En un extraño gesto Anwälen le había dado la mano y la sureña lo cogió del brazo sonriéndole, aunque por dentro se sentía nerviosa, ese nerviosismo que la llevaba a alturas inexplicables al sentirse en peligro, y cuya sensación le provocaba una felicidad extrema.
El pasillo era corto hasta su final, de vetusta madera adornaba con una balaustrada, haciendo que respirara cada olor que le provocaba esta materia. Con pasos silenciosos se acercaba hacia su cometido, debido a que la sureña estaba bien proporcionada con respecto a su estatura al poseer un esbelto cuerpo para moverse como una gacela.
La puerta del salón de los oficiales estaba custodiada por dos soldados, Euyun se mostró sorprendida pues no había caído en ello, - una vez más dio gracias a que se le hubiera ocurrido lo del somnífero sino habría sido todo una locura. Estos guardias hubieran alertado a la tripulación y estarían siendo asediados por toda la tripulación del barco. Ahora más que nunca la estrategia del somnífero debía de resultar, y toda la responsabilidad recaía en las habilidosas manos de la asesina.
La mirada hacia los soldados fue serena, un tanto tímida pues no quería mostrar ningún atisbo de locura ni de bravuconería. Aunque su corazón latía con fuerza, y algunas gotas de sudor le caían pero se ocultaban entre su ondulada melena oscura. Gracias a que fue controlando su respiración pudo presentar una faz calmada.
Uno de los soldados entró para después darle vía libre para que prosiguieran... cuando la sureña se adentró miró a los mandos y se quedó sorprendida al ver que todos eran sureños. - Hasta entonces no había caído que Aibab provenía de su región, y que su nombre era uno de aquella región donde había nacido. Por un momento se creó un lazo, un sensación de amistad que la muchacha rechazó con prontitud en su interior, pero reflejando en su rostro un gesto afable, que acompañó con una inclinación esbelta de su cuerpo a modo de cortesía. Lo que no se esperó del alférez fue que se dirigiera hacia ella y besara su mano, momentos antes lo consideraba un traidor a su causa, un hombre sin respeto hacia ellos, y ahora lo veía como alguien que les había conferido una dignidad, otra vez quiso dejar de llevar a cabo su plan, algo en su interior gemía para que lo descartara, algo le decía que todavía estaba a tiempo, pero también rechazó esos pensamientos siguiendo con la estratagema, si no demostraba a su amo que era digna de él, la muerte o el dolor pasajero no serían suficientes ante el castigo de aquel ser antiguo, en cuyo rostro no se representaba el poder que emanaba de su interior.
Otro inconveniente que vio Euyun es que las copas estaban puestas en el centro de la mesa, era una habitación pequeña, con algunos armarios a los lados y decorada con mapas sobre los tres continentes principales y alguno que ahora había sido explorado. Tenía que buscar una forma de servir las copas a un lado y no ahí en presencia de todos. Aunque siguió con su gesto de cortesía hacia los presentes, su mente pensaba con suma rapidez la actuación que debía de seguir.
Casi la mayoría eran ya hombres viejos, entrados en edad aunque se les veía experimentados por las cicatrices que portaban algunos y otros por sus semblantes y condecoraciones. - La duartalesa que no había tenido ninguna de esas medallas no se podía hacer a la idea de lo que era la guerra y haber sobrevivido a ella, pero su intuición le decía que cualquier paso en falso sería descubierto y estos hombres experimentados se darían cuenta de su estratagema. Se sentía como un ratón en medio de gatos, y cualquier movimiento raro provocaría que fueran presas de estos oficiales.
La joven inexperta ya iba a dar un paso para empezar a servir las copas cuando su compañero empezó a hablar... entonces se quedó quieta, con una mirada baja para parecer insignificante, no tenía que demostrar ningún atisbo de arrojo, de valentía, o de odio hacia ellos, si no les hubiera alertado de que las palabras ahora pacíficas del elfo no se conciliaban con los gestos de la duartalesa. Ella se quedó quieta con un gesto sumiso, con una mirada baja, como si fuera una sierva que no tuviera que aportar nada a la reunión.
Cuando su compañero siguió hablando y desveló que el barco llegaría a Duartala la mirada de sorpresa se figuró en el rostro de la morena, que a causa de tener su rostro inclinado no dejó que se reflejara. - No había sabido hasta ahora el destino de esa nave, y por los dioses antiguos que no se imaginaba que fueran hacia su tierra. Otros sentimientos le vinieron que tuvo que rechazar, sino estaba concentrada en lo suyo la misión fracasaría. Ahora ya no era la muchacha obediente y sumisa, se había convertido en una asesina consumada, en una fiel devota del dios de la muerte y el asesinato, del engaño y el disfraz, de las drogas y la locura. Pensar en todas esas cualidades de su dios la tranquilizó, e hizo que no se quebrara y pudiera seguir concentrada en el plan.
La conversación de su compañero estaba llena de sorpresas desvelándole información que la joven desconocía, se quedó pensando en ese viaje oculto: - Es una misión secreta para el emperador, entonces se dio cuenta que estos asesinatos eran innecesarios, es más contraproducentes, ahora que Anwälen se estaba dando a conocer como una autoridad superior al barco y a sus tripulantes, aunque fueran oficiales, el ser amigo del emperador lo hacía estar por encima de cualquier autoridad. A Euyun le hubiera gustado mirar a las caras de los oficiales para saber quien estaba a favor y quien en contra, quien creía que era un emisario del emperador y quien suponía que se estaba marcando un farol. Pero no podía hacerlo, aquel gesto hubiera provocado que si hasta la sirvienta se sentía superior a los mandos, entonces las palabras de su compañero hubieran quedado sin validez, debido al porte orgulloso que hubieran adoptado los oficiales rechazando aquella información como una presunción de pleno. Así que la muchacha continuó con esa mirada cabizbaja, sin darse ningún porte o poder, sabía que las palabras de su amo eran conciliadoras y no querían demostrar un rango superior, sino una aceptación plena dentro del grupo de los oficiales.
Cuando la joven vio que su compañero le hacía un gesto para que avanzara, entonces ella avanzó tímida y cuando habló de las botellas, la mostró a los presentes siguiendo con su miraba baja, para que la atención se centrará en el licor y no en ella. Sabía que había llegado su hora y avanzó con esa actitud recatada, sumisa, pero por arte de magia las botellas habían desaparecido cubiertas bajo esa capa negra que la envolvía. Cuando llegó a la mesa se vio que de su capa salía solo una botella, la otra como si fuera un juego de presgiditización se había quedado en el suelo, debajo de la mesa en la esquina que estaba reservada a su compañero y a ella, con la otra mano descorchó la botella que llevaba la muesca del potente somnífero, una muesca muy pequeña insignificante pero suficiente para la avispada muchacha.
Comenzó a servir de derecha a izquierda, cogió una copa y la colocó delante de cada uno de los anfitriones y la llenó levemente, calculando lo que tenía que echar para que se llenaran las ocho, sin que le temblara la mano ya que anteriormente había podido controlar su respiración, y así fue pasando por al lado de los mandos vaciando la botella por entero entre las ocho copas. Si todo había salido bien y nadie le había interrumpido continuaría sacando la segunda botella de debajo de la mesa. La que no contenía el potente somnífero para seguir llenando las copas hasta llegar hacia su compañero Anwälen. Colocándole la novena copa y ella cogiendo la décima, llenando la copa de su compañero y echándose ella el resto. Después mostraría una sonrisa sin mirar a los presentes y esperaría a que su compañero hiciera el brindis pertinente.
- Acepto esas disculpas, señor Anwalën. – Dijo el alférez. – Nos ha puesto en serios aprietos desde que embarcamos a su lado, pero las órdenes del Emperador eran claras.
- A decir verdad, no las tenía todas conmigo. – Intervino el contramaestre Mussim desvelando una voz cazallera como pocas que Euyun había escuchado. – Estaba convencido de que nos interceptarían a la salida del puerto.
- Mi preocupación sigue siendo una, señor Anwalën. – Retomó la palabra Aibab Arkam. – Nos encontramos en un mar interior sin más salida a mar abierto que el estrecho de Alejandría. No sé cómo diablos vamos a regresar a Duartala, más si los rumores de guerra acaban por confirmar el conflicto. La vigilancia del estrecho se incrementará.
- No tiene por qué esperarnos, mi muy querido alférez. Creía que ya había quedado eso claro. El objetivo de esta travesía es nuestro desembarco en tierras saukianas y con eso debía haber quedado zanjada nuestra relación contractual. – Respondió el elfo muy seguro de sus palabras. – Una vez culmine la misión que me encargó el Emperador Rojo, las puertas del océano Oriental se abrirán para mí. Nadie me impedirá regresar al Imperio y entregarle a Nabim Jaffir lo que por derecho será suyo. Si así lo desea puedo escribir un documento de mi cuño y letra explicando al Emperador el motivo de su regreso sin mi persona abordo.
Aquello levantó un murmullo entre el grupo de oficiales y mandos superiores de la nave. El único que permaneció en silencio y si cuchichear fue Aibab, quien miraba evaluando aquel ofrecimiento con cierto interés. Al fin y al cabo aquella tripulación tan solo deseaba regresar a su puerto franco con el deber cumplido y sin que el Emperador o los generales que estaban por encima de ellos les pudieran recriminar nada. Si Anwalën les entregaba una carta eximiéndoles de toda responsabilidad, quizás y solo quizás pudieran salvar sus propios traseros.
- Gracias por el ofrecimiento, pero debo declinar. – Respondió de forma sorpresiva el alférez. – Creo que eso sólo complicaría las cosas, mi buen amigo. Pienso que si entregamos el documento del que habla a nuestro Emperador, nadie le podría garantizar que no fue escrito mediante coacción. Si usted no regresa, que muy probablemente no lo hará, pues se dirige a una zona en conflicto bélico y por muy poderosas que sean sus artes, que no lo pongo en duda, tendrá difícil sobrevivir. El Emperador cree en sus generales y sus generales creen en mí. No me preocupa el decirles la verdad, pues creerán mis palabras. Lo que me preocupa es el resultado de nuestras acciones. – Hizo una pequeña pausa. – Aunque lo cierto es que si desembarca en el reino de Sauk y no debemos esperarle, no creo que ninguna nave, ya sea catanesa o saukiana, pueda interceptarnos en nuestro regreso al Imperio. ¡Así lo haremos!
- Perfecto. – Una sonrisa macabra se dibujó en el rostro del elfo, aunque sólo fue por un instante, el tiempo en que Anwalën se dio cuenta de lo inapropiado de la misma. – Brindemos entonces por que puedan regresar sanos y salvos a casa y porque mi viaje concluya con éxito, por mi propio bien y por los intereses del Emperador. ¿Algo más por lo que brindar, Euyun?
La muchacha escuchó toda la información que estaba dando su compañero, y que debido al carácter introspectivo que Anwälen había mantenido conforme a su misión, fueron verdaderos pétalos de rosa haber escuchado estas palabras. En un momento se había abierto en pleno para dar significado a su misión y tarea, y había exento a los mandos de cualquier responsabilidad lo que les permitía que estuvieran relajados. La muchacha seguía cabizbaja así que no miró a ningún miembro que estaba en la mesa, solo escuchaba sus voces. Y se dio cuenta de las preocupaciones que habían tenido los oficiales y de ahí que el alférez hubiera estado tan desagradable, hasta consideraba aceptable que la hubiera insultado en un arrebato de ira, pero ya era tarde muy tarde. Por un momento se quedó pálida por la sorpresa de que Anwälen le preguntara si quería brindar por algo más. Aquello no lo esperaba, y podía ser el escalafón que pusiera fin a todo, un paso en falso y adiós con la estrategia y con sus vidas, más tarde tendría que reprocharle a su compañero lo de su pregunta. Pero debía de seguir manteniendo aquella postura sumisa, aquel gesto de sierva y lo acompañó a su voz servicial. - Brindaré por mi vida, pues si no llega a ser por la tripulación del Alférez no estaría con vida. Gracias alférez Aibab, y a todos los oficiales por su magnífico mando de este barco que se ha mostrado en la rápida actuación cuando estaba a las puertas de la muerte. La voz de la muchacha se escuchaba suave, sin autoridad, sus ojos seguían bajados y no osó mirar al alférez ni a los oficiales, aunque se dirigiera a ellos, solo miró la copa y una sonrisa que se apreciaba en la comisura de sus labios, con un leve enrojecimiento de sus mejillas. La muchacha así quiso hacer el papel de su vida, la obra teatral más perfecta que finalizaría con muerte y prestigio.
- ¡Brindo por volver a ver puerto Duartala! – Fue el turno del brigadier Nabim Nuzza.
- ¡Yo brindo por regresar sano y salvo junto a mis hijos y mi mujer! – Pidió con una amplia sonrisa Tareq Ndul Najamet, el condestable.
Nadie más manifestó en alto sus anhelos y todos bebieron el contenido de la copa. Pronto todos empezaron a pronunciarse en cuanto al inigualable sabor de aquel vino, sin duda uno de los mejores que habían probado en todas sus vidas, sino el mejor.
Nada más catar aquel licor de uva, todos notaron como el sabor complejo del vino se apoderaba de su paladar con una mezcla de sabores. Sensaciones de dulzor, salinidad, acidez y amargor inundaron las papilas gustativas de todos los que degustaron aquella reliquia del pasado. Sin duda el sabor de aquel brebaje fruto de la fermentación del zumo de uva, otorgaba al paladar un agradable sabor y sensación que otorgaba deseos de seguir bebiendo.
No acabó allí la conversación, pues el propio Alférez mandó a uno de los guardias a las bodegas en busca de queso, embutido y galletas saladas con las que acabaron de degustar aquel inmejorable vino, el cual fue substituido por otros más vulgares en cuanto acabaron la primera copa.
La charla derivó hacia muchas temáticas diferentes, formándose varios grupos de conversación. Euyun y Anwalën quedaron encuadrados en un reducido cuartero en el que además de ellos, el alférez Aibab y uno de los oficiales, el único de nombre no sureño, Marcu Loberm eran los componentes.
Había pasado casi media hora desde que ingirieran el somnífero y la tensa espera empezaba a pasar factura a Euyun. La joven no podía dejar de lanzarle miradas furtivas al elfo en busca de una explicación. Anwalën por su pare se mostraba muy tranquilo y dicharachero. Lo cierto era que conversando con aquellas gentes parecía estar en su salsa. No era el caso de Euyun, quien empezaba a sospechar que algo no había funcionado y una incómoda sudoración empezaba a hacerse presa de ella.
Fue entonces cuando uno de los oficiales empezó a tambalearse. Se encontraba conversando en una esquina de la sala de mandos con el contramaestre y el condestable. Sus ojos se le entrecerraban y tuvo que sentarse y apoyarse en la mesa para no caer con todo su peso contra el suelo. Finalmente quedó dormido sobre la mesa de mando y nadie pareció reparar en lo sucedido o bien no le dieron importancia.
El siguiente en caer algunos minutos más tarde fue el brigadier. Cuando Nabim Nuzza chocó contra el suelo se formó un silencio incómodo que a Euyun le parecía eterno. Finalmente fue finalizado con una carcajada general. Era conocido por todos que los sureños no gustaban demasiado de la bebida y la dejaban únicamente para ocasiones muy contadas. Esa era la teoría que pocos aplicaban en la práctica. Nabim Nuzza era una de esas excepciones y todos entendieron que el vino le había sentado mal.
Acto seguido dos de los oficiales comenzaron a sentirse indispuestos y se sentaron frente a la mesa. Lo mismo le pasó al condestable de la nave y al oficial Loberm que comenzó a sentirse francamente mareado. Para cuando el alférez entendió lo que estaba pasando desenfundó su sable y dedicó una mirada llena de odio hacia el elfo con el que había estado conversando hasta ese preciso instante.
- ¡Maldición, sé lo que pretendes! – Gritó el alférez. - ¡No sé cómo no lo vi venir! – Y entonces se lanzó contra Anwalën con la clara intención de matarle.
La muchacha escuchó el brindis de dos de los ocho de los altos mandos lo que hizo que se relajara interiormente, parecía que al final el plan estaba saliendo según lo planeado. La joven lanzó miradas momentáneas disimuladas mientras bebía del preciado licor. Aquel vino era uno de los mejores, como pudo notar al saborearlo en su boca antes de tragarlo. Sabía a madera a árbol a alguna especie de fruta, la transportaba a una naturaleza que ahora no era avistada. Y la muchacha soñó con aquel paraje espléndido mientras cataba el vino y se cercioraba que los demás también lo bebían.
Vio como el alférez mandó a uno de los guardias a que trajera algunos platos para completar de degustar el vino, en pocos minutos ya se sentía insertada en la reunión, entre hombres cultos, sabios y sumamente inteligentes que dejaban a Euyun cortada. Ella que no había estudiado, que carecía de la formación adecuada para estar al mismo nivel de estos hombres se sintió inferior, desmarcada y por primera vez echó de menos no haber estado en algunas de aquellas universidades para labrarse un prestigioso futuro. Más ahora ya era tarde, su vida había pasado entre hombres lujuriosos que la deseaban y que alguno enamorándose de la joven le había hecho algún que otro regalo. Entre ellos hubo uno que le preguntó qué quería y ella pidió un libro para aprender a leer, fue el único objeto que en verdad la ilusionó, el único objeto que la hizo esforzarse, un esfuerzo que tenía su recompensa y que no tenía que ver con sus nalgas. En otros de los regalos pidió un libro de contabilidad para iniciados, y aprendió a contar, la suma y la resta, la división y a multiplicar. Aquellos saberes que habían permanecidos ocultos ante la desgraciada infancia de la muchacha en ese momento aprendió algo de ese conocimiento. Otra vez le vinieron aquellos recuerdos pero ahora con mas fuerza con más ímpetu, y por primera vez se sonrojó ante aquellos hombres no por ser tímida, sino por su escasa cultura para seguir el hilo de la conversación que se llevaba a cabo.
El tiempo pasó y no se atisbaba que la droga hubiera hecho su efecto, así que miró disimuladamente al elfo por si tenía la misma inquietud que ella, pero lo vio tan tranquilo en su salsa, que tuvo que rechazar esa impaciencia que le entró y dejó de preocuparse por ello. Cuando vio como uno de los oficiales empezaba a tambalearse... con cierto disimulo se acercó al hombre para que se pudiera apoyar en ella, y así evitar que cayese en redondo ante los asistentes dejando su plan al descubierto, después lo sentó en la silla con delicadeza mientras hacía que hablaba. Pero seguía estando alerta por si más de aquellos hombres sufrían el mismo efecto del somnífero, de uno a otro lado fue intentando que los demás no se percataran de lo que en verdad estaba sucediendo, pues estos oficiales caían como moscas hasta que quedaron solo dos, uno de ellos el alférez, que dándose cuenta demasiado tarde decidió enfrentarse a su compañero. En cambio Euyun eligió ir a por el otro, y viendo que en su rostro luchaba por no caer en una profunda somnolencia prefirió evitar sus ataques hasta que cayera, no obstante un puñal apareció en su mano derecha por si sus golpes se veían demasiado difíciles de esquivar entonces recurriría a la violencia.
La espada de manufactura élfica notaba el calor de la mano de su dueño mientras éste mantenía fijos sus ojos negros sobre el hombre que ahora le desafiaba. Su oscura mirada se desvió un segundo hacia la empuñadura de su espada a la vez que inclinaba ligeramente su cabeza.
Aibab Arkam fue rápido. Como Anwalën esperaba que fuera. Sus dos poderosas manos de soldado agarraron su brazo derecho, el brazo de su espada. De esa manera evitaría que desenfundase su espada. El alférez había sido inteligente y como estratega que era, se había adelantado a los acontecimientos.
No obstante había perdido aquella partida de cartas. Anwalën era viejo, mucho más viejo que el propio Aibab pese a que las apariencias dijeran otra cosa. El elfo era un experto en temas de leguaje verbal y había tendido una trampa a aquel humano que se creía mucho más listo que él. No lo era, desde luego que no.
Anwalën Manewë siempre iba un paso por delante y era un experto asesino con la diestra. No obstante usaba la zurda con la misma habilidad que la derecha. Había aprendido a combatir con ambas manos. Ser ambidiestro era una ventaja que no iba a desaprovechar. El elfo desenfundó una daga a la velocidad del rayo e instantes después ésta quedó alojada en el cuello del alférez saliéndole por la boca acompañada por un chorro de sangre que manchó el rostro del elfo.
- ¡El oficial! – Exclamó el elfo señalándole a Euyun con la mirada lo que debía hacer.
Aibab Arkam soltó el brazo derecho de forma instintiva para tratar de ganarle el pulso al elfo por liberar la daga incrustada en su mandíbula. Su instinto falló, pues aquella herida aunque muy fea y de gravedad, no hubiera sido mortal de necesidad y con los cuidados adecuados hubiera podido sanar quedando eso sí, terribles secuelas.
Liberada la diestra de Anwalën, aquella espada ancestral forjada cuando la magia todavía se encontraba en todos los rincones de Gea, salió a la luz de las velas y veloz como una gacela y empuñada por una mano precisa rasgó el estómago del alférez desparramando sus intestinos sobre el suelo de la sala de mando. El filo de aquella arma cortaba como mil cuchillas, Euyun tuvo el placer de volver a contemplarlo, pero no podía perder el tiempo viendo aquel espectáculo, pues tenía trabajo que hacer.
La joven utilizó su daga como si fuera una flauta para encantar a la serpiente que era el oficial que quedaba en pie, sus pasos ágiles se acercaron sin permitirle una retirada hacia la puerta, mientras que su arma la movía con destreza para dar la imagen que en cualquier momento de despiste se la podía clavar en su cuerpo. La intención de la joven era mantener al oficial distraído con su arma hasta que el somnífero hiciera su efecto. Había engañado a su compañero Anwälen, pues la herida que poseía la joven por el impacto de bala le hacía incapaz de hacer cualquier ataque, ya que este le hubiera provocado que la herida se abriera, que los puntos se soltasen, y que sangrara como una cerda hasta desangrarse, pero no se lo había querido comentar a su compañero. Le había hecho creer que estaba con él, y que iban a atacar juntos a sus enemigos, pero la realidad es que Euyun estaba neutralizada, que no podía utilizar ningún ataque a riesgo de abrir su herida y desangrarse. Esa había sido una de sus mayores mentiras, ocultar su estado actual, sin otra cosa que poder hacer que utilizar su ingenio y su ágil cuerpo junto a sus habilidosas manos. Fue como si las moviera con gracia para dar la sensación que quería buscar un punto débil en su contrincante, un despiste en su forma de actuar para atacarle, así lo tenía en tensión solo fijándose en el arma de la muchacha y en sus movimientos, sin pensar en otra cosa que estar pendiente en la que se había convertido en su peligro de muerte. La muchacha se había transformado, en su faz se reflejaba una mirada de locura, de salvajismo, que hacía patente que la joven era muy capaz de acabar con el oficial. Todo era un juego un teatro de poner gesto, cara, movimientos gráciles y destreza, mientras los segundos iban pasando y la joven esperaba que el oficial se derrumbara de un momento a otro por efecto del potente narcótico.
Su cara felina tras esos ojos rajados, su boca abierta enseñando sus blanquecinos dientecitos, su pelo recogido que dejaba ver una blusa blanca pegada que mostraba su exuberante cuerpo, de onduladas curvas como marcaba su pantalón de tela, con esos pasos que zigzagueaban en unas botas que se habían convertido en sus zapatillas de baile. La daga refulgía cuando cambiaba de posición debido a su manufacturado metal. Su capa se le había echado a su espalda para mostrar más su cuerpo, con aquellas cejas elevadas y morenas que hacían juego con su tez que le aportaban carácter, y sus labios finos y gruesos a la vez que le habían otorgado el sobrenombre de "belleza Sureña".
La artimaña de Euyun surtió efecto tan solo hasta que la daga de Anwalën atravesó el cuello de Aibab Arkam. En ese momento el hechizo que sus felinos ojos habían lanzado sobre el oficial del Adnan se rompió con el estallar de un grito sabiéndose muy mermado físicamente y con escasos visos de sobrevivir a un nuevo día.
- ¡Auxilio! – Gritó aquel hombre empleando sus últimas fuerzas, pues el potente somnífero comenzaba a hacer su efecto.
El elfo reaccionó rápido sacando de un tirón que le bañó en sangre, la daga incrustada en la mandíbula del alférez. Su rostro expresaba su natural seriedad, más en esos momentos se denotaba algo más; una enorme preocupación por los acontecimientos que estaban por llegar. Con un rápido movimiento lanzó la daga hacia el oficial. Ésta voló directa y meridiana hacia su objetivo acallando al instante los aullidos del oficial al incrustársele entre ceja y ceja.
- ¡Euyun, la puerta! – La orden hacia la sacerdotisa fue clara y evidente.
La sureña miró en dirección a la entrada de la sala de mando donde se encontraban. Las puertas comenzaban a abrirse dando paso a los guardias que las custodiaban desde el exterior. Euyun voló hasta colocarse junto a la puerta. Se arrepentía ahora de no haber colocado nada que la bloqueara desde dentro. Lo cierto es que pensó en hacerlo, pero finalmente no encontró nada con lo que poder hacer tal cosa y mucho menos conseguirlo de forma sutil y sin que ninguno de los presentes percibiera nada.
Euyun se colocó junto a la puerta doble de madera empujando con cada una de sus manos una de las dos puertas. Enseguida notó como alguien empujaba desde fuera y supo que su menudo cuerpo no era rival para los dos soldados imperiales que trataban de entrar. Un pinchazo en su pecho al tratar de hacer fuerza acabó por hacerle perder el pulso y finalmente acabó en el suelo.
Los dos soldados penetraron en el interior de la sala de mandos con gesto decidido y con los sables desenfundados. El corazón de Euyun comenzó a bombear con fuerza y una sensación de vértigo la invadió. ¡Estaba todo perdido! No podía dejar de mirar a los soldados, pues sabía que en cualquier momento darían la voz de alarma y arrestarían a Anwalën sino lo mataban antes de un disparo.
No obstante, los dos marineros enfundaron sus hierros y se cuadraron. La mirada de Euyun viró en dirección a su maestro. El elfo se encontraba de pie junto al alférez Aibab. El resto de la plana mayor miró con dureza a los soldados, como si su aparición en escena fuera algo totalmente sacado de contexto. El alférez les dedicó un gesto con la mirada. No hizo falta nada más para darles a entender que requería una explicación por su violenta irrupción en la sala.
- Disculpe, mi señor. – Dijo uno de los dos. – Escuchamos un grito de auxilio y pensamos…
El alférez negó con la cabeza mientras les indicaba con la mano la puerta de salida. Aquel hombre que debiera estar muerto a juicio de Euyun, parecía realmente disgustado con sus dos subordinados y eso lo captaron de inmediato ambos soldados, los cuales hicieron caso de las instrucciones de la principal autoridad en aquella nave imperial.
Cuando se cerraron las puertas Anwalën se sentó agotado en la silla que había ocupado durante toda la velada. Euyun respiró tranquila cuando volvió a ver el tremendo tajo en la garganta de Aibab y sus ojos sin vida, así como al oficial muerto en un rincón y con la daga de su patrón aún incrustada en la frente, además del resto de oficiales y mandos todavía anestesiados por la sustancia somnífera.
- Acaba con ellos Euyun, con todos salvo con el condestable. – Dijo un desmejorado Anwalën al que era evidente que le faltaban las fuerzas. – Ese déjamelo a mí.
Pero era evidente que quizás Anwalën no podría cumplir con su cometido. En ese momento un hilo de sangre empezó a brotar de la nariz del elfo y tuvo que cerrar sus ojos ojos negros, pues presentaba signos evidentes de que a punto estaba de perder la consciencia.
La joven nunca había visto un hechizo o conjuro como el que había hecho su compañero. El hecho de crear una escena totalmente real con personajes ilusorios que no estaban ahí pero que cubrían a los cuerpos sin vida, y demás inconscientes la dejó sorprendida. No sabía hasta cuantos conjuros podía disponer Anwälen ni de su poder y eficacia, comprendió que solo había visto una minucia, una parte de su poder pero nada más. La vida del elfo tan prolongada que no cabía en los años humanos hacía que todo su poder se fuera revelando poco a poco. La joven comprendió que necesitaría más de una vida para que su compañero le revelara todos sus hechizos. Por un momento tenía que pensar y se acercó a Aibab... le tomó su sable envainado y lo paseó por la estancia hasta llegar a la puerta, entonces pasó por sus dos picaportes el arma para que la puerta se bloqueara y no pudiera girar ni abrirse.
Ahora disponía de algo de tiempo, llegando a la mesa puso sus morenas manos sobre ella, cuyas uñas había cortado para poder enfrentarse a sus enemigos. Las uñas largas eran un engorro y además se partían ante cualquier disputa, le hubieran valido para arañar pero su daga era la mejor arañando, y además hacía que al apretar el mango del arma se las clavara en su piel así que prefirió cortarlas. Pensativa al lado de la mesa sobre qué debería de hacer, ya que lo que hiciera de ahora en adelante no tendría marcha atrás. Miró a su compañero casi inconsciente incapaz de seguir peleando ni de liderar un barco, se miró viendo que era incapaz de pelear, solo quedaban los altos mandos, si los mataba podría producirse un botín sin rumbo fijo, o quizás les diera igual o no, el poder del mar estaba en saber buscar la dirección adecuada.
Miró a los altos mandos que le podían llevar a donde ella quisiera, todavía estaba a tiempo de entregar a su compañero, él era el que había matado al alférez y al otro oficial. Ella podría pasar como una sirvienta sin saber las intenciones de su señor, y se podría quedar con todos sus objetos, con su libro y sus hechizos, con aquel tesoro que solo su compañero le había enseñado. O por el contrario llevar a cabo su plan de matar a todos, y dejar que fuera la tripulación la que eligiera si quería que se les gobernara para llegar a puerto. Miró toda la estancia mientras pensaba rápido, y aunque tenía tiempo no sabía hasta donde duraría el narcótico, ya que había sido distribuido entre varios. Al final eligió, se acercó al alférez y le quitó la daga ceremonial de Anwälen que tenía clavada desde su quijada hasta su mejilla, la limpió cuando vio salir más sangre coagulada, sobre la vestimenta del alférez, la tenía en su mano buena la que no había recibido el impacto en el pecho, y pasó por cada uno de los oficiales levantándole la cabellera y rajándole la garganta, no sin antes pronunciar entre susurros el nombre de su compañero como si ya fuera un dios. Sabía que no existiría otro Anwälen ni la opción a adorar a aquel dios con las capacidades que ella había querido desarrollar, era su oportunidad su única oportunidad. El conocimiento que le hubiera proporcionado el libro hubiera quedado extinto sin dios. Debía de apoyar a su amigo y tener fe en él, fe en que se recuperaría. Fue pasando por la garganta de cada uno de los oficiales rajándola con la daga ceremonial, era una daga bella y sumamente afilada, con un mango de oro y una esmeralda incrustada. Una verdadera obra de artesanía, con un metal sumamente ligero en cuanto al peso, y que sin embargo presentaba un filo como una espada, capaz de atravesar armaduras y cascos dado el caso.
La daga la cautivó y después de saltarse al condestable como le había dicho su compañero acabó con todos los presentes. Bañado su brazo en sangre se limpió con la vestimenta de los demás y se sentó al lado del único hombre vivo que quedaba además de su compañero. Al lado de él apuntando con el filo puntiagudo su garganta por si se despertaba, por un momento se le pasó por la cabeza rajarlo, pero viendo que su señor, semidios le había dado una orden, lo depositó en el suelo boca arriba, mientras ella se subió a su pecho y apuntó con su daga a la garganta y ahí esperó, por si el hombre despertaba acabar con su vida. Si su compañero cobraba su vigor antes, lo dejaría con vida, en caso contrario no iba a dejar que gritase como el otro oficial poniendo en riesgo sus vidas. Sabía que su compañero debía de descansar y tenía que darle ese valioso tiempo, ya que se lo había ganado.
La sangre de las cinco gargantas borboteaba de forma incesante cubriendo el suelo de la sala de mandos por una capa líquida color carmesí. Los cuerpos de dos de los mandos de aquella nave se desplomaron contra el suelo al poco de comenzar a sangrar. Sin embargo, a Euyun le extrañó más que los otros tres se mantuvieran sentados en sus asientos mientras sus gargantas rajadas expulsaban a modo de catarata el líquido que les daba la vida.
La joven permaneció unos minutos a la espera de que alguno de los dos hombres inconscientes se recuperara. Esperaba con todas sus fuerzas que ese fuera Anwalën y no el condestable, pues eso complicaría aún más su labor. Notó como la sangre llegaba hasta sus rodilladas apoyadas sobre la cubierta y como mojaban sus ropas y su piel. A punto estuvo de ponerse en pie o de apoyar todo su peso sobre el rehén inconsciente sobre el que se encontraba, por tal de no mancharse, pero en ese momento algo sucedió.
El elfo se incorporó. Se llevó las manos al rostro y se frotó los ojos y la frente. Se le notaba agotado y ciertamente falto de fuerzas. Si bien su poder era extraordinario, también se hacía evidente que no le salía gratis usarlo y desgastaba vez más su maltrecho cuerpo. Finalmente se puso en pie y avanzó hacia la posición de Euyun agachándose junto a ella y tomando la daga ceremonial que portaba siempre consigo allá donde fuera.
- Es mi turno. – Dijo el elfo. – Has hecho un excelente trabajo. – Habló mientras dirigía una mirada hacia el rehén. – Ya me contarás que pasó antes con el oficial. Por qué no le mataste. – Volvió a mirarla esta vez de forma algo inqusidora.
Anwalën agarró la muñeca de aquel hombre y tras un corte rápido y limpio empezó a sangrar. El elfo bebió de la sangre del condestable. En ese momento acercó su cabeza a la boca de la víctima, cerró sus ojos concentrándose y recitó en un susurro casi imperceptible, una extrañas palabras a oídos de Euyun.
El elfo agarró con firmeza y determinación la daga y con la zurda palpó en la zona izquierda de su pecho, como si buscara el latido del corazón de su víctima. Cuando lo tuvo localizado clavó profundamente su filo atravesando el corazón. Anwalën abrió la boca y sus ojos comenzaron a centellear como les sucede a algunos cuando sueñan.
Euyun notó una extraña sensación. Notó como si una gran concentración de energía fluyera a su alrededor. Era como una extraña perturbación que no podía definir, aunque lo cierto era que estaba convencida que tenía mucho que ver con que la vida del condestable Tareq Ndul Najamet se encontrara en su último estertor. Fue entonces cuando vio con claridad como el cuerpo del semidiós viviente parecía rejuvenece. Su piel se tornaba más tersa, su color pálido comenzaba a sonrojarse, su pelo brillaba con mayor intensidad y hasta sus ojos al abrirse de nuevo irradiaban vida.
- Muy bien, querida... - Habló el elfo con una sonrisa malévola instaurada en su rostro. - ¿Cómo seguía tu plan?
El cuerpo inconsciente del oficial se mantuvo en ese estado mientras la sangre corría por la estancia a punto de manchar los pantalones y botas de la muchacha. Pero algo ocurrió... su compañero se despertó y ella se relajó en ese momento, pues había estado todo el rato en tensión, le dio la daga ceremonial que apuntaba al cuello del oficial con una sonrisa. El elfo le correspondió con bellas palabras pero sin embargo la interrogó sobre lo sucedido. Ella miró otra vez el cuerpo, pues quería ver qué le iba a pasar a continuación, pero como una gacela se apartó el momento justo que la sangre llegaba al cuerpo inconsciente del oficial. La muchacha los miró y vio para su asombro cómo su compañero bebía la sangre del oficial, pronunció unas palabras incomprensibles para ella, y palpó con su mano el pecho de la víctima para depositarla ahí donde se encontraba su corazón, lo que sucedió después hizo que Euyun se llevara las manos a la boca, pues vio no solo cómo atravesaba el corazón del condestable con su puñal sino la transmisión de poder, y como Anwälen Manewë rejuvenecía y sus ojos se llenaban de vida. La muchacha siguió mirando atónita mientras escuchaba las palabras del elfo, se giró para acercarse a uno de los armarios pero estaba pensando, pensando en todo aquello que no le había revelado su compañero. - Bebes sangre, y haces rituales que te reviven, yo no, mi cuerpo está herido recuperándose, todavía cosida la parte de mi pecho que me impide hacer gestos bruscos como atacar. Estoy mermada Anwälen aunque todavía puedo utilizar mi ingenio. - Se giró otra vez para ver a su compañero con una expresión de duda, pues no sabía si era suficiente para el semidios. No obstante, siguió con la conversación con la intención de convencerle que todavía podía ser útil en ese estado de incapacidad. - Debemos de cerrar esta zona, decir que una extraña enfermedad ha invadido esta parte del barco y ha afectado a todos los oficiales y al alférez. En respuesta a tu invulnerabilidad se te ha otorgado el mando del barco. Es la siguiente actuación convencer a los marineros, pero mientras estén los soldados va a ser difícil hacerse con el Adnan, debes de matar a los dos soldados que están custodiando la puerta, yo no puedo, pero tú estás ahora recuperado Anwälen, debes de abrir la puerta y con tus armas matarlos antes de que den la voz de alarma o te ataquen. Lo siguiente será desprenderse de todos los cuerpos, debemos de localizar la balsa sin que nos vean, depositarlos allí y prenderlos con aceite y fuego dejando que la embarcación desaparezca. Es más fácil convencer a la tripulación si no ven los cuerpos, si no se huelen sus cadáveres descompuestos y si no dejamos ningún rastro de sus vidas. Los ojos grandes y negros de la sureña miraban con una cierta viveza avivados por sus palabras como colofón a su ingenio.
- Son sureños, querida… - Dijo el elfo mostrando una amplia sonrisa en su rostro que se borró al instante al mirarla a ella y recordar que su adorable sacerdotisa pertenecía también a aquella raza. – Lo que quiero decir es que no son como sus parientes de Avidrain. La mayor parte de los marineros que viajan abordo son borrachos y malechores. Como bien habías dicho, ahora tendrán que decidir si seguirme o bien enfrentarse a mí. ¿No crees que la promesa de una buena recompensa provocará que no todos, pero si la inmensa mayoría decida ponerse bajo mis órdenes?
Euyun escuchaba la argumentación del elfo, - yo dije que en mi tierra se venden por dinero, y que muchos de ellos venderían a su familia por dinero, sí. Pero también he de decir que le dan mucha importancia a los lazos familiares, para ellos la tribu o el clan en el que están es muy importante, debido a la estrecha unión de sus lazos de sangre. Si ven que se han convertido en piratas a causa de seguirte Anwälen Manewë, ni todo el oro del mundo les convencerá, ya que si han infringido las leyes del príncipe saben lo que les espera. Nunca podrán volver a su país ni estar con su familia, pues el emperador es hombre cruel y les impondrá las penas capitales además de que sus familiares serán despojados de honores, humillados, encarcelados... y sufrirán todo tipo de vejaciones. Tienen que saber que estás de parte del emperador, que seguirte no les hará ponerse en su contra, que sus familias conservarán su honor y que podrán visitar su país con la cabeza bien alta. A no ser que sean hanik es decir estos son una tribu que han perdido el honor, muchos entre sus filas son huérfanos, asesinos que antes de irse con los bandidos han matado a sus familiares para que no sufran por sus actos, son buscados por el príncipe para ser decapitados. No tienen familias y viven como forajidos, se ocultan en las dunas de mi país pero estos aunque se hayan podido infiltrar como marineros no sabemos si todos son hanik. También sé de algunos que se ocultan el rostro para que sus familias no sufran su deshonra, saben que si algún día mueren por los soldados del emperador y descubren de que familia proviene toda su familia será condenada. Muchos de ellos son malhechores, asesinos que se han agregado entre sus filas por haber incumplido alguna pena capital desde joven, haber asesinado, robado... pero los que no sean hanik no se arriesgarán a perder el favor del príncipe. Así que podemos matar a dos pájaros de un tiro si les hacemos creer que eres leal al emperador, y que los oficiales han sufrido algún tipo de enfermedad inexplicable. Son muy supersticiosos, y te verán más que su capitán si le das este tipo de argumento, ya que para ellos el haber sobrevivido a dicha enfermedad es debido a que posees algún tipo de bendición por Tot.
Debemos de evitar arribar a puerto, nuestro destino será anclar en la provincia pero por alguno de los cabos. Le diremos en cuanto estemos cerca que los oficiales han muerto, que el alférez ha muerto por esa extraña enfermedad y que vamos a cumplir una misión secreta que te mandó el príncipe para no enfurecerlo. Pues para ellos que hayan muerto sus oficiales por alguna causa inexplicable es debido a que hemos ofendido a su dios, con cumplir la misión y con una gran cantidad de dinero que se la daremos al príncipe se verán otra vez con su favor. Tendrás que guardar todo tu dinero Anwälen, pues después de cumplir tu misión divina si todavía posees cuerpo humano, tendrás que invertirlo en acallar al príncipe y a las familias de los oficiales para que te perdonen. Nunca podrás decirle que los has matado sino que una extraña enfermedad les sobrevino, y lo echastes al mar para no traer esa extraña enfermedad a su tierra. Si se enteran que lo asesinastes ni todo el oro del mundo comprará al emperador, pues para ellos el que mata sin ninguna causa justificada debe de ser matado, ojo por ojo y diente por diente, además de que caerá tu nombre en la ignominia, todas tus pertenencias confiscadas y todos tus amigos, compañeros, serán decapitados.
Tendrás que crear un libro oscuro que cuenten tus verdaderos hechos, pero estos permanecerán ocultos para toda la humanidad, y solo podrán leerlos tus discípulos. Ellos recibirán la locura al leer tus hechos pero también con ello una percepción nueva de la vida, donde su verdadera vocación será servirte, y su misión sembrar el asesinato, el engaño, y envenenar a aquellos que nos impiden crecer tanto en número como en poder.
Anwalën se quedó pensativo unos instantes ante lo expuesto por la sacerdotisa. Era evidente que aquella muchacha actuaba con astucia, aunque en muchas ocasiones lo hacía a sus espaldas y creía saber mucho mejor que él mismo lo que más le convenía para la consecución de sus planes. Si tenía que cambiar un plan a la mitad de su ejecución lo hacía sin dudar un instante y si la reacción del elfo no era la que se esperaba, se lo comunicaba sin tapujos negándose a acatarla.
Si, Euyun parecía haber tomado el control y eso en parte le gustaba a Anwalën Manewë, aunque por otra parte le disgustaba. Al elfo le gustaba el control. Le gustaba la premeditación y la evaluación de todas las variables. Así había actuado siempre durante los últimos siglos y gracias a ello seguía con vida en aquel momento. La llegada de Euyun a su vida había supuesto un cambio bastante radical de todo aquello en lo que creía.
Euyun era mucho más intuitiva, mucho más adaptativa y mucho más volátil que él. Dejar todo aquello en sus manos podía suponer un completo desastre o por el contrario, podía alcanzar la gloria. Con Euyun no había término intermedio. Todo era un cara o cruz y eso no le gustaba al elfo. La aleatoriedad era algo con lo que no quería contar y sin embargo, haber hecho caso a la sureña hasta ese momento le había colocado en aquella posición.
- Si la divina providencia ha querido que te cruzaras en mi vida y yo acepté las consecuencias, creo que no es ahora el momento de volverme atrás. – El elfo se sentó en su silla y agarró su copa de vino a la vez que apoyaba sus botas sobre la mesa cubierta de sangre. – Además, si no funciona tu estratagema, siempre podremos acabar negociando con esos rufianes por oro y riquezas. – Dio un sorbo de vino y al apartar su copa se vislumbró de nuevo su macabra sorpresa. – No obstante, veo un pequeño fallo en tu plan. ¿Das por sentado que todos los tripulantes son estúpidos? ¡Qué poco amor por tu propio pueblo! ¿Cómo van a creer que los ocho mandos de la nave han enfermado a la vez y el resto de la tripulación incluidos nosotros dos, por el contrario seguimos igual de sanos que hasta hace una hora escasa? Debemos pensar algo mejor...
La sureña se percató de la reacción del elfo, este pensaba meditaba es decir no estaba acostumbrado a acatar órdenes, a dejarse llevar por alguien, era un ser de muchos años, muy viejo y si había durado tanto tiempo sería por algo. Ahora se encontraba entre la espada y la pared, Euyun lo había llevado hasta un extremo incierto, un extremo del que era difícil escapar y ahora la autoría de un nuevo plan ensombrecía a los dos. La muchacha se relajó y se sentó en el otro extremo, puso también sus botas sobre la mesa y las cruzó mirando al techo. Después de una brevedad mirando dijo: - es fácil matar pero muy difícil justificarlo, muchas veces una enfermedad o contagio es suficiente, pero no debemos de perder nuestro ataque sorpresa, si no hay ninguna causa que justifique la ausencia de los oficiales siempre podemos seguir matando. Podemos liquidar poco a poco a los que quedan hasta que su número sea equiparable al nuestro, o por el contrario llegar a una negociación. Esta vez la muchacha puso los pies en el suelo pues hablar tanto le hacía pensar, y para ello debía de tener una posición del cuerpo equiparable. - En el caso de que nadie sepa manejar este barco tendrán que cederte su soberanía, no obstante Anwälen no les comentaría que posees el dinero en este barco, pues más fácil es arrebatar a un hombre su dinero que acatar sus órdenes, son mayoría y por tanto es difícil manejarlos sin tener aliados.
- Por otro lado si no hay cuerpos y sin testigos podemos argumentar lo que queramos, ahora tienes un rango mucho mayor que ellos, y sin pruebas ni evidencias no existe acusación. Por tanto, lo primero que creo que deberíamos de hacer es deshacernos de ellos y limpiar la sangre, pero esos guardias de fuera habrá que mandarlos a paseo para tener el acceso libre a la cubierta. Esta vez la muchacha se apoyó con los codos en sus rodillas pensando concienzudamente lo que estaba diciendo. Ya una vez la muchacha le llamó la atención a su compañero por querer sopesar todo con la lógica, esta vez sin embargo aunque tenía otra vez una buena excusa para reprochárselo prefirió evitar decírselo.
- Yo creo que tarde o temprano se darán cuenta de la ausencia de los oficiales. Podríamos lanzarlos por la borda sí, pero hasta nuestra llegada a destino sin duda surgirán preguntas. – Anwalën hizo una breve pausa para tomar otro sorbo del buen vino que les había ofrecido a sus últimas víctimas. – Podemos responder a esas preguntas como tú dices, pero dependemos de que nos crean. Podemos ir matando uno a uno a toda la tripulación, pero me seduce más la idea de valernos de ella para entrar en Angarkok. Creo que debemos de ofrecerles un culpable. ¿El cocinero no podría haber vertido alguna sustancia en el vino? ¿No podrían haber sido los mismos guardias de la puerta los que hayan cometido el asesinato? Puedo jugar con la mente de algunos. Puedo modificar sus recuerdos. Puedo hacer que confiesen, aunque eso me desgastaría físicamente. Esa clase de trucos cada día me pasan mayor factura y hoy ya he realizado uno. – Una risita casi maligna brotó de forma espontánea. - Y debemos encontrar un móvil creíble. Por mucho que pueda influir en la mente de alguien, los cambios que origine en sus recuerdos deben ser cuanto menos plausibles. ¿Qué te parece? ¿Alguna idea?
Euyun escuchó a su señor, tenía razón en ciertas cosas en otras la mujer se dejaba llevar por su ímpetu y su forma de ver la vida que antes desconocía. Afirmaba a las palabras del elfo y se mantenía con esa mirada felina mirando a su interlocutor, intentando esta vez que todo aquello fuera normal, pues aunque su compañero se mantenía tranquilo, ella veía los cuerpos allí desangrándose con aquellas caras sin vida, degolladas las que estaban en las sillas, y la que estaba tirada había quedado como momificada. Todo aquello era perturbador, siniestro, no podía haber nada lógico en aquel suceso, más bien debía de ser algo tétrico, maligno lo que había llevado al acto aquellos asesinatos. La muchacha una vez más reconoció cuánto había cambiado, como su mente se había perturbado hasta terminar haciendo estos actos inauditos. Pero para que su compañero no se diera cuenta tuvo otra vez que mirarle, que dejar de mirar todo lo que le rodeaba, aquella escena se hacía pavorosa, y el olor que emanaría de allí se haría cada vez más desagradable cuanto más tiempo pasaran. Dos cosas le quedaron clara a la joven, debían de ir con toda la tripulación y necesitaban un culpable. La muchacha que pensaba con igual rapidez que con la intensidad de su mirada, se mantuvo sosegada, hubiera querido gritar, relajarse, y aún así no podía, estaban todavía presos de sus acontecimientos, no habían avanzado aunque ahora no tenían a nadie por encima que les mandara. - De acuerdo Anwälen, dejemos de seguir matando y busquemos a un móvil. También no me parece plausible echarle la culpa a unos hombres que llevan más tiempo que nosotros. Los lazos se unen en nuestra tierra, y querer buscar a un asesino antes que nosotros les parecerá que queremos echarles el muerto a ellos. Creo que ya tenemos al culpable siempre lo hemos tenido, a la norteña, solo necesitamos matar desde nuestra posición a la suya a todos al que encontremos, después diremos que la has cogido y la llevaste a la jaula quizás tengas que darte unos cortes y llenarla un poco de sangre, yo te ayudé y por eso nos vimos salpicados de sangre por sus actos. La tripulación cree que está loca, uno de los guardias que mates y que tenga la llave de la jaula lo puedes poner en la puerta antes de la celda, con la respuesta que lo engatusó para que abriera y después lo neutralizó no se sabe cómo siguiendo hasta el camerino de los oficiales, y allí en la reunión mató a todo el que pudo. ¿Qué te parece?, la muchacha cada vez tenía más impaciencia por terminar con todo aquello, pero su compañero le enseñaba que una asesina debía de ser paciente y calculadora.
El silencio diabólico de su compañero ensombreció mas el rostro de la mujer que ahora analizaba todo su argumento con tranquilidad mirando al suelo. La sonrisa herética de su compañero le hacía sentir que no se había expresado con claridad, o por el contrario no estaba acertando en sus conclusiones lo que podía conllevar que no fuera como su compañero esperaba. Por tanto prescindible como cualquier otro que había tropezado en su camino. Pero aquellos momentos de silencio le estaban dando más claridad a su idea que intentaba entrelazarla con la del elfo. Después miró otra vez a su interlocutor con aire decidido, - ¿puedes aplicar tus artes para que una imagen parecida a la norteña salga corriendo desde este cuarto y desaparezca en medio del camino?, tendrá que ir manchada de sangre y sosteniendo un cuchillo, si los guardias lo han visto será suficiente con sus palabras nosotros iremos tras ellos para afirmar su visión, después iremos a la jaula y encontrarán allí a la norteña. Le diremos que es una bruja y que ha utilizado su magia para salir y matar a los oficiales, ¿qué te parece? Ahora sí que Euyun se sentía fascinada por su argumento que implicaba todo lo que su señor le había dicho, una culpable, magia, y también se entrelazaba con sus ideas de un culpable que no fuera del barco, así los demás marineros se sentirían más unidos y le darían más validez a lo acontecido.
Había encontrado al culpable perfecto antes de que Euyun diera una opción todavía mejor. Toda aquella charla le había despertado dudas en sus últimos movimientos. Algo a lo que sin duda no estaba acostumbrado un meticuloso y neurótico nigromante amante del control. Darle tantas vueltas a aquel asunto había provocado que el elfo pensara en inculpar a Euyun en la muerte de todos los oficiales. No obstante, que su sacerdotisa siguiera viva era algo bastante a tener en cuenta dado su plan.
- Casi había olvidado a la joven norteña. – Sonrió escapándosele una risita entre dientes.
Anwalën miró a Euyun con cierta devoción. Había aprendido los caminos del subterfugio y el asesinato de forma admirablemente rápida. Sin duda había nacido para ser su sacerdotisa, aunque realmente aquel título que la sureña se había autoimpuesto todavía le sonaba algo extraño.
- Si… - Afirmó con la cabeza. - … creo que sí. Creo que sí puedo hacerlo. – Posó la mano sobre el hombro de la joven. – Pero debes ayudarme. Necesito concentración. Euyun querida, por favor, cierra los ojos.
Euyun aceptó aquella propuesta, aunque no sabía muy bien lo que el semidiós Anwalën Manewë quería de ella. La joven cerró los ojos y aguardó unos segundos. Notó como la palma de la mano de su patrón se despegaba de su hombro y entonces unos segundos después notó un fuerte impacto en la zona baja de la barbilla. Al abrir los ojos se sintió desorientada y se percató de que había caído de bruces al suelo. Lo último de lo que fue consciente antes de caer en la más profunda oscuridad fue de un notable sabor a sangre en la boca.
Conclusión del capítulo.
Tengo que poner al día unos asuntos de la cronología de la partida. En cuanto estén listos pasamos al siguiente capítulo, uno de los últimos ya!