Aswand e Isidore llevaban varias horas deambulando por el varadero de Alejandría en busca de la Tormenta de Arena con escasa fortuna. Aquel dique era inmenso, más grande aun que el de Duartala. Encontrar a Nadja era una prioridad y para ello antes debían dar con la fragata de Sid Ben Jezheri. Ésta les conduciría ante su capitana.
Ni Aswand ni Iisidore hablaban catanés y los guardias portuarios con los que se habían cruzado o bien no hablaban ghirb o no lo querían hablar. El idioma del Imperio Rojo era uno de los más hablados en toda Gea, pero también era conocido por el común de los habitantes de aquel planeta, la rivalidad existente entre Catán y el Imperio y eso en muchas ocasiones provocaba ciertas rencillas entre miembros de cada nación.
- ¡Es evidente que nos entienden! – Murmuró Isidore ciertamente indignado.
- Lo sé, pequeño, lo sé. – Respondió Aswand.
- ¡Se ríen de nosotros en nuestra cara! – Exclamó el niño enfurecido.
- ¿Y qué quieres que hagamos, Is? – Preguntó un resignado Aswand. – Si al menos tuviéramos algunas monedas para facilitar el don de palabra de… - Bufó sin acabar la frase.
Unos marineros se encontraban cargando redes de pesca en su pequeño bote. Isidore se acercó a ellos tratando de descubrir si hablaban ghirb y en ese caso si tendrían a bien de ayudarles. Aquellos pescadores se miraron los unos a los otros cuando aquel joven niño de cabellos rubios al que a punto estaban de saltarle las lágrimas les habló en un lenguaje totalmente desconocido para ellos. Alzaron los hombros y negaron con la cabeza. Parecían preocupados en intentar entenderle, pero ni por señas pudo hacerles saber que era lo que buscaba. Aunque trataron de conversar con Isidore, todos sus esfuerzos de todos fueron en vano.
- Déjalo Is. – Aswand se acercó al niño abrazándolo por detrás y casi ocultándolo debido a su enorme envergadura. – Es inútil, no te entienden. Tranquilo, encontraremos la Tormenta.
Siguieron buscando de forma infructuosa durante un par de horas más hasta que llegaron hasta el final del embarcadero. No había ni rastro de la fragata de Sid y entonces se les planteó la idea de que no hubiera amarrado allí. Podía ser incluso que finalmente no hubieran llegado a Duartala o que ya se hubieran marchado con un nuevo rumbo. Debatieron esas ideas durante un buen rato sentados sobre un pequeño muro perteneciente a la terraza de una taberna de mala muerte cerrada a esas tempranas horas de la tarde.
Mientras que Aswand no descartaba que Nadja por un motivo u otro ya no estuviera allí, Isidore se negaba a creer en ello. No era el estilo de la capitana abandonar a su suerte a sus hombres, menos aun si su amado balandro estaba teóricamente en su posesión. De hecho, si por algún motivo tuviera que haberse marchado antes del reencuentro con ellos, sin duda habría dejado un aviso a alguien, una pista en algún sitio. Isidore estaba convencido de ello, aunque lo cierto era que pese a todo empezaba a asustarse por si no encontraba a su capitana de ninguna de las maneras.
- ¿Vais a pasar a tomar algo o preferís desgastar mi muro con vuestros hediondos traseros? - Gruño en ghirb un hombre calvo y con cara de pocos amigos, que por su grasiento delantal y el trapo que cargaba sobre el hombro, era con toda probabilidad el dueño de aquella tasca.
Hacia unos pocos minutos que aquel hombre que se afanaba en limpiar las mesas con aquel trapo que más que quitar la suciedad añadía más mugre, había abierto el local. Posiblemente no le gustaba la idea de que aquellos dos tipos harapientos ocupando su local y espantado a sus otros andrajosos y zarrapastrosos clientes habituales.
Isidore se puso en pie encarando a aquel malhumorado y maleducado tabernero. Aquel joven que le llegaba al posadero a la altura del pecho estaba realmente indignado. Había escuchado hablar sobre Alejandría. Se decía que era la mayor ciudad comercial de Gea. Por su impresionante puerto, bien podía ser verdad, pero en cuanto a hospitalidad sin duda iban a la cola con respecto a las otras naciones que había visitado, incluido el hostil imperio Nazcan.
- ¿Para insultar si habláis mi idioma? - Exclamó realmente enfadado Isidore. - ¡De esta forma difícilmente vas a conseguir nuevos clientes! ¡Se nota que te sobra el dinero! ¡Cómprate un delantal limpio!
La cara de posadero se mantuvo seria ante la respuesta de aquel chiquillo. El ímpetu de su joven compañero de viaje tomó a Aswand por sorpresa, pero enseguida que pudo ponerse en pie reaccionó abrazando al niño y apartándolo de aquel descortés tabernero. A él tampoco le habían gustado sus modos, eso era evidente, pero si se dejaba llevar por lo que sentía lo único que encontraría en una nación extranjera como aquella eran problemas y de eso ya iba bien surtido.
- Tranquilo, Is. - Le susurró el gigante acariciándole el cabello. - Ya tenemos suficientes problemas. Déjalo por ahora... - Le sugirió.
- ¿Pero has visto cómo nos ha hablado? - Recriminó el niño encolerizado.
- Déjalo ya , Is. - Repitió con tono impositivo y mirándole a los ojos. - Déjalo. - Volvió a remarcar.
Isidore gimió enrabietado y lanzó una patada al aire mientras mantenía los dientes apretados, el ceño fruncido y los puños cerrados. Aquel joven marinero tenía carácter y mucho genio. Desde luego no le gustaba que le faltaran al respeto y odiaba las injusticias. Sin embargo allí estaba Aswand para calmarle, lo más parecido a un padre que había conocido con el permiso de Nadja. Respetaba a aquel gigantón y solía tener muy en cuenta sus opiniones, por lo que estaba dispuesto a aceptar y rendirse ante aquel grosero tabernero.
Nada más darse media vuelta escuchó las carcajadas del que se creía victorioso. Los ojos negros del gigante se abrieron de par en par cuando observaron como Isidore volvía a encarar a aquel sucio empresario y esta vez lo hacía tras desenvainar una de las dagas que portaba siempre ocultas entre sus ropas. Al ver el rostro furioso de aquel niño, las risotadas del tabernero se incrementaron y no fue hasta que aquel jovencito de cabellos rubios y cara angelical cargó contra él con su filo por delante, cuando las carcajadas cesaron de golpe dando lugar a una cara terror ante una muerte inminente.
Isidore lanzó una certera estocada hacia la yugular del tabernero que no pudo hacer otra cosa que cerrar los ojos y poner las manos por delante para tratar de esquivar a aquel grácil y letal niño. La respiración del tabernero se cortó por un instante y calló de espaldas contra el suelo dañándose a la altura de las costillas al golpear contra la esquina de la mesa que momentos atrás estaba embadurnando con la mugre de su trapo.
Por suerte para él tan solo sintió el dolor en su costado y no en el cuello donde había apuntado aquel mocoso con su daga. Al abrir los ojos se topó con una escena tranquilizadora. Aquel enorme hombre de piel oscura había agarrado a su acompañante por la cintura y levantándolo había evitado el ataque del encolerizado niño. Isidore pataleaba con el rostro enrojecido, tratando de zafarse de forma ineficaz, de la presa del gigante mientras lanzaba golpes al aire con su daga.
El posadero observó que la daga del niño no estaba manchada de sangre y al comprobar con sus propias manos que su cuello tampoco sangraba, recuperó finalmente la respiración. Notó entonces humedad en su entrepierna, pues se había orinado encima del susto y para cuando se puso en pie se refugió tras la mesa aún blanco y sin aliento.
- ¡Llévate de aquí a esa fiera! - Imploró aquel aterrado hombre. - ¡Por la Gran Madre, sácalo de aquí!
- ¡No sabes con quien estás hablando! - Gritaba enfurecido Isidore. - ¡No tienes ni idea de con quien te has metido! ¡Te rebanaré el cuello! ¡Miserable!
Aswand se alejó de la taberna portando en brazos a aquel combativo niño. El Gigante de Azabache conocía bien a Isidore. Sabía que aquella reacción no era normal en el chiquillo. Si había reaccionado de esa forma era producto de la frustración y de la tensión acumulada por la situación en la que se encontraban. Perdidos en medio de una enorme ciudad hostil, sin una sola moneda y sin demasiadas esperanzas de localizar a Nadja en las próximas horas.
Aswand consiguió arrastrar a Isidore a un lugar más tranquilo. Pese a la diferencia de tamaño y fuerza de ambos, aquel joven se revolvía de forma muy eficaz. Era un chico fuerte, perseverante y con mucho carácter. Solía mantenerse sereno en gran parte de las circunstancias de la vida, lo había demostrado con creces en anteriores ocasiones, pero no dejaba de ser un niño de doce años, quizás ya trece, pues no conocía la fecha exacta de su nacimiento.
Aswand le liberó de la presa que ejercía sobre él, cuando por fin se tranquilizó. Aquella ira ciega se transformó en un mar amargo de lágrimas. Isidore era optimista por naturaleza, pero sus fuerzas empezaban a acabarse y la desesperación y la impotencia se acababan de adueñar de él. Todo aquello era demasiado para un niño como él.
La vida no había sido fácil con Isidore, desde muy pequeño tuvo que ganarse la vida por si solo. En más de una ocasión estuvo a punto de perder algún miembro tras ser descubierto robando alguna bolsa de monedas en medio del mercado, pero por suerte había logrado conservar sus manos huyendo de sus captores en el último momento. Todo cambio al conocer a Madelenne. Ella le dio la oportunidad de ganarse la vida de una forma más honrada y más segura y cambió aún más cuando Nadja le aceptó abordo del Yacaré como polvorilla.
No sabía del paradero de Madelenne. Esperaba que se encontrara bien, pero conociendo como conocía a Huesomuerto, podía ser que se hubiera vengado de Mady. Gracias a Tot que Madelenne también era astuta y sin duda habría podido evitar de alguna forma la ira de Patrick Lefebre. Odiaba a ese pirata. Había causado mucho dolor a alguna de las mejores personas que había conocido. Quería volver a Duartala, quería volver al Mady, deseaba estar de nuevo en casa.
- Ya me he cansado de aventuras, Aswand. - Dijo el niño con la voz temblorosa. - Quiero encontrar a Nadja y regresar a Duartala. Ésta vida no es para mi.
- Ésta vida no es para nadie. - Sonrió el gigante mostrando sus piezas dentales blancas como perlas. - Yo también estoy cansada de tanto viaje, de tanta incertidumbre. Tot nos pone a prueba todos los días...
- ¡Maldigo a Tot! - Imploró Isidore cargado de rabia. - ¿Por qué se ceba siempre con los mismos?
- ¡No blasfemes Is, por Tot! - Le reprendió el hombre que había hecho las funciones de padre en muchas ocasiones. - En este embrollo nos hemos metido solos. Nada tiene que ver Tot con todo esto. Fuiste tú quien decidió seguir a Nadja a una vida de piratría. ¿No es así?
- Si... - Isidore respondió sin demasiado convencimiento. - Pero...
- Una vida de pirata conlleva momentos duros. - Habló Aswand. - Éste es uno de esos momentos. He estado al borde de la muerte en muchas ocasiones. He matado a chiquillos incluso más jóvenes que tú. Tenían seguro sus sueños y sus ilusiones, como tu mismo. Ha muerto grandes amigos, sin ir más lejos Tiac o Fâdel. Eso ha endurecido mi carácter y ha hecho plantearme si deseo seguir con esta vida. No se hacer otra cosa y le debo lealtad a Nadja. - Le sonrió a su joven compañero despeinándolo y haciéndole enfadar. Isidore frunció el ceño y le miró con desaprobación, pero acto seguido le dedicó una sonrisa cómplice a su amigo. - La diferencia entre tú y yo es que tu eres mucho más joven que yo. Todo lo vives con mayor intensidad y sin duda todo resulta más duro para ti que para mi. Pero algo tienes a tu favor y es que tienes toda la vida por delante. Puedes cambiar tu destino, puedes volver a un camino de rectitud. Un camino que Tot si aprobaría y así salvarás tu alma. Yo lo tengo más complicado, creo que mi destino está más que firmado.
Isidore guardó silencio unos instantes. Aquello que Aswand le decía tenía sentido, lo sabía, pero no podía aceptarlo. Él era un niño, su vida era presente y tan solo algo de pasado. Por supuesto no tenía tantas experiencias vividas como su amigo. Quizás por eso aquellas se tomaba todas sus vivencias con mayor intensidad. Aswand hablaba de futuro, de la larga vida que le deparaba y de la idea de salvar su alma antes del juicio al que Tot debía someterle a su muerte.
- ¡Está bien, Aswand! - Gruñó el niño. - ¡Ya lo dejo, no me des la murga!
Aswand sonrió ante la respuesta de Isidore. Era evidente que le conocía bien. En cualquier otra ocasión, como bien había dicho el niño, le habría dado la murga. No iba a alargar mucho más su charla en ese momento, pues tenían mejores cosas de las que preocuparse en esos momentos, pero si era cierto que había preparado en su mente toda sarta de retahílas sobre lo correcto, lo incorrecto, la madurez y el futuro, que ahora iban a quedarse en el tintero.
- Está bien, Is. - Aswand se puso en pie y tendió la mano a su compañero para que hiciera lo mismo. - Vamos a seguir. Tenemos que encontrar a Nadja, a Sid o en su defecto algún sitio donde pasar la noche. - Lo cierto era que empezaba a anochecer y aún estaban en el punto de partida de su llegada a aquella ciudad.
Isidore creía en Tot como rojo que era. Desde pequeño aquel dios, el dios del desierto, había estado presente en su día a día. Las campanas de los templos redoblando y llamando a la oración, las leyes divinas que le habían enseñado desde pequeño en el orfanato, el mismo lenguaje contaba con infinitas expresiones que hacían referencia a hechos de la vida de aquel ascendido. Vivir desde pequeño en el Imperio te predisponía a tener fe en el dios único verdadero, como tras las fronteras del feudo de Nabim Jaffir se le denominaba.
No obstante, Isidore no era uno de sus más fervientes seguidores. No era un fiel devoto de Tot no porque no creyera en él o no respetara sus enseñanzas, sino que no era tan practicante como otros y en Aswand tenía un claro ejemplo de persona devota, porque tenía mejores cosas en las que pensar y en las que invertir su tiempo. Al haberse tenido que sacar desde pequeño las castañas del fuego, nunca había tenido demasiado tiempo para cultivar su fe. Además, era tan solo un niño y como tal se centraba en el presente. Sabía de la importancia de la salvación de su alma, pero en ese caso si coincidía con Aswand, mucho tiempo le quedaba por delante para encargarse de ese asunto.
Deambularon durante algunas horas más por el embarcadero. Pronto Maahn sucedió a Seyran en el gobierno del firmamento y la escasa luz de las estrellas y los faroles que el alguacil se afanó a encender en las zonas más concurridas del puerto iluminaban los pasos de aquella extraña y desesperada pareja de extranjeros. Pese a no haber encontrado todavía lo que habían ido a buscar a aquella inmensa ciudad, en esos momentos se encontraban algo más tranquilos, pues al menos sus estómagos ya no rugían.
Isidore había hecho gala de las habilidades que aprendió durante su más tierna infancia en los bazares del Imperio Rojo. Una bolsa había caído en sus manos sin que su dueño se percatara de nada. Aswand reprobó su actitud a Isidore. Era cierto que eran piratas y que su oficio era el expolio, pero desde que Nadja se erigiera en su capitana, habían aprendido a robar sólo a los más ricos y desde que Huesomerto usurpara el poder de la Roja abordo del Yacaré, el Gigante se había propuesto cambiar su modo de vida hacia uno más cercano a las directrices de Tot.
- Ahora mismo somos más pobres que las ratas. - Le respondió Isidore ante la nueva riña que le tenía preparada. - Robamos a los más pudientes y ahora mismo, ese hombre era sin duda mucho más rico que nosotros.
Aquel argumento le sirvió a Aswand para darle la razón al niño de alguna forma. Al fin y al cabo ahora podían calmar a sus rugientes estómagos. Por desgracia, pese a que parecía una bola bien repleta de monedas y en efecto lo era, en su interior contaba con más chatarra que otra cosa. Por suerte les bastó para cenar en un antro local a base de sopa de fideos cuyo cocinero había descrito con pollo, aunque ni Aswand ni Isidore pudieron confirmarlo tras ingerir aquel caldo caliente.
Nada más salir de aquel sucio y maloliente local, elegido más por sus bajos precios que por su apariencia, se toparon de frente contra un elemento que no esperaban ver a esas alturas de la noche. Pese a que llevaban casi todo el día buscando de forma infructuosa, no fue hasta bien entrada la noche y sólo cuando dejaron de rastrear el embarcadero, se toparon con un navío bien conocido para ambos.
La quilla del Yacaré se alzaba imponente en segunda línea del dique, a escasos metros de aquella tasca sin nombre. Isidore avanzó varias zancadas hacia el balandro propiedad de Nadja ahora en manos de Huesomuerto. Cuando Aswand iba a advertirle de lo peligroso que era estar merodeando alrededor de aquella nave, fue Is quien se detuvo y regresó junto a Aswand. Los dos corrieron a refugiarse tras unos barriles vacíos situados a las puertas de la madriguera de ratas que acababan de abandonar.
- ¡Están aquí! - Dijo entre dientes Isidore. - ¿Cuándo habrán llegado?
- Parece que no menos de algunas horas. - Respondió Aswand. - A juzgar por la tranquilidad que hay abordo hace tiempo que la mayoría de los tripulantes desembarcaron. Huesomuerto debe de estar en alguna taberna dando rienda suelta sus vicios...
- ¿Pero cómo puede ser? - Preguntó el niño contrariado. - ¡Nos dimos mucha prisa maldita sea! ¡Poderos cabalgó con todas sus fuerzas!
- Is... - Aswand esbozó una sonrisa de medio lado posando su mano sobre el hombro del niño. - Tardamos un día entero en conseguir el caballo. Luego tuvimos que cabalgar hasta aquel puerto sauquiano, embarcar... sin duda nos sacaron ventaja. ¡No llegamos antes que ellos, olvídate de eso!
- Tienes razón. - Le otorgó el niño que mantenía el ceño fruncido y la mano abrazando la empuñadura de su daga.
- Vamos... - Exclamó Aswand agarrándole del brazo para salir de allí cuantos antes. - ...salgamos de aquí. No quisiera encontrarme con Patrick o alguna de sus ratas.
Ambos se pusieron en marcha alejándose de la zona portuaria. Encontrar a Huesomuerto antes que a Nadja era un contratiempo con el que no contaban, o que al menos no deseaban que sucediera. Lo cierto era que con Huesomuerto en el puerto de Alejandría, las cosas se precipitaban y la desesperación asaltó el alma de aquellos dos vagabundos salidos del mar.
Isidore estaba enfurruñado. Pese a las miserias que le había tocado vivir solía salirse con la suya casi siempre. Era un chiquillo afortunado en cierta medida. Como Aswand le solía decir, “Tot te pone a prueba, pero si te mantienes firma en tus convicciones, acaba por proveer”. Nunca le había hecho demasiado caso en temas religiosos, pero desde luego si aquella afirmación era cierta, el dios Único y Verdadero, el dios del Desierto, se estaba pasando, ya era hora de que empezara a aflojar la cuerda que apretaba sus gargantas hasta prácticamente la asfixia.
- Niño... - Una voz temblorosa resonó en la cabeza de Isidore devolviédole al plano material desde sus más profundos pensamientos. - ¡Si, tú! - Exclamó un hombre de frágil apariencia que ocultaba su rostro bajo la capucha de su túnica. - Unas moneditas, por caridad. - Dijo el hombre, que por su voz y la esquelética apariencia de sus pies desnudos, sin duda se trataba de un anciano.
- Disculpe... - Respondió el joven de cabellos rubios. Alzó la voz buscando a Aswand, se había adelantado unos pasos y se encontraba mirando por encima de un muro, sin duda comprobando que no había hostiles piratas en la zona. - ...no tengo nada que pueda ofrecerle. - Dijo el niño casi sin mirar al anciano.
- ¿Ni una sola moneda? - Insistió el anciano. -¿Seguro que no puedes ayudar a un pobre anciano hambriento? ¡Tan solo una moneda por favor.
- Yo también estoy necesitado. - Replicó mosqueado Isidore ante la insistencia casi indiscreta del mendigo. En ese momento recordó los doblones de plata que Madelenne le dio. “Úsalos sólo en caso de necesidad” Ese no era ese caso. - ¡No sabe los problemas que me rodean!
- Todos tenemos problemas... - Argumentó el mendigo. - Está en tu mano, pequeño niño, aliviar los de un desvalido viejo. La Gran Madre te recompensará.
- ¡Hasta aquí hemos llegado! - Y ciertamente hasta allí había llegado su paciencia. Para personajes que invocaban a las fuerzas celestiales para resolver los problemas terrenales de los mortales, ya tenía a Aswand. - ¡Adiós muy buenas!
De esa forma dejó atrás al anciano para reunirse con el Gigante de Azabache. Isidore no lo vio, pero una macabra sonrisa oculta bajo la capucha del mendigo surgió en su rostro mientras observaba como el chiquillo se alejaba junto al hombre de raza negra con el que viajaba.
- Mala decisión pequeño, mala decisión. - Dijo el mendigo con voz firme y férrea convicción en sus palabras.
El mendigo se descubrió el rostro capucha mostrando su verdadera naturaleza. Ni una sola arruga poblada su rostro de pálida piel. Destacaban sus intensos ojos color azul eléctrico y su fino cabello negro que ocultaba en parte su siniestra mirada. No obstante, lo que realmente desvelaba la identidad de aquel ser, eran las extrañas protuberancias óseas que sobresalían de su rostro.
- Es hora de cobrar la deuda con lo que más quieres que puedo arrebatarte. - Dijo en un susurro sólo perceptible por él mismo. - De todos los futuros posibles, tú pequeño Isidore has elegido éste.
Aquella extraña figura se dio media vuelta alejándose del lugar por el mismo camino por el que Isidore y Aswand habían aparecido. No necesitaba comprobar lo que iba a suceder, lo había leído en los huesos, lo había leído en las entrañas. Había tenido una visión muy clara del futuro.
Isidore sin saberlo, había elegido una opción que determinaría su futuro más inmediato y de la que se arrepentiría el resto de su vida. De haberle entregado alguna de las monedas que tan bien ocultaba entre sus ropajes desde hacía tanto tiempo, habría impedido lo que estaba a punto de suceder. La generosidad que no había mostrado con aquel mendigo le había reportado unos pocos minutos al no tener que entretenerse en descoser el bolsillo secreto de su ropa y entregarle a aquel mendigo el pago por el corcel que le fue entregado en Undamo. Unos minutos que de haber invertido en dicho pago hubieran sido suficientes como para impedir el encuentro que estaba a punto de sufrir.
Isidore alcanzó a Aswand y saltó sobre su espalda entrelazando sus brazos por su cuello y agarrándose a su cintura con sus piernas cual mono. El gigantón casi perdió el equilibrio, pero se sobrepuso sujetando al niño sobre su espalda. La presa de los brazos de Isidore sobre su cuello, prácticamente le cortaron la respiración, pero no dijo nada. Aquel niño crecía rápidamente y aquellos gestos una mezcla de cariño y otra de juego se tornaban cada vez más lastimeros para el buen servidor de Tot.
- Tienes que dejar de hacer eso, Is. - Le dijo Aswand al chico sin dejar de observar por encima del muro. - ¡Vas a romperme la espalda! ¡Ya no pesas veinte kilos! - Sonrió.
- ¡Qué tontería, tú puedes conmigo y con cuatro más como yo! - Le recriminó Isidore demasiado alto para el gusto de Aswand que le mandó bajar el tono colocado el dedo índice entre sus labios. - ¿Qué pasa Aswand? - Le preguntó.
- No lo se... - Respondió no muy seguro de si mismo. - He visto una sombras al otro lado de la calle, sombras grotescas...
- ¿Trasgos? - Como auxiliado por la divina providencia, a Isidore le vino a la mente le imagen de aquellos seres que se habían hecho dueños de la piratería y que eran sinónimo de esclavismo.
- Creo que sí... - Respondió un sorprendido Aswand encarnado al chico y levantando una ceja ante tan acertada suposición. - Debemos andar con ojo. Puede que se trata de las sabandijas que estaban con Lefebre en Duartala.
- ¡Mis queridos Aswand e Isidore! – Exclamó una conocida voz desde la espalda de ambos.
Los dos se giraron como un resorte aterrados. La oscuridad de la noche impedía que vieran el rostro de la persona que les estaba hablando, pero su silueta y sobre todo su característica voz cazallera no daban lugar a dudas de quien se trataba. No obstante, cuando aquella silueta dio un paso al frente situándose bajo uno de los pocos faroles encendidos de aquella calle, se pudo observar con claridad el rostro picado y tuerto de Patrick Lefebre, el pirata conocido por el sobrenombre de Huesomuerto y su antiguo capitán.
Por supuesto no estaba solo. Junto a él se encontraba Bill, al que apodaban el cojo. Aquel rufián estaba muy desmejorado. Aunque nunca había sido delgado parecía haber ganado bastante peso mostrando una prominente barriga. Quizás por ello debía caminar sujeto a una muleta, su cojera había empeorado y su característico pelo rubio cortado en forma de casco, había dado paso a una maraña canosa con unas pronunciadas entradas en la frente. Junto a él se encontraban dos jóvenes sureños de aspecto fiero, pero sin duda lo que encendió definitivamente todas las alarmas de los dos sorprendidos marineros, fue la decena de figuras achaparradas de largos brazos y puntiagudas orejas que se encontraban junto a Patrick.
- Pa… Patrick… - Tartamudeó Aswand. Acto seguido miró en todas direcciones, pero lo cierto era que habían sido rodeados por los trasgos.
Isidore no se atrevió a abrir la boca, Huesomuerto se la tenía jurada y sin duda se la iba a hacer pagar en cuanto pusiera sus garras sobre él pese a ser sólo un niño. El destino de Aswand no iba a ser muy diferente, ambos le habían causado ya demasiados problemas al pirata que portaba su inconfundible casaca comida por el salitre.
- ¡Qué grata sorpresa encontrarme aquí con dos viejos amigos! – Dijo Patrick mientras los dos sureños acompañados por varios trasgos se acercaban hacia ellos.
- ¿Zon eztoaz laz zabandijaz de mar que ezcaparon de nozotroz en Duartala? – Gruñó Garzajgar muy interesado en conocer la respuesta. – Dieron buena cuenta de algunoz de miz chicoz. – Añadió.
- Los mismos. – Respondió simplemente el capitán del Yacaré. - ¡Prendedlos! – Ordenó entonces Huesomuerto.
Era en ese momento cuando Aswand más se arrepentía de haber intercambiado su alfaljón por algo que llevarse a la boca con aquel trampero trasgo. Era cierto que el camino hasta Alejandría fue largo, pero ahora más que nunca añoraba a su filo, pues luchar o morir eran las únicas opciones que pasaban por su mente. El chiquillo había sido en ese aspecto más precavido y al menos había mantenido a su lado a uno de sus fieles cuchillos que ya empuñaba por delante suya en posición defensiva.
Los rufianes de Patrick y Garzajgar salvo Bill y una pareja de pieles verdes, se abalanzaron sobre ellos. Pese a portar armas de fuego utilizarían el hierro para acatar las órdenes de Patrick de no dejarse prender a las buenas. No querían llamar la atención de la guardia, pues ésta parecía haber aumentado sustancialmente su presencia en las calles, tras los rumores de guerra que corrían por la ciudad.
Uno de los trasgos fue el primero en lanzar su mellado filo contra el Gigante de Azabache, el puño de éste voló para impactar en el rostro de aquel ser deforme y hacerlo volar por los aires varios metros atrás. Otro de aquellos seres lanzó un diestro golpe contra el costado derecho del sureño, pero Aswand con suma agilidad difícilmente predecible en hombres de su tamaño, esquivo el golpe. Para entonces uno de los sureños ya estaba sobre él y otros dos trasgos se situaron a su espalda.
Isidore no corrió mejor suerte. Dos de los piratas de Garzajgar le encararon. El niño respondió haciendo bailar por delante de ellos su reluciente cuchillo. Los pieles verdes se los pensaron dos veces antes de atacarle, pues ese niñito blandía con destreza su arma. Finalmente y con un simple pestañeo, se decidieron a hacerlo uno por cada lado. Una hoja mellada fue directa hacia la testa del niño y éste pudo esquivar el golpe rodando por el suelo, pero asestar un severo corte en los abdominales del segundo trasgo mientras recuperaba la verticalidad tras su acrobacia.
Para ese entonces Aswand ya había asestado diversos golpes de puño y patadas a más de un oponente, aunque en aquella desigual batalla, ya había recibido también algunos cortes de importancia. Por suerte, tras la embestida de uno de los trasgos, logró agarrarle de la muñeca y con gran maestría se apoderó de su herrumbrosa arma.
El ahora armado Aswand, mucho más ducho que sus adversarios en el combate cuerpo a cuerpo y con mayor experiencia en esas lides, había conseguido equilibrar el combate de alguna forma. El cruce de espadas, el choque de metales y el intercambio de heridas sangrantes se sucedió durante unos momentos. Dos de los trasgos sufrieron heridas que acabaron por apartarles del combate. Uno de ellos recibió una estocada en el costado que tuvo que taponar para no desangrarse y otro de ellos contempló con horror como aquel hombre de piel oscura cercenaba su zurda desramándole.
Por su parte Isidore se revolvía como podía de aquel combate. Aquello más bien parecía la cacería de un ratón por parte de cuatro felinos, pues dos nuevos trasgos se unieron a los intentos de atrapar al chiquillo, que un duelo a espadas. Isidore saltaba, rodaba, se ocultaba tras los pilares de una arcada, desviaba los ataques con su pequeño cuchillo y hasta se encaramaba a los muros como si de un mono se tratara.
Isidore correteaba por encima del muro sobre el que instantes antes Aswand observaba las sospechosas siluetas de los trasgos y donde fueron sorprendidos por Huesomuerto. Los piratas de Garzajgar se veían apurados para seguirle el paso en aquella pequeña superficie. Dos de ellos habían optado simplemente por tratar de atacar desde abajo lanzando estocadas muy fáciles de esquivar por el niño.
Una patada por lo bajo le sirvió a Isidore para librarse de uno de sus raptores. El golpe en la espinilla del trasgo le hizo perder el equilibrio y provocó que cayera del otro lado del muro, por un desnivel de varios metros que acabó con su espalda dolorida contra el duro y frío suelo de adoquines de piedra. Esa victoria parcial fue aprovechada por el segundo de los trasgos que estaba encaramado al muro para tratar de asestar un corte en el cuello de Isidore. Por suerte para él, logró esquivarlo en el último momento aunque lo cierto fue que la punta del arma del piel verde cortó su mejilla abriendo una dolorosa herida y manchando de sangre su rostro y su camisa.
Tuvo que lidiar entonces con otro de los trasgos que no cesaba en su intento de cortarle una de sus piernas, mientras un tercero escalaba el muro para ponerse a su altura. Isidore saltó evitando así un golpe bajo, lanzó su cuchillo de forma desesperada hacia el trasgo que ya le había herido y que se abalanzaba sobre él. La fortuna quiso que su cuchillo se clavara en el hombro de éste, desequilibrándolo y haciéndole caer del muro.
Para ese entonces otro trasgo ya había ascendido al muro y se encontraba de cuatro patas tratando de encontrar el equilibrio para ponerse en pie. Una patada de Isidore acabó con aquella intentona y precipitando al trasgo contra el suelo. De nuevo el último de los trasgos volvió a atacarle desde su posición más baja e Is simplemente corrió sobre el muro para alejarse de su filo.
Fue entonces cuando los ojos azules del niño pudieron apreciar con rotunda claridad, la crudeza de la vida y de la muerte. Aswand se las había apañado bastante bien hasta el momento. Uno de los trasgos yacía inerte sobre el suelo, mientras que otros tres habían sido eliminados del combate por las graves heridas que les había infringido. Tan solo los dos sureños rodeaban al Gigante, que primero con un codazo hizo estallar en sangre la nariz de uno y con el mismo movimiento ensartó al otro desde la clavícula hacia la espalda matándolo en el acto.
Sin embargo, ya con el combate casi finalizado, el filo de un arma atravesó desde atrás hacia adelante el torso del fiel compañero de Isidore. Los ojos de Aswand buscaron al niño. El terror se reflejó en la última mirada que Aswand le dirigió a Isidore y eso el niño lo captó de inmediato. La sangre brotó a mares cuando el filo desapareció de su interior siendo recuperado por su legítimo propietario.
- ¡Corre! – Alcanzó a decir Aswand Manssur con su último aliento antes de caer al suelo mostrando el rostro de su asesino.
Isidore vio reflejada la venganza en la mirada sádica de Patrick mientras le sonreía con su boca desdentada y podrida a la vez que limpiaba en su gabardina la sangre de su mejor amigo que empapaba su espada. Isidore no se lo pensó dos veces y aunque la ira, la rabia y la sed de venganza se apoderaban de su ser, decidió luchar otro día y vivir, lanzándose a través del desnivel del muro y rodando en por el suelo antes de salir a la carrera.
- ¿Por qué ha tenido que ser así, mi amo? – Preguntó Tonatiku desde lo más oscuro de un angosto callejón con vistas al murete frente al cual Aswand había muerto.
- Sabes bien que puedo leer los acontecimientos venideros. – Respondió Ank Durss. – De la muerte de ese hombre dependían que se desencadenaran una serie de circunstancias, coincidencias si quieres llamarlo así, que finalmente me llevarán a la consecución de mis objetivos. – Explicó el hechicero.
- Comprendo, mi amo. – Afirmó su servidor mirando atentamente con sus ojos, uno de cada color, hacia el lugar donde Aswand se desangraba.
- Claro que… - Sonrió Ank Durss. - …los acotamientos al ser guiados por mí, no sé hasta qué punto pueden ser considerados coincidencias, más bien se trata de certezas. Certezas guiadas por mi persona para obtener un fin determinado…
Dicho aquello, ambas figuras se encapucharon y desaparecieron del lugar tan rápido y sigilosamente como habían aparecido y sin dejar constancia alguna de que nunca hubieran estado allí. Tan solo Isidore podría reconocer a Ank Durss en el mendigo que le pidió unas monedas, si es que lograba llegar a atar cabos.
Para ese entonces Isidore corría calle abajo y lo hacía tan rápido que sus piernas querían avanzar más rápido que su propio cuerpo y ya había trastabillado hasta en tres ocasiones. Por suerte para él y aunque no lo sabía, por mucho que trataron de seguirle, las rápidas piernas de Isidore rápidamente le pusieron muy lejos del alcance de Huesomuerto y sus secuaces.
Minutos más tarde se encontraba agazapado entre unas redes y unos barriles abandonados en mitad del embarcadero. El joven se sentía solo y desgraciado y no podía dejar de pensar en la mirada horrorizada ante la inminente muerte de su gran amigo Aswand, al que quería como a un padre. Isidore lloraba roto por la tristeza. Se encontraba asustado, frágil y desamparado, pero lo peor de todo fue cuando recordó a aquel mendigo y pudo establecer la relación con el extraño suceso de Undamo.
Nadie da nada a cambio da nada, ni siquiera si ese alguien se trata de un espíritu del desierto como él creía fervientemente. Pese a que el propio Aswand se había opuesto, él había aceptado el trato, un corcel a cambio de devolverle el favor a alguien necesitado en cuanto lo solicitara. Él había estado en disposición de cerrar el trato, podía haberle entregado un mísero doblón de plata para que nada de aquello hubiera sucedido, pero lo cierto era que Aswand había muerto por su culpa y nunca se lo perdonaría.
Lloró amargamente durante horas sin saber cómo actuar, que hacer o a donde ir. No sabía a ciencia cierta si le estaban buscando, aunque intuía que sí. Todo lo que sucedió durante las subsiguientes horas fue muy confuso para aquel niño que se vio sólo, en un lugar extraño y bajo la amenaza de que la venganza de Patrick Huesomuerto se hiciera efectiva también sobre él. Desolado y con los ojos enrojecidos vagabundeó por la zona portuaria con miedo y escondiéndose de cualquiera que se cruzara en su camino.
Aquel joven sumido en la desesperación, necesitaba más que nunca la ayuda de un padre o de una madre, pero lo más parecido a un padre que había conocido había muerto pocas horas atrás y a la que consideraba como una de sus dos madres, se hallaba perdida en medio de aquella urbe urbana, si es que no se había marchado ya o había muerto también a manos del asesino de Aswand o de cualquier otro rufián.
Por primera vez en mucho tiempo se sabía solo. Nunca pensó que le afectaría tanto la desaparición de Aswand y aunque nunca había sido muy devoto de Tot y se había burlado en más de una ocasión de las férreas creencias de su inseparable y difunto amigo, en esa hora oscura rezó al dios del Desierto pidiendo un poco de piedad.
Puede que fuera una simple casualidad, o puede que Tot escuchase a Isidore, pero lo cierto fue que el gesto de fe que tuvo para con el dios considerado por los rojos, como Único y Verdadero coincidió con el primer golpe de suerte que aquel treceañero tenía desde su llegada a Alejandría.
Arrodillado en un oscuro callejón, escuchando de fondo el murmullo del griterío procedente del interior de una taberna situada en la cantonada y mirando al cielo nocturno mientras entonaba las pocas oraciones que conocía dedicadas hacia el todopoderoso Tot, reconoció una voz vagamente familiar que le hablaba en su idioma nativo.
Al girarse sobresaltado y echar mano a la vaina de su cuchillo sin hallar el mango de éste, pues probablemente lo había perdido o dejado olvidado durante el combate, no lo recordaba, se fijó en las facciones de dos individuos que le miraban a contraluz desde la entrada de aquel tenebroso callejón. Dejó de orar y sus sollozos también cesaron de golpe, pues su organismo se puso en alerta a la espera de lo peor.
Pasaron unos pocos segundos hasta que reconoció el rostro de aquellos recién llegados que habían roto la mística conexión que había establecido con su dios. Si no le engañaban sus ojos haciéndole ver un espejismo, Imad, el curandero a las órdenes de Sid y Mutazz uno de los encargados de la carpintería de la Tormenta de Arena se hallaban frente a él. Esa era la salvación que esperaba, alguien en quien podía confiar pese a no conocer demasiado.
- ¿Imad, Mutazz? – Preguntó el chiquillo.
- ¿Isidore? – Dudaron ambos a la vez.
El niño corrió junto a ellos y tras explicarles brevemente lo sucedido regresaron a paso ligero a bordo de la fragata que Sid capitaneaba. Debían poner en conocimiento de su capitán aquellos hechos cuanto antes y ocultar su navío de los curiosos ojos de los bucaneros al servicio de Lefebre, pues la traición que aquella tripulación había perpetrado contra éste, sería sin duda motivo de conflicto.
Is escapa y merodea un tiempo por el puerto hatsa qe finalmente da con la tormenta
Sid esta a bordo y decide llevar a isidore con nadja
Capitulo siguientere: reencuentro con e nadja con is, pelea con huesomueto posiblemente ultima, pitonisa.