No hay resquicio de esperanza para los malditos. No existe redención para el diablo.
El universo alrededor de Hammer estalló en un millón de fragmentos que se incrustaron en su piel, en sus ojos, en su alma… La oscuridad fue tomando el control a medida que su pequeño mundo se derrumbaba; a medida que él se derrumbaba.
No existe la esperanza para los malditos.
En su mirada aún titilaba la imagen de Alicia convertida en una masa deforme. Su ángel había descendido tantas veces a los infiernos que había terminado abrasándose en sus llamas. Había perdido su refugio, su ancla, su punto de apoyo. Ya no sentiría el calor de su abrazo, no fijaría sus ojos en una mirada que encerraba el misterio de todos los mundos conocidos.
Aquella que le había dado esperanzas; la que le había dado un nombre y un sentido a su vida ya no estaba. Ya no podía salvarlo. La muerte estaba a la vuelta de la esquina y su propio infierno lo estaba esperando con los brazos abiertos.
Ni siquiera sentía dolor. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba cayendo. Solo era capaz de sentir miedo ante lo desconocido, miedo a la oscuridad, miedo a caer en el olvido. Pero reconocer ese miedo le daba paz. Contradictorio, como sus sentimientos durante las últimas horas desde que Alicia había llegado a su vida.
Hacía frío. Las voces sonaban cada vez más lejanas y las bocas que las pronunciaban se volvían borrones que perdían sus contornos. El tiempo se había detenido, o quizás pasaba tan rápido que apenas se daba cuenta. El miedo se diluía como las voces, como los rostros a su alrededor, como el universo.
Hammer cerró los ojos esperando una caricia que nunca llegaría. Cerró los ojos imaginándose una sonrisa que ya no volvería. No sintió las manos que lo ayudaban, no escuchó las voces que lo obligaban a mantener el hilo de la realidad, de la vida. Simplemente se dejó mecer por la oscura corriente bajo un cielo cubierto de estrellas.
Todo podía haber sido distinto. Pero no existe redención para el diablo.
El sonido fue ensordecedor, tanto que en medio de su conexión telepática, su mente pareció apagarse. No le impresionó ver los restos de aquel ser, no existía vínculo alguno con la mujer pero la situación había llegado a un límite poco deseado. Habían desatado un infierno y alguien, se había enfadado.
Suspiró al ver que aquel muchacho terminó en el suelo cuando Anvil lo atacó tras dispararle a Armin. No entendió el ataque al androide, quizás tenía un vínculo con la joven en este poco tiempo de estadía. Negó con la cabeza ante la orden del viejo, no podía llevarlo, no ahora.
Si que escuchó a Ronin.
—Ahora mismo, me ha advertido de la amenaza. Es vital que salgamos de esta, después me tocará liberarla... Vienen de nuevo esas cosas peludas y la probabilidad será escasa — afirmó sincera—. Me esconderé... Ella me ha dicho que debo vivir.
No dijo más, buscó lo más cercano ya sea una alacena con puertas para meterse dentro. Ellos tenían armas de fuego, a Armin no le harían daño y ella con la katana terminaría destrozada. Así que esa fue la única opción que tuvo, incluso detuvo su mirada en el androide, fueron segundos, como si le estuviera pidiendo que cuide sus espaldas como la última vez.
El mundo, estruendoso, voraz. La violencia personada, la desesperación rascando detrás de los cristales helados del Deméter, el límite de la cordura cimbreando como los latidos de un moribundo. Acorralados, atrapados como ratas. La vida, rugiente. La muerte, segando. El clímax, el cenit, el orgasmo de la aventura. Amatista se metió dentro de un armario, cerrando las puertas por dentro. Segura, a salvo, mientras afuera la vida seguía. La decisión más inteligente. La más confiada. Aquel armario que olía a formol y desperdicios de comida era el sitio más seguro de toda la nave. Sus compañeros podían resolver la situación, o pagar la vida por precio. ¿Verdad? El laboratorio había sido el bastión, la fortaleza del doctor Ebennezer durante meses. Los critters no habían podido entrar.
O no habían querido.
Armin soltó su discurso. Algo torcido dentro de él. Un objetivo. Hablado de crímenes, de venganza. Buscaba un asesino. Engla y Anvil salieron del laboratorio. Amatista se había escondido. Hammer yacía moribundo. Ronin se esforzaba en salvar a su compañero. Un público reducido. El cadáver abierto en canal del doctor parecía mirarle con sorna. El muerto era el único que parecía estar escuchando al androide.
Ronin contuvo las hemorragias. Aplicó los apósitos y los emplastes de piel sintética, la sangre dejó de manar, cerró algunas heridas a tiempo. Otras se mantuvieron adentro. Hammer tenía tantos agujeros que era imposible taparlos todos. Estaba débil, pálido. Había perdido demasiada sangre. Su corazón entró en paro cardíaco. Ronin no perdió la esperanza. Estaba muerto, lo sabía. Había visto a demasiados hombres entrar en esa sala y no volver jamás. Aplicó el electroshock. El corazón siguió parado. El sargento no se rendió. Empezó a comprimir el pecho, a tratar de reactivar el corazón.
Hammer abrió los ojos. La luz le cejó. Porque de donde él había vuelto, ya por segunda vez, solo había tinieblas. Y eran de las densas. La muerte había sido ahuyentada. Ronin soltó aire, lastre. Estaba tan tenso que había podido cortar una cuerda de acero solo con sus nervios. Hammer se reincorporó lentamente. Débil, agotado. Vivo.
La sala estaba vacía excepto por Armin. El mundo temblaba allá afuera. El ordenador del doctor seguía encendido. Aún había información en él. Un mensaje lanzado al vacío y la posibilidad de conectarse con la antena y pedir ayuda. Quizás no tendrían más oportunidades. Quizás todo terminaría allí.
Armin fue el primero en darse cuenta. Ronin había arrancado a Hammer de entre las garras de la muerte. Pero no era el único que estaba volviendo de entre los muertos. El cuerpo de Alicia, deforme, calcinado, estaba ganando color, rojo, músculo y piel. El amasijo de carne volvía a ganar forma, sustancia. En un punto que era su cabeza devorada por las llamas abrió un ojo. Su cuerpo se estaba regenerando. No estaba muerta.
Anvil salió del laboratorio siguiendo a Engla. Un lapso de tiempo breve, las puertas automáticas se abrieron y cerraron como fauces que vomitasen hombrecillos dejados a su suerte. Los centinelas ya estaban disparando. La turba negra era feroz, intensa, copando el pasillo. Se amontonaban unos encima de otros, con sus dientes, sus patas diminutas, sus miradas encendidas. Nerviosos, agresivos. Desatados. El gran calibre de los centinelas petardeaba como una tormenta de acero reventando alimañas, agujereando cráneos, mutilando, haciendo explotar a esos hijos de perra en bolsas de sangre y restos que caían sobre los demás sin que les importase.
El estallido de plomo, pólvora y odio del arma ilegal de Anvil incrementó la sinfonía de destrucción. El hombre del partido había llegado. Flanqueado por las máquinas, era una boca más escupiendo palabrotas y muerte. No le hacía falta apuntar. Toda bala tenía su premio. La turba, como la marejada del mar, no podía ser detenida. Los cuerpos y restos se amontonaban para ser pasados por encima. En esta ocasión las alimañas no estaban hambrientas, no se comían a sus muertos. Buscaban muerte, nada más.
CATO poseía suficiente artillería para hundir un crucero de combate de clase interceptor. Su arma rotatoria expelía muerte con la efectividad de una máquina programada para ello. Era su única función. Su ráfaga era continua, un telón de acero de alta cilindrada. Ni un solo disparo fue desperdiciado.
Los indicadores de munición de los centinelas bajaban a la velocidad de un hombre arrojado al vacío. Anvil cambió un cargador. Engla permaneció a su lado, impasible. Las gafas de sol colocadas sobre su viejo rostro. La lluvia de balas no lograba detener la amenaza. Puede que el fuego lo hiciera.
Cuando la peluda amenaza llenó la mitad del pasillo Engla estiró los brazos. La turbina de reacción atómica que llevaba a su espalda incendió el aire mediante un llama verde y gelatinosa que el marine proyectó con los quemadores adheridos a aquel ingenio. El fuego verde devoró paredes, circuitos, avanzando con la misma rabiosa furia que los critters, para presentar su oposición. Las primeras alimañas fueron calcinadas. Sus cuerpecillos no llegaron a incendiarse, simplemente se deshicieron en la nada, consumidos por el fuego nuclear de aspecto mutante. El resto empezó a arder. Gritaron, aullaron y se deshicieron. Tras ellos, la turba siguiendo avanzando, empujando. Ganando un palmo de terreno a costa de decenas de vidas, de instantes de agónico sufrimiento.
Engla y Anvil sintieron el calor que brotaba de todos aquellos cuerpos muertos. Podían sentir la radiación que emanaba del arma del marine, contaminando sus cuerpos, contagiando sus corazones de aquel frenesí enfermizo y destructivo. No fue suficiente. El aire quemaba, el pasillo cerrado y el tapón de carne y muerte impedía que las llamas se liberasen arriba o a los lados. El metal se puso al rojo, se derritió. También se licuó. Goterones de acero fundido empezaron a caer. Un infierno verde, prístino, salpicado de destellos cromados.
Engla cortó el chorro de fuego, si no hacía bajar la temperatura ellos serían los siguientes en arder. El infierno podía esperar.
Los centinelas siguieron escupiendo plomo. Anvil también. Los robots agotarían sus balas, idiotas, hasta quedar estériles. Anvil veía que aquella batalla no era de las que se podían ganar. Se quedarían sin munición antes de tiempo. CATO sobrevolaba su cabeza manteniendo la posición defensiva. Los casquillos se amontonaban en el suelo como promesas vacías.
El suelo tembló, el pasillo se sacudió. De entre la turba, surgió una enorme bola de pelo, arrolladora. Un critter del tamaño de un tanque. Rodando, girando. Escupiendo letales púas negras del tamaño de lanzas. Anvil se tiró a tierra, Engla lo imitó cuando una de esas afiladas púas le susurró algo obsceno en la oreja. Los robots centinelas siguieron escupiendo plomo sobre él, agujerándolo. CATO les imitó. Pero no lograron frenarlo.
La enorme bola de pelo pasó por encima de ellos derribando a uno de los centinelas. Engla y Anvil sobrevivieron, pegados contra las paredes. Pero las puertas del laboratorio habían sido violentadas. El rey se había colado dentro.
El rey se coló en el laboratorio en todo su esplendor. Era una criatura de más de ochocientas toneladas de carne, dientes y mala ostia. Sus enormes fauces poseían tantos dientes como condenados habitaban el infierno, su garganta poseía el color de la locura. Su aliento olía a jugos gástricos, ácido de batería y cadáveres en descomposición. Su corpachón estaba cubierto de agujeros de balas y heridas. Algunas recientes, otras de hace unas horas, muchas de batallas anteriores. Sus ojos irradiaban muerte. Las pupilas eran como cuchillos. Se clavó en ellos, desafiante. Arrogante. Aquella cosa podía devorar un caballo de un solo bocado y abrir un vehículo blindado de una dentellada. Y lo sabía. Era consciente de su poder. Una malvada inteligencia bailaba desnuda detrás de su retina escarlata.
Su mirada bermellón les envolvió a todos, pero no se detuvo en ninguno. No le importaban. Su foco se centró en la masa sanguinolenta que era Alicia. Con un cuidado que no era propio de un ser así, recogió el cuerpo del suelo y les desafió a que lo impidieran. Hecho aquello, empezó a retroceder paso a paso, andando hacia atrás. Lo único que quería era a Alicia.
Sudaban. La temperatura había bajado unos cuantos miles de grados hasta estabilizarse de nuevo. Engla aún tenía carga suficiente en el lanzallamas. A Anvil aún le quedaba carrete. Uno de los centinelas estaba destrozado, la munición desparramada por el suelo, las chispas de su alma escupiendo sus últimos estertores en una intermitente agonía eléctrica. CATO había evitado la arrolladora entrada del rey y seguía cumpliendo con su función.
Los critters seguían llegando. No podían contenerles. Ya llenaban tres cuartas partes del pasillo, junto con los restos de todas las alimañas que habían perecido. Estaban casi encima.
Hammer puede actuar, pero para cualquier acción, tendrá que usar el dado menor. Aún así, podrá caminar.
Cayendo. A la oscuridad. A la nada. El miedo se fue diluyendo, así como cualquier otra emoción, dejando dentro de él una extraña calma. Hammer, Dalton. El significado se había perdido. El pasado no importaba. El futuro no existía. El presente era todo sombras y tranquilidad. Ya no había deseos, dolor. Solo soledad. Y pronto, nada.
—Aún no —dijo ella, al mismo nivel de conciencia, en la misma puerta que él estaba a punto de cruzar.
La luz se abrió paso hasta él como un tren de cercanías. Al otro lado no estaba ella. Ronin le esperaba.
Éste iba antes del general.
Los parásitos de la Démeter se había cagado bien en el cerebro de mantequilla artificial de Armin. Soltó mucha mierda, cierta o imaginada.
“Alucinaciones de una cafetera”.
Comprobó su fusil, su mirada afilada taladró al androide. Un roboto que ahora mantenía miradas, mataba a no humanos y se le había subido el ego -Chico, ¿se te ha puesto dura? Si crees que tus amenazas nos acojonan, es que eres más idiota de lo que pensaba.-si hubiese sido un cínico cachondo hubiera sonreido de manera sarcástica.
Pero era un profesional con principios sólidos.
Bomba nuclear, una hija asesinada, ¿se había colado en el historial de Engla?, mesa regeneradora. Papá Noel y Mr. Potato.
-Está bien saber que podemos darle a este problema un “final absoluto”.
Hammer agobizaba, desangrado por mil agujeros. Ronin dio instrucciones y se encargaría de su compañero. Amatista se lo hacía encima y regresó a su papel de avestruz. Al menos Nom aceptó la “propuesta”, balbuceando una excusa vaga e imprecisa.
-Quiero creer que fueron las babosas que nos devoran los sesos y no tú. Vamos.
Deseaba creerlo. Aunque no confiaba en que fuese así.
“No quiero matarlos a todos”.
Los dos y CATO entraron o salieron al infierno. La antesala del mismo. Los cristales de sus gafas reflejaron un millón de sonrisas siniestras que Engla devolvió con la suya propia.
-Seguro que tus superiores te ascienden cuando lean esta parte del informe.
¿Bromeaba? No se notaba en su tono de voz.
Engla pronto supo que no lograrían detener a aquella turba demencial. No sobrevirían pero quizás les daban tiempo a los demás. Unos instantes más de vida para hallar una solución, una vía de escape. Esperaba que a Ronin no le temblase el pulso a la hora de volarle la tapa de los sesos al sintético.
Anvil, las torretas, el dron y el grandullón lo intentaron. Ensordeció. Perdió el contacto con el mundo. Era como meterse aquella droga, cristal negro, directamente en vena. El arma de Hammer era la hostia, ni Lucifer poseía semejante fuego devastador. El bólter otro tanto.
No había nombre para el caos desatado en derredor, no existía una palabra en su idioma. Anvil aguantaba, toda una revelación. O quizá no lo era tanto.
Sudor, sangre, restos de carne viscosos. Pestilencia que quedaría pegada a su piel una eternidad.
El monstruoso engendro les sobrepasó. Derribó las puertas y se coló en el laboratorio. La escena siguiente dejó a Engla paralizado. Décimas de segundo donde su cerebro trataba de racionalizar lo que veía sin volverse más loco: Alicia se regeneraba.
Se preguntó si de verdad debían salvar a una criatura con semejante poder.
El marine tenía clara la respuesta.
Rugía la marabunta. Anvil, Cato, la torreta, no serían suficientes. Ni con él o con Ronin.
Tal vez era buen momento para pulsar el botón rojo. ¿Quedaba otra opción?
Desenfundó su pistola, fuera seguro, apuntó a la cabeza de Armin. El fuego, la ira celestial, podría fundir de tal manera la bomba que no funcionase. No lo sabía. La segunda opción.
-Tú, Gordo. Suelta a la chica y detén a las canicas peludas. Tú, o el que controle tus acciones. Y olvida tus púas -con un movimiento de cabeza señaló a Armin- . Dice que tiene una bomba nuclear en su interior, ¿lo averiguamos? Armin, no te muevas, ni lo pienses.
¿Un farol? ¿De Engla?
Su brazo izquierdo estaba preparado con el lanzallamas por si acaso alguien tenía malos pensamientos como sucedió antes.
Son acciones que dependen de lo que haya sucedido en el interior del laboratorio mientras ellos preparaban la barbacoa, claro.
Quizás la muerte no estuviera tan mal. Un poco aburrida sin bailarinas desnudas a las que follar, gilipollas y bocazas a los que golpear, abundante alcohol para olvidar las penas y pastillas para olvidar el dolor. Pero no hacía falta. En esa silenciosa oscuridad no había penas, rabia, dolor, sufrimiento, ni tampoco alegría, felicidad o paz. No había nada; no se sentía nada.
Hammer no tenía ni idea si su destino era vagar por toda la eternidad en aquel silencioso limbo o si le esperaba algo más una vez purgara sus pecados. Siempre había oído que todos, tarde o temprano, en esta vida o en la siguiente, acababan pagando por sus actos. Sin embargo no le importó, infierno o cielo para él eran conceptos iguales. Uno ya lo conocía, el otro sonaba demasiado a muermo.
Y el silencio se rompió. La voz de su salvadora acudiendo a él una vez más. Pero ¿cómo era posible? ¿Acaso estaban compartiendo el mismo vacío inmutable?
«¿Vienes conmigo?». Se escuchó a sí mismo formulando una pregunta inocente, ansiosa, como si de un niño pequeño se tratase.
Pero no hubo contestación, solo una luz cegadora que lo trajo de vuelta a la realidad. Una realidad cruel, dolorosa, salvaje. Y, cuando abrió los ojos con la esperanza brillando en ellos, halló la respuesta. No era ella quien lo había salvado esa vez; no había sido ella quien lo había arrancado de las garras de la oscuridad. Solo había sido Ronin.
«¿Solo?». Entrecerrando los ojos para evitar la dolorosa luminosidad, Hammer consiguió esbozar una mueca que no era sino la sombra de una sonrisa. Sujetó sin demasiada fuerza el brazo de su compañero y el agradecimiento brilló en sus ojos cuando consiguió abrirlos. No había sido su diosa quien lo había traído de vuelta de entre los muertos, había sido su familia. Una familia que no lo había dado por perdido, que no lo habían dejado a merced del olvido. ¿Qué más podía pedir?
Poco a poco fue consciente de lo que sucedía a su alrededor. El infierno parecía haberse desatado en el pasillo. El sonido de los disparos era atronador, y más tras el silencio del que él había regresado. El calor se hizo patente en el laboratorio.
Intentó ubicarse, hacer una composición del lugar y de los que aún estaban en pie. No vio a Engla ni al perro del partido. No vio a Amatista que quizás se había fugado, o escondido, o lo que fuera que esa zorra estuviera acostumbrada a hacer. Pero sí vio a Armin y su gesto se torció en una mueca de odio y rabia. Y vio también el amasijo en el que se había convertido Alicia.
Intentó incorporarse, buscando un punto de apoyo para su espalda. Se dio cuenta de que ya no portaba su mortal juguete, pero aún tenía su arma. El estruendo en el pasillo era ensordecedor. La muerte volvía a llamar a su puerta y, en esa ocasión, lo hacía con colmillos, hambre y odio.
La locura que se vivió después fue una nota más de color en aquella patética y mortal misión. El amasijo que era Alicia comenzó a coger color y a moverse; una monstruosa bola de pelo inundó el espacio del laboratorio, la muerte seguía gritando en el pasillo.
Seguía muerto y aquel era su infierno. Era lo único en lo que Hammer podía pensar.
—No… te la… lleves —musitó a aquel monstruo que elevaba, con una delicadeza fuera de lugar, a su diosa con sus brazos.
Apuntó el arma directamente a la mole de pelo, consciente de que de nada serviría. Pero quería intentarlo; necesitaba intentarlo y ayudar, una vez más, a Alicia. No le hizo falta apretar el gatillo, la voz de Engla resonó en el laboratorio con palabras que Hammer no entendió muy bien. Apuntaba a Armin, amenazando con hacer estallar el mismo universo.
—¿Una bomba? Pero qué coño… —dijo, completamente confundido.
Hammer se llevó la mano al bolsillo y extrajo una píldora pequeña y redonda que se metió en la boca. A pesar de lo que Alicia le había dicho, en esos momentos la necesitaba más que nunca.
Armin observó con una precisión casi clínica cómo aquella bestia extendía sus apéndices hacia los restos de Alicia. Había algo grotesco, casi ceremonial, en el acto, un cuidado excesivo. La criatura parecía consciente de lo que sostenía, como si entendiera la peculiaridad de su presa.
Su mirada mecánica se posó en Amatista unos segundos, que, con movimientos precisos, buscaba refugio entre las sombras. Había lógica en su actuar, y eso Armin podía entender, no había nada que reprochar...
Pero Armin no reaccionó. Sus ojos, artificialmente inmóviles, no mostraron ningún rastro de sorpresa o desesperación al ver cómo aquella cosa parecía acunar los restos de Alicia. Ya lo sabía, ella no era humana y ahí estaban las pruebas... Los datos en su memoria lo confirmaban, un torrente de información que se desplegaba ante sus ojos como un archivo abierto. Alicia volvería, regenerándose desde las profundidades de lo inhumano que la definían. Su mirada siguió fija en el aquella mole mientras se retiraba.
En ese momento, antes que aquella cosa desapareciera, los sensores de peligro se dispararon. Sentía la tensión en los músculos de Engla y en como su dedo jugaba con el arma que ahora le apuntaba directamente.
Amenaza inminente.
El análisis apareció en una fracción de segundo, pero no movió un solo engranaje para responder. En lugar de eso, dejó que su rostro se girara lentamente hacia él, sus facciones adoptando una expresión tan precisa como calculada, una sonrisa fría y controlada.
— Tienes ganas, ¿verdad? Hagamos volar esto por los aires... Qué mejor final... — sus palabras fueron tan cortantes como la hoja afilada, se sentían humanas aun con aquella forma mecánica en su pronunciación, con un eco distante de ironía. La sonrisa no era para calmarla, ni para burlarse, era un recordatorio...
El cañón seguía fijo en él, pero Armin no desvió su mirada. Había algo casi humano en la forma en que la observaba, como si pudiera percibir las dudas detrás de su determinación. La lógica dicta que el miedo guía sus acciones. ¿Pero miedo a qué? ¿A perder el control? ¿A que todo volara por los aires? Sus pensamientos fluyeron como datos, rápidos, pero una imagen se filtró en el torrente: su hija, mirándolo con la misma mezcla de desconfianza y esperanza que veía ahora en Engla.
Por un momento, su sonrisa vaciló, apenas perceptible. La idea de fallar se sintió como una grieta que amenazaba con fracturarlo por completo. Si él moría aquí, si esta máquina que llamaban "Armin" dejaba de funcionar, todo este lugar volaría en mil pedazos... Pero lo que lo atormentaba, aunque nunca lo admitiría, era el pensamiento de no haber sido suficiente. De fallarle a ella, de nuevo...
— Debemos utilizar este este acceso al corazón de la nave, no hay forma de detener lo que viene si no investigamos en las entrañas de este lugar — hizo un gesto breve hacia el terminal. — No hago esto por vosotros pero, por desgracia, sigo siendo una máquina y mi obligación es salvar a todo humano de la nave... — suspiró unos segundos — Lo hago por algo que jamás entenderías, por una promesa rota a mi hija...
El recuerdo lo golpeó como una descarga eléctrica, pero no dejó que se reflejara en su rostro. A pesar de su frialdad, esa promesa, la imagen de su hija, era el único fragmento humano que quedaba intacto dentro de él. Si fallaba aquí, no solo sería su final, sería la confirmación de que no merecía el recuerdo de quien le había dado una vez algo parecido a un alma.
Engla no apretó el gatillo, al menos por el momento, pero tampoco bajó el arma. Aún así, el androide se giró de nuevo hacia el terminal, dándole la espalda, sin miedo.
Las probabilidades están en contra. Siempre lo están. Pero esta vez, no me permitiré fallar.
— Aquí está la forma de detener a esa cosa... De volver a ser libres... De vivir...
Cuando Hammer abrió los ojos se permitió respirar. No podía perder otro de sus hermanos. No se había permitido todavía llorar a Spartan y mucho menos a Stardust. Lo sentía su responsabilidad. Pero no por lo que había dicho Armin, sino porque se arrepentía de su decisión de dividir el escuadrón. Pero era temprano para lamentarse, estaban en medio de un gran problema. De varios grandes problemas.
Recuperó sus armas *, enfundó su katana y verificó el estado y munición de su rifle mientras ayudaba a levantarse a Hammer.
El mismisimo infierno se estaba desatando en el pasillo, y no tardó en trasladarse hasta ellos. Era la segunda vez que veían a esa cosa y esperaba que no hubiera una tercera. No pudo evitar que recogiera lo que quedaba de Alicia, que parecía reconstruirse ante sus ojos. ¿Que o quien era? ¿cómo tomaría, si recuperaba su conciencia, el hecho de quienes la estaban protegiendo la habían calcinado? ¿Notaría la diferencia o le guardaría rencor a todos?
Sus enemigos se multiplicaban. Adam, el ejército de critters con el rey a la cabeza, Armin, Nom. Y los que faltaban. Tak sospechaba que aún no habían visto todo lo que escondía el Demeter. Intentaría lidiar de uno en uno, pero dudaba que fueran a permitirselo.
Engla apuntando a Armin. El androide girandose hacia la terminal.
- Armin dice que uno de nosotros mató a alguien y viene a vengarse -resumió para Hammer. Para eso tiene una bomba dentro. Boom. Adios a todos.
Miró al rey, hizo una seña a Hammer para rodearlo, uno de cada lado, despacio. Señaló sus propios ojos y los del rey. El gesto inequívoco de una pistola con su mano, disparando. A su señal dejarían ciego al rey, uno de cada lado. Era arriesgado, estaban en un espacio reducido y Alicia corría peligro, lo mismo que ellos mismos. Un duelo mexicano en los confines del universo. El bueno, el feo y el malo.
- Armin, toca eso y te cortaré las manos.
Hablaba muy en serio.
*Entiendo que se las devuelven
Ya estaba todo dicho... y a la vez, todo estaba por decir. Ni siquiera intentaría justificar nada, no era el momento y quizás nunca más lo fuera. Tocaba matar... morir matando... una huida hacia delante, morir con las botas puestas y mil una formas de decir la misma gilipollez.
Pero, mientras desataba todo el abrumador poder del bolter sobre esos pequeños hideputas, no podía pensar en otra cosa. Y que acertado resultaba. Incluso reconfortante. Si debía morir... liberaría a todos los pueblos, a todas las criaturas que poblaban el vasto universo de cuantos más critters mejor.
Ay mis dientes... mis dientes castañeaban con la impresionante cadencia de disparo del bolter pesado.
Entonces... llegó.
LLegó, vio y venció.
Nosotros, impotentes, solo pudimos asistir al cortejo de la masa de dientes y carne alienígena con el amasijo informe que hace apenas dos minutos era cero cero dos. O Alicia... tanto daba. Eso parecía, un cortejo macabro e inimaginable.
No, Engla - susurré, una vez hecho el silencio, el atronador silencio, arriesgándome a que el marine cambiara de objetivo y volara mi cabeza - esa... esa debería ser la última opción, déjala para más adelante... aun... aun podemos salir de aquí.
Dejemos que se lleve a cero cero dos... reagrupémonos, seguro que los critters siguen a su líder.
Y, sin esperar respuesta, me levanté dispuesto a volver al laboratorio sin dar la espalda a los bichos que venían por el pasillo y, ni mucho menos, sin perder de vista a la bola de cabrones dentudos que salía. Del resto, me cago en la puta, no tenía ni puto tiempo de pensar en ellos.
La sensación la había sofocado por completo, pero haciendo caso al consejo de quien estaba encerrada en aquella jaula de vidrio, decidió preservarse. La oscuridad la invadió al completo, no era la primera vez que vivía algo semejante y estaba de alguna manera acostumbrada a ello. Sus delicadas manos se aferraron a la katana, por si decidían esas criaturas violentar aquellas puertas, ella atacaría.
Pendiente de los sonidos, notó esa sensación pesada en el ambiente y quieta como se halló en ese sitio, mantuvo sus sentidos a flor de piel, atenta a los movimientos, a las voces y amenazas. Negó con la cabeza en cuanto escuchó a Ronin, siempre igual. Nadie cambiaría de la noche a la mañana, menos aún cuando la vida estaba en juego.
Siguió encerrada, no saldría hasta que alguien le advierta que el peligro había pasado o mejor dicho, que su compañera le sugiera aquello. Desde que se halló entre esas paredes, solo confiaba en aquel ser, en Armin y Anvil. Engla con su gesto, había logrado un paso más y podría decirse que tal vez, mejoraría. Pero Ronin y Hammer de momento, los tenía ahí. En ese límite de duda.
¿Puedo salir? Dime por favor
Comentó Amatista entre pensamientos y luego agregó:
Ayúdame con Ronin, si detiene a Armin, jamás podremos liberarte. ¿Podrás ayudarme con eso?¿A qué le debo temer aquí dentro? No confío en los humanos, no en los que dudan y matan.
Engla amenazó al rey. El dedo sobre el gatillo, la boca de arma apuntando a Armin. Un disparo, una detonación, una bala atravesando el corazón nuclear del androide. Y todos morirían. Todo terminaría. Puede que el casco de la nave aguantase la detonación, en cuyo caso el laboratorio y los pasillos aledaños se convertirían en un infierno. Si no lo aguantaba, sería el frío del espacio el que penetraría hasta el tuétano de sus huesos.
Solo había dos problemas; Armin no llevaba una bomba dentro. Era un farol. Y el rey tampoco podía escucharle. El rey era el jefe de la horda, uno entre un millón, una criatura grande y poderosa que había sido manipulado genéticamente para controlar al resto de alimañas mediante feromonas y gruñidos. 001 lo controlaba a él y, por tanto, a la horda. Era más sencillo que controlar todas esas pequeñas mentes que hervían con apetito. Pero eso no significaba que el rey no plantease oposición. En la guardia, cuando Engla y Ronin habían montado una escabechina diezmando a las alimañas, el rey se había rebelado contra su amo y, parcialmente, había ganado. Por eso Engla y Ronin habían podido evitar el acoso de la horda hasta un desenlace más trágico.
Pero el rey, ahora, estaba siendo manipulado por un 001 que había perdido el control de sí mismo. Él y su hermana, 002, habían formado parte de un todo. Un ser perfecto llamado Adán. Pero Adán había sido creado a imagen de los hombres y poseía su lado oscuro. La dualidad del hombre no podía escapar de la genética creada en laboratorio. La enfermiza científica que lo había creado había decidido separar el bien y el mal a nivel celular. Así, de Adán nacieron dos. Ella era bondadosa, emocional, sensible, capaz de dar la vida, muda, pero capaz de caminar, incansable, de sentir. Un ángel. Alicia. Él, incapaz de moverse, racional, mental. Su poder era la muerte y la locura. Opuesto a ella. Resentida pero sabio. El mago de Oz. Humo, sombras y maquinaria.
Un vínculo los unía. Él había sentido el dolor de ella y había acudido en su rescate. Otras veces ella había sido dañada, pero el ataque de Armin había sido el único que había estado a punto de matarla. Enloquecido por esa idea, había enviado a su horda a morir, a matar. A recatarla. Aunque eso significase perder a sus soldados. Sus manos. A su rey.
Si ella moría él también lo haría, pues eran parte del mismo ser, aún separados. Debía salvarla a toda costa.
La amenaza de Engla podía ser real, pero 001 solo veía a su hermana sufrir. El dolor, el odio, hicieron que fuera ignorado.
Ronin pasó a la acción. Hammer lo siguió, pero sus balas no fueron suficientes para detener al rey. Más balas lo harían, estaban seguros. Pero la criatura se giró, más para proteger a Alicia que su rostro y volvió a hacerse una bola. Solo quería salir de allí con su presa a salvo.
Ronin había sido engañado. Como líder de los marines había sido el primer objetivo de 001. Era lo más lógico hasta para un niño; atacar al que daba las órdenes, debilitar a la serpiente golpeando su cabeza. 001 podía ver todo lo malo que había en ellos; sus fracasos, sus errores, sus defectos, igual que Alicia veía todo lo bueno que anidaba en sus corazones. Negros, pero con puntos de luz. Igual que un cielo estrellado.
001 jugaba con sus recuerdos. Los hacía reales. Era, pues, un demonio. Engla también había sufrido esas visiones. Y Hammer. El pasado volvía con intención de destruirles. Era su forma de atacar, de separarles. Desconfianza, miedo, delirios, ilusiones, desesperación. Había funcionado mejor en unos que en otros.
Alicia también podía penetrar en sus mentes, pero solo si lograba conectar con ellos a través de sus ojos. Hammer había sido el único. Ella se había colado dentro de su mente a través de su mirada. Allí, ella no solo podía comunicarse, sino que podía percibirse su bondad, su pureza. Allí no podía ocultarse. Ella podía sanarlos. Había tratado de hacerlo desde el principio. Pero su cuerpo físico estaba limitado. Una niña en un cuerpo de mujer. Hammer lo sabía bien. Ella le había contado todo sobre Adán, y todo sobre él. Había tratado de sanar las heridas que tenía dentro igual que había hecho con las heridas que tenía fuera. Al lado de Alicia, nadie podía morir pues ella lo salvaría sin pensárselo.
Quería a su hermano, a pesar de que sabía era un monstruo terrible. Habría corrido a su lado, para consolarlo, para calmarlo. Pero 001 había aprovechado para volver a fusionarse con ella. Adán no podía renacer, porque entonces no tendría límite alguno. Y con el mal que ahora sabía que anidaría en su corazón toda la humanidad estaría en peligro. Así que se veía obligada a huir de su hermano a pesar de sentir que debía estar a su lado, a pesar de saber que ella era la única que podía darle algo de paz. La vida, podía salvar a todo el mundo, menos al único que era de su sangre.
001 había fusionado parte de su cuerpo con la IA de la nave, consiguiendo el control de ella. La nave estaba viva. Podía sentirles a través de sus entrañas. Abrir y cerrar puertas como fauces, espiarles a través de sus sensores. Cuando Armin se había conectado a ella, ella había visto dentro de Armin. Su mayor anhelo era recuperar a su hija perdida. La conciencia de ella, el alma, estaba dentro de una memoria que él guardaba consigo. Si lograba descargarla dentro de un cuerpo, ella viviría.
Y 001, como un siniestro mago de Oz, le había dado opciones. Le había dicho que no podía hacerlo con Amatista, pues no era humana, como tampoco con Alicia. Stardust era el único recipiente posible. Mentira, claro, pero a 001 le convenía que Armin pensase que Amatista era un potencial enemigo, que sospechase de ella, y que 002, su hermana, no servía a sus propósitos. Así la dejaba a salvo.
Stardust había muerto a manos de 001. Técnicamente. Si que se podía insertar una memoria en un cuerpo, 001 tenía esa tecnología. Y lo había hecho con Stardust, descargando en su cuerpo una parte de él, convirtiendo su cadáver en un autómata. En un caballo de Troya. El doctor Ebenezzer la había abierto sus puertas, pero tras descubrir el engaño, había destrozado el cuerpo de la marine. "Ella no estaba dentro" había dicho el loco antes de que Engla lo asesinase. Tenía razón, Stardust no había estado allí.
La conciencia de Stardust había sido depositada en un androide. El mismo que habían visto en el pasillo enarbolando una bandera blanca. Había intentado avisarles. Pero Engla, tomándola por otro engaño del Deméter, lo había eliminado de un disparo.
Stardust sabía que debían tener cuidado con un doctor, les había avisado. La psique del doctor Erley, Armin, que yacía dentro del androide de la sección negra. Había podido investigar los archivos que Sarge tenía de todos ellos. Sabía que Amatista escondía algo y que era amiga del doctor, aunque no sabía que este se escondía dentro de Armin. Stardust había logrado acceso a estos archivos tras la muerte de Sarge porque era su hija. De ahí el dolor, la pena, la exagerada reacción. De ahí que Karen la obedeciera igual que con Ronin. A sus ojos, ella era la sucesora de Sarge.
El doctor Ebenezzer era el único superviviente de la masacre que allí había habido. Había creado una fortaleza en el laboratorio. Era una amenaza para 001. Con los robots centinelas evitaba a las alimañas y cortando los circuitos que lo unían a la nave, evitaba que el Deméter lo jodiese. No podía hacer nada con visiones, sueños y pesadillas. Por eso había enloquecido. Poseía información sobre el experimento. Y también acceso a la antena. Había sido él quien había enviado un mensaje a los Expurgadores. Un grupo de maleantes a los que había pedido que destruyesen el Deméter tras enviarles una buena suma de los bolsillos del Partido. La antena también hubiera podido servir para solicitar un equipo de rescate para los marines.
O para que Amatista llamase a su gente en las estrellas.
La misma raza alienígena que había operado en ella, había operado con un espécimen que Ebenezzer mantenía vivo en el laboratorio. La Tommyknocker poseía poderes mentales, y un odio ardiente hacia la raza humana. Había tratado de ayudar a Amatista, que era su hermana, marcada en la nuca igual que ella. Su objetivo; llamar a aquellos que los habían alterado. Llamar a los Guardianes de las Estrellas. Aunque el odio que llevaba dentro le habría obligado a matar primero a todos esos hombres. Años de dolorosos experimentos así lo exigían.
Al sentir que el rey se acercaba le había pedido a Amatista que se escondiera. Ella era su hermana, pero también la llave de la puerta a su libertad.
Nom. Anvil. El agente del partido. Su misión era recuperar un huevo de una raza alienígena que se escondía en la bodega. La madriguera de los critters. Tras ello, activaría el protocolo de autodestrucción de la nave y escaparía en una cápsula de salvamento. Esas eran sus órdenes. ¿Cómo hacerlo si el Deméter estaba bajo la influencia de 001? Fácil. El partido le había entregado un ordenador de mano con códigos, mapas y planos de la nave. No había puertas para Anvil, tampoco caminos oscuros. Podía haberles guiado desde el principio, pero había tenido sus propios intereses. Había ganado acceso al puente de mando y descargado toda la información. Luego, la había eliminado.
001 no había podido entrar en él aunque en los pasillos, de vez en cuando, había escuchado el eco de un yunque que lo había llamado.
Anvil y Amatista se conocían. El Partido le había puesto a ella al servicio de él a cambio de conmutar su condena. Algo que no pensaban hacer en verdad.
Traiciones, mentiras y dobles verdades.
Una más. La puerta de acceso al laboratorio tenía una bomba. La misma que estaba conectada al terminal del doctor. Solo había una clave que poder utilizar. Y estaba dentro de la cabeza del doctor. El doctor era demasiado peligroso como para que 001 decidiese atacarlo. Podía diezmar a las alimañas, y provocar una rebelión por parte de su rey, lo activar la bomba y terminar con todo. 001 no podía entrar allí. Por eso había enviado su pelele de Stardust dentro. Sabía que la sección negra la seguiría.
Cuando Armin activó el terminal, la cuenta atrás de cinco segundos se inició. Pero no conocían la clave. La bomba estaba activada. La contramedida del doctor Ebenezzer. Casi parecía mirarles con sorna vidriosa desde la silla a la que permanecía atada su cadáver.
La bomba de pulso les dejó apenas un instante de pensamiento. Hubo un estallido, una llama eléctrica y luego, oscuridad y silencio.
***
Nadie llegó a saber si la explosión logró quebrar el casco, si el vacío causante había logrado matar todo lo que vivía dentro del Deméter. Puede que los Expurgadores destruyesen el Deméter como habían acordado con el doctor Ebenezzer. O no lo hicieran al saber que el segundo pago prometido ya no podía llegar.
La Sección Negra fue olvidada, el culto de los Guardianes desapareció y esa rama del Partido, la que conocía todos los secretos, fue asesinada por el equipo de limpieza del orden mundial. Nadie los echó de menos.
Muchos comerciantes, soldados y viajeros, hablan entre susurros de una nave maldita, cerca del borde exterior del universo conocido, donde cuentan, un engendro enloquecido aún sigue buscando en sus entrañas a una princesa de inmaculada piel blanca mediante su horda de pequeños demonios peludos. Hablan de un fuselaje agujereado y cuenta que si uno mira detenidamente puede encontrar a una mujer asomada a uno de los ventanales. Una mujer cuya mirada parece contener la profundidad de los océanos, el brillo de las estrellas y el secreto de mil mundos. Y también tristeza, una que jamás podrá sanar.
Pero no hay nada escrito sobre ello en los registros del Partido...
La partida podía haber terminado antes o después, muchas cosas podían haber pasado. Muchas variables y caminos, un argumento inestable, moldeable, discusiones, sombras y sospechas. A veces los dados han mandado, pero por lo general han sido vuestras decisiones las que han guiado la trama. Podría haber sucedido de todo. No obstante, nuestro desenlace es este.
Dejo abierto el capítulo por si queréis añadir turno. Y también el off-topic, por si queda algún misterio por resolver o veis alguna incongruencia. También acepto críticas y pedradas.
Ah, como curiosidad, la banda sonora corresponde a una artista llamada Ché Zuro, concretamente a un disco titulado Orphans. Una de sus canciones formó parte de la BSO de los Critters. Canción que tenía pensado utilizar en un momento concreto, pero no ha podido ser.
Es un temazo.