- Un buen candidato, mi señor. - Respondió ella de forma escueta.
Había permanecido callada bastante tiempo. Su misión no era ahora la de intervenir. Anwalën estaba disfrutando aquello y a ojos de Euyun, estaba consiguiendo su objetivo a la perfección. El aura de miedo que ya se había dejado sentir entre la tripulación, se estaba incrementando a pasos agigantados entre sus tres principales responsables, ahora que todos los mandos habían sido brutalmente asesinados. Euyun sabía que en ese momento, el elfo no necesitaba de su colaboración. Si requería algo de ella, se lo pediría. De eso tampoco tenía duda.
- Al grano señor Keled. - Asintió con la cabeza. - Muy bien. Pues iré al... grano. - La voz de Anwalën viró de un tono jovial hacia uno mucho más estricto y serio. Todos lo notaron y un escalofrío recorrió el cuerpo de los tres marineros. - Señor Keled, a partir de ahora y hasta que se bifurquen nuestros caminos, será usted mi mano derecha abordo. No substituirá a mi querida Euyun. Ella representa una extensión de mi en este buque Imperial. Lo que ella mande se hará tal y como ordene. ¿Está eso entendido?
No solo Isa Keled asintió con la cabeza, sino que también lo hicieron el señor Ghaffik y el señor Wadad. Una vez aquel punto quedó claro, el elfo comenzó a caminar dando largos y lentos pasos alrededor de la mesa y mientras tanto continuó con su exposición.
- Mi objetivo es desembarcar lo más cerca posible de la entrada principal de Angarkok. - Comenzó a explicar. - Mis tratos con el emperador Nabim Jaffir así lo requieren. Recuerden que ésta, es una misión ordenada directamente por el más alto representante de Tot sobre la tierra. De fallar, no solo me defraudarán a mi, sino también al Emperador y por ende a Tot.
Acababa de dar en el punto que más les dolía a aquellas gentes supersticiosas. Sí, aunque menos que sus hermanos de Avidrain, los sundallís, los sureños, los imperianos o los también llamados simplemente rojos, eran gente con una fe muy marcada en sus dioses. En concreto a su dios principal Tot, era al que más respetaban y pese a ser el dios del desierto y ellos ser marineros, la cosa no cambiaba demasiado.
- La guerra entre las naciones del mar de Tildas está en ciernes. Por eso será mucho más difícil de lo esperado el desembarque. - Expuso. - Pese a que el Imperio no está inmiscuido en esta estúpida guerra, no creo que los sauk vean con buenos ojos que un navío de guerra rojo atraque en sus costas. Es por ello que les pido fidelidad desde este momento. Señor Keled, Ghaffik y Wadad se convertirán desde hoy en sus contramaestres. Consigan que el Adnan llegue a buen puerto y serán recompensados. De lo contrario, no será mi ira la que les castigue... ¡Sino la del Emperador y la del propio Tot! - Propinó entonces un fuerte golpe sobre la mesa que volcó las copas y vertió su contenido sobre la misma y el suelo. - Señor Keled, manténgame informado de las novedades en todo momento. Llegado el momento del desembarco, les transmitiré nuevas instrucciones y con suerte, alguno de ustedes... quizás la mayoría, podrá regresar a casa con el deber cumplido. ¡Y ahora a trabajar! - Ordenó y los tres marineros salieron a toda prisa de la sala de mando.
Tras aquella reunión, el día transcurrió con normalidad. Todos los marineros siguieron a sus labores en completo silencio. La atmósfera de miedo provocada por aquella tensa situación, hizo que los marineros y soldados se tomaran todavía más en serio su trabajo. Se convirtieron en eficientes y silenciosas piezas del ajedrez que representaba los planes de Anwalën Manewë. El señor Keled dirigía las labores, mientras que Ghaffik se encargaba de los temas de navegación. Por su parte Wadad era el nexo entre tripulación y Keled o Ghaffik.
Anwalën tras consultarlo con Euyun, decidió que lo mejor era que tan solo dos hombres, en turnos de doce horas, custodiaran en todo momento a Elsabeth. Su objetivo era claro, evitar que se autolesionara. Las condiciones fueron las siguientes, quedaban liberados de cualquier otra función de abordo, recibirían ración doble de rancho y una paga extra sufragada por el propio elfo. Por contra, no podían beber alcohol. Aquello estaba totalmente prohibido y la otra era también bastante sencilla, al menos a priori. No entablar ningún tipo de conversación con la asesina de los mandos superiores de aquella nave.
Para esa tarea, escogieron a los únicos dos marineros que ya conocían aparte de los tres que ahora ostentaban la superioridad jerárquica con respecto al resto de marineros. Estos no eran otros que los marineros con los que Euyun se topara la noche anterior, el señor Tamullah y el señor Brakri. Aunque Tamullah aceptó la misión sin rechistar, Brakri puso pegas. No le gustaba aquella mujer, le tenía miedo en cierta manera. Si había escapado de su jaula ya una vez... ¿Quién le decía a él que no volvería a pasar? Desde luego el caos que generó era motivo legítimo de preocupación. No obstante, las órdenes del elfo fueron claras y no le quedó más remedio que capitular en aquel asunto, aunque por veteranía escogió el turno diurno de guardia, correspondiéndole a Tamullah, las horas más oscuras.
A media tarde empezó a enturbiarse el ambiente. Apareció niebla en todas direcciones. Un fenómeno bastante habitual en aquellas latitudes, que sin embargo no lo era tanto en el mar de Tildas. Aunque algunos marineros entre susurros, entendieron aquello como de mal agüero, Anwalën lo vio como una oportunidad de pasar desapercibidos. Una señal de los dioses que le indicaba que estaban de acuerdo con sus planes de futuro. Para cuando cayó la noche, la niebla era tan densa que casi se podía coger con la mano. No obstante,el señor Ghaffik le perjuró a su nuevo capitán que haría todo lo que estuviera en sus manos para seguir el rumbo fijado.
Fue después de la cena, cuando Euyun, viendo que todo estaba controlado, que su maestro no necesitaba de ella y que el los marineros estaban tan en calma como el propio mar que les rodeaba, cuando decidió marchar a las bodegas para tener una entrevista con Elsabeth. Además, a esa hora ya se había producido el cambio de guardia y era ahora Tamullah quien se encargaba de la custodia de la prisionera. Por alguna razón, Euyun se fiaba más de él que de Brarki y eso que prácticamente no conocía a ninguno de ellos.
Euyun bajó las escaleras que conducían a la oscura bodega de aquella nave. El silencio imperaba en las entrañas de la nave. Estaba bastante oscuro salvo por un par de candelabros que pendían del techo y iluminaban de forma tenue. En el centro de las bodegas se hallaba gran parte de la carga de provisiones y en un lateral bajo una lámpara que pendía del techo, se encontraba la celda donde estaba recluida Elsabeth.
Una melodía procedente de una armónica sonaba suave desde aquella posición. A medida que Euyun se fue acercando de manera sinuosa, pudo observar la fuente de aquel sonido. No era otro que Tamullah haciendo sonar aquel pequeño instrumento de viento. Al ver a la sureña tras su espalda, mirándole con sus profundos ojos rasgados, se sobresaltó y dejó caer la armónica al suelo.
- Tranquilo, Tamullah. - Dijo entonces ella. - ¿Te he asustado? Para nada era mi intención. - Mintió mostrando su mejor sonrisa. - Entiendo que debas ocupar tu tiempo para no quedarte dormido. Las guardias nocturnas son complicadas de aguantar. ¿Qué tal la prisionera?
- Ciertamente me asusté, señora... - Confesó el marinero, aunque por su reacción era obvio. - Lo cierto es que no ha dado guerra, mi señora. Ni ha abierto la boca. Se está portando... bien digamos.
Tamullah miró hacia el interior de la celda. Elsabeth se encontraba al fondo de la misma hecha un ovillo. No se movía y respiraba de forma profunda. Parecía que estaba dormida.
- Parce estar dormida. ¿Verdad? - Intervino Tamullah. - Lo cierto es que la mayor parte del tiempo eso parece. Pero está vigilando. No duerme de verdad. Es como... - Tamullah buscó la definición en su cabeza. - ...es como un animal nocturno. No sé como definirlo mejor, la verdad...
- Has hecho un buen trabajo hasta ahora Tamullah. - Le regaló los oídos al sureño. - Seguramente que esté escuchando todo lo que estamos diciendo. Creo que no entiende el ghirb. Pero seguro que está intentando entender lo que estamos hablando.
Los ojos rasgados de la asesina miraban a Elsabeth fijamente. Pese a la oscuridad reinante en la bodega, un reflejo, un brillo en los ojos de la norteña, le desvelaron que por un momento los había abierto, confirmando así la hipótesis de Tamullah. Sin duda alguna, aquella mujer era traicionera y no deseaba otra cosa que escapar de allí. Si tenía que perder la vida en el intento, parecía que poco le importaba. Ya lo había demostrado anteriormente.
- No te fíes de ella. - Le aconsejó. - Es una bestia astuta y muy peligrosa. Ya viste lo que hizo con tus mandos. - Hizo una breve pausa. - Si intenta hacerse daño avísame de inmediato. ¿Entendido? - Tamullah asintió. - Ves un rato fuera a que te de el aire. Pero mantente cerca por si te necesito.
Tamulluah escuchó atentamente todo lo que Euyun le fue diciendo. Lo cierto fue que aunque sentía pavor por la presencia de aquellas dos mujeres a su lado y de la que estaba realmente más preocupado era de la que acababa de llegar, aquellas palabras parecieron tranquilizarle. No sabía muy bien que era lo que se esperaba de él, pero parecía que mientras jugara a su juego, sería bien tratado.
- Gracias, mi señora. - Respondió el sureño. - Aprovecharé para hacer... - Se lo pensó dos veces antes de decir una grosería. - Ya sabe... Usted me entiende.
No esperó una respuesta. La verdad era que llevaba tiempo con ganas de orinar y aquella oportunidad era como caída del cielo. Subió a toda prisa las escaleras perdiéndose en la negritud de la noche marina imperante en la cubierta.
- No te hagas la dormida, Elsabeth. - Comenzó hablando Euyun en catanés. Su tono era firme y no deseaba andarse con rodeos. - No tienes ni idea de lo que implica tu existencia. Deberías estarle muy agradecida... - Resopló. - Nos pones muy difíciles las cosas con tu actitud.
Euyun comenzó a caminar de un lado para otro, como solía hacer su maestro cuando explicaba algo. Por su parte, la prisionera se dio media vuelta dándole la espalda a Euyun. Era evidente que la estaba ignorando y eso le molestaba. No obstante, no lo iba a demostrar. No quería perder los nervios. Al fin y al cabo, por las buenas o por las malas, acabaría complaciendo al semidios Anwalën. Es destino así estaba escrito.
- No pretendo que entiendas el porqué... - Dijo entonces. - Yo misma no sé porqué he tenido el honor de poder servir al maestro. Él me escogió y tú has sido escogida por los dioses para formar parte de un hecho histórico que cambiará el mundo tal y como lo conocemos. - Hizo una pausa y observó a Elsabeth. Ni se movió un ápice. - ¿Cómo es posible qué lo que te diga no te complazca? ¡Eres una necia!
La mujer del norte se puso en pie muy despacio. Quien hubiera visto su expresión hubiera sufrido la inmediata congelación de su sangre. Elsabeth se fue girando poco a poco. Sus ojos la miraban con desprecio y odio. Expresaban tal inquina hacia ella, que casi podía sentir como se clavaban como dos puñales en su pecho. La sureña empequeñeció de golpe ante aquella mirada desoladora y tuvo que dar un paso atrás.
Euyun, por primera vez en mucho tiempo se sintió desprotegida. Se sintió atacada aún sabiendo que aquella mujer poco o nada podía hacerle encerrada como estaba en aquella celda. Desde que conociera a Anwalën y se pusiera bajo su protección, no se había sentido vulnerable y no había sentido miedo, no al menos hasta tal punto. Cuando Elsabeth se movió de forma rápida y felina hasta los barrotes y se agarró a ellos sin dejar de mirarla, la asesina tuvo que soltar un pequeño alarido de pavor.
- ¿Con qué derecho me hablas tú de destino? - Le recriminó con una voz que parecía salida del mismo infierno. - ¿Con que derecho me dices tú que debe ser para mí un honor? - Agarró con fuerza los barrotes hasta que sus nudillos enrojecieron y sus brazos empezaron a temblar. - Agradecimiento dices... ¡Odio es lo que siento! ¡Odio hacia ti y odio hacia ese elfo que se cree un dios! ¿Crees saber lo que implica mi existencia? - Meneó la cabeza de arriba abajo. - Yo te lo diré... ¡Mi existencia implica vuestro fracaso! ¡Todo lo que tengáis planeado yo lo desarticularé! ¡Y te lo digo hoy como advertencia! ¡Tú y tu amado maestro fracasaréis y si tengo ocasión os degollaré a los dos como a un pavo!
La presencia pavorosa de aquella mujer superó con creces lo que Euyun creía que estaba preparada para presenciar. No pudo hacer otra cosa que darse media vuelta y salir de allí. Elsabeth se había convertido en un monstruo a sus ojos y aunque sabía que no había sido así, ahora la veía capaz de haber llevado a cabo la matanza que tuvo lugar en la sala de mandos de aquella nave.
Euyun se sentía avergonzada por como Elsabeth, una simple campesina, la había dominado. No se esperaba para nada aquella reacción. Ella se creía mucho más fuerte que la norteña. Lo cierto era que por alguna razón, aquella mujer no era la misma que conoció el día del baile. Algo había cambiado en su interior. Era ahora una criatura nueva. Una criatura sin miedo a la muerte, pues al parecer, para ella lo que estaba sufriendo era peor que la misma muerte.
Se había convertido en alguien peligroso, en alguien con un poder mucho mayor del que Euyun había sospechado. Por algo, aquella joven mujer del norte había sido la elegida por su maestro. Si llevaba siglos buscando un receptáculo adecuado para llevar a cabo su ritual, por algo había escogido a Elsabeth. Anwalën sabía lo que se hacía, ahora más que nunca Euyun no tenía dudas sobre aquello. Elsabeth era, perfecta para la misión que el destino le había encomendado.