- Podría intentarlo, Euyun… - Dijo el elfo tratando de convencerse a sí mismo de que realmente podría entrar en la mente de la norteña y sugestionarla de tal manera que se creyera las patrañas que la sureña había inventado.
El elfo estiró sus músculos. Se plantó frente a Elsabeth y cerró los ojos tratando de concentrarse. Extendió las manos hacía Elsabeth y entonces la vio con claridad frente a él solícita a recibirle en su mente. Sin embargo, en cuanto la joven kornvaskriana se dio cuenta de lo que el elfo pretendía comenzó a gritar rompiendo concentración del nigromante y acabando con cualquier clase de vínculo que pretendiera formar con ella.
- ¡Maldición! – Anwalën golpeó con su puño contra una barrica que se encontraba a su lado. - ¡No puedo! – Gimió como un niño al borde del llanto. - ¡Mis poderes no son lo que eran Euyun! Me encuentro cansado, mis poderes fallan… - Negó con la cabeza. - …ya nada parece saciar mi sed de almas. Creo que estoy muriendo Euyun y la prueba está en la oscuridad que encierra mi mirada…
- ¡Estáis completamente locos los dos! – Exclamó Elsabeth desde su prisión. - ¡Nunca os daré lo que ansiáis! ¡Vuestras almas son oscuras! ¡Hace tiempo que lo sé! Prefiero la muerte a cualquier tipo de existencia que me ofrezcáis. ¡De hecho hubiera preferido morir violada por el capitán Sangaku o una vida de esclavitud con mi amo, a ser parte de ese malévolo y demente ritual para el que pretendéis que me convierta en sacrificio!
Pese a no estar en posición de negociar o exigir nada, aquella muchacha no dejaba atrás su portentoso carácter. Se revolvía como una serpiente aun estando atada y en el suelo de la fría celda. No se podía negar su valor y era evidente que no conocía el miedo, o si lo había conocido, lo había olvidado mucho tiempo atrás.
Finalmente y tras mucho forcejear logró desatarse las piernas y ponerse en pie. Se acercó a los barrotes mirando con desprecio a sus dos captores y entonces escupió impregnado las ropas de Euyun de saliva y sangre.
- Culminaré mi venganza en cuanto pueda quitarme estos grilletes y salir de esa celda. – Le dio mucho más serena a Euyun. – Te arrancaré esos bonitos ojos almendrados que tienes y se los daré de comer a los tiburones antes de acabar contigo.
Era evidente que Euyun jugaría un importante papel en el último tramo de aquel viaje o búsqueda como Anwalën siempre lo llamaba. Su patrón parecía realmente estar perdiendo el control que siempre había buscado de forma calculada y meticulosa. Sus poderes se debilitaban cada vez más y parecía incapaz de hacer algo tan simple para él en el pasado, como ahondar en los recuerdos o los pensamientos de un simple mortal.
Debía reconducir la situación y devolver la confianza que su patrón había perdido. Ella ahora era la sacerdotisa que debía guiar al semidios hasta el final de su camino y de esa forma ayudarlo a obtener la condición que merecía y así ser ascendido entre los Preferidos. De esa forma ella sin duda obtendría una recompensa. Sus servicios serían pagados con creces una vez Anwalën obtuviera la condición de dios.
El otro problema que ahora se le planteaba a Euyun era con Elsabeth. Aquella muchacha no era un ser sumiso por naturaleza como hubiera esperado viendo la fragilidad física que aparentaba. Se trataba de una fiera encerrada en el cuerpo de una delicada joven, a la cual no convencería de ningún modo para que se prestara voluntaria al honor para el que Anwalën la había seleccionado. Pero quizás debía tratar de convencerla.
Lo que si era cierto era que Euyun había adoptado un importante papel en todo aquello y que debía asumir gran parte de la responsabilidad de que todo aquel asunto llegar a buen puerto. Estaba segura de que lo haría tuviera que caer quien tuviera que caer, y Aibab Arkam era ahora uno de sus principales obstáculos para la consecución de sus objetivos.
- Necesitas descansar, has agotado tu poder porque lo has utilizado en demasía, has usado tanto tu poder que no lo has dejado que se regenere. Y puede que estés consumiéndote a ti mismo cada vez que lo utilizas. Le puso una mano en la mejilla, - prométeme que durante estos dos días no lo utilizarás más, debes dejar que tu poder se regenere sino te estarás matando a ti mismo.
Se dirigió a la norteña: has perdido tu camino, y lo que es peor tu fe, mírate enjaulada como un animal ese es tu destino, donde te ha llevado tu insensatez, pero si sigues encabezonada hazlo, golpeate con los barrotes hasta morir, o muérdete la lengua hasta desangrarte, si ese es tu fin hazlo, pues no creo que tu actitud te haga estar mejor. Tu fin es ser esclava, o una vagabunda has caído en lo más bajo y ni te das cuenta. Mátate si es lo que quieres... Su mirada era desafiante y no se dejaba intimidar por las amenazas de la norteña.
Se giró hacia su amado, - debes de darme los libros que encierran la magia oscura, y enseñarme a utilizarlo puede que encuentre un hechizo como salida. Mientras debes de reposar hoy ya has hecho demasiado querido, come y descansa pero antes déjame los libros para que pueda ojearlos.
La sacerdotisa esperó la reacción de la norteña por si llevaba a cabo su fin, no dejaría de perderse si se quitaba la vida ahí mismo. Tomó la mano de Anwälen para conducirlo hacia fuera, era hora de volver a los dormitorios, si la norteña no se mataba no tenía más que decirle por ahora. Estaban los dos exhaustos, su amado por todo el poder que había tenido que utilizar en tan poco tiempo, y ella por la extirpación de la bala durante la operación. Aunque había estado inconsciente recuperándose todavía se encontraba débil y tenía que comer y beber, además de reposar más que los dos escasos días de la operación.
Tienes también que contarme querido la relación del imperio contigo, porqué el capitán de este barco te ha salvado la vida. Quizás tengas que hablar con él para llegar a un acuerdo, intentar que os sintáis los dos cómodos con vuestras bebidas y en un momento de desliz robar los mapas de coordenadas, seguro que sin ellos no sabrán hacia donde deben de ir, y aunque lo sepan les será más confuso mantener el ritmo. También podríamos envenenar la comida del capitán y de su segundo al mando y despachar al timonel, pero me encuentro por ahora en esas artes sin talento. Quizás tú me puedas ayudar a ello Anwälen Manewë es hora de que me transmitas tus conocimientos y secretos. Ha llegado el momento mi amado. Depositó un beso en sus labios como señal de compromiso y fidelidad entre ambos.
O quizás seguir mi plan propuesto desde el principio de quedar con el capitán para hablar en su camarote, y en un momento de copas y tratados de paz acabar con su vida. Que pareciera un accidente para después dirigirse hacia su segundo al mando comunicándole lo sucedido para después cogerlo de imprevisto y matarlo. ¿Sería algo fácil para ti o no?, hay tantos modos de hacer las cosas... pero antes debes de decidir y sobre todo si te encuentras con fuerzas, no podemos fallar más, y más ahora que estamos entre la espada y la pared mi amor.
- No creo que Aibab Arkam desee traicionarnos, querida. – Respondió Anwalën ya de regreso en el camarote.
Habían dejado a Elsabeth tirada en el suelo de su jaula atada y engrilletada en las bodegas de aquel veloz navío que se dirigía raudo hacia su destino. Para nada había sido el desenlace que la joven norteña había querido y mucho menos imaginado. Seguía con vida, encarcelada y ahora con su capacidad de movimientos muy mermada. Eso no parecía importarle a nadie realmente, pues se había quedado en completa soledad y de poder haberse quitado la vida, nadie hubiera sido testigo de ello.
- Mi viaje empezó mucho tiempo atrás. – Comenzó a contar el elfo. – Mi historia se remonta a una época pasada en la que era conocido con el nombre de Mel-Imon, el que mis padres me otorgaron. Servía en el continente de Avidrain para un rey justo, Alcarhotar I de Anarnia y posteriormente para su hija Andune. Lo cierto es que allí conocía a Aufbrand, quien fue mi amigo por muchos siglos. – Anwalën parecía visiblemente emocionado al recordar esa época pretérita. – Aufbrand era el hijo del príncipe élfico de los gondoen y colaboró con Anarnia por tal de pacificar la zona en guerra con elfos oscuros durante siglos. Fue también en Anarnia donde aprendí gran parte de la magia oscura que ahora atesoro. Fue Varanwë, el mago de la corte de Anarnia quien me enseñó mucho de lo que sé. Traicionó al rey y murió por ello. – El nigromante hizo una pequeña pausa para tomar aire. – Luego viaje a Harvaka junto con Aufband. Vivimos la guerra celestial en la que la mayor parte de los dioses cayeron en combate contra el dios perturbado que quiso destruir Gea.
Anwalën se puso en pie. Parecía realmente agotado tanto física como mentalmente. Dio unos pocos pasos hasta colocarse junto a un ojo de buey y entonces empezó a mirar a través de este. El mar nocturno estaba en calma y parecía serenar su alma.
- Aufbrand lucho en esa batalla y yo en cambio no. – Miró hacía el suelo aparentemente avergonzado. - Rescató el avatar de Elvander, dios Élico de los Bosques. Una estatua de roca que fue lo único que quedó de él tras la guerra. Muchas de las otras estatuas de los dioses caídos fueron destruidas por los mortales imposibilitando, al menos en teoría, su regreso a la vida eterna en sus semi planos correspondientes. – Chasqueó la lengua. – Me estoy andando por las ramas… - Se lamentó. – Aufbrand edificó un templo en la gruta donde ahora reina Gurlb III. Angarkok es el lugar de reposo de la estatua de Elvadner. Es de ella de donde pretendo extraer el poder necesario para revivir a Elvander en el cuerpo de la más pura criatura que he conocido, Elsabeth y luego alimentar mi propio ser con el alma de la norteña recipiente de Elvander y así ascender como Preferido. ¿Te parece descabellado?
La sureña dejó a la norteña a su suerte, allí entre los barrotes, no había pronunciado ninguna respuesta y tampoco había intentado en su presencia quitarse la vida. - No lo sé pero debes de pensar algo, no podemos llevarnos a la norteña en ese estado, no duraríamos ni diez toques de palmadas antes de que la gente se nos echara encima o los guardias del puerto. La mujer ya lo ves es incontrolable, muerde patalea araña golpea y tiene una fuerza que no aparentaba. Es hora de que hagas algo, ya sabes algún tipo de somnífero que la deje tranquila calmada, una droga que le podemos dar desde ya o ponérsela en su comida para que esté como dormida.
Euyun escuchó con atención toda la historia secreta del elfo, se quedó entusiasmada escuchando el relato de los dioses, cuando terminó la cara de la sureña era de admiración hacia Anwällen. - No mi amor me parece pensado por una mente predilecta, la tuya, eres el elegido Anwälen Manewë y aunque el capitán de este barco no sea nuestro enemigo, si tuviéramos un barco en posesión bajo hombres leales nos sería todo mucho más fácil para llegar al lugar indicado. Solo tendríamos que encallar cerca, y luego hacernos con unos caballos para ir hasta nuestra misión. Ya sabes que si desembarcamos, podemos sufrir otra vez el control de aduanas y entonces estaríamos igual o peor que antes. No creo que el alférez vaya a salvarte el pellejo por más veces. Ese viejo lobo de mar nos mira con cara de pocos amigos, no movería un dedo más por ti, no nos sirve sin embargo su barco sí. Si nos echa a patadas del Adnan, no tendremos ni tiempo para planear nuestro próximo paso antes de que los viandantes del puerto se nos echen encima. La norteña tiene un aspecto deplorable y llama demasiado la atención. Debes de calmarla con droga, al menos para que podamos lavarla y asearla para que no sea tan evidente de que es nuestra prisionera. Es hora de que investigues, mientras si tienes un libro que cuente el linaje y ascendencia al trono de los diferentes gobernantes me sería útil. Un mapa para poder saber dónde está el lugar al que vamos, y tú libro de hechizos Anwälen Manewë, de todas formas no te encandiles demasiado con la muchacha es cabezota como una mula y rebelde como un león. Estoy segura que en los monasterios y lugares de cultos a las divinidades podríamos encontrar un alma afín a nuestro propósito. Una muchacha dócil que no fuera una salvaje bárbara como la que tenemos. - La muchacha miró al elfo esta vez algo cansada debido a los quebraderos de cabeza que le daba la norteña y al que el elfo parecía ser ajeno.