Sábado 18 de Septiembre de 1847
Después de la cena
Sala de los Menesteres
La joven caminaba apurada por los pasillos del castillo. Sabía que era un lugar seguro, pero aún así, la aprensión de lo sucedido hacía tan solo unos días golpeaba su pecho como recordatorio constante de que se vive en un eterno peligro.
Se plantó delante de una pared, desafiante y amalgamó una sonrisa al escuchar el sonido de rozar de piedras que resonó al mostrarse la puerta para entrar a la sala. Sólo un deseo. Sólo un lugar en paz.
En el interior, sorprendida había dos sofás biplazas enfrentados y un sillón de orejas, en tonos grises y blancos, con algunas mantas encima, cubrerespaldos de crochet y una chimenea encendida. Al fondo, una ventana desde donde se aprecia la lluvia suave que arrecia el lugar y la silueta del bosque prohibido.
La sala se había convertido en algo cálido y reconfortante, mientras el suelo estaba cubierto de una alfombra persa, las paredes portaban tapices con el escudo de Hogwarts y sólo, sobre la chimenea, se apreciaban los sillares pulidos. El fuego iluminaba la estancia con un crepitar suave y sobre la mesa baja había té recién hecho y cervezas de calabaza, scones de mantequilla, pastas de azafrán y algunas delicias que no alcanzó a conocer pero que intuía hacían la boca agua del resto de invitados.
Cerró la puerta tras de sí, sabiendo que estarían bien provistos durante el tiempo que debieran permanecer alli. Nerviosa, se sentó en el lado derecho del sofá, con la mano en el centro y en el lado inerte, el sillón de orejas.