Vuestro primer viaje no hacía mucho que había comenzado, una aventura nueva, un modo de conocer mundo. No compartíais con vuestros compañeros de viaje los mismos objetivos, pero habíais encontrado en ellos la mejor compañía peregrinando a la ciudad de Djalmak para comenzar. Sus corazones tenían la misma ilusión por descubrir y su curiosidad estaba por saciar tanto como la vuestra. Además, un grupo de cuatro era perfecto, eso era lo que decían siempre los sabios de vuestras aldeas. Cuatro para empezar y administrarse las tareas era ideal.
Caravanas y grupos de otros viajeros os habían ayudado y guiado hasta el camino, pero ahora tocaba empezar de verdad, desde cero. Teníais un puñado de monedas en el bolsillo, muchos sueños y una larga marcha que emprender. Solo os quedaba decidir qué podíais llevar con vosotros con el presupuesto que teníais. La comida y el agua eran indispensables, pero quizás algunas cosas más: ¿un kit de acampada? Sí, claro, eso sería ciertamente acertado. ¿Y quién llevaría todo? ¿Sería recomendable un animal de carga?
Djalmak es la capital del Imperio y se acabó de construir a la muerte de Saladino. Pese a estar todo cubierto de arena y ser un lugar con temperaturas extremas, la ciudad no se diferenciaba en su bullicio a ninguna otra. La gente iba de acá a allá buscando los mejores productos para llevarse. Decenas de Viajeros confluían en la plaza del mercado para comprar o vender sus objetos y víveres.
Pero todos sabemos que si quieres comprar lo mejor y al mejor precio lo que debes hacer es buscar un Moguri. Los Moguri son una raza típica del Imperio de Saladino, que ya comerciaban antes de la revolución del mismo. Necesites lo que necesites, ellos lo tienen y si no lo tienen es que no existe, o eso se rumorea entre las gentes. Quizás el mayor problema que puede dar negociar con ellos es que sólo conocen una palabra “kupó” que deberás entender según el énfasis que le pongan a la misma. Nadie dijo que negociar los mejores precios fuera fácil.
-¿Kupó?- dijo el Moguri en un tono jovial y alegre, saludando a los futuros nuevos clientes.
Tenéis mil monedas de oro para gastar en objetos, esto incluye los animales de carga en caso de querer llevar. Todo queda a vuestra imaginación, en lo que a descripciones se refiere, los limites (precios, cualidades, etc) están puestos en el apartado objetos
Después de un ratito buscando y de algunas indicaciones de las amables gentes del Imperio Saladino, pudo ver el puesto del Moguri - Menos mal, tanto sol empezaba a ser molesto - pensó Kon, ya que en la gran ciudad en la que se había criado no solía faltar la sombra de grandes edificios.
¡¡Por aquí chicos!! - dijo jovialmente al resto de sus compañeros de viaje, con los que fortuitamente había coincidido en emprender su primer viaje,"El Viaje", como solía llamarse en su tierra.
En un pequeño trote se arrimó a la tienda, dónde la pequeña criatura rosada le saludó con su típico "Kupó", si no le hubieran avisado previamente, Kon hubiera pensado que tenía hipo o algo similar, pero las gentes que les habían indicado hasta el puesto ya le pusieron sobre aviso.
¡Kupó a ti también, amigo! - contestó notablemente emocionado por comenzar una aventura - Mi nombre es Kon, y estos son mis amigos - dijo volviendo la cabeza y haciendo un gesto al resto del grupo para que se animaran a participar de la conversación - vamos a comenzar "El Viaje" así que necesitaremos comprar bastantes cosas, ¿puedes ayudarnos? - terminó la frase con una enooooorme sonrisa, propia del joven y de la ilusión que le hacía conocer parajes y gentes nuevas.
Mö caminaba por la ciudad con un andar particularmente simiesco. Cualquiera que no conociera de primera mano a los ren podría apreciar algo muy apropiado para esta raza en aquellos andares pero lo cierto es que los congéneres de Mö eran bien capaces de caminar erguidos sin hacer uso de los nudillos como apoyo ni encorvarse. Pero el pobre Mö no estaba acostumbrado a verse entre tanta gente. ¿Una gran ciudad...? El mero concepto era completamente desconocido para un ren... más aún para uno que llevaba años exiliado del asentamiento ren.
El bosque de Faerys tenía ciudades imponentes pero un ren no se acerca por ahí sin una buena razón. Y a veces ni entonces. Ni siquiera un ren como Mö. Para un ren medio un grupo importante de individuos comprende algo más de un centenar. De ahí su extrañeza caminando entre tanta gente. Se sentía ciertamente amenazado. Inferior. Y con ello miraba en derredor tratando de preveer una amenaza que, por supuesto, no existía.
- ¿Estaremos mucho aquí...? - preguntó inquieto. - No me gusta esto... esta "ciudad". - La palabra sonó extraña en sus labios.
Y, sin embargo, había algo magnético en toda aquella algarabía. Aquel flujo de seres deambulando de un lado a otro. Cada cual con sus quehaceres, sus objetivos y sus diferentes ritmos; los había con prisa, con verdadero deleite por el mero paseo pausado e incluso los había que parecían disfrutar enormemente entre aquella multitud. Vamos, que Mö no sabía muy bien cómo sentirse.
Y de pronto, su ánimo cambió como por ensalmo. El puesto del moguri parecía ser el destino del grupo. Kon les había hablado de que allí podrían encontrar todo lo necesario para el viaje y el grupo entero convino en que así sería. El ren sentía que en verdad no necesitaba nada para emprender aquel anhelado y postergado demasiado tiempo viaje. Pero si Kon decía que había que aprovisionarse, debía de ser cierto. Desde que se habían juntado, en la mente de Mö, había imaginado que el muchacho humano había viajado a lo largo y ancho del mundo y, por ello, le tenía en cierto respeto. Había tanto que Mö desconocía que alguien con cirto bagage, por pequeño que este pudiera ser, ya suponía un tremendo acervo de experiencias digno de envidia.
- ¿Qué es eso...? - preguntó Mö con los ojos iluminados. Su dedo indice, largo y huesudo, estaba extendido junto con todo el brazo escuálido y señalaba una especie de cornetín dorado que pendía de una cinta de cuero rojo. Parecía algo deslucido y, sin embargo, atrajo la atención de Mö poderosamente.
Al igual que Mö, Lairiel estaba algo intranquila. Estaba acostumbrada a los bosques de Faerys y las pequeñas aldeas élficas, pero no a aquellas aglomeraciones de personas. Además el tórrido calor la hacía sudar desde que habían llegado a aquel extraño país, lleno de fina arena color naranja, y cielos azules sin nubes. No se había quitado la capa con capucha, en un vano intento de cobijar algo de sombra, pero el tejido no estaba preparado para aquellas latitudes, y sólo agravaba la situación, con lo que tenía mechones de cabello pegados a la nuca por efecto del calor y el rostro colorado.
Por suerte, el toldo del moguri proporcionaba un pequeño refugio, que agradeció inmediatamente. Aprovechó para quitarse retirar la capucha y dejar que el viento refrescase su cabeza un poco, aunque al hacerlo dejó a la vista las puntiaguidas orejas, que delataban su origen feérico.
Observó al encorvado ren señalar aquel objeto, y frunció el ceño al observar aquella cosa:
-Parece un cuerno de caza, aunque tiene una forma rara.
-¡Kupó!- asintió el Moguri a la pregunta de Kon, su cometido era ayudar a todo Viajero que pasara por allí y precisara de sus servicios. Era su motivo y el de todo Moguri que pudiera encontrarse a lo largo de los Trece Reinos. El Moguri sonrió a su vez, contento de tener clientes. Le gustaban los clientes, traían oro y a veces historias.
Ante la pregunta del príncipe Mö, el Moguri tomó el instrumento con sus manos y se lo acercó. -Kupó, kupó kupó- respondió a su pregunta, indicando que lo probara, pues era un instrumento de gran calidad. Todo lo que pasaba por sus manitas era de una excelente calidad y eso lo podía comprobar cualquier Viajero a lo largo del mundo. -¿Kupó?- preguntó, esperando que pudieran decirle en qué más podría servirles.
Umi parecía totalmente extasiada con la cantidad de colores, olores y texturas que se podían experimentar en el bazaar. La notable diferencia entre las gentes del lugar en costumbres y aspectos despertaba su curiosidad, y hacía que se preguntara por el origen y la historia personal de cada persona u objeto curioso que encontraba. Pero aun así, se paraba constantemente para apuntar algo en una libreta con extrema dedicación y concentración.
Le hacía gracia la reacción de Mö a todo aquello. No es que para ella, una chica de campo, aquellas aglomeraciones fueran habituales; todo lo contrario, de hecho. A parte de alguno de los festejos de la villa no veía comúnmente a más de un centenar de personas juntas. ¡Pero por aquella misma razón todo le parecía tan interesante! Y sí, también se sentía intimidada… ¿¡Cómo no!? Pero la emoción positiva superaba a la negativa, por así decirlo. Por eso sonreía al ver a su peludo compañero tan retraído: sentía empatía hacia él, no desdén.
Hablando de compañeros peludos… ¡Ah! Si, allí estaba Akatsu. El cánido pelirrojo no dejaba de marear por las tiendas, pero tendía a no querer perderla de vista. Mejor, una preocupación menos.
Vio que sus nuevos compañeros de viaje, esta vez Viaje con mayúsculas, entraban por fin en una tienda, la del famoso Moguri, supuso.
Cuando entró en la tienda se le pusieron los ojos como platos. ¡Cuántas cosas! Empezó a apuntar cosas en su lista, de forma frenética, cuando Mö preguntó sobre aquella trompeta.
- ¡Oh! Eso es un instrumento musical. – Explicó, contenta de saber algo que pudiera ayudar – Sí que es como un cuerno de caza… en concepto. Pero es mucho más elaborado… No tengo ni idea de cómo se toca, pero he visto a algún trovador hacerlo, y parece divertido.
Volvió a fijarse en los enseres que había en la tienda, apuntando en su hoja de papel con premura. Pasados unos segundos, cogió el papel e hizo una bola, lanzándosela a Akatsu para que la destrozara como siempre hacía, y volvió a empezar, escribiendo una única línea en la parte alta del papel, y luego preguntando a los demás:
- “¿Tenéis algún destino en mente? Sin saber a dónde vamos, es difícil prever que necesitaremos. Todo parece que nos puede llegar a ser útil. Señor Moguri,” – se dirigió al tendero peludín – “¿Sabe usted que lugares hay cercanos e interesantes, a los que un grupo de novatos como nosotros pueda ir?”
Por la mente de Umi empezaron a pasar idílicas imágenes de frondosos oasis, o frescos sistemas de cavernas para eludir la luz del sol, incluso de antiguas ciudades abandonadas con tesoros por descubrir. Tubo que contener su mano, para no apuntar en su lista de cosas necesarias: “Palas para desenterrar tesoros”.
-Yo no tengo claro, pero preferiría que fuésemos a otro lugar menos cálido. Me estoy achicharrando en este país desértico. ¿Qué os parece el Reino Eterno? -dijo abanicándose con la mano.
No tenía mucho interés por el cuerno musical, así que se puso a curiosear el resto de artículos que el pequeño Moguri ponía a su disposición. Se puso a oler varios jabones, cuya fragancia era bastante agradable y la hacían desear aún con más ganas tomarse un baño y refrescarse.
Sacó una bolsa de cuero con monedas de oro, la mayoría del Reino del Peligro. Hizo un rápido recuento y creyó que tendría suficiente.
-¿Tienes más de éstos? -dijo cogiendo uno que olía a albaricoque y de color naranja suave.
A mi pj no le queda mucho dinero. Entre el arco usado que voy a comprar (para ahorrarme 150 mo), el kit individual y el aporte para el de grupo, me restan sólo 50mo.
No le entendía... no le entendía absolutamente nada. Y eso no le gustaba a Mö. Los ren habían tardado siglos, milenios desde que evolucionasen de simples simios a seres que dominaban el lenguaje y el arte de la conversación. Y aún así, en muchos lugares, ciudades, poblados y aldeas, no se consideraba a los de su especie como iguales al resto de humanos. Y, sin embargo, aquel Moguri articulaba apenas una palabras y allí estaba... vendiendo enseres a los viajeros. Claramente discriminatorio... ¡y ofensivo!
La cuestión es que Mö se ofuscaba con aquel ser. Era como explicarle a los simios estúpidos con los que los ren solían compartir bosque, el porqué era de muy mal gusto lanzar heces a los extraños. Aburdamente imposible hacerse entender.
- ¿Kupó...? - repitió el medio-simio como si pudiese entenderse realmente con aquel extraño ser. - ¿Y qué demonios significa kupó?
Mö braceaba exasperado. No estaba enfadado pero no veía forma humana de poder llevar a buen puerto aquella transacción. Y aquel objeto metalizado y brillante llamaba cada vez más la atención y, sin embargo, a menos que tuviese claro qué era y para qué servía no lo compraría. Si aquel Moguri pensaba que podría estafar a aquel ren, andaba listo.
Menos mal que Umi parecía entenderlo... algo, al menos.
- ¿Un cuerno de caza? - preguntó extrañado. El mero concepto de la caza resultaba desagradable a oídos de un ren pero no así la música. La asimilación parecía tener sentido por lo que Mö acercó el instrumento a su boca y sopló con fuerza. El estruendo resonó prácticamente por todo el mercado que pareció enmudecer durante un par de segundos tras escuchar el tremendo bocinazo para volver a su habitual jolgorio con la misma rapidez y presteza como si nunca hubiese sido interrumpido. Los ojos de Mö volvieron a brillar con ilusión infantil.
- ¡¿Cuánto...?! - preguntó con una amplia sonrisa en los labios.
El sonido había sido tan inesperado, y su intensidad tan alta por estar justo al lado, que Lairiel dio un respingo de sorpresa que hizo que la pastilla de jabón se le escurriese de entre los dedos y acabase por caer al suelo, partiéndose por la mitad Mö. Los agudos óidos de Lairiel acusaban con un pitido el eco. Se giró en redondo hacia el hombre-mono con una expresión molesta, que pronto se convirtió en horror al observar su sonrisa.
-¡NO! ¡Nada de eso! ¡Me niego en redondo! Devuélve eso. -cogió un extremo del instrumento con intención de arrebatárselo de las manos.
Umi se dio un sobresalto cuando Mö sopló con toda su fuerza y sin ningún tipo de ceremonia la trompeta. Durante unos instantes después del trompetazo, pensó que jamás volvería a oír otra cosa que no fuera aquel pitido que sus oídos no paraban de reproducir.
Akatsu corrió a esconderse tras ella, aunque era demasiado grande para quedar totalmente oculto. Parecía más sorprendido que asustado, ya que pasada la sorpresa inicial acercó el morro al dorado instrumento, olisqueándolo.
Umi lo siguió con la mirada, y vio la gran sonrisa pintada en la cara de Mö, y no pudo menos que sonreír ella misma.
- “Déjale que lo coja” – le dijo a Lairiel – “Con un poco de suerte aprende a tocarlo más adelante… y sino, como poco nos servirá para que nos encuentren si nos perdemos… Esto deben haberlo oído hasta en Los Enclaves.”
Kon había escuchado mucho acerca del Primer Viaje en Lindblunt, si prestabas atención, siempre había historias de viajes por aquí y por allá, y se había pasado noches en vela soñando con conseguir los materiales necesarios para poder emprender uno por sí mismo.
Y allí estaba, afortunadamente había conseguido las piezas de oro y contaba con unos cuantos compañeros (todo el mundo coincidía en que viajar en grupo resultaba mucho más seguro).
Andaba curioseando en el puesto cuando Mö sopló aquella trompeta antigua, lo cual le hizo sobresaltarse, pero al ver la sonrisa en la cara del Ren, supo al instante que se haría con ella, Kon también sonrió, pues lo hacía a menudo, y le gustaba ver que sus compañeros sabían divertirse.
Volviendo a concentrar su atención en el puesto, y en su pequeño nuevo amigo rosado empezó a interesarse por algunos objetos - Necesitaremos un montón de cosas, amigo Moguri, pues acabamos de comenzar nuestro viaje y promete ser una aventura fascinante - la emoción podía palparse en las palabras de Kon - por ejemplo... ¡unas cantimploras! el agua es esencial, y más en este reino tan cálido. Oh! y comida, es muy importante tener fuerzas para el camino, deberíamos llevar unas raciones, tres para cada uno al menos - se giraba de vez en cuando para buscar el gesto de aprobación en el resto del grupo, Kon tenía las ideas muy claras, pero no quería comprar nada sin el consentimiento del resto - y para comer las raciones necesitaremos cubiertos, sí, pon algunos de esos también, Mogu - entornando la mirada pensó en que además de comer y beber necesitarían dormir para reponer fuerzas - no lo veo... no lo veo por aquí, ¿tienes sacos de dormir? ah, ¡ahí están! - respondió cuando el moguri dió un saltito acompañado de un nuevo *kupó* señalando a una cesta que estaba a un lado del puesto - ¡Genial! Bufff, estamos comprando un montón ¿verdad? Menos mal que estabas aquí para ayudarnos, amigo. Y...¿cómo llevaremos todo esto? - el moguri pasó tras una pequeña tela que cubría la trastienda y trajo una montaña de mochilas que sólo dejaban a la vista sus cortas patitas, acompañado de un par de *kupó* más, las dejó en el mostrador - ¡eso es perfecto! ¡Nos las llevamos también!
Mostrando las mochilas que había sacado el moguri se digió a sus compañeros, que discutían acerca de la trompeta de Mö - ¿no son geniales? ¡aquí caben muchas cosas! - volviendose hacia el puesto le dedicó una gran sonrisa al moguri - muchas gracias pequeño amigo, nos gustaría comprar muchas más cosas, pero no se si nos llegará el dinero, ¿podrías decirme cuanto te debemos por éstas cosas que te he pedido por ahora?
La sonrisa de Kon permaneció expectante, él nunca ha dudado en ayudar a alguien, aunque fuese un desconocido, y eso es lo que esperaba también del resto.
Motivo: Comerciar - Kit individual (1/2)
Tirada: 1d6
Resultado: 2
Motivo: Comerciar - Kit individual (2/2)
Tirada: 1d8
Resultado: 2
He tirado por separado porque no me dejaba usar dados de distintas caras en la misma tirada, de todos modos fracaso absoluto, lo siento chicos.
-Kupó, kupó- el Moguri animó con un gesto gentil a Mö a coger aquel instrumento. El pequeño Moguri seguía las indicaciones de Kon dando saltitos por doquiera de un lado para otro del puesto, cogía esto y aquello. Lo disponía todo como querían y se dedicó a meter los kits que habían pedido en sus sacos correspondientes y a dejarlos delante de cada viajero dispuestos. Lo hacía dando saltitos de alegría. No había nada que alegrara más a un Moguri que una buena venta y para esta raza todo eran buenas ventas.
Ante la pregunta de Kon, el Moguri sacó su calculadora traída de Mechrown y comenzó a sumar con rapidez. -¡Kupó!- exclamó enseñándole la cifra. -¿Kupó?- movió su bracito mostrando todo lo que tenía en su puesto y con los ojitos entrecerrados que podría considerarse una sonrisa por su parte. Podían seguir comprando si así lo deseaban. Que lo hicieran solo traería más felicidad al pequeño Moguri.
Miento, necesitabais un 6 mínimo para que os hiciera precio el Moguri. Acabo de comprobar.
Recuento de monedas restantes:
Kon: 400 Mo Equipo: hoja corta, kit individual y bastón para caminar
Lairiel: 450 Mo Equipo: arco usado, kit individual.
Mö: 0 Mo Equipo: hoja corta, kit individual, instrumento y cortavientos.
Umi: 750 Mo Equipo: kit individual.
Revisad que el peso de vuestros objetos no rebase vuestra capacidad de carga.
Mö frunció el ceño ante la reprimenda de Lairiel. La medio elfa se había sobresaltado y el ren, en consecuencia, también lo había hecho pero, de cualquier modo, aquel estruendo había resultado tan divertido. Un ligero forcejeo de aquel instrumento al final acabó de nuevo en manos del hombre mono. Así al menos recomendaba la joven Umi que parecía tan feliz de tener aquel chisme que ofrecía tantas posibilidades como el propio Mö. Vamos... que todos estaban de acuerdo en que se trataba de una compra interesante y, si no necesaria, sí al menos a considerar. Kon y el Moguri estaban en la misma linea de pensamiento... eso parecía.
Los dientes amarillentos del ermitaño salieron a pasear enmarcados en una sonrisa que parecía no tener paciencia necesaria para esperar a que hubiesen terminado de hacer todas las compras con tal de probar de nuevo aquel objeto tan singular. Ahora, eso sí, con algo más de tacto... con mimo. A sabiendas de que era capaz de emitir aquel sonoro estruendo era cuestión de probar otras intensidades.
Por otro lado estaba el washizaki. Mö se había hecho a la idea de que era imprescindible portar un arma si iba a salir de Faerys y la cosa era que había postergado demasiado en el tiempo la adquisición de una. Había que ser precavido y, bueno, algo más desconfiado de lo que Mö era cuando se inició en el mundo del viajero varios años atrás con peor resultado imposible. Y, sin embargo, le resultaba ajena la idea de combatir. ¿Sería capaz de hacerlo llegado el caso? La vida de un ren apartado del resto de su especie resultaba tediosamente solitaria... un amigo era algo impensable y, por la misma regla de tres, igual lo era un enemigo. Desenvainó parcialmente la hoja y acarició el filo para comprobar que, efectivamente, estaba afilada. Tragó saliva y puso una mueca de desagrado seguida de otra de resignación.
- De acuerdo... - si dijo más para sí que para el resto. - ¿Y ahora?
Por mi parte ya está. :)
Viendo que el Moguri obviaba su pregunta, o quizá simplemente la olvidó con el momento trompetazo que acababan de vivir, Umi decidió dejarlo pasar. Una rápida comprobación de su monedero le sirvió para darse cuenta que tampoco podría comprar mucho equipo especializado, aunque supiera a donde iban a ir o qué encuentros debía esperar. Su lista, entonces, era inútil.
Kon se lanzó a la compra, con una decisión envidiable. Sabía exactamente lo que quería, ¡sin necesidad de listas! Y Umi no pudo menos que estar de acuerdo con todo lo que pidió y las razones que daba. ¿Qué más podían necesitar?
Umi volvió a revisar las estanterías de la tienda, buscando en ellas algo que les hiciera falta, paseando sus ojos entre telas, ropas y utensilios de distinto tipo, sin que nada provocara ese clic en su cabeza, ese “¡eureka!”, hasta que algo llamó su atención desde el rincón en el que menos prestaba atención. Donde estaban todas las armas perfectamente colocadas en sus estanterías algunas, otras metidas en cubos como si de vulgares paraguas se trataran. Una de ellas en concreto, una con hoja corta, el llamó la atención. Era muy parecida a la de su maestro en forma y tamaño, aunque no tuviera la típica hechura élfica.
Se acercó a la estantería y cogió la corta daga por el mango, sorprendida de que a pesar de las diferencias, el equilibrio y peso de la misma fuera tan similar. Podría usar eso. El maestro siempre decía que no había que depender de la magia para todo. Una buena daga podía servir para defenderse, o para tallar una rama, recolectar hierbas o cortar unas ataduras.
Enfundó la daga y se la llevó consigo a otra parte de la tienda, en donde había visto unos sombreros semejantes a los que llevaban las gentes de la zona, para protegerse del calor. Se provó unos cuantos hasta que encontró uno que le venía bien, y ya satisfecha se dirigió al mostrador con ambos objetos.
- Ejem. – se aclaró la garganta, colocando sus compras ante el moguri para que las viera bien - ¿Cuánto por esto?
- Por cierto – miró a sus compañeros – Si unimos recursos a lo mejor nos podemos permitir una tienda de campaña, para no dormir a la intemperie.
Kit individual |
150 |
Aportación Kit grupo |
265 |
Daga |
400 |
Visera |
180 |
Dinero restante | 5 |
El ren estaba exultante. Era como si el viaje, de hecho, fuera a comenzar en ese preciso instante. Ya hacía bastante que había dejado atrás los frondosos bosques de Faerys pero ver de pronto todo lo necesario allí junto, sobre el mostrador del Moguri, le puso de muy buen humor. Y, bueno, para qué mentir... el hallazgo de aquel cuerno metálico que producía unos sonidos extraordinarios había sido la guinda del pastel. Su cuerpo daba casi saltitos por la emoción... cubiertos, armas, sacos de dormir... todo un arsenal de aventuras.
Sin embargo algunas cosas faltaban. Tiendas... por ejemplo. Y, quizá más importante, algo que acarrease todo aquello. ¿Cómo demonios lo iban a llevar? Mö no era muy fuerte y aquellos bultos empezaban a parecer tan pesados que probablemente no pudiesen ni sacarlos de la propia zona del mercado.
Claro... estaba el asunto del dinero. No había para todo. ¿Ya he dicho que los ren y el dinero no se llevan muy bien? Su sistema es más bien comunitario y los pocos bienes privativos de un individuo se intercambian con sencillos trueques cuando ya no van a ser usados más. Quizá por eso Mö no terminaba de entender la cuestión de realizar una compra práctica y no dejarse llevar por los caprichos. El ren miró las caras de sus compañeros y consiguió ver una sombra de preocupación apenas perceptible pero indudablemente cierta: no salían las cuentas. El kit de grupo era necesario... ¡qué demonios! Casi imprescindible y el dinero alcanzaba hasta dónde alcanzaba.
Los saltitos y los espasmos de Mö censaron como cuando un globo queda desinflado. Con un par de pasos se acercó hasta la montaña de cosas y apartó el instrumento musical con gran pesar.
- Señor Moguri... - habló solemnemente. - ...esto creo que no lo vamos a necesitar finalmente.
Un suspiro sonoro rubricó sus palabras a la vez que giraba en redondo y caminaba en dirección a Kon. La mano peluda del ren se posó en el hombro del chico y le dijo:
- Ahí tienes mi parte.
Su sonrisa volvió a aparecer... teñida de tristeza.
Les mostró la bestia que tenía para ellos. A simple vista pensaron que era una piedra enorme, que por casualidad se encontraba al lado de la tienda del Moguri, pero cuando este dio un par de golpecitos sobre él, la criatura se desperezó. La piedra cobró vida, mostrando unos apéndices cangrejoides y movió sus antenas para saber qué estaba pasando para ser despertado.
Los Chull vivían en las arenas del desierto de Saladino y estaban acostumbrados a unas condiciones inhóspitas. Pocas veces se les veía como animales de carga, no porque no fueran serviciales, sino porque era complicado encontrarlos. Les gustaba mucho dormir y a veces podían hacerlo durante décadas, pasando desapercibidos como piedras. Las leyendas dicen que en realidad los Chull fueron un regalo de los dioses de Atlantipolis hacia los antepasados del Imperio de Saladino. Crearon un cangrejo que pudiera sobrevivir fuera del agua y que además fuera fuerte y resistente.
El Moguri quedó más que satisfecho con la venta, aunque le daba pena no haber podido vender aquel instrumento al señor mono. -Kupó- le dijo a Mö, indicándole que se lo guardaría para otra vez si así lo deseaba.
Así es como nuestros viajeros, sin comerlo ni beberlo, comenzarían un viaje inesperado. Les esperaban grandes aventuras, que ampliarían sus horizontes, su forma de comprender las cosas y que enriquecerían sus corazones con buenas experiencias. El primer Viaje era el más importante, pero ellos no sabían cuán de importante sería. No solo para ellos, sino para el resto de los Trece Reinos.