-¡Gracias! Tiene una pinta deliciosa.-Respondió la joven mientras sonreía. Mientras hablaban unos y otros, Savannah probó su pedido "Oh, tiene un sabor increíble. Podría decirse que es de los mejores que he probado" pensó ilusionada mientras seguía tomando del vaso, tras dejarlo sobre la mesa, también probó la napolitana. Dulce, benditos dulces... Cómo podían ser su perdición.
- Sí, todos esos son creaciones mías. Vamos vamos... Dejar de adularme ¡¡Acabaré avergonzada!!-Se terminó escondiendo tras sus patas, mostrando nada más los ojos.- Sois... Malvados.-Sacó la lengua de manera divertida, aunque después volvió a su café. Estaba tan rico que no podía dejar de tomarlo.- Sería una pena, pero cómo dice Sheila... Si no puedes, buscaremos la forma de quedar otro día todos juntos.
3 de septiembre, 9:00 a.m.
Mientras estás en tu casa, nerviosa por el resultado de la entrevista, probablemente haciendo un dibujo o escribiendo el principio de un fanfic (o sonado en la cama, para qué engañarnos), te llega la notificación de un correo electrónico. Cuando lo abres ves que es del departamento de RRAA de las oficinas de SouthPort. Lo abres casi al segundo de verlo. Reza así:
Saludos Srta. Fulgens,
Le comunicamos que, tras un estudio de su currículum y de sopesar sus campos de habilidad, le hemos asignado un puesto en nuestro dpto. de marketing. El día 5 a las 8:00 a.m. deberá estar presente en la octava planta del edificio de las oficinas de SouthPort.
Un cordial saludo,
El encargado de RRAA.
Me desperté extrañada de oir un sonido algo estridente en mi habitación. Andaba muy dormida, tan dormida que ni siquiera pensaba que estaba en el mundo real... Pensaba que estaba soñando... ¿Pero soñar que estoy dormida? Tomo entonces el movil como para apagar la alarma y veo una notificación. - Ah... muy bien... - Dije casi sin alma, o más bien con un alma muy dormida sin ganas más que de volver a la cama sin importarle nada
Me tiré en plancha a la cama desde la forma sentada que estaba con el móvil aún entre mis patas y volví a cerrar los ojos. A penas un minuto fue que tuve los ojos cerrados, pero como me pasa a mi y pensaba a cualquier persona de este mundo que tuviera muchisimo sueño al despertar, un minuto de volver a ir a dormir, se traduce en una hora. Y entonces me di cuenta
-¿QUE? - Me levanté de golpe sobresaltada para volver a mirar el movil, eran las 10:00, confirmado, pero el mensaje... - ¿E-estoy dentro? - Me pregunté a mi misma abriendo el correo para comprobarlo en todo su esplendor y saltar de alegría... En la cama... y sin moverme, simplemente alcé los brazos - SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII, TENGO TRABAJOOOOOOOOOOOOOOO - Acto seguido fui a hacer una captura del correo para que, al ver como resplandecía la captura de pantalla me fijara en la hora de entrada y de forma inmediata, me dejara palida y sin vida
-Siii... t-tengo... trabajo... ¿A las 8? - Caí rendida a la cama haciendome la pregunta del milenio - ¿Q-quien está vivo a las 8 de la mañana? - Me iba a costar muy mucho adaptarme a ese horario. Estaba acostumbrada a no madrugar, a despertarme entre las 10 y las 12, a veces incluso a las 14, y algún que otro día, despertarme a las 14, comer y seguir durmiendo, en especial en invierno... Despertarme antes de las 8... iba a ser una odisea.
Pero por lo menos podía hacer algo en ese momento. Abrí mis contactos de mensajería y busqué el de mi padre
*Adjunto la captura del correo*
Te dije que lo conseguiría sin ayuda de nuestro apellido. Gané.
Aunque realmente faltaba ver si aguantaba ese ritmo...
Mientras estabas medio celebrando que te hubiesen contratado y seguías procesando la hora de levantarte, tu teléfono vibra, sonando el tono de WhatsApp. Cuando lo coges ves de quién es el mensaje: es de tu padre.
Enhorabuena hija. Espero que estés orgullosa por tu logro. Y créeme cuando te digo que yo me siento igual de orgulloso
Entonces te fijas en que sigue escribiendo.
Eso sí, tienes que trabajar duro. Demuéstrame que puedes. Demuestra que eres una digna heredera mía.
Esas palabras parecían escritas con más severidad. "¿Realmente se alegraba?" te estabas preguntando. Pero entonces te llega un último mensaje.
Te quiero mucho, hija. Siempre te he querido.
Me volví a tumbar de sopetón en la cama tratando de asimilar lo de la hora, cuando de pronto el movil sonó. Era mi padre de nuevo. Lo tomé por encima de mi cara aguantandolo tan solo con mis manos y leyendo los mensajes... La verdad es que no me esperaba esto - Bueno... estoy feliz de que se alegre pero... Es demasiado bueno para ser cierto... - Hablaba conmigo misma mirando el mensaje una y otra vez para de pronto ver otro y poner los ojos en blanco.
-Lo sabía... AAAAAAAAAAAA. ¿Por qué? ¿Por qué diablos tiene que ser así papa? - No podía entender todo su empeño en que tuviera que heredar la empresa. Comprendía que tuviera que hacerlo, era mi obligación como una Ailurus, pero no lo entendía debido a lo que me parecía. Resoplé releyendo el mensaje - Buff... papa... - No sabía que decirle, y empecé a escribir cuando de pronto salió un nuevo mensaje que me dejó bloqueada
-Eso es chantaje papa. - Suspiré algo más tranquila pero pronto me puse a escribir
¿Por qué debo heredar la empresa? No quiero que la gente me valore por los logros de mi apellido, sino por lo que soy y puedo ofrecer yo...
A fin de cuentas, el sabía lo que sufrir por ser hija del jefe de la empresa Ailurus... Al menos de peque. Ahora las cosas eran distintas porque no me mostraba públicamente comunicada con el.
Y por cierto ¿Quien te crees que soy? ¡¡Pues claro que voy a trabajar duro!!
De igual manera sabía lo perezosa que era, llegandome el a obligar muchas veces a levantarme de la cama cuando era pequeña, así que ni siquiera sabía si me iba a decir algo referente a eso. A pesar de que me tomé 2 años de autodescubrimiento, mi padre no sabía nada de Luna Roja, o al menos nada de mi parte... No me parecía bonito que supiera que su niña dibuja y escribe cosas obscenas.
Lunes, 5 de Septiembre
Salgo del ascensor con calma y una tranquila sonrisa una vez llego al vestíbulo del edificio. Había sido como siempre un día bastante normal con todo el papeleo en el departamento de contabilidad, y merecía un descanso. Podía haber ido a la sala de descanso, pero dentro del edificio no se permitía fumar...así que tocaba salir fuera del edificio. No me molestaba mucho, así me daba un pequeño paseo para estirar las piernas.
Salgo del edificio y no me alejo mucho de la puerta para así poder volver pronto al trabajo una vez acabe mi descanso. Por suerte no hacía mucho frío, se estaba bien en la calle. Busco en mi chaqueta y saco un paquete de tabaco y unas cerillas. Como a veces fumaba puros, me había acostumbrado a llevar encima cerillas, ya que el líquido del mechero afectaba mucho al sabor.
Con un ligero toque, saco un cigarrillo y me lo llevo a los labios. Enciendo una cerilla y la uso para encender el cigarrillo, dando un par de caladas, hasta que está encendido del todo. Soplo a la cerilla para apagarla y empiezo a fumar tranquilo.
El tiempo pasa con una lentitud dolorosa. Varias veces me sorprendo mirando el reloj de la pared después de lo que parece una eternidad desde la última vez que lo comprobé, solo para ver que únicamente han pasado cinco minutos. Siendo el primer día de trabajo, entiendo la necesidad de una charla de instrucción para el nuevo equipo de seguridad de SouthPort; aun así, no puedo evitar sentir que el responsable de dicha orientación es de los que se toman media hora para explicar lo que podría decirse igual de bien en cuatro o cinco frases. Trato de recordarme a mí mismo que el tipo solo está tratando de ser exhaustivo, de hacer bien su trabajo, pero eso no evita que me sienta ansioso. Pero, ¿ansioso por qué, exactamente? ¿Por pasar el resto del día de pie al lado de una puerta, pendiente de quien entra o sale? ¿O por dar vueltas por los pisos, turnándome con mi compañero para hacer las rondas? No creo que este lugar sea lo que se dice inseguro, precisamente. Debería ser un trabajo fácil. Entonces, ¿por qué tanta prisa por que pase el tiempo?
La instrucción preliminar finaliza, y yo salgo disparado hacia la sala de descanso. Sin embargo, sabiendo que es posible que no vuelva a tener ocasión de fumarme un cigarrillo hasta que termine el turno, me lo pienso mejor y redirijo mis pasos hacia el ascensor. Podré pasar sin un café, pero no sin nicotina. En el ascensor, me saco la corbata con un tirón impaciente y la enrollo para guardarla en uno de los bolsillos de mi pantalón, para después desabrocharme dos botones del cuello de la camisa. Ya abajo, tras saludar al sonriente recepcionista (algún día tendré que acordarme de preguntarle cómo se llama), cruzo las puertas automáticas de cristal buscando la cajetilla de cigarrillos de mi bolsillo.
Entonces, lo veo.
Vestido con un elegante traje oscuro que hace un fuerte contraste con su níveo pelaje, hay un león de gran tamaño ahí de pie, fumando un cigarrillo. Sea quien sea, parece que ha tenido la misma idea que yo. Aminoro el paso mientras admiro discretamente su poderosa silueta, que hace que la chaqueta y el pantalón le queden ajustados en ciertas partes, y su abundante melena blanca, enhiesta, que el fresco aire de la mañana mece ligeramente. Finalmente, mi vista se detiene en el perfil de su rostro, que combina la suavidad de la juventud con la dureza de la madurez.
Vaya.
Tengo que reconocerlo: pocas veces he visto a alguien hacer derroche de tanta presencia únicamente estando ahí parado, sin hacer nada más que fumarse un cigarro. Sin embargo, no tengo la menor intención de que el desconocido me pille in fraganti repasándolo de arriba abajo con los ojos como si fuese un escáner; así que, antes de que él me vea, miro al frente, al otro lado de la calle, y camino hasta situarme más o menos a su altura, a unos cinco metros a su derecha. En silencio, saco un cigarrillo y me lo llevo a la boca. Sin mirar al león, tomo mi pesado encendedor metálico y lo hago chasquear un par de veces antes de encender el cigarro. La quemazón del humo de tabaco llenando mis pulmones es reconfortante, en cierto modo. Paradójicamente, se parece a tomar una bocanada de aire después de haber estado varios minutos con la cabeza metida debajo del agua. Cualquiera diría que es sano, cuando en realidad me estoy matando poco a poco. O mucho a mucho, qué más da. El caso es que en este momento me sirve para calmar los nervios. Con eso me vale.
Cuando estoy seguro de que seré capaz de hacer pasar el gesto como algo casual, giro un poco la cabeza para mirar de soslayo al Señor León. Ahora sí, me lo quedo mirando directamente a los ojos con una expresión estudiadamente neutra, seria incluso, mientras exhalo el humo del cigarrillo lenta, casi parsimoniosamente. Me tomo el tiempo de estudiar sus rasgos a través de la nube de humo, hasta que calculo que el silencio y la duración de mi mirada están a punto de alcanzar el límite de lo que se consideraría socialmente adecuado. Solo entonces levanto ligeramente las cejas a modo de saludo.
—Bonita mañana —afirmo, con un deje de sonrisa en la comisura de la boca, antes de devolver la vista al frente, dándole el perfil.
Veamos qué pasa ahora.
Le doy una calada a mi cigarro y echo una bocanada de humo por la boca con una tranquila sonrisa. Podía a lo mejor ir y comprarme un café o algo de comer tras el cigarrillo y tomármelo fuera, no estaba muy lejos de la cafetería. Bueno si eso ya lo decido tras el cigarrillo.
Miro alrededor, había pasado ya un tiempo tras mi regreso a Nueva York, pero era en momentos como estos en los que podía apreciar la ciudad con calma. En ese momento me fijo que hay otro animal fumando cerca mía. Un enorme e imponente oso polar estaba a unos cuantos metros de mí. Iba con un uniforme de guardia de seguridad, me parecía reconocerlo del uniforme de la empresa. Así que era un compañero de trabajo.
Me doy cuenta de que me está observando, aunque no detecto nada de hostilidad en su mirada. Le sonrío con amabilidad y escucho su comentario. Asiento sin perder la sonrisa. -Ciertamente lo es-le respondo con un pequeño saludo con la mano. Parecía agradable y había algo en él que hizo que me cayese bien. Le doy otra calada a mi cigarro y echo el humo por la nariz.
No sabía si le molestaría o no, pero decido acercarme para presentarme. -Creo que no nos hemos visto antes-digo mientras extiendo la mano en la que no sostengo el cigarrillo. -Yo me llamo Calvin, es un placer conocerte-me presento mientras le miro a los ojos sin perder la sonrisa.
Mientras mis ojos nadan en la inmensidad verde de Central Park, pues tengo la gran suerte de que mi nuevo lugar de trabajo esté justo enfrente del parque, oigo la simpática respuesta del desconocido. Pasan unos segundos de silencio hasta que, por el rabillo del ojo, lo veo moverse hacia mí; yo reposiciono entonces mis pies, orientando mi cuerpo hacia él para recibirlo frente a frente. El león me tiende la mano, que yo por supuesto estrecho al instante, sin apartar la vista de sus ojos, azul contra verde, mirándolo desde mi altura superior con una levísima, casi imperceptible sonrisa bailando en los labios. En el momento en que nuestras zarpas se cierran la una sobre la otra y puedo notar la firmeza de su piel y la suavidad de su pelaje, una sensación que reconozco muy bien se hace notar en mi cuerpo, una sutil mezcla entre calor, hormigueo y una ligera embriaguez.
Y de repente, así de fácil, Central Park ya no existe.
El hombre afirma no estar convencido de que nos hayamos visto nunca, lo que es una obviedad por el simple hecho de que, de haber sido así, me acordaría. Finalmente, me dice su nombre.
Calvin. Sin apellido. Cercano.
—El placer es mío —respondo, con una voz aún más honda y cavernosa de lo que ya es habitual en mí—. Snæbjorn. Nuevo equipo de seguridad. Es mi primer día.
Doy una calada larga y tranquila a mi cigarrillo, disfrutando del silencio estirado entre los dos, como si una burbuja en la que el tiempo se hubiese detenido nos aislase del caos del tráfico matutino. No dejo de observarlo mientras expulso el humo hacia un lado, buscando cualquier señal, cualquier cosa que me indique la existencia de alguna curiosidad por parte de Calvin. De un tipo muy específico de curiosidad, más concretamente.
—¿Cuál es tu departamento? —inquiero con aire relajado, como si tal cosa, mientras tomo otra calada. En el ámbito privado de mi mente, me pregunto si Calvin podría ser de los que, en unas circunstancias y contexto apropiados y totalmente diferentes de los actuales, les gusta que les soplen lentamente el humo a la cara.
Espero a que el enorme oso polar me estreche la mano con una amable sonrisa. Le doy una calada a mi cigarrillo y echo el humo a un lado, a mi por ejemplo no me molestaba si echaban el humo en mi dirección, pero sé que a otros no les gusta y por eso siempre intentaba no molestarles.
Nuestras manos se tocan y noto un ligero y agradable cosquilleo cuando nuestros pelajes se tocan. Su pelaje es realmente suave y agradable y mi sonrisa aumenta levemente mientras mantenemos el contacto. Puedo oír un acento en su voz que indica que es extranjero y su nombre lo confirma del todo. Snæbjorn. Asiento cuando explica que es su primer día. -Yo llevo un par de meses en la empresa, así que si necesitas cualquier cosa, puedes ir a verme-le digo al oso polar. Siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás, pero también servía de excusa para poder verle otra vez. Me había caído bien y me sentía cómodo con él. -¿Como está yendo tu primer día, Snæbjorn?-le pregunto con interés. Esperaba que el día le estuviese yendo bien.
-Trabajo en contabilidad, tercera planta-le respondo sin perder la sonrisa. Le doy otra calada a mi cigarro y echo una larga nube de humo por el lado. Observo como fuma su cigarro, que le da un aire fascinante. -¿Llevas mucho tiempo en Nueva York?-le pregunto a Snæbjorn. Obviamente era extranjero y a lo mejor esta era su primera vez en el país y en la ciudad.
Cuando Calvin me ofrece ir a visitarlo si alguna vez necesito algo, mi sonrisa se acentúa ligeramente, haciendo aparecer arrugas alrededor de mis ojos.
—Lo tendré en cuenta. —Qué amable. Entonces, el león me pregunta por cómo me está yendo mi primer día a bordo—. Bien. Acaban de dejarme salir de la guardería. Perdón, «orientación preliminar». Quieren asegurarse de que el edificio no se hunda bajo mi vigilancia. —Dejo escapar un pequeño bufido por la nariz que es, en realidad, el amago de una risa que no llega a ser, lo que pretende ser indicativo de que hablaba en broma. Levanto el cigarrillo, pero no llego a introducirlo en mi boca—. Me gustará trabajar para una empresa que se toma las cosas en serio.
Doy una nueva calada mientras Calvin me explica que él trabaja en el departamento de Contabilidad, en la tercera planta. Lo recordaré. Lo miro fumar, en silencio, y me fijo en el pequeño sonido que hacen sus labios al inhalar el humo, en el modo en que se dilatan las ventanas de su nariz cuando lo expulsa, y cobro consciencia de lo mucho que me gustaría saber qué está pensando ahora mismo, y especialmente si es lo mismo que estoy pensando yo. Probablemente no sería buena idea: acercarme un paso más, invadiendo su espacio personal; quitarle su cigarrillo de la boca y tirarlo al suelo; sujetar la parte trasera de su cabeza, hundiendo mis dedos en su preciosa melena; probar su boca y descubrir en ella a qué sabe su tabaco y si es mejor que el mío. No, definitivamente sería una muy mala idea.
Afortunadamente, Calvin me saca de mis pensamientos con una nueva pregunta: quiere saber cuánto tiempo hace que vine a Nueva York.
—Dos años —respondo, y por algún motivo mi voz suena ligeramente hueca, monocorde; solo alguien que me conociese bien, o que estuviese realmente atento, se daría cuenta del cambio. Yo me doy cuenta, y peor, sé a qué se debe. Inmediatamente hago por corregir el desliz—. Soy islandés. Estados Unidos es... diferente. Te cambia los esquemas. A veces te sorprende con cosas que no esperas. Buenas y no tan buenas. Pero está bien. —Me encojo de hombros. Entonces, pienso que quizá sería cortés por mi parte corresponder a su interés preguntándole cómo le está yendo el día a él—. ¿Qué tal tu día, Calvin?
Podría acostumbrarme a decir su nombre.
Me alegro de ver su ligera sonrisa y su respuesta a mi propuesta. Tenía una sonrisa encantadora. Mi cola se mueve un poco inconscientemente de lo tranquilo y cómodo que estaba con el oso polar. Le escucho cuando me cuenta como está yendo su primer día y me río un poco con su broma. -Te entiendo. Hicieron más o menos lo mismo conmigo en mi primer día y eso que ya tenía varios años de experiencia en otra empresa-comento con una pequeña risa.
-Me alegro de que vayas a trabajar con nosotros-le digo con sinceridad a Snæbjorn. Parecía un aunténtico profesional y realmente capacitado. Además de que el uniforme le quedaba realmente de maravilla. Logro contener un sonrojo ante ese pensamiento.
Observo al vigilante de seguridad fumar en silencio, había una total elegancia en sus movimientos. Le doy una calada a mi cigarro y pongo la boca en forma de o, echando un par de aros de humo que flotan unos segundos antes de que el viento los disipe.
Puedo notar un cambio en su voz cuando menciona cuanto tiempo ha estado en Nueva York. ¿Se vino aquí por motivos personales? Bueno lo mejor sería no preguntar ahora, acabábamos de conocernos y a juzgar por el tono, posiblemente sería un tema del que no quiera hablar. Su voz cambia rápidamente mientras explica como se ha adaptado y asiento. -Si, me lo puedo imaginar. Yo hace un par de meses que he regresado a Nueva York tras haber trabajado varios años en otro estado. Sé que no es lo mismo que trasladarse a otro país, pero entiendo tu situación-le digo asintiendo.
Sonrío cuando me pregunta como ha ido mi día. Noto mariposas en el estómago cuando su grave voz dice mi nombre, era una sensación muy agradable. -Ha sido un día normal hasta ahora que ha empezado a mejorar-respondo con sinceridad. La verdad es que conocer a Snæbjorn había mejorado mucho el día.
La verdad es que quería pasar más rato con el oso polar y entonces se me ocurre una idea. Carraspeo un poco nervioso. -Oye Snæbjorn...quería preguntarte, ¿tienes algún plan hoy después del trabajo?-pregunto algo nervioso, mis mejillas ligeramente enrojecidas. Me acaricio algo nervioso la nuca mientras espero su respuesta.
Escucho con atención a Calvin mientras me explica su experiencia en la compañía, y siento un acceso de alegría cuando el león manifiesta su satisfacción por el hecho de que vaya a trabajar en SouthPort. ¿Será igual de majo con todo el mundo?
—Yo también —respondo, de buen humor. Sin embargo, mi ánimo flaquea momentáneamente ante la posibilidad de tener que explicar por qué me fui de Islandia, algo para lo que todavía no creo estar preparado. Sería un problema: si me lo preguntara, no podría mentirle. Pero tampoco podría contárselo, así que tendría que inventar alguna excusa para cortar la conversación de manera prematura, y odiaría tener que hacer eso. Sin embargo, creo que consigo desviar la atención del tema. Si Calvin se ha percatado o no de mi breve cambio es algo que no podría asegurar, pero en todo caso mi futuro compañero no hace ninguna pregunta al respecto, cosa que agradezco.
A pesar de todo, mi humor vuelve a mejorar cuando Calvin responde a mi pregunta acerca de su día diciendo que estaba siendo normal, pero que ahora ha empezado a mejorar. Enarco una ceja, y una sonrisa vuelve a aparecer en mi rostro. ¿Eso ha sido lo que a mí me ha parecido? ¿O solo veo lo que quiero ver? Entonces, el león carraspea, nervioso por algo. Lo que dice a continuación casi hace que tenga que pedirle que me lo repita, porque no estoy seguro de haberlo entendido bien. ¿Me acaba de preguntar si hago algo después del trabajo? Y el modo en que se pasa la mano por el cogote, y eso que veo en sus mejillas... ¿Se está ruborizando? A lo mejor eso quiere decir... ¿O es solo que es muy tímido? Decido llevar las cosas un poco más lejos, solo un poco, para intentar asegurarme.
—Pues sí, tengo un plan —le digo, apretando los labios en una línea delgada, como disculpándome. Entonces, después de dejar unos segundos de suspense, alargo mi brazo y poso la mano con la que estaba sujetando el cigarrillo sobre su hombro, con firmeza, presionando ligeramente. Sin haberlo yo planeado, mi pulgar roza muy levemente la piel desnunda de su cuello. Sonrío con picardía—: El que tú estás a punto de proponerme.
Mi mirada centellea con un brillo travieso, y le guiño un ojo a mi guapo compañero.
El oso polar me había caído bien desde el momento que lo vi. Podía parecer serio e intimidante a primera vista, pero también se podía notar que era muy amable y gentil. Sé que haría un gran trabajo como vigilante y me alegraba de tenerlo como compañero para así poder verle más.
Fumo en silencio y echo otro par de aros de humo mientras le observo. Si, definitivamente había algo de lo que no quería hablar y eso era sus motivos para venir a este país. No quería obligarle a que me lo contara, era su vida y estaba claro que no quería hablar de ello, además no quería que se siguiera sintiendo incómodo, así que lo mejor sería cambiar de tema. Cuando el quisiera me lo contaría y si no, no pasaba nada. Lo importante ahora es el presenta y que estaba aquí, conmigo.
Le doy una calada algo nervioso a mi cigarro mientras espero su respuesta. Esperaba que no tuviese ningún plan y pudiésemos pasar más tiempo juntos, incluso ahora mismo estando aquí en silencio sin hacer mucho era algo fantástico. -Oh, tranquilo, no pasa nada-respondo intentando esconder mi decepción cuando dice que ya tenía planes. No pasa nada, si eso podemos quedar otro día. Nada de tirar la toalla.
Entonces alzo una ceja cuando posa su mano sobre mi hombro, el tacto es realmente agradable y mi corazón late rápido. Cuando me sonríe y dice que sus planes son conmigo, no puedo evitar reírme, pero principalmente era por alivio. -Muy buena, por un momento me has engañado-digo contento y aliviado al mismo tiempo.
Me sonrojo al ver su adorable guiño, parecía imposible, pero cada vez lo veía más guapo. -Bueno, había pensado que podríamos quedar en mi piso por ejemplo y pasar un rato tranquilo allí. Podemos hacer cualquier cosa-propongo algo nervioso y acariciándome la nuca de nuevo. Hacía tiempo que no pasaba el tiempo con otro macho que me gustase y quería pasarlo lo más íntimo posible, sin ruidos ni distracciones, sólo Snæbjorn y yo. Un rato como el que estábamos teniendo ahora -Podemos ver algo, comer algo allí, fumar...tengo una colección de puros-empiezo a enumerar bastante nervioso, esperando que la propuesta no le pareciese aburrida.
Calvin ríe en respuesta a mi pequeña broma, y yo con él, sin separar mi mano de su hombro. Me parece sentir un ligero nerviosismo por su parte, en el movimiento de sus ojos, en su respiración levemente más superficial, más contenida. Y, con todo, no me basta. No es suficiente para estar seguro, para emitir un veredicto, para saber qué esperar... Hasta que el león vuelve a hablar. Definitivamente, no estaba preparado para lo siguiente que dice. Una vez más cuestiono la fiablidad de mi oído.
Calvin acaba de sugerirme quedar en su piso.
Mi sonrisa se queda momentáneamente congelada mientras intento procesar la inesperada proposición. No hace ni cinco minutos que Calvin sabe que existo, y a pesar de ello me ha dicho de quedar en su piso. Pero no en plan citarnos allí para luego ir a otra parte, no, sino ir a pasar un rato allí los dos. Quizá se trate del famoso carácter afable y hospitalario de los estadounidenses, al que aún no me acabo de acostumbrar. Sí, probablemente. Seguro que es solo eso, porque la alternativa, la posibilidad que me niego a creer porque es imposible que haya tenido tanta suerte, es que Calvin esté empleando el familiar código social que dice sin decir que me encuentra atractivo y que, simple y llanamente, está interesado en follar conmigo. Pero no puedo tener tanta suerte, ¿verdad?
O quizá... Quizá esté acostumbrado a hacerlo. A valerse de su encanto, de su aparente inocencia y, sobre todo, de su belleza (porque, afrontémoslo, el tío es sencillamente hermoso) para conseguir lo que quiera con quien quiera. Una parte de mí me reprende por pensarlo siquiera: «¿Cómo puedes ser tan sucio? Calvin no es de esos», como si ser «de esos», sea lo que sea que eso signifique, fuese algo malo. Pero otra parte de mí, la que gana terreno segundo a segundo, encuentra jodidamente excitante que tenga los cojones de ser tan directo, sin importarle lo que pueda pensar de él. Tan excitante que, de hecho, empiezo a sentir el principio de una inoportuna erección formándose bajo mis pantalones.
Pero, ¿cómo estar absolutamente seguro?
De repente me doy cuenta de que llevo varios segundos en completo silencio, respirando muy despacio y mirando fijamente a Calvin a los ojos, como si a fuerza de mirar pudiese adivinar. Mi mano, la que tengo apoyada en su hombro, ha empezado a cerrarse en torno al cuello de su americana, formando diminutas arrugas en el tejido.
Tengo que decir algo. Lo que sea. Ya.
—Hacer cualquier cosa... Suena bien —contesto finalmente, con una voz tan ronca por el deseo y por mi propia imaginación que casi siento vergüenza. Mis ojos vacilan, moviéndose sucesivamente de un ojo de Calvin al otro, a sus labios, a sus mejillas y de nuevo a sus ojos, buscando, buscando, buscando sin terminar de ver, sin terminar de creer. Espiro con cuidado el exceso de aire que empezaba a acumularse en mis pulmones, provocándome cierta sensación de asfixia. Recuperando la compostura, me encojo de hombros, frunciendo los labios en una expresión de indiferencia. Como el ronroneo del motor de una vieja Harley, continúo—: O podemos escuchar un poco de música, charlar tranquilamente. Conocernos mejor. ¿Eso te gustaría, Calvin?
Joder, espero que esto no sea un gigantesco error, no estar malinterpretándolo todo, pero hacía años que no tenía tantas ganas de nada como las tengo ahora de que pase algo con este león que se me ha puesto delante, sea lo que sea.
Escucho brevemente su risa cuando se ríe conmigo y lo encuentro un sonido de lo más agradable. Esperaba poder seguir oyéndola más adelante en el futuro. Empiezo a esperar en silencio su respuesta, poniéndome cada vez más nervioso. ¿Y si le parecía un plan aburrido o tonto? ¿Y si hubiese preferido hacer cualquier otra cosa y decide pasar de mi? Hacía mucho tiempo, casi una eternidad que no salía con otro hombre, que no sentía este interés en otro hombre, solo esperaba que Snæbjorn tuviese el mismo interés, que yo no hubiese malinterpretado mal las señales...
Su mano sigue sobre mi hombro, lo cual debe ser una buena señal, ¿verdad? Mi mirada estaba sobre su rostro, esperando alguna respuesta o reacción, que no me fijaba en nada más. Le doy una calada nervioso a mi cigarro, esperando que la nicotina me calme un poco, mis mejillas algo rojas todavía y echo el humo por la nariz. Finalmente el oso polar habla y repite las palabras que había dicho antes.
Mis mejillas se ponen más rojas por la sorpresa, al entender el doble sentido de mis palabras. Carraspeo un poco otra vez. ¿Y si piensa que soy un vicioso o un asqueroso? Aunque creo que por el tono de su voz que no pensaba eso. Respiro hondo. La verdad es que el oso era realmente atractivo y hacía mucho tiempo que no me acostaba con nadie. ¿Estaba interesado? Entonces enumera un par de cosas más que podemos hacer e intento recuperar algo de calma. Mi mirada seguía en la suya.
-Si, cualquiera de esas cosas está bien...y ¿quien sabe? A lo mejor hacemos más cosas...-esa última parte la digo con un tono algo más bajo, aunque logro resistir la tentación de darme un manotazo en la frente. Sutil, Calvin, muy sutil, pienso con las mejillas más rojas que nunca. Esperaba que Snæbjorn siguiese interesado en quedar conmigo. -Si no tienes coche...puedo llevarte en el mío a mi piso si quieres-sugiero con una tímida sonrisa.
-¿Y si intercambiamos números de télefono?-le propongo a Snæbjorn. -Así si uno de los dos acaba antes su turno, puede avisar al otro y esperar-digo mientras saco mi móvil del bolsillo de mi traje.
En un tono de voz sugerente, Calvin no solo manifiesta su acuerdo con mis propuestas, sino que además añade que «a lo mejor hacemos más cosas». Podría ser una manera de hablar, un mero capricho expresivo que yo me empeño en transformar según mi interés, si no fuera porque, ya sin lugar a dudas, veo el rojo intenso del rubor encender el rostro del león. Por fin un indicio claro. No puede ser casualidad. Como mínimo, Calvin entiende el sentido que se le podría dar a sus palabras; pero, si hubiese sido un error, se habría apresurado en corregirlo. Y ya no es que no aclare el posible malentendido, es que continúa insistiendo en llevarme él mismo en su coche. A su casa. Ahora lo veo claramente: él también lo ansía, quizá incluso tanto como yo, pero al mismo tiempo siente temor. Porque, al fin y al cabo, estamos jugando un juego de adivinanzas en el que ambos nos hemos quedado a un paso de hacer la última pregunta, una que ninguno de los dos se atreve a formular. Ninguno de los dos quiere lanzarse al vacío sin estar seguro de que el otro lo atrapará en el aire. El contraste entre la determinación de sus palabras y la timidez de su expresión me produce una mezcla de sensaciones de lo más curioso, entre la excitación y la ternura. Lo miro en silencio, con los ojos oscurecidos por el deseo, y tengo que hacer un esfuerzo consciente por no echarme encima de él y devorar su boca sin contemplaciones. Pero no es así como quiero hacerlo. Con cualquier otro, en uno de esos lugares donde no se pregunta ni el nombre, puede. Con Calvin prefiero esperar. Aún no sé el motivo, pero quiero...
Quiero hacerlo bien.
Continúo observándolo sin decir una palabra, casi como si no entendiera o no me importase nada de lo que dice, mientras él habla de intercambiar nuestros teléfonos. Lo veo sacar su móvil del bolsillo, levantarlo, desbloquearlo. Y entonces, antes de poder pensar o sin querer hacerlo, alzo mi mano y tomo la suya, la que sujeta el teléfono. Mirándolo fijamente a los ojos, trazo una lenta y deliberada caricia con mi pulgar en el dorso de su mano y a lo largo de sus nudillos, con toda la delicadeza de la que soy capaz en mitad de la agitación interna que me aturde. Con cuidado, tomo el teléfono desbloqueado de su zarpa, entro en su sección de contactos e introduzco mi nombre y mi número:
Snæbjörn*
+1 646 453 0763
Tan pronto como termino, le devuelvo a Calvin su móvil. Inmediatamente, sin dejar de mirarlo a los ojos con una intensidad abrasadora, tomo mi propio teléfono de mi bolsillo, lo desbloqueo y se lo tiendo.
* Acabo de recordar que el nombre Snæbjörn se escribe con diéresis en la o. Lo cambio XD.
Trago saliva nervioso mientras espero en silencio a una respuesta, a un gesto, a cualquier cosa. ¿me habría precipitado? ¿Había malinterpretado las señales? No, creo que habíamos conectado y bastante bien al menos. Esperaba que no pensase que estaba proponiendo un simple revolcón y ya está. Si estaría bien si algo pasaba entre nosotros, pero yo quería algo más que eso y creo que con Snæbjörn podría conseguirlo. Y una parte de mí quería creer que el enorme y hermoso oso polar deseaba lo mismo. Quería hacer las cosas bien con Snæbjörn.
Esperaba que me fuese su número y yo apuntarlo en su teléfono, así que lo siguiente que hace me pilla por sorpresa. Su mano coge la mía y empieza a acariciarla con una increíble ternura y delicadeza. Mi cola se mueve alegre y una sonrisa sale de mis labios cuando su mano sigue acariciando la mía. Durante unos segundos me imagino besando a Snæbjörn, abrazándolo, acariciando con mis dedos su perfecta barba...logro volver a la realidad, un rubor en mis mejillas, cuando el vigilante de seguridad coge mi móvil y apunta su número.
Asiento cuando me devuelve el teléfono y sonrío al ver su número en la pantalla. Veo como él saca su teléfono y decido hacer lo mismo que él ha hecho antes. No sólo era para devolver el tierno gesto, quería volver a sentir su suave pelaje en mis manos. Así que cojo la mano de su teléfono y empiezo a acariciarla con la mía, disfrutando del agradable tacto de su mano, sintiendo las mariposas del estómago moviéndose a toda velocidad, el tiempo durante esos segundos se había congelado y por unos segundos vuelvo a imaginarme besando al oso polar de nuevo.
Finalmente cojo con delicadeza su teléfono y empiezo a anotar mi número en su agenda de contactos.
Calvin
638 259 144
-Aquí tienes-le digo mientras le devuelvo el móvil otra vez, poniéndolo entre sus manos. -Entonces si te parece bien quedamos después del trabajo y vamos en mi coche a mi piso-le propongo definitivamente al oso polar.
A mi arriesgada apuesta de establecer contacto físico íntimo con Calvin, su rostro de ilumina con una sonrisa. Su reacción me inunda de un inmenso alivio: ya no tengo por qué andarme con juegos. No obstante, me recuerdo a mí mismo que, pese a la atracción mutua que parece que ambos sentimos, continuamos siendo básicamente desconocidos. No sé prácticamente nada de mi compañero de trabajo, pero estoy dispuesto a que eso cambie.
Cuando entrego mi teléfono a Calvin, este imita mi gesto, acariciando mi zarpa con delicadeza. El detalle me calma, cosa que le agradezco interiormente. El león coge el móvil de mi mano y se lo lleva, e inmediatamente mi piel se siente huérfana, vacía ante la ausencia de contacto. Sin embargo, casi celebro los segundos en los que deja de prestarme atención para anotar su número en mi teléfono, pues así puedo observarlo furtivamente, deleitarme en el portentoso perfil de su hocico, la belleza de sus ojos, la suave forma de sus orejas. Fuerte y suave al mismo tiempo. Calvin me devuelve el teléfono al cabo de unos instantes, y yo lo recupero sin perder al león de vista. Lo guardo de nuevo en mi bolsillo sin comprobar siquiera que haya escrito realmente su número en mis contactos. Sé que lo ha hecho.
Una vez más, para asegurarse de que realmente tenga claros los detalles, Calvin repite el plan: después del trabajo, me llevará a su casa en su coche.
—Mm-hm —canturreo quedamente en señal de conformidad. Una pequeñísima y pícara sonrisa se dibuja en mi rostro—. ¿Y vas a dejar que me cambie antes, o piensas llevarme de uniforme? —Entonces, sin previo aviso, doy un paso hacia Calvin, entrando de lleno en su espacio personal y quedándome a escasos centímetros de él. El perfume que acostumbro a llevar, áspero y amaderado, profundamente masculino, resulta perfectamente discernible desde tan corta distancia. Sin poder evitarlo, acerco mi boca a una de esas preciosas y tiernas orejas. Mi voz suena casi hambrienta cuando, prácticamente en un gruñido, murmuro—: Lo estoy deseando, Calvin.
Después de unos momentos, vuelvo a dar un paso atrás, mirándolo a los ojos, con algo parecido a una sonrisa engreída, muy satisfecho conmigo mismo por mi pequeña travesura. Sienta bien sentirse deseado, especialmente después de... Después. Entonces dejo caer mi desatendido cigarrillo al suelo, aplastándolo con la suela del zapato, y hago un gesto con la mano, señalando hacia la puerta del edificio con el pulgar por encima de mi hombro.
—¿Volvemos?
Le devuelvo la sonrisa al oso polar. Tenía una sonrisa muy bonita y esperaba poder verla más en el futuro. Me aliviaba que estuviese interesado en mi propuesta, sobre todo porque era algo muy atrevido por mi parte. Pero eso solo hacía que sintiese más curiosidad por Snæbjörn y que quisiera conocerlo más y volvernos más cercanos. Y quien sabe a lo mejor hacíamos algo más a parte de hablar.
Le doy su teléfono y veo como éste lo guarda sin mirar el número, completamente seguro de que le he dado mi número real. Snæbjörn asiente ante mi plan y sonrío aliviado y contento. Ante su pregunta, trago algo de saliva y me ruborizo un poco. -Bueno...como te sientas más cómodo...-logro responder tras una pequeña pausa. Tenía curiosidad por saber que clase de ropas usaba el oso polar fuera del trabajo, aunque la idea de que viniese a mi piso en uniforme era realmente tentadora...No reacciono a tiempo cuando éste se acerca y me susurra al oído.
Un placentero temblor recorre mi cuerpo en ese momento y mis ojos se abren por la sorpresa y por su susurro. -Yo...yo también lo estoy deseando Snæbjörn...-logro decir cuando este se acaba separando de mi. Hacía tanto tiempo que no se me acercaba ningún hombre así.
Le doy una última calada a mi cigarro, antes de tirarlo al suelo y apagarlo con mi zapato, asegurándome de que estuviese bien apagado. La pausa para fumar se había acabado y debíamos volver a nuestros trabajos. Asiento al oso y empiezo a seguirlo de vuelta al edificio, fijándome y admirando la vista de su espalda. -Nos vemos después del trabajo-le digo con una tierna sonrisa en el rostro.