El combate se prolongó tan sólo unos minutos más. Los aventureros dirigidos por Jace y Hobbard rechazaron a los últimos Siervos que había sobre la muralla. En el patio, uno de los caballeros consiguió hundirle el cráneo con una maza a uno de los Siervos que había conseguido colarse por debajo de la puerta principal.
Ajeno a esta lucha Normoh, por su parte siguió intentando forzar la entrada de uno de los edificios en busca de un lugar donde refugiarse, sin conseguirlo. Tras una desaprovadora mirada, el caballero del patio salió al trote por la puerta principal, dispuesto a atraer, a todos aquellos Siervos que aún quedaban dispersos por los alrededores para alejarlos de la fortaleza.
Eso otorgó un respiro a los defensores, que pudieron arrojar los cadáveres inmóviles de los Siervos aquellos que habían destruido parapeto abajo. La ausencia del caballero se prolongó más de media hora, tiempo en el que dejó finalmente de llover.
Con la ayuda del caballero que les abriera la puerta principal tiempo atrás, los aventureros que se habían reunido en el patio, despejaron la puerta de cadáveres y enseres. Descubrieron, con la claridad, que sin la lluvia, la prisa y el miedo, la mayor parte de las siluetas sobre la muralla no eran más que maniquies cubiertos de armadura y no hombres. Útiles quizás para amedrar intrusos pero poco útiles contra la magia del Nigromante. Sin duda los aventureros habían lidiado con la mayor parte de la amenaza.
La salida del caballero dejó un lapso de tranquilidad, pero este no sería largo y ellos, viendo el terreno despejado, se atrevieron a volver al camino y recuperaron el carro que había quedado atrapado en el barro. Ursu parecía no caber en sí de gozo al ver a Bill sano y salvo. Cuando volvieron a la fortaleza hizo lo propio el jinete, que no era otro que el caballero de mefistofélico aspecto que les rechazara inicialmente.
Aquella noche los aventureros fueron invitados a cenar con los caballeros, se asearon y saciaron su sed, hambre y curiosidad. Descubrieron que tan sólo hombres habitaban la fortaleza. Si la orden había sido grande, de aquello hacía mucho, mucho tiempo. Veneraban a los ascentros, como se hacía en Fobrag, pero tan sólo reconocían a uno y no a muchos. Aquel al que llamaban el Padre y del que se reconocían descendientes directos.
Tenían una fuerte tradición marcial y realizaban un constante entrenamiento. Disponían de aquella fortaleza, un caballo y un amplio arsenal de armas y armaduras, procedentes en su mayoría de tiempos antiguos. Trabajaban el metal y mantenían el estado de su equipo fervorosamente.
Su mayor necesidad era la madera. Después de años, la Orden había agotado todos los árboles de los alrededores y debían recurrir al bosque al Este, les explicaron las duras relaciones que mantenían con el pueblo del bosque.
Sin necesidad de que se los caballeros reclamaran su pago, Velocatus ofreció sus servicios como curandero y aunque los caballeros no habían recibido heridas en la lucha, se beneficiaron de la preparación de ungüentos e infusiones tanto como lo harían Ursu y Jace, quienes, tras ingerir la ácida infusión de Artosa dejaron pronto de toser y escupir moho verdoso.
El caballero más joven demostró interés en saber como reconocer y emplear las plantas de los alrededores y Velocatus, tan dispuesto a la docencia como lo estaba para la curación compartió sus conocimientos con los caballeros. Nunca imaginó que permanecería tanto tiempo en la fortaleza. Mucho tiempo después decidiría volver a Forbrag. No llegaría a ver a su abuela con vida.
Las habilidades del soldado no habían pasado desapercibidas para los caballeros. Le habían visto correr por toda la muralla oeste y eliminar puñados de enemigos, arriesgarse y estar dispuesto a salvar a sus compañeros. Le ofrecieron quedarse en la fortaleza durante tanto tiempo como quisiera. Jace se negó.
Al soldado se le había encargado la protección de aquel grupo y en particular del joven Velocatus. Cuando éste se mostró dispuesto a quedarse en la fortaleza unos días para pagar la protección de los caballeros, Jace accedió.
Con el paso de los días su amistad con los caballeros se fue acrecentando, le entrenaron y le cedieron acceso a su armería. En en Sir Dever, el caballero más anciano, encontró el tutor que siempre hubiera deseado tener. Allí no tendría que soportar los desmanes de Martin Justicar. Cuando partió de vuelta a Forbrag, mucho tiempo después, los caballeros le regalaron una cota de mallas y una lanza de tiempos antiguos hecha de preciado alto metal.
Iunus se sorprendió mucho al conocer el modo de vida de los caballeros, que aguantaban a duras penas en la llanura a base de la caza, con una gran necesidad de madera, tanto para herramientas como combustible en el próximo invierno. En su aislamiento la Orden no conocía la existencia de Forbrag, Estei Rison o ninguna de las poblaciones vasallas de ésta. Iunus, sociable y hablador hizo pronto buenas migas con aquellos dos hombres que no se tenían más que el uno al otro.
Gracias a ellos supo que la pieza de había encontrado en el refugio del camino, hecha de Alto metal, no era otra cosa que un arma, un poderoso artefacto de los tiempos de los Padres, o al menos, un fragmento de éste. El caballero más joven le contó de la existencia de un sabio, un hechicero que vivía en las montañas al norte más allá del bosque con quien la orden tuvo contacto muchos años atrás.
El joven leñador hubiera querido seguir aquella pista, pero el deber les obligaba a dirigirse en otra dirección. A la mañana siguiente partirían hacia el bosque y volverían con una carreta para el poblado y se prometió que luego traerían otra para los caballeros a los que debían la vida. Aquello resultaría mucho más difícil que lo que imaginaba.
Hobbard hubiera aceptado de buena gana permanecer en la fortaleza hasta que todos se recuperaran completamente y después dirigirse de vuelta a Forbrag si era preciso. Si el encargo del rey Warden no podía cumplirse, no lo haría y se limitaría a aceptar el rapapolvo que Orbert pudiera dirigirle. Estaba dispuesto a jugarse la vida bajando a la playa pero no quería arriesgar la vida de su hijo ni de ninguno de sus compañeros.
Sin embargo, cuando Iunus explicó con profunda determinación a los caballeros que completarían su misión y que pagarían su ayuda con madera, Hobbard, como siempre sin decir nada, sintió un profundo orgullo por su hijo y dispuso su equipaje. Él no lo sabía, pero aquella decisión le acabaría costando la vida.
Normoh intentó pasar desapercibido, como si pudiera hacerlo dentro de aquel reducido grupo. Sus intentos de forzar la armería de los caballeros, pues ese era el edificio sur y su negativa de facto para ayudar a uno de los caballeros no les habían granjeado la amistad de estos.
A pesar de que el cazador insistió unas cuantas veces sobre la posiblidad de quedarse y proteger a Velocatus junto con Jace, recibió una y otra vez una firme invitación a abandonar la fortificación. No le quedaría otra que ir en busca de madera con Iunus, Hobbard y Ursu. Lo que en opinión de los caballeros era casi un suicidio; opinión que no dudaron en exponer acompañada de las más variopintas maldiciones de Sir Kay. Riesgo éste que todos, salvo quizás Normoh, aceptaban como pago por habérseles salvado la vida y por Forbrag.
*EPILOGO PIRATA* (by Garoom Kar)
Y una mierda iba a ir Normoh a buscar leña... Sí, se largaría de esta asquerosa ratonera con los leñadores y el bruto Ursu, pero pronto los dejaría.
Ni por asomo volvería a Forbrag (o "Forbrab", como decía Jace; el cazador se quedó con las ganas de preguntarle al soldado si era algún tipo de defecto en el habla...).
Ahora tenía ganas de recorrer mundo, desafiar a los elementos (y al máster) y cumplir con su destino: tratar de conquistar el mundo.
Ursu engulló la comida que les ofrecieron como si no hubiera un mañana y Sir Kay hubo de lamentarse de haber perdido la pista del cervato que acompañaba a la cierva que se estaban comiendo. Aceptó de buen grado el alojamiento y los cuidados que les proporcionaron y con su buen humor habitual no puso inconveniente en seguir a los demás aventureros camino al bosque. Cuando llegó el momento se despidió agitando vigorosamente la mano saludando a Jace, Velocatus y los caballeros, que les observaban desde la muralla.
La llegada al bosque supuso una alegría para el explorador que nunca se había sentido tan libre. Con frecuencia se separaba de los demás y vagaba por el bosque disfrutando de la soledad. El encuentro con los elfos le cambiaría la vida. Ursu no volvería a Forbrag.