—Si he entendido bien, va a ayudar a los curanderos locales a tratar exploradores enfermos —explicó Mayra—. Creo que echarles una mano podría ayudarnos a mejorar nuestra reputación en la zona. Su opinión sobre nosotros se reduce a "vienen, exploran las ruinas del sur y no volvemos a verles"
La maga se mordió el labio.
—Vika, ¿te importaría ir tú? Eres también sacerdotisa y podrías dar una segunda opinión.
Quedarse un rato a solas con Tobías no tenía nada que ver.
Carraspeó nerviosamente, y ocultó su arrebol dirigiéndose a Akisha.
—¿Ese lugar del sur? ¿Qué es o era? ¿Qué hay, aparte de hombres bestia?
Tener que soportar al bonachón de Dámasor no era el plan que hubiera elegido por propia voluntad, pero allí, escuchando como sus compañeros hablaban con aquella gente primitiva iglesia en un idioma te totalmente desconocido para ella, tampoco era un gran plan. Es más, no entender una sola palabra le hacía parecer estúpida y eso no le gustaba.
- Si, iré con el buenazo... - Dijo tras resoplar ante lo inevitable. - No soy una sanadora experta, pero quizás pueda aportar algo. - Concluyó.
Al final, que fuera mejor o peor curandera era lo de menos. Si iba con el anciano era para protegerle. No conocían de nada a aquella gente y no podían fiarse por muy bienintencionados que parecieran. Alguien tenía que cuidar de aquel hombre, pues de estar ante un tigre hambriento, trataría de acariciarle y agasajarle recalcando su belleza, en vez de huir o pelear. De hecho... Ya había pasado.
- ¡Dámasor, espera! - Llamó la atención del anciano. - Voy con vosotros...
La sacerdotisa no tardó mucho en dar con el anciano, la verdad era que caminaba muy despacio, de modo que enseguida le dio alcance. Aún así, lo siguió de lejos, sin acercarse, para observar todo lo que se presentaba a su alrededor.
Fuera, el calor de la jungla daba paso al fresco del atarceder. Las gentes de Thracia iban y venían haciendo sus quehaceres diarios y algunos se quedaron mirando a la guerrera del Imperio. La pareja, sacerdote y criada que lo ayudaba a caminar, se alejaron de la casa comunal para atravesar las casas con techos de paja de aquellas gentes. Era una aldea humilde, las casas apiñadas en estrechas calles, pero no había más de veinte chozas. Atravesaron una especie de plaza en dirección este, donde restos de la antigua civilización thracia podía verse en los mosaicos casi borrados del suelo, algunas columnas cubiertas de vegetación y flores, y una estrucutra a lo lejos sin el primer piso, que dejaron atrás enseguida. Meem llevó a Dámasor siempre por entre las chozas, jamás muy al norte o muy al sur, y llegaron a una casa grande con techo de paja.
En el interior hacia mucho calor. Dos hombres con la cara pintada y lanzas los dejaron pasar sin preguntar. En el interior, una habitación de piedra con poca iluminación y ninguna ventilación, estaba llena con varios camastros, que no eran sino simples mantas y pieles amontonadas en el suelo. Una mujer, con una calavera humana a modo de máscara, cubierta con cuero y muchos collares y abalorios formados por huesos, estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas, y machaba algo en un mortero. Los heridos, al menos media docena, descansaban o lo intentaban en aquellas camas improvisadas. Todos llevaban vendajes en los ojos y en el pecho. Ramitas ardían en cada rincón, algo que en la civilización imperial podía parecerse al incienso, pero era un olor aún más empalgoso que no invitaba al reposo. Numerosas calaveras colgaban de las vigas del techo, como adornos, junto con ristras de costillas y huesos, y algunos aún tenían algo de carne pegada y bastante sangre seca. No eran huesos hervidos y limpios, desde luego.
Dámasor ofreció su ayuda a la mujer.
Esto es para ti, ahora os pongo el mensaje común para Dámasor y Vika.
La mujer se levantó cuando Dámasor entró, seguido de Vika, que apenas cabía en la estancia. La sacerdotisa enseguida empezó a tener calor, la estancia estaba cargada y además portaba la armadura, que no ayudaba nada.
-Soy Tasei -dijo, aunque por el momento, solo Dámasor podía entender lo que hablaba-. ¿Quién sois? ¿De dónde sois?
No parecía muy contenta de verlos allí, aunque con la máscara de calavera no podía adivinarse muy bien su expresión.
-Si venís a ayudar, entonces hacedlo. Estos hombres están a un paso de reunirse con Azrael, la magia de nuestro dios no funciona con ellos, de modo que solo podemos aliviar su sufrimiento con estas hierbas alquímicas.
Le mostró el mortero, hierbas machacadas para hacer algún tipo de mejunje que olía a menta.
-¿Tenéis algún remedio extranjero?
Podéis intentar una tirada de Sanar CD 20 para conocer su estado, pero cualquier curación que intentéis sobre ellos no surte efecto alguno.
-Un templo en ruinas -dijo Akisha, con tono indolente-. Los Hombres Bestian han tomado posesión de ese lugar sagrado, lo patrullan día y noche para que nosotros no podamos entrar.
Hizo una pausa, después, tomó asiento frente a los dos aventureros y se acomodó, dejando el bastón apoyado en la mesa. Uno de los sirvientes se apresuró a servirle algo de comer y beber, pero ella se cruzó de brazos y no tocó la comida.
-¿Habéis sido atacados por quién? ¿Por cuántos? Nosotros hemos tenido constantes disputas con los perros y los leones. Sabemos que los tigres se marcharon a la selva, no hemos vuelto a saber de ellos. Los perros rondan el linde sur del río esperando que alguno de los nuestros cruce para tomarlo como rehén, esclavo o... comérselo. Cualquiera que haya sido capturado por los Hombres Bestia, no vuelve jamás. Supongo que, como todo extranjero, habéis venido buscando los templos que hay bajo esta tierra. Eso es lo que interesa a todo el que "naufraga" en esta región. -Bajo la máscara se apreció una sonrisa. O una mueca. -En el hogar de Azrael hay una entrada que conduce a los demás templos bajo la superficie, el altar de nuestro dios se alza bajo la tierra. Los Hombres Bestia no conocen nuestra entrada, pero los pasillos comunican directamente con la entrada que ellos protegen al sur. Hemos bloqueado esos conductos para evitar cruzarnos, a nosotros no nos interesa lo que haya debajo de la tierra, pero ellos sí, ya que viven en ella. Nosotros solo servimos a Azrael y no nos metemos en sus asuntos, siempre y cuando ellos no se metan en los nuestros.
—Nos pre-pregunta quiénes somos y de don...de venimos. Y si po-po-podemos hacer algo por sus enfermos —le ofrezco mis humildes servicios como intérprete a Vika. Dado que ha tenido la gentileza de acompañarme hasta aquí. A continuación, devuelvo mi atención a mi interlocutora—. Co-como he dicho, no soy más que un cu... curandero. Si puedo aliviar el su-sufrimiento de estas buenas gentes, haré lo que los dioses me permitan.
El lugar está oscuro y el ambiente cargado, con olor a sudor y enfermedad. Me acerco al primero de los pacientes, tendido en el suelo sobre un lecho de grandes hojas, y le impongo mi mano sobre la frente. Arde. El infeliz delira a causa de la fiebre y está muy débil.
Elevo una silenciosa plegaria a Rashiel, implorándole que me permita hacer algo por aquellos que sufren, pero su estado no parece mejorar con mis atenciones. Los demás parecen estar aquejados de la misma dolencia, cualquiera que esta sea y no puedo evitar preguntarme si les ha sentado mal algo que bebieron o comieron. Tal vez incluso se trate de este entorno insalubre.
—¿Dó-dónde enfermaron? —le pregunto a la sanadora— ¿Han estado juntos en el... el mismo lugar antes de ser traídos aquí o co-compartido alimentos?
Motivo: Prueba de "sanar"
Tirada: 1d20
Dificultad: 20+
Resultado: 18(+16)=34 (Exito) [18]
Hago uso de mi aptitud diaria de "erradicar enfermedad" y de la dote "toque curativo", ya sé que no funcionan, pero Dámasor no ;)
Uso el conjuro "detectar veneno" por si acaso.
No es que fuera un gente demasiado hospitalaria, sino más bien todo lo contrario. Aunque lo que no se podía decir era que no fuera gente práctica. "O ayudáis o os vais". Casi hubiera preferido simplemente marcharse, pero allí estaba el bueno de Dámasor para hacer lo correcto. Era tan bueno que hasta daba grima
Tomó aire y resopló. No le quedaba más remedio que tratar de descubrir de donde procedía aquella enfermedad y que hacer para sanar a aquellas gentes, aunque lo más probable era que su amigo el curandero lo tuviera todo controlado y ella solo le sirviera como ayudante, si es que le servía de algo.
- Puedo hacer muchas congeturas, pero no creo que pueda llegar a una conclusión correcta. - Le dijo a su compañero. - ¿Usted que piensa?
Motivo: Sanar
Tirada: 1d20
Resultado: 14(+3)=17 [14]
Mayra tradujo a Tobías el significado general de lo que había dicho Akisha.
—Nos atacaron tigres y perros —reveló Mayra imitando las expresiones que había utilizado su interlocutora—, no nos dieron opción a negociar. Nos atacaron y ya.
Miró a Tobías.
—¿Tú quieres preguntarle algo?
El primer día en las minas, Tobías se lo había pasado llorando. Había conseguido aguantar las lágrimas al principio, pero no tardó en darse cuenta de lo absurdo del esfuerzo. Estaba tan oscuro que nadie podía verle llorar. Sí que podían oírle; él escuchó a no pocos de sus compañeros sollozar.
Cuando trabajaban, llevaban lámparas de aceite. El aceite a duras penas era suficiente para todo la jornada, y como explicaron los veteranos —los afortunados que habían sobrevivido durante meses—, el propósito no era racanear con los suministros, sino educarles. Las linternas tenían una válvula que regulaba la intensidad de la llama y el gasto de aceite. Las criaturas que acechaban en la oscuridad de las minas eran capaces de ver donde ellos eran ciegos, pero los que encendían las linternas con demasiada intensidad eran los primeros en caer. Los demás, después de apagar las linternas, podían ver cómo las bestias los devoraban. O podían apartar la vista, aunque ni siquiera tapándose los oídos podían dejar de escuchar los gritos de espanto y dolor, los huesos partiéndose bajo las dentelladas terribles.
Algunos mantenían las linternas apagadas, pero algunos, Tobías entre ellos, no tardaron mucho en comprender que si la iluminación no era suficiente, el riesgo de sufrir un accidente era mayor que el morir devorado por una bestia. Un mero corte podía traer fiebres terribles. Los enfermos que no podían trabajar no comían, y sin comida, quién podía recuperarse de las fiebres. Tampoco era razonable compartir las exiguas viandas con quienes estaban abocados a morir.
En esto pensaba Tobías mientras observaba, a través de la ventana, las ruinas. Los caminantes vivían sus vidas a unos pasos del desastre. Si se alejaban demasiado, eran apresados, esclavizados o devorados. Y no podían hacer nada por evitarlo. No los había visto luchar, pero con sus armas toscas y sus cuerpos humanos, dudaba que fueran rivales dignos para los hombres bestia. Y así, convivían a diario con el espectro de la muerte. No era extraño que hubiesen abrazado a Azrael.
¿Hay algo más? dijo, mirando a Mayra. Más allá de la aldea. Un lugar al que puedan ir donde no sean presa de los hombres bestia.
Ajena a las tribulaciones de Tobías, Mayra asintió.
—¿Más allá? —le preguntó a su anfitriona—. ¿Algún otro sitio que no haya hombres bestia o caminantes?
Masca, los destinatarios.
Akisha meditó antes de responder.
-No. No hay nada más en esta tierra, todo lo que veis aquí es lo que queda para nosotros. Lo que todos buscan se encuentra debajo, porque no se conforman con el sol y buscan el corazón de la tierra. Creo que tú sabes de lo que estoy hablando -dijo mirando a Mayra-. No eres como los que vienen a encontrar las maravillas, sino que sabes lo que hay. Y puede que lo sepas mejor que nosotros, los pasillos y calles de la antigua ciudad, lo que hay mucho más abajo. Ese territorio pertenece al Rey de las Bestias, nosotros vivimos aquí arriba.
Se puso en pie y cogió su bastón.
-Tavamosk es nuestro patriarca. Podéis visitar la ciudad si queréis, pero no entraréis al templo de Azrael a menos que Tavamosk así lo ordene. Sois libres de marcharos, por supuesto. Como todos los que han estado aquí antes que vosotros. También podéis quedaros, si así lo deseáis, a cambio de un tributo a Azrael.
Sin más, la sacerdotisa con la máscara de la calavera se marchó dejando a Mayra y a Tobías a solas.
-Del pantano, al norte -informó la sanadora cuando Dámasor le preguntó-. Fueron atacados por las salamandras de fuego. Son hombres con forma de caimán, con escamas y fauces. Rondan esa zona siempre en busca de los nuestros.
Tanto la sacerdotisa como el anciano, aunque éste con mucho más acierto que la primera, observaron un patrón similar en todos los enfermos. Tenían los ojos vendados, aunque estaban intactos, no parecía que estuviesen ciegos y la luz les molestaba. Sus pechos vendados estaban cubiertos de quemaduras, provocadas, sin duda, por fuego. No podían sanarlos, en cuanto Dámasor trató de hacerlo, se dio cuenta de que la magia de Rashiel no surtía efecto alguno. La de Lucifer, de manos de Vika, tampoco.
Al darse cuenta de ello, Tasei sacudió la cabeza, resignada.
-Tavamosk hará los oficios para Azrael, entonces.
Después de un rato allí a solas, sin saber muy bien qué hacer y con una Eldrid bastante inquieta, Mayra y Tobías decidieron abandonar la choza para buscar a sus compañeros. No podían hacer allí mucho más, aparte de sentirse nerviosos por la presencia de tantas referencias a la muerte y sus siervos. La ciudad, el poblado más concretamente, estaba formado por casas con techos de paja, apiñadas en estrechas calles y todo muy rudimentario. No habría más de veinte chozas. Atravesaron una especie de plaza en dirección este, donde restos de la antigua civilización thracia podía verse en los mosaicos casi borrados del suelo, algunas columnas cubiertas de vegetación y flores, y una estrucutra a lo lejos sin el primer piso, que dejaron atrás enseguida. Las gentes los miraban con curiosidad, pero los ignoraban. Los soldados, los que parecían ser capaces de pelear y hacerles frente, no les quitaban los ojos de encima. Tobías contó al menos diez posibles guerreros thracios.
Por su parte, Mayra reflexionó sobre sus notas. La aldea era muy pequeña si tenían en cuenta la gran civilización que había sido Thracia en su época dorada. Sabía que existían templos a varios dioses, pero solo habían visto uno y otro que podría haber sido. El resto era ruinas o todavíá no habían dado con ellos. Eldrid le dio un golpecito a la maga en el hombro y señaló una casa.
-Creo que están ahí -comentó.
Dámasor lo había intentado todo, pero nada podía hacer por los heridos. Ni Vika tampoco. Mientras estaban ocupados tratando de averiguar cómo podían ayudar, Mayra, Tobías y Eldrid se reunieron con ellos. Puesto que no podían ser de más utilidad y solo se podía rezar por los heridos, el grupo no tenía nada más que hacer allí. Tasei, una sacerdotisa de Azrael, sin duda mucho menos poderosa que Akisah, informó que los salvarían unos rituales que presidiría el mismísimo Tavamosk, el patriarca de los Caminantes de la Muerte, dentro de dos días, e invitó a todos a asistir a la celebración.
Ninguno quería estar allí más tiempo del necesario. Akisha había dicho que todos los extranjeros, siempre que llegaban, se marchaban a las ruinas del sur. De modo que no debía ser tan mala idea, después de todo, dejar atrás por el momento aquella aldea decorada con motivos cadavéricos y esqueléticos.