Un despacho con una gran cristalera que daba al espacio exterior abarcaba toda su visión. Lo que debería ser una obra trascendente y contundente, con sus estrellas rutilantes, sus cuerpos celestes llenos de enigmas, sus cometas surcando la nada como pensamientos perdidos de Dios. Lo que debería haber encogido el corazón de los hombres y haberles hecho recapacitar en la vida, la existencia, el infinito, no era más que un pozo negro donde apenas se apreciaban esas luces y fuerzas de las que tanto hablaban los poetas. Allí solo había oscuridad.
Y esa oscuridad de la que emanaba la nada, el vacío existencial, la depresión y la no-existencia, parecía solaparse perfectamente con la oronda figura que se encontraba tras la mesa de ejecutivo. La mesa era grande, ostentosa, pero estaba vacía, ni siquiera una pantalla de ordenador. Muestra de que solo era un símbolo de poder. La silla resultaba imponente, de cuero negro, del caro. La que le habían dado a Friedrich Schwarz era una burda pantomima comparado con esa. Además, no congeniaba con el resto de la austera decoración del cuarto. Sin cuadros, estatuas o diplomas, solo una bandera del Nuevo Orden Mundial. Aquel hombre no recibía visitas allí. Quizás solo se limitaba a mirar a la negrura que ahora se encontraba a su espalda para dejar que se filtrase a través de sus ojos de gorrino.
El Gordo era uno de los altos mandos del partido. De los poderosos, de los que estaban en la sombra. Llevaba un traje apretado, a cuadros, y parecía inofensivo. Si quería, podía chasquear los dedos y hacerte desaparecer. De la red, o de la vida, en cachitos y por el wáter. Había otro igual de terrible que él, que se había granjeado el apodo del Flaco. Solo hablar con uno de ellos ya indicaba que la cosa era seria. O jodida. O puta. De estar los dos, la cosa podría considerarse una emergencia interplanetaria.
Pero allí solo estaba el Gordo. Y su presencia parecía llenarlo todo.
—Gracias por acudir con tan poco tiempo, señor Schwarz. No sabe lo que se lo agradezco. El partido le necesita una vez más. Creo que ya le han puesto un poco en antecedentes, pero seré yo quien le explique lo que el partido requiere de usted —su voz era una babosa de las que devoraban cerebros.
Apoyó sus manitas de cerdo sobre la mesa, el traje en el que estaba embutido gimió de dolor.
—Todo lo que voy a decirle ahora es confidencial y no debe, ni por palabra u error, darlo a conocer a otras personas, ni siquiera a otros miembros del partido, bajo pena de tortura y muerte. Aunque usted ya sabe eso —dijo, relamiéndose los labios con una lengua demasiado pequeña para ese corpachón —. Hace unos meses perdimos uno de nuestros cruceros laboratorio, el Deméter. Al principio pensamos que se debía a un ataque terrorista del Frente Libertario. Pero no lo fue.
Punto, oscuridad, densa, trepando ahora por la pierna de Friedrich. No le daría más explicaciones. Era suficiente para su misión. Contaba lo necesario. Los secretos debían seguir siendo secretos.
—Hemos movido algunos hilos para que la Sección Negra de los marines espaciales acudan al Deméter a rescatar a las personas que aún queden allí con vida. Usted los acompañará como observador.
Observador. Esa era su tapadera.
—La operación está bajo control militar, y usted también. Pero no olvide para quien trabaja de verdad.
Se detuvo un momento. Giró la silla, abrió un cajón, sacó un pequeño terminal. Un ordenador de mano lleno de botones, una pantalla de calculadora y un cable de conexión universal.
—Llévelo con usted. En su interior se encuentran todos los códigos y protocolos de seguridad del Deméter, así como planos; podrá abrir y cerrar puertas, activar luces, sistemas de soporte, incluso controlar el agua de las cisternas. Solo debe conectarlo a un terminal.
Una pieza de hackeo supersofisticada. La cosa no era pecata minuta. Un terminal como aquel le permitía abrirle el cráneo al Deméter para descubrir todos sus secretos. Confiaban en él, o estaban verdaderamente desesperados. Tanto como para conferir algunos de sus secretos a un hombre. Quizás Friedrich Schwarz estuviera de suerte, eso podría significa un ascenso dentro del partido ya que los únicos que subían eran los que escondían cosas. Y pronto tendría mucho que esconder.
—Su misión, señor Schwarz, consistirá en acceder al ordenador central del crucero para descargar toda la información sobre los experimentos en el terminal. Puede que esto provoque algún desajuste en el funcionamiento del crucero. Hágalo igualmente. Una vez tenga todos los datos toda la información será borrada del Deméter. Y luego…¿Ve ese botón? Púlselo.
Del terminal surgió una cápsula que se abrió y creció hasta formar un cilindro de soporte vital. En su interior podía albergar un objeto del tamaño de una pelota de beisbol.
—Una vez disponga de toda la información, el terminal le mostrará donde está el nido. Debe recoger una muestra de…un huevo —el cabrón tenía el mejor rostro de póker que Friedrich había visto nunca —. Un huevo sano, sin roturas. ¿Comprendido? El terminal le indicará si la muestra recogida es válida o si debe recoger otra. Una vez hecho esto, el terminal le mostrará una nueva localización; su módulo de escape. Solo debe llegar hasta él, conectar el terminal y activará su boleto de viaje a casa, Dorothy.
Sonrió, había hecho un chiste. Pero era todo tan artificial como el lugar que lo envolvía. Y vacío. Aquel hombre no tenía sentido del humor dentro, sino una cuchilla giratoria de las que despedazaban a la gente.
—Eso también activará el sistema de autodestrucción de la nave. Nadie más debe sobrevivir. ¿Comprende? Nadie. Solo usted. A su vuelta… —dijo, poniéndose en pie de forma solemne—. A su vuelta podremos hablar de como un hombre tan entregado al partido debe recibir los honores y el cargo que le corresponden.
Aquello era una proposición. Sucia, pero de las buenas.
—Bien, para ayudarle en su tarea contará con la ayuda de…una civil. Oh, creemos que es la persona adecuada. Esos cabrones de la rama militar están todos comprados, no puedo enviarle con un agente de ese tipo. Es lo mejor que hemos podido encontrar. Úsela, utilícela, y deséchela. A ella le hemos dicho que su supervivencia depende de que usted vuelva con vida. Como ve, no estará solo. Pero ella no sabe nada de su misión. Y tampoco debe saberlo. Su nombre en clave: Amatista.
No quería hacer ruido enviando a un asesino con él.
El orondo ejecutivo del partido se plantó delante de él. Era grande, capaz de devorar a una persona si esos mofletes rosados e hinchados eran capaces de abrirse. Y seguramente lo fueran. De alguna manera, ya se lo estaba comiendo.
—Es usted una esperanza para este partido. Como sabe, esos cerdos de la rama militar se creen que pueden controlar todo el sector 3J25. Y están ganando fuerza. Pero cuando usted vuelva les demostremos de que vale toda esa fuerza. De nada…—otra sonrisa, artificial, hueca, de universo sin escrúpulos —. ¿Alguna pregunta?
El terminal que te entregan te permite tener acceso al cerebro del Deméter, con todos sus planos, contraseñas y niveles de acceso.
Vómito. Eso era lo que parecían todas las estrellas, astros y cuerpos celestes que vagaban a la deriva por la inmensidad del vacío. Amatista podía contemplar la bastedad del universo a través del enorme ventanal del despacho de la oficina del misterioso agente del gobierno. Aquella visión debería haberla hecho conectar consigo misma. Hija de las estrellas, un ángel caído proveniente del infinito. Su mundo era aquel. Aún en su situación; detenida y con previsión de la pena máxima sobre sus espaldas, debería haberla reconfortado. No fue así. Podía sentir el silencio sobre su piel, el frío de la muerte helada del vacío dentro de su cráneo. No, decía su corazón, allí no había nada para ella.
El agente del gobierno era un hombre largirucho de rostro aguileño y miembros extremadamente delgados. Parecía que alguien le había sacado toda la sangre junto con sus buenas intenciones. Sus ojos saltones eran como aquel ventanal; intensos, horribles. Aquel era su despacho, pero apenas había una mesa y una sola silla, donde habían sentado a Amatista. Con grilletes, en manos, pies e incluso correajes en la cintura. No corrían riesgos.
Aquella figura excéntrica era bastante conocida en el NOM. El Flaco, así le llamaban. Una leyenda negra de los patios traseros del partido. Si él estaba implicado, el tema era turbio, sucio e ilegal. Incluso para los estándares del partido. Había otro, apodado el Gordo, que ejercía la misma influencia. Cuando los dos tenían las narices metidas en un asunto era para echarse a temblar; algo nuevo y destructivo. La nueva bomba de neutrinos que asesinaba por código genético, los campos de tortura del asteroide JPx6713 donde habían experimentado con los límites de la resistencia humana, los laboratorios donde se decían guardan un artefacto perteneciente a una civilización alienígena ya extinta llamada la Puerta. Por suerte para ella, en su condena solo parecía estar involucrado aquel hombre. Debía sentirse orgullosa.
El Flaco le tendió una pesada pantalla. La imagen era bastante esclarecedora. En uno de los gulags del partido; paredes sucias, salpicadas de sangre donde se veían cadenas, látigos y algunos restos humanos, se encontraban sus chicas. Todas sus seguidoras, ataviadas de blanco, como vírgenes dispuestas para un sacrificio. Las cabezas gachas, las manos entrelazadas unas con otras. Firmes, seguras a pesar de la situación. Había poca luz, pero Amatista podía ver paseando entre ellas a los guardias. Hombres de negro, armas semiatutomáticas y porras eléctricas.
—Son todas sus chicas —dijo con una voz que sonaba como una cerilla recién prendida —. Las que no están ahí, murieron en la redada. Unas pocas, se las entregué a mis perros.
Sus perros; cazadores de hombres de mente perturbada, narcotizados para tener únicamente dos tipos de emociones; violencia y sexo. A veces había que calmarles con carne.
—Hazlo —dijo por un micrófono que pendía del cuello de su traje.
Uno de los carceleros recibió la orden. Amartilló el arma y voló los sesos a una de sus chicas, al azar. Sin pestañear. La sangre salpicó el blanco, rojo sobre nieve. Repitió el acto. Una vez. Y otra. Paseándose entre las chicas, decidiendo al azar. Sesos, pedazos de cráneo saltaron. Sus chicas se mantuvieron firmes. El terror no llegó a dominarlas. Cuando ya había diez cuerpos en el suelo, el Flaco dio la orden de parar. Ni un temblor, ni una lágrima. La vida no tenía valor para ese hijo de puta.
—Admirable. Lástima que eso no vaya a protegerlas de la muerte.
Retiró la pantalla de sus manos, apagándola. Adiós al contacto, a su visión. Estaban en sus manos. Prisioneras. Sin derechos, sin oportunidades. O…casi.
—Uno de nuestros agentes necesita apoyo en una misión. No voy a aburrirle con los detalles. No le corresponden saberlo. Tiene que ver con un crucero varado en mitad de ninguna parte y un grupo de marines salvando el tipo. No me importan esos militares. Ni usted. Me importa nuestro hombre. Así que le voy a enviar como su ángel de la guardia. Usted da el perfil. En más de un sentido.
No le explicaría, por supuesto. Amatista sabía que no sabría nada de lo que allí se estaba cociendo. El partido jugaba con varios niveles de sombras y mentiras. Demasiadas capas para saber que estaban tramando. Ella solo era una más. El agente al que debía cubrir no era la capa final. Ni siquiera aquel tipo deshecho y cadáverico. En el partido nadie sabía el objetivo real de las misiones, solo se cumplían para que este, como una bestia, pudiera seguir respirando.
—Viajará al Deméter junto con un hombre del partido y la Sección Negra del cuerpo de marines. Su misión es proteger a ese hombre. Si ese hombre no vuelve con vida, usted y sus chicas morirán. Si usted no vuelve con vida, pero él si, sus chicas vivirán. No le interesa lo que va a hacer ese hombre allí ¿Comprende? Si a su vuelta usted comparte uno de los secretos, yo lo sabré, y morirá usted y sus chicas. Nadie va contra el partido. El partido es UNO.
Repitió, por defecto, como un mantra oxidado y casposo que parecía darle sentido a las cosas aunque en el fondo no lo tuvieran.
—Nuestro hombre ha sido avisado de su presencia, sabe que usted debe colaborar con él. Ante el resto de compañeros deben fingir que no se conocen. No deben ver la relación. Bueno, no seré yo quien deba de enseñarle como debe manipular y utilizar a la gente. ¿Verdad? Ah, pero no se moleste en intentarlo con nuestro hombre. Eso también le causaría problemas a usted y a sus chicas. Y por si se le ocurre traicionarnos de alguna manera…¿Quiere ver la grabación en la que mis perros disfrutan de tres de sus seguidoras?
Había un brillo en sus ojos, malicioso, obsceno. Quería mostrarle la grabación solo para ver su asco, su miedo, su desesperanza. Quería romperla, saborear cada una de sus lágrimas. El Flanco disfrutaba del sufrimiento ajeno. Del más intenso. Y ese manaba del corazón, no del cuerpo.
—Es probable que tengan un encuentro con una forma de vida alienígena. Por eso es usted la adecuada. Puede que sea fundamental para la superviviencia. ¿Comprende? Los marines espaciales son la clase de moralla que sirve para ejecutar las cosas, no para pensar sobre ella.
Se sentó sobre la mesa, una estaca de carne y hueso clavada en la madera negra. La oscuridad del espacio, tras él, lo envolvía de tal forma que era imposible saber donde terminaba uno y donde comenzaba el otro.
—¿Lo tiene claro o desea que vuelva a entregarle a la pantalla?
Una mente tan perversa como la de Amatista enfoca su atención hacia un punto de interés tan estúpido como el óxido que tiene el marco de esa ventana mientras las manecillas de su reloj inverso, siguen marcando un tiempo de descuento. Allí sentada como se halló, atada como jamás lo había estado ni en el más oscuro juego sexual, se mostró tranquila. Su mundo tan inmenso, parecía estar en un intermedio de expectativa y sospecha, le gustaba aprender de sus enemigos, someterse al más frívolo y básico castigo con tal de cobrarse una venganza más sabrosa y excitante para ella.
Veía ante sus ojos a un simio, uno de esos que suelen estar en los zoo. Debilitados por la escasa comida, carentes de empatía debido al exceso de miradas estúpidas de los críos y esa imperiosa necesidad de caos, como si fuera un simple llamado de atención tenerla atada allí como si fuera una criminal. Un ente de destrucción y fuerza bruta. Quizás era más conveniente amordazar sus bonita boca que tenerla inmóvil. Cómo todo, a gustos están los colores y la rubia tuvo en claro que de ésta no iba a salir tan fácil.
Durante el diálogo solo se mordió su labio inferior, como un efímero acto —sensual en esencia— manipulador de su parte. No pretendía encender a esa bolsa de huesos, no le interesaba, pero si distraerlo. Tener a sus chicas en esas condiciones, le dió pena, pero ese tipo de pena que posee una persona con una empatía construida. No era una amenaza como tal, lo vió poco inteligente y hasta obvio, quizás si hubieran puesto a su madre, le movería una fibra más sensible, un resquicio de su pasado que si era de vital importancia. Solo lamentó que su tan bien construido imperio, termine en la ruina del vacío. Tanto trabajo tirado a la basura.
Sutil movió sus piernas y enfocó su mirada en su interlocutor.
—Tenerme atada así cuando no mato ni a una mosca con la violencia, es un abuso— dijo algo incómoda —. ¿Sabes las horas que requerirá quitarme todas estas marcas de la piel? ¿La evidencia que supone si debo ser un bonito agente encubierto para tus fechorías?
Negó con su cabeza y fingió indignación.
—Ellas son importantes para mí, pero las eduqué para un propósito. Si están en esa situación, lo mejor que puede pasarles es morir porque de nada sirven en cautiverio. Pensé que te gustaba más el sufrimiento, pero descuida, si tuvieras un controlador de mis latidos cardíacos hubieras notado que un poco se aceleraron— comentó mordaz y le dedicó una intensa mirada, hombre era, les conocía muy bien—. Puedes desatarme y arreglemos los detalles finales. Haré lo que me pidas, pero necesito moverme.
Debía cuidar el culo a uno de sus Agentes, la necesitaban y por esa razón se lo pedían a ella. Así que era muy oportuno aprovechar un poco esa ventaja para tener otras, es que desde el pensamiento analítico de Amatista, seguía siendo una buena jugada de ajedrez pero el jaque mate no surgía de la noche a la mañana. Había que desarrollar la jugada y ella sutil en su juego de palabras, solo movió un alfil. Tenía el resto de las fichas.
—Por favor, lo desea más que yo poner ese vídeo donde se las follan como animales, bueno lo son en verdad—dijo divertida— . Quizás hasta me gusta.
Lo desafió, no se le movería un pelo. Estaba loca, pero era una psicópata de oficio si le tocaban la moral.
—Una manada de monos armados, el niño que debo cuidar y yo la dulce mami. Entendido, ahora... Por favor quítame esto y sigamos conversando.
Todo lo que voy a decirle ahora es confidencial...
Esas palabras, esas sencillas palabras, provocaron que la espalda se me pusiera más recta si cabe de lo que ya estaba. La tensión se elevó hasta el infinito, pues no era cuestión baladí que a uno lo llamaran al mismísimo despacho del Gordo. Jamás lo hubiera imaginado, pese a haber anhelado ese momento todos y cada uno de los instantes de mi vida.
¿Era una oportunidad? ¿O era el fin de todo?
Flashes, uno tras otro, carentes de toda lógica, fugaces retazos de pura imaginación desfilaron por mi mente, febril, en aquel momento. Apenas un segundo. Incontables pensamientos, ideas...
Perdimos uno de nuestros cruceros laboratorio, el Deméter... - introducción - Usted los acompañará como observador... - nudo - no olvide para quien trabaja de verdad... - amenaza, ¿motivación? - Su misión, señor Schwarz, consistirá en acceder al ordenador central del crucero para descargar toda la información sobre los experimentos en el terminal - desenlace - Un huevo sano, sin roturas... su módulo de escape.
¡Si, señor! - dije, alto y claro, con voz carente de toda emoción, pues las emociones eran despreciadas por el partido. Pura eficiencia comunicativa. Una orden clara. Aceptación igual de clara y contundente. Era fácil. Las vacilaciones no estaban permitidas. Y por todos los demonios que no pensaba dudar su aceptación. Era una oportunidad... una oportunidad de esas que solo se presentan una vez cada varias vidas. Y me había tocado a mi. Yo era el Elegido. Su hombre. Un tipo insignificante, perteneciente a una familia más insignificante aun que ascendía a persona crítica. Recompensa de una vida entregada a un ideal. Todo cobraba sentido. Era... ahora. El Ahora.
Joder. Era el jodido clavo ardiendo que nombraban aforismos perdidos en el tiempo. Y ese hombre, ese gordo cabrón, ese asqueroso, tripón, barrigudo, ,grasiento.... repugnante, fofo y seboso me daba el clavo a mi. A mi, Friedrich Schwarz. Necesitaba un alias. Algo con fuerza... duro, como una roca. Una roca con trazas de metal, del metal más pesado y contundente. El jodido yunque con el que forjar el alma. El yunque... Anvil.
Amatista...
Susurré, mientras una maliciosa y lasciva sonrisa acudía a mi rostro. Un tic de apenas un par de décimas. Congoja. Los sentimientos no estaban permitidos. Un error... Pero, bendito error. ¿A quién le amarga un dulce? Tenía vía libre. Podría ejercer mi poder sobre ella. Todo el poder del NOM sobre esa criatura. Amatista. Si, la usaría. No albergaba dudas. Era un medio para alcanzar un fin.
No señor. Está todo cristalino. Descargar la información. Distraer un huevo válido. Destruir el Deméter con toda su tripulación con él. Traer de regreso la cápsula. Es un hecho, ocurrirá. Señor.
La sonrisa del Flaco se abrió como si su piel fuera a desprenderse de un momento a otro, como si su cabeza fuera a descolgarse por la comisura de los labios para dar rienda suelta a la retorcida y oscura criatura que había en su interior.
—Ha podido crear un imperio de fanáticos en base a una experiencia alucinatoria que tuvo durante su juventud. De seguro puede inventarse una historia para unas cuantas magulladuras en sus muñecas —le espetó el hombre del partido.
Miró con desdén la pantalla portátil, la prisión plana en la que yacía el único contacto que Amatista tenía ahora mismo con su gente. Ni siquiera sabía si se encontraban en el mismo planetoide.
—Oh, suponía que ellas no importaban demasiado. ¿Y su iglesia? Cada baja es un ladrillo menos. ¿Qué es la fe sin nadie que crea en ella? Son cantos de loco. Uno no puede creer en todas esas tonterías de las estrellas. Allí fuera solo hay oscuridad, frío y muerte. Si quiere creer en algo, crea en el Partido —se encogió de hombros —. Bueno, crea en todas esas tonterías sin eso le ayuda con la misión. Le preparemos el equipo que considere.
No respondió a la oferta. Si había tenido intención alguna en ver las sórdidas grabaciones de asesinato o violación, aquel brillo se había esfumado como una estrella tras una supernova.
—No me subestime, Olivia. Tampoco a esos hombres.
Pasó por su lado. No la desató. Demasiados años jugando a los espías.
—Y tampoco subestime a nada de lo que encuentre en el Deméter.
Abrió la puerta del despacho y salió. Amatista se giró para ver como el hombre desaparecía, dejándola sola. Antes de que la puerta se cerrarse pudo ver como se reunía con otra persona. Un hombre gordo con un traje a cuadros que parecía quedarle pequeño. Después, entraron los guardias y la enviaron directamente a las cámaras de criosueño.
Bien, una intro breve. Pero suficiente. Tendrás más libertad cuando despiertes ;)
—Sabía que podía confiar en usted, señor Schwarz —dijo el Gordo.
Le bastaba con chasquear los dedos para encontrar un puñado de acólitos que saltasen cuando el dijese rana. Pero esta vez la decisión de elegir a su hombre sobre el terreno no había sido nada casual. Había sido estudiada y meditaba. Habían desnudado su ficha personal, investigado su pasado, espiado sus secretos. Schwarz era el indicado. Había nacido para aquel momento. Para volver vivo, con un preciado tesoro misterioso y una ristra de cadáveres a sus espaldas. Lo habitual, salvo porque esta vez se lo pedía uno de los miembros más influyentes del partido. Quizás fuera verdad que la rama más política del partido mantenía una guerra interna con la vertiente política. Quizás eran habladurías. Pero algo se cocía tras la cortina.
—Mandaré a un agente de intendencia para que tome nota de sus necesidades. Piense bien en todo, a pesar de la ayuda que hemos podido buscarle allí arriba estará solo. Aunque un hombre del partido no necesita nada más.
Le palmeó la espalda con una mano que era blanda, como gelatina. Abrió la puerta del despacho y salió. Por uno de los reflejos de la mesa que tenía delante, Schwarz no se habría girado por respeto en ningún momento, pudo ver como el Gordo se reunía con otro miembro del partido en el pasillo. Un tipo de traje, flaco y estrujado, de rostro enjuto. El Flaco, el Flaco también estaba metido en aquello.
Y ese pensamiento le acompañó desde que preparó su equipo hasta que se adentró en la cámara de criosueño.
Breve pero bonito ;)
No dijo nada más, sólo permitió que aquel intento de humano degustara una ventaja que era válida, pero jamás sería la única cuando Olivia en su locura tenía planes. Muchos planes, que no destilaría así por la boca, manteniendo el secretismo cuando todo se tornó oscuro, misterioso y profundo. Padeciendo la debilidad misma de sentirse vulnerable, sola, aislada como tantas otras veces vivió en la infancia.
Una dulce sonrisa se dibujó antes de sumirse al profundo letargo, hubiera sido una carcajada de no ser por la inmediatez de un estado que la inmovilizó al completo. Le gustaban los desafíos, claro que si. Más cuando el enemigo ofrecía una resistencia consolidada. Más sabrosa era la venganza.
Siempre.