un guardia emperifollado vino a buscarle, cosa que hizo que enarcara una ceja. Debía ser importante si aquel mequetrefe se arriesgaba a bajar a los infiernos que eran su reino, pero el mequetrefe supo salir sin una mácula de hollín en su pulido uniforme, para desgracia de Kolly.

El enano se puso en posición firme mientras cruzaba los anchos brazos sobre el pecho. Asintió a las palabras del oficial. Tardó unos momentos en contestar, pues de las pocas virtudes que tenía el enano, autocontrol y paciencia se encontraban entre ellas. De ninguna otra forma sería capaz que trabajase un herrero.

- Mi nombre es Kolly Gyrdson señor, y he viajado un largo tiempo hasta vuestras tierras en un viaje que utilizo para mejorar mi dominio del arte y profundizar en las enseñanzas de Aulë. Pero todo esto creo que ya lo debe saber, señor.- Responde despreocupado encogiéndose de hombros.

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El mariscal sonrio levemente, obviamente no tenia ni idea de quien era ese enano, salvo que era un herrero contratado. No conocía personalmente a todos los miembros de sus tropas.

- Bien Maese Gyrdrson, espero que haya encontrado lo que busca junto a nosotros - dijo refiriéndose, como no a sus soldados y demás miembros del ejercito. - Aun asi, creo que no solo esta aquí por la practica y la mejora de sus habilidades, pues imagino que recibe una paga, al igual que el resto - claro, todo el mundo lo hacia por dinero.

- Pero quisiera saber algo mas de ti, herrero. ¿Sabes luchar? - le pregunto directamente.

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El enano afianzó aún más su postura si cabe, mordiéndose la lengua para evitar problemas con los susceptibles humanos. Al fin y al cabo, estaba hablando con su empleador. - Desde antes que aprendiese a hablar ya blandía un martillo señor. Todos los enanos sabemos hacer la guerra señor, tan claro como que la lluvia moja.

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- Claro, en que estaría pensando - dijo con algo de sorna el mariscal cuando escucho al enano hablar de sus dotes como combatiente.

- Bueno, veo que no eres demasiado hablador, así que iré al grano - Quizás esperaba saber algo mas de aquel enano antes de contarle lo que quería de el, pero aquella raza siempre había sido muy reservada.

- Necesito tu ayuda - comenzó sin rodeos - Buscaba a alguien que no pertenezca a nuestro pueblo, cualquiera que no sea un subdito de Gondor, y aun mejor que no fuera siquiera un Edain. Y me hablaron de ti. - explico Faelginor - Tengo una tarea no muy complicada que me gustaría llevases a cabo maese Gyrdrson. Por supuesto habrá una compensación.

El mariscal ya imaginaba que el enano tendría preguntas al respecto, pero no era el momento de dar muchos mas detalles, por lo que tras observar las reacciones del naugrim, continuo hablando.

- Si te interesa saber mas, seguiremos hablando durante la cena, he de buscar a otros para acompañaros...

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El enano gruñó levemente. - Si no fuera complicada no estaría reclutando voluntarios que nada tengan que ver con Gondor.

Después de una ligera pausa se encogió de hombros. - Esta bien, oigamos lo que tenga que decirse. Al fin y al cabo, empezaba a se aburrido eso de arreglar los palillos que usáis.

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Lejos de sentirse ofendido por los gruñidos y el tono acusativo del enano, el mariscal no pudo si no sonreir. No había tratado con muchos enanos, pero con los pocos que lo había hecho, se habían ganado su fama de gruñones con creces.

- Los trabajos mas difíciles se los mando a la gente en la que confio y que conozco maese enano - dijo jovial - no creas que te enviare a una muerte segura, o que tendras que luchar contra gigantes de piedra - sonreía.

- Pero dejemos eso para la noche, durante la cena hablaremos de los pormenores - dijo mientras hacia una seña a uno de los guardias - Agradezco tu tiempo, preséntate esta noche en esta misma tienda a la hora de la cena, ahora puedes marcharte, de nuevo, gracias.

El guardia al que hizo la seña, abrió las cortinas de la tienda para que el enano pudiese salir.

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El enano enarcó una ceja, mas no dijo nada. Era difícil saber si el oficial le estaba tomando el pelo o hablaba en serio. De todas formas esperaría a la cena para formarse una opinión.

Volvió a la modesta, por decir algo, fragua humana. Kolli era introvertido incluso para ser enano y no sentía nada por la mayoría de los humanos que habitaban el campamento.

En cambio su armadura y equipo sí necesitaba de sus atenciones. Cualquiera que fuera la oferta que le tenían que hacer, su armadura y sus martillos eran sus mejores aliados.